Un largo camino de mil años: Lo que aprendí al redactar mi vida

Lleno de anécdotas hermosas, hilarantes y conmovedoras, Un largo camino de mil años relata la oportunidad de un hombre de editar su vida como si fuera un personaje de una película.

Algunos años después de haber escrito un libro con sus memorias, el que se convirtió en un éxito de ventas, Donald Miller cayó en una profunda depresión y pasó varios meses durmiendo y evitando a su editor. Había terminado una historia, y Don no estaba seguro de cómo comenzar la siguiente.

Pero dos productores que deseaban filmar una película basada en sus memorias lo rescatan. Cuando comienzan a adaptar la vida de Don para el cine, y transforman una biografía llena de divagaciones en una narrativa bien estructurada, el Don de carne y hueso inicia una travesía para editar su verdadera vida y transformarla en una historia mejor. Un largo camino de mil años cuenta esa travesía en detalle, desafía al lector a que recapacite sobre las metas que persigue en la vida y muestra cómo obtener una segunda oportunidad en la vida sin tener que volver a empezar.

 

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Un largo camino de mil años: Lo que aprendí al redactar mi vida

Lleno de anécdotas hermosas, hilarantes y conmovedoras, Un largo camino de mil años relata la oportunidad de un hombre de editar su vida como si fuera un personaje de una película.

Algunos años después de haber escrito un libro con sus memorias, el que se convirtió en un éxito de ventas, Donald Miller cayó en una profunda depresión y pasó varios meses durmiendo y evitando a su editor. Había terminado una historia, y Don no estaba seguro de cómo comenzar la siguiente.

Pero dos productores que deseaban filmar una película basada en sus memorias lo rescatan. Cuando comienzan a adaptar la vida de Don para el cine, y transforman una biografía llena de divagaciones en una narrativa bien estructurada, el Don de carne y hueso inicia una travesía para editar su verdadera vida y transformarla en una historia mejor. Un largo camino de mil años cuenta esa travesía en detalle, desafía al lector a que recapacite sobre las metas que persigue en la vida y muestra cómo obtener una segunda oportunidad en la vida sin tener que volver a empezar.

 

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Un largo camino de mil años: Lo que aprendí al redactar mi vida

Un largo camino de mil años: Lo que aprendí al redactar mi vida

by Donald Miller
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by Donald Miller

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Overview

Lleno de anécdotas hermosas, hilarantes y conmovedoras, Un largo camino de mil años relata la oportunidad de un hombre de editar su vida como si fuera un personaje de una película.

Algunos años después de haber escrito un libro con sus memorias, el que se convirtió en un éxito de ventas, Donald Miller cayó en una profunda depresión y pasó varios meses durmiendo y evitando a su editor. Había terminado una historia, y Don no estaba seguro de cómo comenzar la siguiente.

Pero dos productores que deseaban filmar una película basada en sus memorias lo rescatan. Cuando comienzan a adaptar la vida de Don para el cine, y transforman una biografía llena de divagaciones en una narrativa bien estructurada, el Don de carne y hueso inicia una travesía para editar su verdadera vida y transformarla en una historia mejor. Un largo camino de mil años cuenta esa travesía en detalle, desafía al lector a que recapacite sobre las metas que persigue en la vida y muestra cómo obtener una segunda oportunidad en la vida sin tener que volver a empezar.

 


Product Details

ISBN-13: 9781602556881
Publisher: Grupo Nelson
Publication date: 05/30/2011
Sold by: HarperCollins Publishing
Format: eBook
Pages: 304
File size: 1 MB
Language: Spanish

About the Author

Donald Miller es el director general de StoryBrand y Business Made Simple.  Presentador del canal de YouTube Coach Builder y autor de varios libros, entre ellos los best sellers Building a StoryBrand,Marketing Made Simple y How to Grow Your Small Business. Vive en Nashville, Tennessee, con su esposa, Elizabeth, y su hija, Emmeline.

Read an Excerpt

UN LARGO CAMINO DE MIL AÑOS

LO QUE APRENDÍ AL REDACTAR DE MI VIDA
By DONALD MILLER

Thomas Nelson

Copyright © 2011 Grupo Nelson
All right reserved.

ISBN: 978-1-60255-688-1


Chapter One

Escenas fortuitas

LO MÁS TRISTE de la vida es que no recuerdas ni la mitad de ella. Ni siquiera la mitad de la mitad. A decir verdad, ni una pequeña fracción. Tengo un amigo que escribe todo lo que recuerda. Si se acuerda de que a los siete años se echó encima un helado, Bob toma nota de ello. La última vez que hablé con él, había escrito más de quinientas páginas de recuerdos. Es la única persona que conozco que recuerda su vida. Cierta vez Bob me explicó que hacía un registro de sus recuerdos porque, de olvidarlos, es como si esos eventos no hubieran ocurrido, como si no hubiera vivido esas partes de su vida.

Reflexioné sobre lo que me dijo e intenté recordar algo. A los siete años fui lobato de los niños exploradores y me dieron una medalla al mérito por haber ayudado a un vecino a cortar un árbol. Eso fue todo lo que pude recordar. Cuando Dios me pregunte acerca de lo que hice con mi vida, se lo contaré. Le diré que corté un árbol y que me dieron una insignia por ello. Seguramente querrá ver la medalla, pero la perdí hace años, así que cuando le termine de contar mi historia, es probable que se quede sentado mirándome y preguntándose de qué otro tema podríamos seguir hablando. Pero Dios y Bob conversarían durante días.

Soy consciente de que esa no es la única experiencia que he vivido, pero de ninguna manera podría recordarlo todo, pues la vida no es lo suficientemente memorable. En la vida no ocurren explosiones todo el tiempo ni ves a un perro fumándose un cigarrillo. La vida es más lenta. Es como si todos estuviéramos viendo una película, a la espera de que algo suceda, y cada dos meses los espectadores señalaran la pantalla y exclamaran: «Miren, a ese tipo lo están multando por estacionarse mal». Es extraño lo que recordamos.

Traté de recordar más situaciones que me ocurrieron e hice una lista en la que básicamente anoté las ocasiones en que gané o perdí en algo, las citas con el odontólogo cuando era niño, la primera vez que vi a una chica sin blusa y las grandes tormentas.

* * *

Después de tratar de hacer la lista de mis recuerdos, me di cuenta de que mi vida, en su mayor parte, se componía de una serie de situaciones fortuitas. Cuando estaba en la secundaria, por ejemplo, la reina de la fiesta de inicio del año escolar me pidió un beso. Ese mismo año hice la anotación que nos dio el triunfo en un juego de fútbol americano bandera y los chicos de la sección de tubas vencieron 21 a 14 a las chicas de la sección de clarinetes. Más o menos un año después le gané un partido de tenis a mi amigo Jason, que formaba parte del equipo de tenis de la escuela. Después de eso me compré una camioneta nueva. Y una vez en un concierto, la chica con quien salía y yo nos escabullimos a los camerinos para conseguir un autógrafo de Harry Connick. Él acababa de casarse con una modelo de Victoria's Secret y juro que ella se quedó mirando mi cabello durante más tiempo del que era debido.

Cuando procuras recordar lo que has hecho en la vida, terminas preguntándote si esta tiene algún sentido. Sientes que sí, pero no sabes identificar claramente cuál es su significado. Cuando recuerdas tu pasado, la sensación que tienes con respecto a la vida es diferente de lo que sientes cuando la estás viviendo.

Algunas veces me siento tentado a pensar que la vida no tiene ningún sentido en absoluto. He leído a algunos filósofos que afirman que las experiencias significativas son meramente subjetivas y entiendo por qué lo creen, ya que tú no puedes probar que la vida, el amor y la muerte son algo más que acontecimientos fortuitos. Pero luego comienzas a reflexionar sobre algunas de las escenas que has protagonizado en tu vida y, si te has tomado un par de tragos, puedes apreciar que ellas tienen una cualidad sentimental que te lleva a creer que todos somos como poemas que surgen del fango.

La verdad es que la vida puede adquirir cualquier significado. Por ejemplo, años atrás mis amigos Kyle y Fred vinieron a Oregón, por lo que salimos en automóvil, nos adentramos en el desierto y escalamos el Smith Rock. Ese verano hubo incendios forestales en la cordillera de las Cascadas y una neblina de humo se asentó en el cañón del río Columbia. El humo que bajaba por el río se abultó en medio de las montañas, donde adquirió un color gris intenso. Debido a ello, al ponerse el sol, el cielo se iluminó como si fuera la Segunda Venida de Cristo y mis amigos y yo nos sentamos en silencio para observarlo durante casi una hora. Luego comentamos que jamás habíamos visto algo mejor. Entonces me pregunté si encontraría el significado de la vida en la naturaleza y si habíamos sido hechos para vivir en el bosque y crecer en él como el musgo de los árboles.

Sin embargo, ese mismo año conocí a Kim, una chica que no usaba ninguna clase de calzado. Era encantadora y hermosa, y aun durante el invierno de Oregón caminaba descalza del auto a la tienda y así recorría los pasillos. Lo mismo hacía en las cafeterías y a lo largo del frío y sucio piso de la oficina de correos. Me gustaba muchísimo. Una noche mientras la observaba, me pregunté si la vida se trataba de los sentimientos románticos, de ese intercambio que ocurre entre un hombre y una mujer. Entonces, me di cuenta de que lo que sentía por Kim no era lo mismo que sentía por el musgo que crece en los árboles.

Cuando mis amigos Paul y Danielle tuvieron a su segunda hija, fui al hospital y la sostuve entre mis brazos. Era pequeñita y estaba calientita como un gato sin pelo, pero además era un ser indefenso. Cuando le eché un vistazo a su madre, pude ver en los ojos de Danielle que la vida era algo más que las puestas de sol y los idilios. Era como si al tener un hijo todos los cuentos de hadas se hubieran vuelto realidad para ella, como si fuera una pintora y hubiera descubierto un color totalmente nuevo para el mundo.

Pienso en cómo sería una conversación entre Dios y Danielle y me la imagino a ella sentada contándole las partes favoritas de la historia que Él le concedió. Cuando haces memoria de lo que ha ocurrido en tu vida, tienes la sensación de que todo lo que Dios quiere de nosotros es vivir en el cuerpo que hizo, disfrutar de la historia y que a través de la experiencia Él se pueda unir a nosotros.

Sin embargo, no todas las escenas de mi vida han sido agradables y no estoy seguro de cuál es el propósito de Dios con las situaciones difíciles. No es que me hayan pasado muchas calamidades, al menos no como las que se ven en las noticias; además, mis recuerdos difíciles al parecer fueron experiencias fortuitas. Cuando tenía nueve años, por ejemplo, me escapé de la casa. El lugar más lejano al que llegué fue el campo que quedaba enfrente, pasando la calle, donde me escondí entre la alta hierba. Mi madre prendió la luz del porche, entró en el auto y se dirigió a McDonald's, de donde regresó con una Cajita Feliz. Al llegar a casa, sostuvo la bolsa a suficiente altura como para que yo la pudiera ver por encima de la maleza. Mis ojos siguieron el paquete del pasillo hasta la puerta y vi cómo brillaba con la luz del porche antes de que ella lo introdujera en la casa. Me demoré otros diez minutos. Luego entré, me senté a la mesa sin hacer ruido y me comí la hamburguesa mientras mi madre veía televisión en el porche. Ninguno de los dos dijo nada. Recuerdo esa escena, aunque no sé por qué. Y también recuerdo irme a dormir con el sentimiento de que era un fracasado por ser un niño que no había sido capaz de fugarse de casa.

La mayor parte de las escenas dolorosas de mi vida tienen que ver con la gordura. Me volví gordo cuando era niño y engordé aun más de adulto. Tuve una novia en la escuela que quería verme sin camisa, pero nunca la pude complacer. Estaba seguro de que me abandonaría al verme así, pero que no se iría justo en ese momento, sino cuando encontrara una razón más noble para hacerlo. Eso jamás ocurrió, pero yo tampoco me quité la camisa. Yo la besaba en el cuello y ella metía su mano dentro de mi camisa, pero yo se la retiraba y después ya no podía volver a concentrarme. Me imagino que un terapeuta diría que este recuerdo es un indicativo de algo más, aunque ignoro lo que pueda ser, pues no tengo terapeuta.

En la secundaria tuvimos que leer El guardián entre el centeno de J. D. Salinger. Me gustó el libro, aunque no soy consciente del porqué, y aun cuando lo he leído de nuevo, ahora me resulta molesto. No obstante, todavía recuerdo algunas escenas, como la de Holden Caulfield cuando va en un taxi y le pregunta al conductor adónde vuelan los patos de Central Park en invierno. Y me acuerdo de las monjas que están pidiendo donativos. También recuerdo la última escena del libro, cuando te das cuenta de que Holden ha estado contándole su historia al consejero de un manicomio. Me pregunto si nosotros haremos lo mismo con Dios cuando haya terminado todo esto y si Él nos dará un paseo para mostrarnos el cielo, en donde toda la luz entrará por las ventanas a miles de kilómetros de distancia y todos los campos se inclinarán hacia un par de sillas que se encuentran bajo un árbol, en un campo a las afueras de la ciudad. Me imagino que nos sentaremos y le contaremos nuestras historias y que Él sonreirá y nos explicará lo que significan.

Solo espero tener algo interesante que contarle.

Chapter Two

Un millón de kilómetros en mil años

MI PERSPECTIVA DE la vida comenzó a cambiar cuando conocí a un par de hombres que hacían cine y que querían rodar una película basada en unas memorias que había escrito yo varios años atrás. Como se habían vendido muchas copias del libro, durante un tiempo eso se me subió a la cabeza y llegué a creer que era un fantástico escritor, o algo así, pero desde entonces también he escrito libros que no se han vendido y, por lo tanto, me siento inseguro de nuevo y las cosas regresaron a la normalidad.

Antes de conocer a esos cineastas, no sabía mucho sobre la producción de cine. Uno no piensa al respecto cuando ve una película, pero llevarla a cabo implica una gran cantidad de trabajo. Alguien debe escribir la historia, lo cual puede tardar años; hay que conseguir muchísimo dinero, contratar a varios actores y a un proveedor que se encargue de la alimentación de todos, alquilar un millón de kilómetros de extensiones eléctricas, y rodar la película. Luego, por lo general el filme se pasa directo a DVD, sin exhibirse en teatros. Es una porquería de trabajo. Cuando lo entendí, me alegré de escribir libros.

De todas maneras, me gustan las películas. Las buenas historias tienen algo que me ayuda a escapar de la realidad. Solía ir al cine todo el tiempo simplemente para despejar mi mente. Si veía una buena película, era como si alguien reajustara la brújula que hay en mi cerebro para que yo pudiera sentir lo que era importante en la vida y lo que no. Usualmente me sentaba unas diez filas atrás, en la mitad, y engullía azúcar hasta que mi cerebro se adormecía. Una vez alcanzaba ese estado, me sumergía en las historias y me perdía en ellas.

Iba al cine porque durante casi una hora podía olvidarme de la vida real. En una película, el mundo se desvanecía para mí y lo único que importaba era si el hobbit destruía el anillo o si el perro llegaba a casa antes de que los del circo lo usaran como cabalgadura de un abusivo mico.

Mis preferidas son las películas de literatura, que al parecer no tratan sobre nada en particular y al mismo tiempo tienen que ver con todo. Hablan sobre las inseguridades y las tensiones sexuales y sobre el dilema de un padre alcohólico. Esas películas me gustan más porque no me resultan tan inverosímiles. En la vida real nadie tiene que desarmar una bomba, por ejemplo. Al menos no la clase en la que piensas cuando escuchas la palabra bomba.

* * *

Una mañana que dormía hasta tarde recibí una llamada del dueño de una empresa de cine. Él y su director de fotografía tenían una idea que querían discutir conmigo. Le dije que esa tarde pensaba ir a ver una película, la del ratón que quería ser chef, pero entonces le pregunté cómo había conseguido mi número de teléfono. Él me respondió:

—Tu editor me lo dio. —Y luego me aclaró—: No te estoy llamando desde una sala de cine. Soy dueño de una compañía cinematográfica y dirijo películas.

—Parece un buen trabajo —le respondí, todavía somnoliento—. Voy mucho al cine.

—¿Qué clase de películas te gustan? —me preguntó.

—Aquellas en las que me siento a comer bombones de chocolate con mantequilla de maní —le contesté, sin acabar de despertarme.

El director se llamaba Steve y pasó a explicarme que deseaba hablar conmigo sobre la posibilidad de llevar al cine uno de mis libros. Una vez más preguntó si podía venir a la ciudad para discutir el tema. Le pregunté si sabía dónde vivía, es decir, en el apartamento encima de la biblioteca en Sellwood. No lo sabía, pero pensé que tal vez yo podía recogerlo en el aeropuerto.

—¿Puedes repetirme lo que me dijiste sobre hacer una película? —le pregunté.

—Don, queremos hacer una película sobre tu vida. Sobre el libro que escribiste.

Por su tono de voz me pareció que se estaba sonriendo.

—¿Quieren hacer una película sobre mi vida? —le dije y me senté en la cama.

—Así es. Queremos ir a la ciudad para hablar sobre eso. ¿Estarás ocupado los próximos días?

—No —le respondí—. Mi compañero de apartamento invitó a unos amigos para que vengan el domingo, pero yo no estoy invitado.

—Para el domingo ya nos habremos ido. Pensábamos viajar mañana.

—¿Van a traer cámaras? Necesito un corte de pelo.

No, falta mucho para eso, Don. ¿Podemos salir a alguna parte y hablar? —preguntó.

Me di cuenta de que había oído hablar de Steve. Perteneció a una banda de rock, de la cual tuve uno de sus discos cuando era niño. Lo busqué en Google y pude ver que todavía parecía una estrella de rock. Vi algunas fotos en las que aparecía detrás de una cámara, con bufanda, señalando el lugar donde alguien debía pararse. Su esposa era una artista muy conocida y habían adoptado a un niño africano. Steve era flaco. Pensé en cómo se vería mi vida en una película. Me imaginé a mí mismo en una sala de cine con una gaseosa en la mano y viéndome hacer en la pantalla lo que hago en la vida real. Me pregunté si la experiencia sería como tomarse una foto frente a un espejo, en la que sales tomándote una foto frente a un espejo.

No sabía si su intención era hacer un documental sobre mí, ya que al parecer la vida opera más como un documental que como una película normal, y me preguntaba si me mostrarían sentado en mi escritorio fumando pipa o tal vez leyendo un libro en un sillón descomunal. Se me ocurrió que mi amiga Penny podía salir en la película y que quizás ella y yo podíamos aparecer dando un paseo por el parque y platicando, pues en mi libro hay una escena similar. Quería que mi compañero de apartamento, Jordan, también saliera, posiblemente manejando la caja registradora en la tienda donde trabaja o cuando estuviera compitiendo con sus amigos ese domingo para armar el equipo ideal de fútbol estadounidense. Me hubiera gustado estar en esa reunión, pero Jordan se había negado porque yo hacía demasiadas preguntas.

* * *

Nevaba cuando Steve y Ben, los cineastas, llegaron al pueblo. En Portland solo cae nieve unos pocos días al año y la gente conduce despacio y por las aceras, como medida de seguridad. Cuando eso ocurre, quienes han venido de Boston para vivir aquí salen de todas partes para criticar a los oriundos de Portland y decirles que no saben conducir en la nieve.

Evité la autopista pero me faltaba atravesar la colina de la 82, en donde hay una pendiente por la que se llega al aeropuerto. Mientras conducía me dediqué a observar los alrededores, ya que en la zona industrial todo es más limpio y celestial.

Steve y Ben estaban afuera cuando doblé la esquina y conduje el auto bajo la marquesina de cristal del aeropuerto. Steve, la antigua estrella de rock, era más alto y flaco de lo que se veía en las fotos. Su cabello era muy largo, al estilo de Mick Jagger, y aunque tenía unos cincuenta años, todavía le quedan bien los jeans de marca y las camisas de botones adornados y bordados brillantes. Ben, el director de fotografía, de más o menos la misma edad, llevaba una camiseta de manga corta y se mecía, con sus manos entre los bolsillos, para calentarse. Aun desde lejos daba la impresión de que estaba en muy buena forma, como si hiciera ejercicio y bebiera jugos naturales.

(Continues...)



Excerpted from UN LARGO CAMINO DE MIL AÑOS by DONALD MILLER Copyright © 2011 by Grupo Nelson. Excerpted by permission of Thomas Nelson. All rights reserved. No part of this excerpt may be reproduced or reprinted without permission in writing from the publisher.
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Table of Contents

Contents

Nota del autor....................xiii
Parte uno: Planteamiento....................1
1. Escenas fortuitas....................3
2. Un millón de kilómetros en mil años....................10
3. Ligeros como plumas....................17
4. Mi vida real era aburrida....................23
5. Mejor en cuerpo y alma....................31
6. El funeral de mi tío y una boda....................34
7. La antesala para ver al profesor....................44
8. Los elementos de una vida sensata....................49
9. Cómo salvó Jason a su familia....................55
Parte dos: Un personaje....................61
10. La escritura del mundo....................63
11. Lo imperfecto es perfecto....................67
12. Al final serás diferente....................75
13. El personaje es lo que él hace....................78
14. Hay que salvar al gato....................88
15. Escucha a tu Escritor....................92
16. Algo en la página....................100
Parte tres: Un personaje que quiere algo....................103
17. Cómo obligarte a contar una historia mejor....................105
18. Un incidente inductor....................116
19. Un horizonte fijo....................120
20. Giros negativos....................124
21. El plagio de las buenas historias....................132
22. La historia del entrenamiento....................147
23. Un giro positivo....................158
24. Un encuentro con Bob....................168
25. Una historia mejor....................187
26. Lo que ocurre con las travesías....................194
27. El dolor nos une....................201
28. Un árbol en una historia acerca del bosque....................208
29. La razón por la que Dios todavía no te ha reparado....................221
30. Las grandes historias contienen escenas memorables....................229
31. Un gato estrujado....................241
32. La belleza de una tragedia....................245
33. Solo esfuérzate....................255
34. Hay que hablarle a la nada....................258
35. Nieve de verano en Delaware....................264
36. Donde una vez no hubo nada....................270
Epílogo....................277
Acerca del autor....................279
Reconocimientos....................281
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