Un Tercer Plato de Sopa de Pollo para el Alma: Nuevos relatos que conmueven el corazón y ponen fuego en el espíritu
Bestselling authors Jack Canfield and Mark Victor Hansen present another joyful collection of stories for your reading pleasure. Within the pages of Un tercer plato de Sopa de Pollo Para el Alma you will find shining examples of the best qualities we all share as human beings: compassion, grace, forgiveness, hope, courage, dedication, generosity and faith.

Stories may be the most powerful teaching tool available to us, especially when the lessons being taught are love, necessary losses, respect and values. In this volume of Sopa de Polla Para el Alma, the authors share more collected wisdom on love, parenting, teaching, learning, death, attitude and overcoming obstacles. This book will warm your heart, brighten your darkest day and put a smile on your face that will last a lifetime.
"1120900448"
Un Tercer Plato de Sopa de Pollo para el Alma: Nuevos relatos que conmueven el corazón y ponen fuego en el espíritu
Bestselling authors Jack Canfield and Mark Victor Hansen present another joyful collection of stories for your reading pleasure. Within the pages of Un tercer plato de Sopa de Pollo Para el Alma you will find shining examples of the best qualities we all share as human beings: compassion, grace, forgiveness, hope, courage, dedication, generosity and faith.

Stories may be the most powerful teaching tool available to us, especially when the lessons being taught are love, necessary losses, respect and values. In this volume of Sopa de Polla Para el Alma, the authors share more collected wisdom on love, parenting, teaching, learning, death, attitude and overcoming obstacles. This book will warm your heart, brighten your darkest day and put a smile on your face that will last a lifetime.
9.99 In Stock
Un Tercer Plato de Sopa de Pollo para el Alma: Nuevos relatos que conmueven el corazón y ponen fuego en el espíritu

Un Tercer Plato de Sopa de Pollo para el Alma: Nuevos relatos que conmueven el corazón y ponen fuego en el espíritu

Un Tercer Plato de Sopa de Pollo para el Alma: Nuevos relatos que conmueven el corazón y ponen fuego en el espíritu

Un Tercer Plato de Sopa de Pollo para el Alma: Nuevos relatos que conmueven el corazón y ponen fuego en el espíritu

eBook

$9.99 

Available on Compatible NOOK devices, the free NOOK App and in My Digital Library.
WANT A NOOK?  Explore Now

Related collections and offers


Overview

Bestselling authors Jack Canfield and Mark Victor Hansen present another joyful collection of stories for your reading pleasure. Within the pages of Un tercer plato de Sopa de Pollo Para el Alma you will find shining examples of the best qualities we all share as human beings: compassion, grace, forgiveness, hope, courage, dedication, generosity and faith.

Stories may be the most powerful teaching tool available to us, especially when the lessons being taught are love, necessary losses, respect and values. In this volume of Sopa de Polla Para el Alma, the authors share more collected wisdom on love, parenting, teaching, learning, death, attitude and overcoming obstacles. This book will warm your heart, brighten your darkest day and put a smile on your face that will last a lifetime.

Product Details

ISBN-13: 9781453280065
Publisher: Chicken Soup for the Soul
Publication date: 05/20/2014
Series: Sopa de Pollo para el Alma
Sold by: SIMON & SCHUSTER
Format: eBook
Pages: 305
File size: 1 MB
Language: Spanish

About the Author

Jack Canfield is cocreator of the Chicken Soup for the Soul® series, which includes forty New York Times bestsellers, and coauthor of The Success Principles: How to Get from Where You Are to Where You Want to Be. He is a leader in the field of personal transformation and peak performance and is currently CEO of the Canfield Training Group and Founder and Chairman of the Board of The Foundation for Self-Esteem. An internationally renowned corporate trainer and keynote speaker, he lives in Santa Barbara, California.
Jack Canfield is co-creator of the Chicken Soup for the Soul® series, which includes forty New York Times bestsellers, and coauthor of The Success Principles: How to Get from Where You Are to Where You Want to Be. He is a leader in the field of personal transformation and peak performance and is currently CEO of the Canfield Training Group and Founder and Chairman of the Board of The Foundation for Self-Esteem. An internationally renowned corporate trainer and keynote speaker, he lives in Santa Barbara, California.
 Mark Victor Hansen is a co-founder of Chicken Soup for the Soul.

Hometown:

Santa Barbara, California

Date of Birth:

August 19, 1944

Place of Birth:

Fort Worth, Texas

Education:

B.A. in History, Harvard University, 1966; M.A.T. Program, University of Chicago, 1968; M.Ed., U. of Massachusetts, 1973

Read an Excerpt

Un tercer plato de Sopa de Pollo para el Alma

Nuevos relatos que conmueven el corazón y ponen fuego en el espíritu


By Jack Canfield, Mark Victor Hansen

Chicken Soup for the Soul Publishing

Copyright © 2014 Chicken Soup for the Soul Publishing, LLC
All rights reserved.
ISBN: 978-1-4532-8006-5



CHAPTER 1

DEL AMOR

El amor todo lo conquista.

Virgilio


Una promesa cumplida


La cita a la que iba era muy importante; se había hecho tarde y estaba completamente perdido. Dominando mi orgullo masculino, comencé a buscar un lugar donde pedir información; una estación de servicio, tal vez. Dado que había cruzado la ciudad de una punta a la otra, el indicador de combustible me indicaba que quedaba poco y el tiempo apremiaba.

Delante del cuartel de bomberos, noté el reflejo ambarino de una luz. ¿Qué mejor lugar para averiguar una dirección?

Bajé rápidamente del auto y crucé la calle hacia allí. Las tres puertas del edificio estaban abiertas de par en par y por ellas se veían las rojas autobombas con sus puertas abiertas, los cromos relucientes, a la espera del momento en que sonara la campana.

Una vez dentro, me invadió el olor del cuartel. Un olor mezcla de mangueras que se secaban en la torre, enormes botas de goma y cascos. Aquel vaho, mezclado con el de los pisos recién lavados y los camiones lustrados, producía ese misterioso aroma típico de todos los cuarteles de bomberos. Aminoré el paso, respiré hondo y, al cerrar los ojos, me sentí transportado a mi niñez, al cuartel de bomberos donde mi padre trabajó durante treinta y cinco años como jefe de mantenimiento.

Miré hacia el fondo del cuartel y allí estaba, lanzando chispas doradas al cielo, el poste de incendios. Cierto día, mi padre dejó que mi hermano Jay y yo nos deslizáramos dos veces por el poste. En el rincón del cuartel se encontraba el deslizador que usaban para meterse debajo de los camiones cuando los reparaban. Mi padre solía decir: "Agárrate", y me hacía girar una y otra vez hasta que me sentía mareado como un marinero borracho. Era más divertido que ningún juego de hamacas voladoras que yo hubiera conocido.

Junto al deslizador había una vieja máquina expendedora de Coca–Cola, con el logo clásico de la marca. Todavía proveía esas botellitas verdes originales, pero ahora costaban treinta y cinco centavos en lugar de diez, como entonces. Las visitas al cuartel de papá siempre culminaban con un paseo hasta la expendedora, lo cual representaba una botella de gaseosa para mí solo.

Cuando tenía diez años fui con dos amigos al cuartel para lucirme con mi papá y para sacarle algunas gaseosas. Después de mostrarles el cuartel a los chicos, le pregunté a papá si podíamos tomar una bebida cada uno antes de volver a casa para almorzar.

Ese día detecté una leve vacilación en la voz de papá, pero respondió: "Cómo no", y nos dio a cada uno una moneda de diez centavos. Corrimos hasta la máquina expendedora para ver si alguna botella tenía la tapa con la estrella grabada adentro.

¡Qué día de suerte! Mi tapita tenía la estrella. Me faltaban sólo dos más para ganar la gorra de Davy Crockett.

Después de dar las gracias a papá, salimos rumbo a casa para almorzar y pasar la tarde estival nadando.

Aquel día volví temprano del lago; al entrar en el vestíbulo oí que mis padres estaban hablando. Mamá parecía disgustada con papá. Y escuché que pronunciaba mi nombre.

—Tendrías que haberles dicho que no tenías dinero para gaseosas. Brian habría comprendido. Esa plata era para tu almuerzo. Los chicos deben entender que no tenemos dinero de sobra y tú necesitas comer.

Papá, como de costumbre, se encogió de hombros.

Antes de que mi madre supiera que había escuchado la conversación, subí corriendo las escaleras hasta la habitación que compartía con mis cuatro hermanos.

Di vuelta mis bolsillos; la tapa de la botella que había causado tantos problemas cayó al suelo. Mientras la levantaba, dispuesto a ponerla con las otras siete, me di cuenta del sacrificio que esa tapa había significado para mi padre.

Esa noche hice una promesa de compensación: algún día podría decirle a papá que supe del sacrificio que hizo aquella tarde, y tantos otros días, y que jamás lo olvidaría.

Papá sufrió el primer ataque al corazón cuando aún era joven, a los cuarenta y siete años. Pienso que el ritmo que impuso a su vida, trabajando en tres lugares distintos para mantenernos a los nueve, fue demasiado para él. La noche en que mis padres cumplían sus bodas de plata, rodeados por toda la familia, el más grande, fuerte y ruidoso de todos nosotros mostró la primera grieta en la armadura que, de chicos, creíamos impenetrable.

Durante los ocho años siguientes mi padre continuó presentando batalla; llegó a sufrir tres ataques cardíacos, hasta que terminó con un marcapasos.

Una tarde, su vieja camioneta azul se descompuso y él me llamó para que lo llevara al médico, a hacerse el control anual. Al entrar en el cuartel vi afuera a mi padre con todos sus compañeros, arracimados alrededor de una flamante camioneta Ford color azul brillante. Comenté que era muy linda y papá me dijo que pensaba tener algún día una camioneta así.

Soltamos la risa. Ése había sido siempre su sueño ... y parecía inaccesible.

A esa altura de mi vida me iba bien en los negocios, lo mismo que a mis hermanos. Ofrecimos comprarle la camioneta entre todos, pero él lo expresó con toda claridad:

—Si no la pago yo, no me parecerá mía.

Cuando papá salió del consultorio, supuse que el aspecto gris y pastoso de su cara se debía a tantos pinchazos y sondeos.

—Vámonos—fue todo lo que dijo.

Al subir al auto comprendí que algo andaba mal. Viajamos en silencio; yo sabía que papá me diría a su modo cuál era el problema.

Hice un rodeo hasta el cuartel. Pasamos frente a nuestra vieja casa, el campo de juegos, el lago y el negocio de la esquina; mi padre comenzó a hablar del pasado y de los recuerdos que cada uno de esos lugares le traía.

Entonces supe que se estaba muriendo.

Me miró e hizo un ademán afirmativo con la cabeza.

Comprendí.

Nos detuvimos en la heladería Cabot para tomar un helado juntos, por primera vez en quince años. Y hablamos, ¡cuánto hablamos ese día! Me dijo que estaba orgulloso de todos nosotros y que no tenía miedo de morir. Su temor era dejar sola a mi madre.

Me reí entre dientes. Nunca había visto a un hombre tan enamorado de su mujer como mi papá.

Ese día me hizo prometer que no diría a nadie lo de su muerte inminente. Accedí, aun sabiendo que ése sería uno de los secretos más difíciles de guardar.

Por entonces, mi esposa y yo estábamos a la búsqueda de un auto o una camioneta nueva. Como mi padre conocía al vendedor de una concesionaria, en Wayland, le pregunté si podía acompañarme para ver qué tipo de vehículo podía conseguir si entregaba el viejo como parte de pago.

Cuando entramos en el salón de ventas, descubrí a papá mirando una hermosísima pickup marrón chocolate metalizado, completamente equipada. Lo vi deslizar la mano por el vehículo, como un escultor que inspeccionara su obra.

—Creo que tengo que comprar una camioneta, papá. Quiero algo chico y de buen rendimiento.

Mientras el vendedor iba en busca de la patente provisoria, sugerí a mi padre que sacáramos la pickup marrón para dar una vuelta.

—No estás en condiciones de comprar esto—me advirtió.

—Lo sé, y tú también lo sabes, pero el vendedor no—respondí.

Salimos a la ruta con papá al volante, riendo como dos chicos por la jugarreta que habíamos hecho. Condujo unos diez minutos, elogiando su andar, mientras yo jugueteaba con todos los botones.

Cuando volvimos al salón de exposición, sacamos una pequeña camioneta Sundower azul. Papá me dijo que esa camioneta era mucho mejor para ir y venir entre la ciudad y el suburbio, pues ahorraría mucha gasolina en mis largos recorridos. Estuve de acuerdo y, al volver, cerré trato con el vendedor.

Algunas noches después llamé a mi padre para preguntarle si no quería acompañarme a retirar la camioneta. Creo que, si aceptó tan de prisa, fue para poder echarle una última mirada a "su" pickup, como él la llamaba.

Al frenar en el patio del concesionario, vimos mi pequeña Sundower azul con el cartel de "Vendido". Al lado estaba la pickup marrón, bien lavada y reluciente, con otro gran cartel de "Vendido" en la ventanilla.

Miré de reojo a mi padre y vi la desilusión dibujada en su rostro.

—Alguien va a llevarse una hermosa camioneta —comentó.

Me limité a asentir, mientras le decía:

—Papá, ¿quieres entrar y decirle al vendedor que vuelvo en cuanto estacione el auto?

Al pasar junto a la camioneta marrón, mi padre deslizó la mano por la superficie; volví a ver su expresión decepcionada.

Llevé el auto hasta el lado opuesto del edificio y, por la ventanilla, observé a ese hombre que lo había dado todo por su familia. Vi que el vendedor lo hacía entrar y le entregaba el juego de llaves de su camioneta (la marrón), explicándole que yo la había comprado para él, y que sería un secreto entre los dos.

Papá miró por la ventana y nuestros ojos se encontraron; los dos asentimos, riendo.

Esa noche, cuando papá llegó en la camioneta, yo estaba sentado a la puerta de mi casa.

Le di un gran abrazo, lo besé, le dije cuánto lo quería, y le recordé que ése era un secreto entre los dos.

Luego salimos a dar un paseo. Papá me dijo que entendía lo de la pickup. Lo que no entendía era qué significaba esa tapita de Coca–Cola, con una estrella en el centro, adherida al volante.

Brian Keefe


Dos monedas de cinco y cinco de uno


En épocas en que un helado sundae costaba mucho menos que ahora, un chico de diez años entró en la cafetería de un hotel y se sentó a una mesa. Una camarera puso un vaso de agua frente a él.

—¿Cuánto cuesta un helado sundae?

—Cincuenta centavos—contestó la camarera.

El niño sacó la mano del bolsillo y examinó las monedas que tenía en la palma.

—¿Y el helado común?—preguntó.

Ya había algunas personas esperando que se desocupara alguna mesa y la camarera estaba algo impaciente.

—Treinta y cinco centavos—dijo bruscamente.

El pequeño volvió a contar las monedas.

—Quiero el helado común—decidió.

La camarera trajo el helado, dejó la cuenta sobre la mesa y se alejó. Cuando terminó su porción, el chico pagó al cajero y salió. La camarera, al regresar para limpiar la mesa, tragó saliva ante lo que vio. Pulcramente dispuestas junto al plato vacío había dos monedas de cinco centavos y cinco de uno: su propina.

The Best of Bits & Pieces


La niña del helado


Eleanor no sabía qué le pasaba a su abuela. Siempre se olvidaba de todo: dónde había guardado el azúcar, cuándo vencían las cuentas y a qué hora debía estar lista para que la llevaran de compras al almacén.

—¿Qué le pasa a la abuela?—preguntó—. Era una señora tan ordenada ... Ahora parece triste, perdida, y no recuerda las cosas.

—La abuela está envejeciendo—contestó mamá—. En estos momentos necesita mucho amor, querida.

—¿Qué quiere decir envejecer?—preguntó Eleanor—. ¿Todo el mundo se olvida de las cosas? ¿Me pasará a mí?

—No, Eleanor, no todo el mundo se olvida de las cosas cuando envejece. Creemos que la abuela tiene la enfer–medad de Alzheimer y eso la hace más olvidadiza. Tal vez tengamos que ponerla en un hogar especial donde puedan darle los cuidados que necesita.

—¡Oh, mamá, qué horrible! Va a extrañar mucho su casita, ¿no es cierto?

—Tal vez, pero no hay otra solución. Estará bien atendida y allí encontrará nuevas amigas.

Eleanor parecía apesadumbrada. La idea no le gustaba en absoluto.

—¿Podremos ir a verla con frecuencia?—preguntó—. La voy a extrañar, aunque se olvide de las cosas.

—Podremos ir los fines de semana—contestó mamá—. Y llevarle regalos.

—¿Un helado, por ejemplo? A la abuela le gusta el helado de frutilla—sonrió Eleanor.

La primera vez que visitaron a la abuela en el hogar para ancianos, Eleanor estuvo a punto de llorar.

—Mamá, casi toda esta gente está en silla de ruedas —observó.

—La necesitan; de lo contrario se caerían—explicó mamá—. Ahora, cuando veas a la abuela, sonríe y dile que se la ve muy bien.

La abuela estaba sentada, muy sola, en un rincón de lo que llamaban la sala del sol. Tenía la mirada perdida entre los árboles de afuera.

Eleanor abrazó a la abuela.

—Mira—le dijo—, te trajimos un regalo: helado de frutilla, el que más te gusta.

La abuela tomó el vaso de papel y la cucharita y empezó a comer sin decir palabra.

—Estoy segura de que lo está disfrutando, querida—le aseguró la madre.

—Pero parece no conocernos—dijo Eleanor, desilusionada.

—Tienes que darle tiempo—explicó mamá—. Está en un nuevo ambiente y debe adaptarse.

Pero la próxima vez que visitaron a la abuela sucedió lo mismo. Comió el helado y sonrió a ambas, pero no dijo palabra.

—Abuela, ¿sabes quién soy?—preguntó Eleanor.

—Eres la chica que me trae helado—dijo la abuela.

—Sí, pero también soy Eleanor, tu nieta. ¿No te acuerdas de mí?—preguntó, rodeando con sus brazos a la anciana.

La abuela sonrió levemente.

—¿Si recuerdo? Claro que recuerdo. Eres la niña que me trae helado.

De pronto, Eleanor se dio cuenta de que la abuela nunca la recordaría. Estaba viviendo en su propio mundo, rodeada de recuerdos difusos y de soledad.

—¡Siento mucho amor por ti, abuela!—exclamó.

En ese momento vio rodar una lágrima por la mejilla de su abuela.

—Amor—dijo—. Recuerdo el amor.

—¿Ves, querida? Eso es todo lo que desea—intervino mamá—. Amor.

—Entonces le traeré helado todos los fines de semana y la abrazaré aunque no me recuerde—resolvió Eleanor.

Después de todo, recordar el amor era mucho más importante que recordar un nombre.

Marion Schoeberlein


(Continues...)

Excerpted from Un tercer plato de Sopa de Pollo para el Alma by Jack Canfield, Mark Victor Hansen. Copyright © 2014 Chicken Soup for the Soul Publishing, LLC. Excerpted by permission of Chicken Soup for the Soul Publishing.
All rights reserved. No part of this excerpt may be reproduced or reprinted without permission in writing from the publisher.
Excerpts are provided by Dial-A-Book Inc. solely for the personal use of visitors to this web site.

Table of Contents

Contents

Introducción,
1. DEL AMOR,
Una promesa cumplida. Brian Keefe,
Dos monedas de cinco y cinco de uno. The Best of Bits & Pieces,
La niña del helado. Marion Schoeberlein,
La niña ciega que pudo ver por arte de magia. Michael Jeffreys,
Manuel García. David Roth,
Sabor a libertad. Barbara Rogoff,
En los ojos se ve la compasión. The Sower's Seeds,
Calor en el corazón. Scott Gross,
Un acto de bondad. The Best of Bits & Pieces,
Huéspedes nocturnos. Robert Gass,
Cita con el amor. Sulamith Ish–Kishor,
Una tarde en el parque. Julie A. Manhan,
¡Ninguno! Dale Galloway,
2. DE LA PATERNIDAD Y LA MATERNIDAD,
Paco, vuelve a casa. Alan Cohen,
El ensayo de Tommy. Jane Lindstrom,
Rosalma. Michelle Lawrence,
Por qué llevo un dinosaurio de plástico. Dan Schaeffer,
El mejor papá del mundo. Angie K. Ward –Kucer,
Un simple trabajador. Ed Peterman,
Gratis. M. Adams,
Qué significa ser adoptado. George Dolan,
Reunión de ex alumnas. Lynne C. Gaul,
El regalo. Renee R. Vroman,
3. DE LA ENSEÑANZA Y EL APRENDIZAJE,
A la maestra de primer grado de Beth. Dick Abrahamson,
Fe, esperanza y amor. Peter Spelke,
Los zapatos. Paul E. Mawhinney,
El Bocha. Larry Terherst,
Huellas en mi corazón. Laura D. Norton,
4. A PROPÓSITO DE LA MUERTE Y DEL MORIR,
La grulla dorada. Patricia Lorenz,
La última carta de un camionero. Rud Kendall,
Por amor a un hijo. Thea Alexander,
El último baile. Rick Nelles,
Mi papito. Kelly J. Watkins,
¿Adónde van los gorriones cuando mueren? Casey Kokoska,
Vísteme de rojo, por favor. Cindy Dee Holms,
No te preocupes, todo saldrá bien. Janice Hunt,
El eterno optimista. Beth Dalton,
Para que me recuerden. Robert N. Test,
Quédate con el tenedor. Roger William Thomas,
En el cielo no hay sillas de ruedas. D. Trinidad Hunt,
5. UNA CUESTIÓN DE PERSPECTIVA,
El ladrón de bollos. Valerie Cox,
¿Usted es rica, señora? Marion Doolan,
Una flor en el pelo. Bettie B. Youngs,
Avalancha. Robert G. Allen,
Tú muy buena, tú muy rápida. Kathi M. Curry,
El accidente. Robert J. McMullen (h.),
De la boca de un niñito. Elaine McDonald,
6. UNA CUESTIÓN DE ACTITUD,
El gran valor del desastre. The Sower's Seeds,
Buenas noticias. The Best of Bits & Pieces,
Johnny. Barbara A. Glanz,
7. SUPERAR OBSTÁCULOS,
La apasionada búsqueda de la posibilidad. James E. Conner,
Nunca le dijimos que no podía. Kathy Lamancusa,
Una lección de coraje. Stan Frager,
Catorce peldaños. Hal Manwaring,
La belleza perdura, el dolor pasa. The Best of Bits & Pieces,
El puente milagroso. A Fresh Packet of Sower's Seeds,
A gran altura. David Naster,
Tenlo en cuenta. Jack Canfield y Mark Victor Hansen,
Oportunidad. Omar Periu,
La mujer que no pudo seguir poniéndose anteojeras. Toni Whitt,
Pide, afirma, actúa. Claudette Hunter,
Una experiencia transformadora. Michael Jeffreys,
Lo imposible tarda un poco más. Art E. Berg,
El día en que conocí a Daniel. Richard Ryan,
8. SABIDURÍA ECLÉCTICA,
La sabiduría de una simple palabra. Rev. John F. Demartini,
Los secretos del cielo y del infierno. Rev. John W. Groff (h.),
El aspecto del coraje. Casey Hawley,
Un ángel de sombrero rojo. Tami Fox,
Nunca es demasiado tarde. Marilyn Manning,
La estación. Robert J. Hastings,
¿Quién es Jack Canfield?,
¿Quién es Mark Hansen?,
Colaboradores,
Autorizaciones,

From the B&N Reads Blog

Customer Reviews