Sabor a la Mexicana

Sabor a la Mexicana

by Patricia Fromer
Sabor a la Mexicana

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by Patricia Fromer

eBook

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Overview

México, sus tradiciones, costumbres y platillos se combinan en una historia divertida en la que los personajes principales te llevarán a conocer algunos de los mágicos lugares de este maravilloso país, descubriendo al mismo tiempo, los súper alimentos que han formado parte de la nutrición de los mexicanos desde la época precolombina. Hablar de la cultura mexicana también involucra hablar del calor y amistad del pueblo mexicano, algo que siempre lo ha caracterizado y por lo que ha sido reconocido a nivel internacional, ganándose el título de “País Amigo”. La sencillez y humildad de la gente mexicana se ven representadas en una serie de pequeñas historias que se entrelazan para dar paso a una trama en la que la amistad entre dos amigas incrementa conforme su amor por México crece tras redescubrir que, lo que corre por sus venas, es sangre formada por la sabiduría de las diferentes culturas que han habitado esta nación junto con la belleza de los paisajes naturales combinados con los frutos que la noble y sabia tierra mexicana ha creado. Sabor a la Mexicana te hará reflexionar sobre el valor que se le debe al trabajo artesanal, a la vida del campesino, al papel de la mujer en la cocina típica mexicana y a esos alimentos mexicanos que se están perdiendo, pero sobre todo te hará reflexionar en el papel del que tú puedes ser parte para conocer, preservar y transmitir esos legados.

Product Details

ISBN-13: 9781504325387
Publisher: Balboa Press
Publication date: 02/25/2015
Sold by: Barnes & Noble
Format: eBook
Pages: 182
File size: 190 KB
Language: Spanish

Read an Excerpt

Sabor a la Mexicana


By Patricia Fromer

Balboa Press

Copyright © 2015 Patricia Fromer
All rights reserved.
ISBN: 978-1-5043-2537-0



CHAPTER 1

Descubriendo Sabores


Creciendo en una pequeña ciudad en donde nunca pasa nada, el salir a pasear aunque fuera a unos cuantos kilómetros de distancia, resultaba en toda una aventura. Aunque claro, con el gran apetito que siempre ha caracterizado a mi familia, el comentario más frecuente no era sobre lo que íbamos a ver o a dónde nos íbamos a quedar o lo que íbamos a hacer, sino más bien lo que íbamos a comer, sobre todo si ya habíamos visitado ese lugar anteriormente. Los platillos y la sazón de cada Estado y de cada región era el tema central en nuestra espera inquieta.

"Y por favor no pidan chilaquiles" decía mi papá justo cuando se nos empezaba a abrir el apetito y andábamos paseando por algún lugar. Esta fue la frase que despertó por primera vez en mí una inquietud sobre el por qué disfrutar lo típico de cada región a la que íbamos a visitar, ya que como el maíz ha sido nuestro alimento nacional y por ende todos sus derivados, pues la tortilla y sus combinaciones culinarias en muchos de nuestros platillos no sólo son utilizados en varias regiones de México, sino que son comunes en el menú diario de la mayoría de los hogares. Así que, cada vez que llegábamos a un restaurante del lugar que estábamos visitando, especialmente si nos encontrábamos en la zona costera, era una tradición oír la frase salir de la boca de mi papá: "¡Pa chilaquiles en su casa!"

El anhelado paseo nos hacía viajar antes de salir, las conversaciones que teníamos a la hora de comer o durante la merienda giraban alrededor de la última vez que habíamos visitado ese lugar, de lo que habíamos visto, de lo que le había ocurrido a alguno de nosotros, de las personas que habíamos conocido, de algo que nos había impresionado, de algo que nos sorprendía porque nunca lo habíamos oído mencionar o porque nunca antes lo habíamos visto, así pudiera ser una palabra, un ave, una flor, una comida o hasta un paisaje, aunque lo más común nos sucedía en el momento que entrelazábamos una conversación con los habitantes de aquellas regiones y es que, a pesar de que en México el idioma oficial es el español, también tenemos una gran cantidad de modismos, aparte de los dialectos, que varían de región en región, sin embargo de alguna forma nos damos a entender unos a otros, aunque nunca faltan los momentos en que esas variaciones del idioma nos llevan a situaciones graciosas y hasta embarazosas, como fue la ocasión en que me preguntaron si quería un birote, ni siquiera me pude imaginar lo que sería eso, pero seguramente la expresión de mi cara les hizo saber que me había imaginado lo peor.

– ¿Biroteeee? –pregunté como si me estuvieran hablando sobre algo de otro planeta.

–Sí, es un pan largo –me contestó el mesero con su acento costeño.

El muchacho estaba un poco desconcertado pues no entendía el motivo de mi asombro.

–Bueno, se lo traigo y si le gusta pos se lo come y si no pos lo deja.

–Bueno –le contesté. Siempre y cuando se tratara de algo para comer estaba bien, pues para eso nosotros nunca nos hemos hecho del rogar.

Cuando regresó con el famoso birote, resultó que era exactamente lo mismo que nosotros conocemos como bolillo, nos atacamos de la risa y no dejábamos de repetir la nueva palabra que habíamos aprendido "birote". Lo más gracioso es que en otra ocasión y en otro lugar nos volvió a suceder exactamente lo mismo, nada más que esta vez nos preguntaron si gustábamos unos "torcidos".

Las malinterpretaciones se daban no sólo por el cambio de nombre de algunas comidas, sino también por la forma de hablar en los diferentes Estados.

Recuerdo cuando una niña que tendría unos once años de edad y que vendía collarcitos de piedritas de río hechos a mano me preguntó–: ¿Y cuál es su gracia?

Yo, sin pensarlo, le respondí:

–Pues a mí me gusta contar chistes –y le pregunté–: ¿Pero cómo es que tú sabes que me gusta hacerme la graciosa?

Ella se echó a reír cubriéndose el rostro con la mano izquierda, como si no hubiera querido reírse y sonrojada, como si no quisiera ofenderme, pensó las palabras antes de hablar y pronunció con más claridad como para no confundirme:

–Mi gracia es Xóchitl. ¿Cuál es su gracia?

Solté la carcajada por lo ridícula que me había yo escuchado y le contesté:

–Mi gracia es Patricia.

Después de despedirnos y de que ella me deseara que "Dios me acompañara", no quedó en mí más que el pensamiento de reflexión de aquella niña, quien tan pequeña, ya estaba ganándose la vida como decimos en mi pueblo, y quien además conservaba la pureza de las costumbres de su región.

Para otros, el uso de las palabras que se llegaban a malinterpretar los llevaba a problemas mayores, como le sucedió a mi hermano en un viaje que realizó con algunos amigos cuando decidieron parar a comer en una fondita. El día estaba bastante agradable así que decidieron sentarse en las mesitas que estaban afuera del pequeño lugar, todos pidieron algo de comer, después de un buen rato la comida arribó. Mientras empezaban a saborear sus platillos, mi hermano vio a la hija de la señito encargada de cocinar recargada en la pared de la entrada de la fonda y le dijo:

–Oye, sal por favor.

La chica se metió y en menos de lo que canta un gallo salió la mamá gritoneando:

–¡Óigame! ¿Por qué le está diciendo a mi hija que salga? ¿Qué se cree? ¿Qué quieren que los corra? ¡Compórtense o se van a tener que ir!

Todos se quedaron completamente perplejos, mi hermano se defendió y le dijo que él no le había dicho nada, que solamente le había pedido que le trajera la sal.

En México a pesar de que el idioma que hablamos todos los mexicanos es el español, en cada Estado del País la gente usa palabras muy particulares, la combinación de estas palabras son como los ingredientes que se utilizan en la preparación de un exquisito platillo, y son como la sazón que se le agrega a tan rico idioma, así como se le hace también a los platillos de cada rinconcito del País que es lo que hacen a sus lugares únicos, de tal forma que se te queda el antojo de seguir conociéndolos para disfrutarlos.

CHAPTER 2

México Tradicionalmente Hospitalario


Se dice por ahí que: "el que mucho se despide, pocas ganas tiene de irse", y es que, cuando uno llega de visita a algún lado y se siente tan a gusto en ese lugar, uno no quisiera que llegara el momento de la despedida, sobre todo si los factores que conforman ese momento están acompañados por una buena comida, una buena bebida y una buena charla, todo lo demás pasa a segundo plano, ya sea que esté lloviendo, que si la casa de los dueños es elegante y lujosa o pobre y sencilla, o si está situada con una vista hermosa o rodeada por muchas otras casas o departamentos, o si es humilde y con platos baratos, lo importante es la convivencia con esas personas y la experiencia de sentirse bien recibido. Una buena compañía es como una buena comida, se saborea poco a poco, se disfruta cada bocado y es difícil de olvidar; con el paso del tiempo, tal vez no recordarás lo que vestían las personas que te acompañaban, o los objetos que había alrededor de la casa, pero la bebida, la comida y la plática eso sí no se te olvida. Eso nos sucedía no sólo durante nuestros viajes alrededor de México, sino también durante visitas a familiares y amigos, amigos de los amigos y hasta a los eventos especiales de personas que ni conocíamos y que resultábamos ser invitados de los invitados, y es que, en México, es muy común hacer visitas no anunciadas, llegar solamente para "saludar" y te das cuenta de que realmente eres más que bienvenido por ese gesto que se demuestra con un alegre saludo, un fuerte abrazo y ese "quédense a comer" que nunca falta. Si resultaba que a los que visitábamos de sorpresa tenían un evento al que estaban invitados, nunca faltaba que nos dijeran que fuéramos con ellos, que a sus amigos, parientes o familiares les iba a encantar conocernos. A veces aceptábamos, a veces no, aunque nos insistieran, eso sí, dependiendo de la situación, porque a nosotros también nos enseñaron nuestros padres a no ser abusivos. Hay que recalcar que las personas más hospitalarias y a las que menos les importaba que fuéramos invitados de los invitados, o que llegáramos más bien de gorrones como es común decir en México, a sus bodas, quince años, bautizos o a cualquier otro evento que tuvieran, era precisamente a la gente más humilde, a la que no le importaba cómo íbamos vestidos, aquella que no pagaba un gran salón con comida de nombres extraños y bebidas que pintaban una imitación de las bebidas de los bares extranjeros y las cuales no se mezclan ni con tequila, pulque o mezcal, pero que eso sí, te ofrecían su amistad y su mole hecho en metate guisado por largas horas, del cual no paraban de insistirte que comieras más. En la despedida nunca faltaba que te pusieran un itacate para llevarte a tu casa y seguir saboreando esos ricos guisos con tus seres queridos.

Cuando compartíamos ese "itacate" con amigos y familiares, y relatábamos lo bien que nos habían recibido, no sólo volvíamos a vivir esos momentos, sino recordábamos con mucho cariño a las buenas personas que nos habían abierto más que su casa, en otras palabras, nos habían abierto su corazón. Cuando platicábamos de ellas, era como enviar una especie de oración mental, oración que no comentábamos pero que, de alguna forma, todos sentíamos. En esas pláticas nunca faltaba resaltar, aparte de la deliciosa comida, esa hospitalidad que distingue al pueblo mexicano y que no en muchas partes del mundo la tienen, y es que, aunque México se distingue por su riqueza en variedad de climas, paisajes, arquitectura y alimentos que componen la exquisita cocina tradicional, su imagen hospitalaria siempre ha sido un emblema que lo ha caracterizado a nivel internacional.

Recuerdo cómo se hablaba en esas pláticas familiares de los Juegos Olímpicos de 1968, en los que México fue anfitrión. Se decía que el pueblo mexicano empezó a obsequiar a los extranjeros que estaban visitando el País recuerditos con emblemas típicos como brochecitos de sombrerito de charro, o muñequitas de la china poblana, pulseritas de jarritos de barro y hasta discos de música de mariachi entre otras cosas. Estas acciones no estuvieron para nada organizadas, fueron espontáneas expresiones simplemente del gesto mexicano, demostrando su corazón hospitalario. Claro, también en esas Olimpiadas, los mexicanos se dieron a conocer a nivel mundial por sus ingeniosas ideas para distraer al enemigo. Recuerdo cómo se comentaba que algunos primos habían participado en aquellas serenatas interminables que les llevaban a los integrantes de los diferentes equipos extranjeros acompañados con unos tequilitas, con el propósito de desvelar a los jugadores que competirían al día siguiente con los seleccionados olímpicos mexicanos, esperando que con esto los mexicanos ganaran en esa competencia, si eso resultó o no, no lo sé, lo que sí sé es que México se ganó la medalla de oro como país anfitrión y el título internacional de País Amigo.

Los relatos se veían interrumpidos más de una vez por las carcajadas de los que estábamos alrededor de la mesa. Entre todas las anécdotas que se contaban, la que más se me ha quedado grabada es la narración de la clausura de esos Juegos Olímpicos en la que se dice que, tradicionalmente en dichas clausuras los contingentes que integraban cada Nación tenían que marchar muy ordenados y sin acercamiento alguno al público, el caso de México fue el único en la historia en que los deportistas no pudieron contenerse y en su última marcha algunos de ellos empezaron a correr alrededor del estadio mientras otros abrazaban a cuanto mexicano encontraban, muchos otros se subieron hasta las butacas y empezaron a abrazar al público mexicano. En ese último adiós, se veía cómo las emociones de los jugadores reflejaban una despedida a una Nación que los había acogido con mucho amor y los había hecho sentir realmente bienvenidos, a tal grado que, muchos de esos deportistas no pudieron contener las lágrimas y gritaban a los cuatro vientos ¡¡GRACIAS MÉXICO!!

Esa hospitalidad no es fingida, a mí me tocó vivirla más de una vez y no solamente cuando íbamos de visita, sino también cuando nos llegaban a visitar y, de la misma forma, no importaba si era o no una visita planeada o espontánea, siempre se le ofrecía a las visitas alguna botanita, una cervecita o lo que gustaran de beber. Si no había suficiente en la alacena, siempre había alguien a quien enviar al mercado a comprar algo para ofrecer aunque fuera tortillas y frijolitos y, si se podía, algo más, el caso era atender al invitado con los honores que se merece. ¿De dónde el mexicano sacó esa hospitalidad?, no lo sé, yo crecí viendo cómo mi mamá se desvivía por ofrecer deliciosos guisos mientras mi padre ofrecía la bebida y la plática.

El platillo que se les ofrecía a las visitas dependía del lugar de donde provenían, si venían de otro Estado, la comida tenía que ser algo tradicional de la región en la que vivíamos, algo que fuera para deleitar su paladar y que no fuera fácil de conseguir en su lugar de origen. Si sucedía que la plática se alargaba más de lo previsto, siempre había un espacio en la casa que ofrecer al visitante para que se quedara a pasar la noche, no importaba que hubiera algunas incomodidades para nosotros, así tuviéramos que dormir en el piso, cosa que hicimos más de una vez, pues entre despedida y despedida, la plática se extendía. Esto era el reflejo no sólo de lo bien que se la estaba pasando el visitante en nuestro hogar, sino también nosotros con su visita, dejando una satisfacción en nuestro sentir de haber sido unos buenos anfitriones sin esperar en absoluto algo a cambio y eso es algo que un verdadero mexicano lleva en la sangre, siempre dispuesto a ofrecer lo mejor de sí y muy bien representado con su bebida, su comida y su compañía.

CHAPTER 3

¿De dónde vienes?


En cuanto se trata a la variedad de platillos y tradiciones, no me importaba ir aunque fuera a los lugares más simples, realmente era una gran alegría y todavía lo es, el sentirse bienvenido por la gente que es algo que no existe en muchos lugares del mundo, pero en lo que corresponde a México, la gente de verdad es hospitalaria de corazón y las frases, los platillos, los paisajes y las costumbres que enriquecen a México, son realmente increíbles. La variedad es tan extensa que tan sólo en un mismo Estado muchas veces lo que se produce y se consume en la parte norte es muy diferente a lo que se consume y se produce en la parte sur, eso es lo que caracteriza y distingue a cada uno de los Estados que conforman la República Mexicana, no importa en qué lugar de México se encuentre uno, basta con que mencionemos de dónde venimos y la gente del Estado que se visita no tarda en nombrar algo típico por lo que nuestro lugar de origen es conocido, sobre todo en cuanto a comida se refiere, hasta pareciera que esas personas son de mi familia, pero la verdad, ¿quién no gusta de disfrutar de sabores bien combinados?, lo cual es otra de las cualidades de muchos platillos mexicanos y cuando se tiene hambre, pues hasta más sabrosos saben. Así que, cuando uno va de visita a otro Estado, por lo regular la gente tiende a mencionar el platillo tradicional por el que ese Estado es reconocido. Así nos sucedió en una ocasión mientras visitábamos una pequeña plaza en Puerto Vallarta.

– ¿Y de dónde nos visitan? –preguntó el encargado de uno de los puestos de joyería.

–Venimos del Estado de Hidalgo –contestamos casi al unísono.

El señor inmediatamente dijo sin hacer ningún titubeo:

– ¡Ah! ¡La barbacoa de hoyo y los deliciosos pastes! Apenas anduve por allá el mes pasado, fui a una feria a mostrar la joyería típica de Jalisco y como hace tiempo que no iba, pues comí barbacoa de hoyo casi todos los días.

Yo pensé que nosotros éramos los únicos tragones en todo México, pero la verdad, ¿a quién no le gusta comer? sobre todo si los ingredientes de los platillos están tan bien combinados y envuelven la energía y el amor de las persona que los preparan, y a esto, agregarle la hospitalidad y la alegría que caracteriza al mexicano, pues por supuesto que una simple comida se convierte en toda una experiencia a la que uno le agrega su repertorio de memorias inolvidables.

–Pues ahorita a mí no se me antoja la barbacoa de hoyo –le contesté al joven de la joyería– nosotros vamos a ir a comernos unos tacos de camarón y un pescado al ajo a la fonda de Doña Hortensia, algo refrescante para este calor.

Cuando entré a la Universidad, decidí responder a un anuncio de periódico en el cual solicitaban estudiantes para compartir los gastos de renta de una casa. Esta casa se encontraba muy cerca de las instalaciones Universitarias y era común que la mayoría de las casas estuvieran habitadas por estudiantes de diferentes partes de la República Mexicana, al igual que por muchos otros estudiantes y profesores que venían de lugares tan lejanos como Guatemala, El Salvador, Bolivia, Argentina y hasta Rusia; esto me brindó la oportunidad de conocer no sólo costumbres y tradiciones de otros países, sino también me facilitó el experimentar otros sabores. Estas personas originarias de diversos lugares, traían consigo una buena cantidad de provisiones para preparar las comidas a las que ellos estaban acostumbrados. Si no fuera por esas experiencias, nunca me hubiera enterado de los alimentos más populares de ciertos lugares. Así fue como unas personas procedentes del Estado de Tabasco me introdujeron a su bebida tradicional, "el pozol", que es una bebida preparada con maíz molido y cacao. Para mí esta bebida resultó un poco pesada para mi estómago, sin embargo para ellos, no solamente era lo más refrescante y delicioso que podían tomar, sino que era algo que ya sus cuerpos demandaban porque estaban acostumbrados a tomarla desde niños. Esta bebida, según ellos, la heredaron desde la era prehispánica, por lo que se llenaban de orgullo al compartirla y al hablar de ella.


(Continues...)

Excerpted from Sabor a la Mexicana by Patricia Fromer. Copyright © 2015 Patricia Fromer. Excerpted by permission of Balboa Press.
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Table of Contents

Contents

Descubriendo Sabores, 1,
México Tradicionalmente Hospitalario, 7,
¿De dónde vienes?, 12,
Compárteme tu vida, 16,
Ingrediente Secreto (tu energía), 26,
Te comparto de lo mío, 47,
Los viajes de mis padres, 50,
En busca de una mayor riqueza, 58,
No todo lo que relumbra, 64,
La otra cara de la moneda, 69,
¿Tianguis, mercado o supermercado?, 80,
Sabor a la Mexicana, 98,
¡Regionalízate!, 132,
Bibliografía, 169,

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