Tradiciones en salsa verde y otros textos

Tradiciones en salsa verde y otros textos

by Ricardo Palma
Tradiciones en salsa verde y otros textos

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by Ricardo Palma

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Overview

Ricardo Palma comenzó a publicar sus Tradiciones en 1860. Sin embargo, las Tradiciones en salsa verde y otros textos, al parecer manuscritas desde 1901 y transcritas en 1904, no se escribieron para ser publicadas.
En razón de esto último, el autor solicitaba a su amigo Carlos Basadre la mayor discreción. Quería únicamente que se difundieran entre un grupo muy selecto que no fuera

«gente mojigata, que se escandaliza no con las acciones malas sino con las palabras crudas. La moral no reside en la epidermis».

La autocensura de Palma condenó su libro a la clandestinidad, marcándolo bajo el estigma de lo prohibido. Palma temía publicar estas «tradiciones».
El mismo título Tradiciones en salsa verde y otros textos sugiere que nos encontramos ante una obra condimentada con aliño picante, con ingredientes pícaros, obscenos, lascivos y sobre todo inmorales. Textos cargados de picardía que hoy nadie debe privarse de leer. Verdaderos testimonios de la historia, costumbres y alegría de su pueblo.
Ricardo Palma (1833-1919) poeta, dramaturgo, historiador y filólogo peruano es célebre, sobre todo, por sus Tradiciones Peruanas, editadas también por Linkgua Ediciones. Esta es la obra literaria más importante del siglo XIX en la narrativa peruana. En ella Palma nos da su visión histórica, principalmente del Perú virreinal con sus fanatismos, lances de honor y limitaciones.


Product Details

ISBN-13: 9788490075982
Publisher: Linkgua
Publication date: 08/31/2010
Series: Historia , #296
Sold by: Bookwire
Format: eBook
Pages: 88
File size: 673 KB
Language: Spanish

About the Author

Ricardo Palma (1833-1919). Perú. Nació el 7 de febrero de 1833 en Lima y murió el 6 de octubre de 1919 en esa ciudad. Fue la principal figura del romanticismo peruano y alcanzó un puesto en la Real Academia Española. Escribió periodismo, poemas, piezas teatrales, sátiras políticas, libros de recuerdos y de viaje, estudios lexicográficos y literarios. Fue desterrado del Perú y vivió dos años en Chile, donde escribió Anales de la Inquisición de Lima, su primera obra relevante.

Read an Excerpt

Tradiciones En Salsa Verde


By Ricardo Palma

Red Ediciones

Copyright © 2015 Red Ediciones S.L.
All rights reserved.
ISBN: 978-84-9007-900-3



CHAPTER 1

LA PINGA DEL LIBERTADOR


Tan dado era don Simón Bolívar a singularizarse, que hasta su interjección de cuartel era distinta de la que empleaban los demás militares de su época. Donde un español o un americano habrían dicho: ¡Vaya usted al carajo!, Bolívar decía: ¡Vaya usted a la pinga! Histórico es que cuando en la batalla de Junín, ganada al principio por la caballería realista que puso en fuga a la colombiana, se cambió la tortilla, gracias a la oportuna carga de un regimiento peruano, varios jinetes pasaron cerca del General y, acaso por halagar su colombianismo, gritaron: ¡Vivan los lanceros de Colombia! Bolívar, que había presenciado las peripecias todas del combate, contestó, dominado por justiciero impulso: ¡La pinga! ¡Vivan los lanceros del Perú! Desde entonces fue popular interjección esta frase: ¡La pinga del Libertador! Este parágrafo lo escribo para lectores del siglo XX, pues tengo por seguro que la obscena interjección morirá junto con el último nieto de los soldados de la Independencia, como desaparecerá también la proclama que el general Lara dirigió a su división al romperse los fuegos en el campo de Ayacucho: <<¡Zambos del carajo! Al frente están esos puñeteros españoles. El que aquí manda la batalla es Antonio José de Sucre, que, como saben ustedes, no es ningún pendejo de junto al culo, con que así, fruncir los cojones y a ellos>>.

En cierto pueblo del norte existía, allá por los años de 1850, una acaudalada jamona ya con derecho al goce de cesantía en los altares de Venus, la cual jamona era el non plus ultra de la avaricia; llamábase Doña Gila y era, en su conversación, hembra más cocora o fastidiosa que una cama colonizada por chinches.

Uno de sus vecinos, Don Casimiro Piñateli, joven agricultor, que poseía un pequeño fundo rústico colindante con terrenos de los que era propietaria Doña Gila, propuso a ésta comprárselos si los valorizaba en precio módico.

— Esas cinco hectáreas de campo — dijo la jamona —, no puedo vendérselas en menos de dos mil pesos.

— Señora — contestó el proponente —, me asusta usted con esa suma, pues a duras penas puedo disponer de quinientos pesos para comprarlas.

— Que por eso no se quede — replicó con amabilidad Doña Gila —, pues siendo usted, como me consta, un hombre de bien, me pagará el resto en especies, cuando y como pueda, que plata es lo que plata vale. ¿No tiene usted quesos que parecen mantequilla?

— Sí, señora.

— Pues recibo. ¿No tiene usted vacas lecheras?

— Sí, señora.

— Pues recibo. ¿No tiene usted chanchos de ceba?

— Sí, señora.

— Pues recibo. ¿No tiene usted siquiera un par de buenos caballos? Aquí le faltó la paciencia a don Camilo que, como eximio jinete, vivía muy encariñado con sus bucéfalos, y mirando con sorna a la vieja, le dijo:

— ¿Y no quisiera usted, doña Gila, la pinga del Libertador? Y la jamona, que como mujer no era ya colchonable (hace falta en el Diccionario la palabrita), considerando que tal vez se trataba de alguna alhaja u objeto codiciable, contestó sin inmutarse:

— Pagándomela a buen precio, también recibo la pinga.

CHAPTER 2

EL CARAJO DE SUCRE


El mariscal Antonio José de Sucre fue un hombre muy culto y muy decoroso en palabras. Contrastaba en esto con Bolívar. Jamás se oyó de su boca un vocablo obsceno, ni una interjección de cuartel, cosa tan común entre militares. Aun cuando (lo que fue raro en él) se encolerizaba por gravísima causa, limitábase a morderse los labios; puede decirse que tenía lo que llaman la cólera blanca.

Tal vez fundaba su orgullo en que nadie pudiera decir que lo había visto proferirr una palabra soez, pecadillode que muchos santos, con toda su santidad, no se libraron.

El mismo Santo Domingo cuando, crucifijo en mano, encabezó la matanza de los albigenses, echaba cada Sacre non de Dieu y cada taco, que hacía temblar al mundo y sus alrededores.

Quizás tienen ustedes noticia del obispo, señor Cuero, arzobispo de Bogotá y que murió en olor de santidad, pues su Ilustrísima, cuando el Evangelio de la misa era muy largo, pasaba por alto algunos versículos, diciendo: Estas son pendejadas del Evangelista y por eso no las leo.

Solo el mariscal Miller fue, entre los prohombres de la patria vieja, el único que jamás empleó en sus rabietas el cuartelero ¡carajo! Él juraba en inglés y por eso un god dam! de Miller (Dios me condene), a nadie impresionaba. Cuentan del bravo británico que, al escapar de Arequipa perseguido por un piquete de caballería española, pasó frente a un balcón en el que estaban tres damas godas de primera agua, las que gritaron al fugitivo:

— ¡Abur, gringo pícaro!

Miller detuvo al caballo y contestó:

— Lo de gringo es cierto y lo de pícaro no está probado, pero lo que es una verdad más grande que la Biblia es que ustedes son feas, viejas y putas. god dam!

Volviendo a Sucre, de quien la digresión milleresca nos ha alejado un tantico, hay que traer a cuento el aforismo que dice: <<Nadie diga de esta agua no beberé>>.

El día de la horrenda, de la abominable tragedia de Berruecos, al oírse la detonación del arma de fuego, exclamó Sucre, cayendo del caballo:

— ¡Carajo!, un balazo ...


Y no pronunció más palabra.

Desde entonces, quedó como refrán el decir a una persona, cuando jura y rejura que en su vida no cometerá tal o cual acción, buena o mala:

— ¡Hombre, quién sabe si no nos saldrá usted un día con el Carajo de Sucre!

CHAPTER 3

UN DESMEMORIADO


Cuando en 1825 fue Bolívar a Bolivia, mandaba la guarnición de Potosí el coronel don Nicolás Medina, que era un llanero de la pampa venezolana, de gigantesca estatura y tan valiente como el Cid Campeador, pero en punto a ilustración era un semi salvaje, un bestia, al que había que amarrar para afeitarlo.

Deber oficial era para nuestro coronel, dirigir algunas palabras de bienvenida al Libertador, y un tinterillo de Potosí se encargó de sacar de atrenzos a la autoridad escribiéndole la siguiente arenga:

<<Excelentísimo Señor; hoy, al dar a V. E. la bienvenida, pido a la divina Providencia que lo colme de favores para prosperidad de la Independencia americana. He dicho.>>


Todavía estaba en su apogeo, sobre todo en el Alto Perú, el anagrama: Omnis libravo, formado con las letras de Simón Bolívar. Pronto llegarían los tiempos en que sería más popular este pasquín:

    Si a Bolívar la letra con que empieza
    Y aquella con que acaba le quitamos,
    De la Paz con la Oliva nos quedamos.
    Eso quiere decir, que de esa pieza,
    La cabeza y los pies cortar debemos
    Si una Paz perdurable apetecemos.


Una semana pasó Medina fatigando con el estudio de la arenga la memoria, que como se verá era en él bastante flaca.

En el pueblecito de Yocoya, a poco más de una legua de Potosí, hizo Medina que la tropa que lo acompañaba presentase las armas y, deteniendo su caballo, delante del Libertador, dijo después de saludar militarmente:

— Excelentísimo Señor ... (gran pausa), Excelentísimo Señor Libertador ... (más larga pausa) ... — y dándose una palmada en la frente, exclamó — ¡Carajo! ... Yo no sirvo para estas palanganadas, sino para meter lanza y sablear gente. Esta mañana me sabía la arenga como agua, y ahora no me acuerdo ni de una puñetera palabrita. Me cago en el muy cojudo que me la escribió.

— Déjelo, coronel — le contestó Bolívar sonriendo —, yo sé, desde Carabobo y Boyacá, que usted no es más que un hombre de hechos, y de hechos gloriosos.

— Pero eso no impide, general, que yo reniegue de esta memoria tan jodida que Dios me ha dado.

CHAPTER 4

LA CONSIGNA DE LARA

El general Jacinto Lara era uno de los más guapos llaneros de Venezuela y el hombre más burdo y desvergonzado que Dios echara sobre la tierra; lo acredita la famosa proclama que dirigió a su división al romperse los fuegos en Ayacucho.

El Libertador tuvo siempre predilección por Lara, y lo hacían reír sus groserías y pachotadas; decía, Don Simón, que como sus colombianos no eran ángeles, había que tolerar el que fuesen desvergonzados y sucios en el lenguaje.

Verdad también que Bolívar, en ocasiones, se acordaba de que era colombiano y escupía palabrotas, sobre todo cuando estaba de sobre mesa con media docena de sus íntimos; cuentan, y algo de ello refiere Pruvonena, que habiéndole preguntado uno de los comensales, si aún continuaba en relaciones con cierta aristocrática dama, contestó don Simón:

— Hombre, ya me he desembarcado, porque la tal es una fragata que empieza a hacer agua por todas las costuras.

Un domingo, en momentos que Bolívar iba a montar en el coche, llegó Lara a Palacio y el Libertador le dijo:

— Acompáñame, Jacinto, a hacer algunas visitas, pero te encargo que estés en ellas más callado que un cartujo, porque tú no abres la boca sino para soltar alguna barbaridad; con que ya sabes, tu consigna es el silencio; tú necesitas aprender oratoria en escuela de sordomudos.

— Descuida, hombre, que solo quebrantaré la consigna en caso que tú me obligues. Te ofrezco ser más mudo que campana sin badajo.

Después de hacer tres o cuatro visitas ceremoniosas, en las que Lara se mantuvo correctamente fiel a la consigna, llegaron a una casa, en la que fueron recibidos, en el salón, por una limeñita, de esas de ojos tan flechadores que, de medio a medio, le atraviesan a un prójimo la autonomía.

— Excuse usted, señor general, a mi hermana, que se priva de la satisfacción de recibirlo, porque está en cama desde anoche en que dio a luz dos niños con toda felicidad.

— Lo celebro — contestó el Libertador —, bravo por las peruanitas que no son mezquinas en dar hijos a la patria.

¿Qué te parece, Lara? El llanero, por toda respuesta, gruñó:

— ¡Hum ... Hum! Bolívar no se dio por satisfecho con el gruñido, e insistió:

— Contesta, hombre ... ¿en qué estás pensando?

— Pues con su venia, mi general, y con la de esta señorita, estaba pensando ... en cómo habrá quedado el coño de ancho, después de tal par to.

— ¡Bárbaro! — exclamó, Bolívar, saliendo del salón más que deprisa.

— La culpa es tuya y no mía. ¿Por qué me mandaste romper la consigna? Yo no sé mentir y largué lo que pensaba.

Desde entonces el Libertador quedó escarmentado para no hacer visitas acompañado de don Jacinto.

CHAPTER 5

¡TAJO O TEJO!


El único teatro que, por los años de 1680, poseía Lima, estaba situado en la calle de San Agustín, en un solar o corralón que, por el fondo, colindaba con la calle de Valladolid, y era una compañía de histriones o cómicos de la lengua la que actuaba.

Ensayábase una mañana no sé qué comedia de Calderón o de Lope, en la que el galán principiaba un parlamento con estos versos:


Alcázar que sobre el Tejo


Lo de Tejo hubo de parecer al apuntador errata de la copia, y corrigiendo al cómico, le dijo:

— ¡Tajo, Tajo! Éste no quiso hacerle caso y repitió el verso:

Alcázar que sobre el Tejo


— Ya le he dicho a usted que no es sobre el Tejo ...

— Bueno, pues — contestó el galán, resignándose a obedecer —, sea como usted dice, pero ya verá lo que resulta — y declamó la redondilla:

    Alcázar que sobre el Tajo
    Blandamente te reclinas
    Y en sus aguas cristalinas
    Te ves como un espajo.


Y volviendo al apuntador, le dijo, con aire de triunfo:

    ¿Ya lo ve usted, so carajo,
    Cómo era Tejo y no Tajo?


A lo que aquél, sin darse por vencido, contestó:


    Pues disparató el poeta     ¡Puñeta!

CHAPTER 6

EL CLAVEL DISCIPLINADO


Gran cariño tuvo el virrey Amat por su mayordomo, don Jaime, que, como su Excelencia, era catalán que bailaba el trompo en la uña y un portento de habilidad en lo de allegar monedas.

La gente de escaleras abajo hablaba pestes sobre los latrocinios, pero los que estaban sentados sobre la cola, que eran la mayoría palaciegos, decían que tal murmuración no era lícita y que encarnaba algo de rebeldía contra su Majestad y los representantes de la corona.

Esta doctrina abunda hoy mismo en partidarios, por lo de quien ofende al can ofende al rabadán.

Así, los clericales, por ejemplo, dicen, que siendo de católicos la gran mayoría del Perú, nadie debe atacar la confesión, ni el celibato sacerdotal, como si en un país donde la mayoría fuera de borrachos no se debería combatir el alcoholismo.

Amat abrigaba el propósito de no regresar a España cuando fuera relevado en el gobierno, y tan decidido estaba a dejar sus huesos en Lima, que hizo construir, en la vecindad del monasterio del Prado, una magnífica casa, con el nombre de Quinta del Rincón.

Podría, hoy mismo, ese edificio competir con muchos de los más aristocráticos de España; pero, como es sabido, fueron tantos y tales los quebraderos de cabeza que llovieron sobre el ex virrey, en el juicio de residencia, que aburrido al cabo, se embarcó para la Metrópoli, haciendo regalo de la señorial residencia, al paisano, amigo y mayordomo.

Decía la voz pública, que es hembra vocinglera y calumniadora, que don Jaime había sido en Palacio correveidile o intermediario de su Excelencia para todo negocio nada limpio, y como siempre las pulgas pican, de preferencia, al perro flaco, resultó que muchos de los perjudicados, más que al virrey, odiaban al mayordomo.

Una noche, sonadas ya las ocho, se aproximaba don Jaime a la Quinta del Rincón, cuando le cayeron encima dos embozados que, puñal en mano, lo amenazaron con matarlo si daba gritos pidiendo socorro. Resignóse el catalán a seguirlos, que el argumento del puñal no admitía vuelta de hoja, y lo condujeron al Cercado, lugarejo, que por esos tiempos, era de espantosa lobreguez.

Allí le vendaron los ojos y, calle adelante, lo metieron en una casuca donde, a calzón quitado, le aplicaron veinticinco azotes, con látigo de dos ramales, y así, con el rabo bien caliente, lo acompañaron hasta dejarlo en la plazuela del Prado.

Al día siguiente, era popular en Lima este pasquín:

    Don Jaime, te han azotado
    Y por si esto se desvela
    A Amat dile que te huela
    El clavel disciplinado.


Por supuesto que una copia de este pasquín llegó a manos del virrey, quien atragantándosele el tercer verso, dijo:

    Que le huela ... que le huela ...
    Que se lo huela su abuela.

CHAPTER 7

UN CALEMBOURG


Fray Francisco del Castillo, más generalmente conocido por el Ciego de la Merced, fue un gran repentista o improvisador; su popularidad era grande en Lima, allá por los años de 1740 a 1770.

Cuéntase que habiendo una hembra solicitado divorcio, fundándose en que su marido era poseedor de un bodoque monstruosamente largo, gordo, cabezudo y en que a veces, a lo mejor de la jodienda, se quitaba el pañuelo que le servía de corbata al monstruo y largaba el chicote en banda, sucedió que se apartaba de la querella, reconciliándose con su macho. Refirieron el caso al ciego y éste dijo:

    No encuentro fenomenal
    El que eso haya acontecido
    Porque o la cueva ha crecido
    O ha menguado el animal.


Llegada la improvisación a oídos del Comendador o Provincial de los mercedarios, éste amonestó al poeta, en presencia de varios frailes para que se abstuviera de tributar culto a la musa obscena.

Retirado el Superior, quedaron algunos frailes formando corrillo y embromando al cielo por la repasata sufrida.

— ¿Y qué dice ahora de bueno, el hermano Castillo? — preguntó uno de los reverendos.

El hermano Castillo, dijo:

    El chivato de Cimbal,
    Símbolo de los cabrones,
    Tiene tan grandes cojones
    Como el Padre Provincial.


Rieron todos de la desvergonzada redondilla, pues parece que el Superior nacido en un pueblo del norte, llamado Cimbal, no era de los que por la castidad conquistan el cielo.

No faltó oficioso que fuera con el chisme a su paternidad reverenda, quien castigó al ciego con una semana de encierro en la celda y de ayuno a pan y agua.

Los conventuales, amigos del lego poeta, le dijeron que podía libertarse de la malquerencia del prelado aviniéndose a dar una satisfacción.

El Padre Castillo echó cuentas consigo mismo y sacó en claro que, siendo él cántaro frágil y el Comendador piedra berroqueña, lo discreto era no seguir en la lucha del débil contra el fuerte; a esa sazón, paseaba su reverencia por el claustro y, arrodillándose ante él, nuestro lego poeta lo satisfizo con el siguiente, muy ingenioso Calembourg:

    Pues lo dije, ya lo dije;
    Mas digo que dije mal,
    Pues los tiene como dije
    Nuestro Padre Provincial.

CHAPTER 8

    OTRA IMPROVISACIÓN DEL CIEGO DE LA MERCED

    Señor, Dios, que nos dejaste
    Por patrimonio y herencia
    La Pobreza y la Indigencia
    Cosas que tú tanto amaste
    Si era tan buena la cosa
    Allá a tu mansión gloriosa
    Do los ángeles se mueven
    Que no juegan, que no beben
    Ni fornican a una moza
    ¿Por qué no te las llevaste?


(Continues...)

Excerpted from Tradiciones En Salsa Verde by Ricardo Palma. Copyright © 2015 Red Ediciones S.L.. Excerpted by permission of Red Ediciones.
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Table of Contents

Contents

CRÉDITOS, 4,
PRESENTACIÓN, 9,
TRADICIONES EN SALSA VERDE, 11,
LA PINGA DEL LIBERTADOR, 13,
EL CARAJO DE SUCRE, 15,
UN DESMEMORIADO, 17,
LA CONSIGNA DE LARA, 19,
¡TAJO O TEJO!, 21,
EL CLAVEL DISCIPLINADO, 22,
UN CALEMBOURG, 24,
OTRA IMPROVISACIÓN DEL CIEGO DE LA MERCED, 26,
LA COSA DE LA MUJER, 27,
FATUIDAD HUMANA, 29,
DE BUENA A BUENO, 31,
LOS INOCENTONES, 32,
EL LECHERO DEL CONVENTO, 33,
PATO CON ARROZ, 35,
LA MOZA DEL GOBIERNO, 37,
MATRÍCULA DE COLEGIO, 39,
LA CENA DEL CAPITÁN, 41,
LA MISA A ESCAPE, 42,
OTRAS TRADICIONES UNA MOZA DE ROMPE Y RAJA, 43,
JUSTICIA DE BOLÍVAR, 50,
BOLÍVAR Y EL CRONISTA CALANCHA, 53,
LAS TRES ÉCETERAS DEL LIBERTADOR, 59,
LA CARTA DE "LA LIBERTADORA", 64,
JUICIOS LITERARIOS MIGUEL CANÉ, 68,
RICARDO PALMA FOTOGRABADO RUBÉN DARÍO, 74,
RICARDO PALMA FRANCISCO SOSA, 79,
LIBROS A LA CARTA, 87,

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