Sálgase de ese pozo: Hablemos con franqueza sobre la liberación de Dios

Sálgase de ese pozo: Hablemos con franqueza sobre la liberación de Dios

by Beth Moore
Sálgase de ese pozo: Hablemos con franqueza sobre la liberación de Dios

Sálgase de ese pozo: Hablemos con franqueza sobre la liberación de Dios

by Beth Moore

eBook

$3.99 

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Overview

Beth Moore quiere que los lectores sepan que si Dios pudo sacarla a ella del pozo, Él puede sacar ¡a CUALQUIERA! Ella admite que no era sólo una visitante. Esta ex moradora del pozo tuvo que ser liberada de un sinfín de impurezas acumuladas por la vida, oscuridad aterradora, ira sofocante, desesperación dolorosa y confusión ensordecedora del intelecto. Las lecciones permanentes que aprendió durante su desesperación y que ahora comparte en este libro son lecciones de esperanza para todas nosotras. Aunque entiende profundamente el cómo y el porqué de la vida en el "pozo", ella continuamente dirige a sus lectoras a la liberación que les aguarda. La liberación es para todos dice ella. No importa cómo caíste allí, no importa el tiempo que hayas estado allí, si creas que lo merezcas o no. Y con su estilo franco, directo y amoroso a la vez, ella les recuerda a sus lectoras que la liberación puede comenzar hoy mismo.


Product Details

ISBN-13: 9781418582173
Publisher: Grupo Nelson
Publication date: 04/08/2007
Sold by: HarperCollins Publishing
Format: eBook
Pages: 268
File size: 2 MB
Language: Spanish

About the Author

About The Author

Beth Moore es maestra y escritora de libros y estudios bíblicos de gran éxito, cuyos compromisos para hablar en público la llevan por todo Estados Unidos y el mundo. Una esposa dedicada, madre de dos hijos y feliz abuela de dos nietos, Moore lidera el Ministerio Living Proof.

Read an Excerpt

Sálgase de Ese Pozo


By Beth Moore, Lesvia Esther Kelly

Grupo Nelson

Copyright © 2007 Grupo Nelson
All rights reserved.
ISBN: 978-1-60255-020-9



CHAPTER 1

La vida en el pozo


Usted no tiene por qué quedarse allí. Aún si ha estado en él toda su vida, puede salirse. Aunque crea que ese es el lugar que se merece, todavía está en condiciones de salir. Tal vez usted sea del tipo de persona que trata de poner su pozo lo más acogedor posible. Y que pese a eso no deja de preguntarse por qué no puede sentirse satisfecha allí y por qué no tiene la madurez suficiente como para contentarse con el lugar en que se encuentra. Después de todo, ¿no nos dijo Pablo el apóstol que deberíamos estar satisfechos en cualquier situación?

¿No se le ha ocurrido pensar que quizás el pozo no sea un lugar para sentirse a gusto? Tal vez deba darle las gracias a Dios por no estar satisfecha. Hay cosas que no fueron hechas para ser aceptadas. El pozo es una de ellas. Deje de tratar de hacer que se vea bien. Es tiempo de que salga de allí. Cuando Cristo dijo: «Sígueme» inherente en su invitación a seguirle estaba la invitación a salir. Las leyes de la física dicen que si trata de ir a un lugar sin salir de otro, su cuerpo puede ser incapaz de hacerlo. Y aunque estire sus piernas al máximo, esto no podrá hacerlo por más de unos minutos.

No me malinterprete. No estoy hablando de empacar y dejar un lugar físico, aunque tal vez eso resulte necesario. Y si está casada, ¡válgame Dios!, por supuesto que no estoy hablando de dejar a su cónyuge. Estoy hablando de dejar un lugar mucho más íntimo que aquel de donde saca su correspondencia. Estoy hablando de un lugar misterioso del corazón, de la mente y del alma, tan cerca y personal que, como lodo en las llantas, lo llevamos con nosotros a donde quiera que nuestras circunstancias físicas nos lleven.

No importa a dónde vayamos, siempre habrá la posibilidad de llevar el pozo con nosotros. En cualquier camino podemos hacer girar velozmente nuestras llantas y tirar lodo hasta que cavemos una zanja justo en medio de una relación o de un trabajo que hubiese podido ser bueno. Cuando esto ocurre, nuestros corazones se deprimen al darnos cuenta que nuestra nueva situación no es mejor que la anterior. El ambiente a nuestro alrededor podrá haber cambiado, pero seguimos viviendo en ese mismo viejo pozo. Empezamos, entonces, a pensar en la forma en que vamos a deshacernos de una posición o de una persona desagradable, cuando la solución real sería deshacernos de ese pozo que arrastramos con nosotros. El problema es que el pozo puede estar tan cerca que ni lo vemos.

Mi marido, nuestros dos perros y yo acabamos de regresar a casa después de haber viajado 2.700 kilómetros por carretera, uniendo cinco estados como quien hilvana una cobija hecha de parches. Esto es algo que hacemos varias veces al año. Durante horas y horas, Beanie olfatea el aire acondicionado en busca de aves de caza (Beanie no es mi marido sino uno de nuestros perros) y Sunny (mi otro perro) no para de sonreír a menos que necesite rascarse. La alegría continúa y los kilómetros siguen pasando hasta que alguien se pone un poquito malhumorado. No voy a dar nombres, pero Dios perdona las fallas y hasta da muestras de mucha misericordia al proveernos, en el momento preciso, de un descanso en el camino. Él nos muestra toda clase de favores, como hacer que aparezca un restaurante que sirve café expreso en un lugar tan remoto que más tarde me pregunto si realmente existió o quizás no fue más que un espejismo y que nunca lo volveríamos a encontrar ni en un millón de años. Pero mientras el refrigerio satisfaga, no me importa si todo está en mi mente.

Lamentablemente, nuestro viaje de cachet se acaba cuando se acaba el café. Cuando insistes en viajar de extremo a extremo del país con dos caninos de buen tamaño, te ahorras dinero que te hubieses gastado en un cuarto de motel. La mayoría de veces nos quedamos en alojamientos que tienen números en los nombres. No importa la cadena, todos los cuartos son casi idénticos, con camas angulares dobles, cubiertas con las mismas colchas azul-marino ordenadas de un catálogo de 1972 cuyo remiendo se les salió hace mucho tiempo de modo que cuando te das vuelta en la cama, los dedos de los pies quedan enredados en los hilos sueltos. Yo duermo entre Keith (este es mi marido) y Beanie, y como se dan las cosas, cada uno está tapado hasta la nariz. Mi solución es subir el aire acondicionado, pero éste se congela y termina por dejar de funcionar.

Como toda buena viajera, me despierto feliz y empiezo mi breve rutina matutina. El champú viene dentro de una bolsa pequeñita que tengo que abrir con los dientes. Escupo lo que se me mete en la boca y rápidamente me pongo el resto en la cabeza. Si les digo que tengo una cabellera abundante entenderán por qué no puedo desperdiciar ni una gota. Lo que Keith tiene que usar para lavarse la cabeza es el jabón blanco genérico que, en pastillas diminutas encontramos en el cuarto de baño. Esta clase de jabón tiende a dejarle en el pelo una gruesa capa blanca, pero bien vale el sacrificio. Todo sea por mi cabellera. Por lo demás, le sale barato comparado con lo que tendría que pagar para mantener los rayitos que me pongo en el cabello. De todas formas, él puede ponerse una gorra de béisbol y asunto arreglado.

La gente que sabe lo mucho que viajamos a veces me pregunta por qué no nos conseguimos una casa rodante. Le respondo con una palabra: El baño. (¿O es que son dos palabras?) El espacio tan reducido y la falta de aire fresco en una casa rodante hace que el baño ... bueno ... esté presente en todas partes. Dicen que uno se acostumbra pero, ¿en realidad quiero acostumbrarme? ¿Qué es lo que pasa cuando ya no nos damos cuenta del olor? No, como lo veo yo, no fuimos creados para acostumbrarnos a ciertas cosas.

Como vivir en un pozo.

Pero lamentablemente, lo hacemos. Podemos acostumbrarnos tanto al ambiente de nuestro pozo, que no podemos pensar en irnos sin él. Digamos que usted ha estado viviendo en una vieja casa rodante tan reducida que ni siquiera puede estirar las piernas o erguirse todo lo que quisiera. Visualice todo lo que se amontona en un espacio tan pequeño. Imagínese el olor inevitable de ese cuarto de baño tan estrecho. Hasta su ropa empieza a oler así. ¿O es su cabello el que huele así?

Ahora, imagínese que le hayan ofrecido una casa totalmente nueva. Una casa real sobre un fundamento sólido, con grandes guardarropas y espacios bien abiertos. Casi no puede esperar para habitarla. Llena de ansiedad, aprieta hasta el fondo el acelerador de la casa rodante y la mete directamente en la sala, llevándose una pared o dos. ¡Ah, finalmente! ¡A esto sí que puedo llamarlo mi hogar! Se echa hacia atrás en el asiento de la casa rodante, respira profundo y se acomoda para sentir algo fresco. Algo diferente. Luego se da cuenta que ese aire se sentía igual al del viejo cuarto de baño. Esperaba un cambio, pero su alma se desploma al comprobar que, aunque está en un lugar nuevo, todo se siente y huele igual.

Aunque lo que experimenta sea desalentador, eso puede ser la mejor noticia que haya recibido en todo el año. Si se da cuenta que cada situación en la que se encuentra es como un pozo es porque se está llevando su pozo consigo. Y eso significa que ha aprendido algo que realmente necesita saber: Tiene que dejar de andar manejando esa casa rodante hedionda por todos lados. Esta es una gloriosa excepción a la regla de que «si el zapato te queda, úsalo». Porque si el volante de esa casa rodante hedionda le queda bien, no tiene que seguir agarrándolo.

Si se dio cuenta de que usted es la persona que está manejando esa casa rodante vieja y destartalada, quiero que entienda que lo último que quiero es que pase vergüenza. La única razón por la cual puedo reconocer a alguien que reside en un pozo móvil, es porque se necesita uno para reconocer al otro.

Tal vez di en el clavo en cuanto a algo en lo cual soy toda una experta: la vida en el pozo. Cuando se trata de pozos, supongo que he vivido en todos los que se pueda imaginar. Desde la niñez a la edad adulta, los he recorrido todos, intercambiando un modelo por otro. El pozo era mi infierno seguro en momentos de angustia. Y la única razón por la cual tengo la audacia de escribir este libro es porque ya no estoy allí. Me salí porque algo, Alguien, trabajó por mí. Créame cuando le digo esto: Si yo pude salir, cualquiera puede hacerlo.

Quizás traté de mantener la entrada al pozo en secreto para que nadie lo supiera; sin embargo, por algo que varias personas me han dicho recientemente me doy cuenta que no fue así. Varios meses atrás, Dios me llevó a su Palabra para que hiciera una especie de análisis sobre qué era un pozo exactamente. Abrí mi fiel concordancia, busqué cada lugar en el cual se usa el término y empecé a trabajar. Allí, en las páginas de las Escrituras, Dios me enseñó tres formas en que podemos entrar a un pozo y algunas maneras en las que podemos salir. El mensaje me renovó tanto que los siguientes meses hablé sobre esto en tres conferencias distintas. La primera fue en California a un grupo de 4.000 mujeres de todas las edades. La segunda también fue a un grupo de miles pero sólo había jóvenes universitarias. La tercera fue a una audiencia selecta en un estudio de grabación, para grabarla y pasarla por televisión.

Al final de cada mensaje les hacía las mismas preguntas. La primera era: «Después de todo lo que han aprendido bíblicamente acerca del pozo, ¿cuántas de ustedes pueden decir que han estado en uno?» En los tres grupos, todas las manos se levantaban. No me extrañaba. La segunda pregunta era: «¿Cuántas de ustedes han entrado a los pozos en las tres maneras diferentes de las cuales hablé?» Casi todas las manos se levantaron, incluyendo la mía. Les pedí que cerraran los ojos para poder hacerles la última pregunta: «¿Cuántas de ustedes pueden decir que están en un pozo ahora mismo?» Para mi sorpresa, una cantidad apabullante de manos tímidas se levantaron sólo hasta el nivel de los hombros, por si acaso sus vecinas las estaban mirando.

Así que, ¿cuál es la gran sorpresa? Si yo fuera una mujer aficionada a apostar, habría apostado que los tres grupos tenían lo mejor de lo mejor en cuanto a mujeres que buscan a Dios y siguen a Jesús. Muchas de ellas han ido a estudios bíblicos por años. Montones son consideradas por sus compañeras como mujeres de éxito. A otras las ven como un modelo a seguir. En cuanto a las jóvenes universitarias, un número significativo de ellas percibe el llamado de Dios para sus vidas. Muchas son espirituales ... y desdichadas.

He llegado a la conclusión de que hay infinitamente más personas desdichadas que felices. Muchas más se sienten derrotadas que victoriosas. Si se las presiona, miles confesarían que «esto» no trabaja tan bien como esperaban. Muchas creyentes están totalmente desconcertadas, si es que no están en desesperación total. Sí, dejando las miradas inexpresivas a un lado, están en un pozo. No sin causa alguna, pero absoluta y totalmente sin necesidad. También he llegado a la conclusión de que algunos pozos han sido decorados sólo para que se vean mejor que otros. Pero no deje que nadie la engañe. Un pozo es un pozo.

Ese es el problema. Muy a menudo no reconocemos un pozo cuando estamos sumidos en él. Así que, ¿por qué tendríamos que pensar en salir de allí? La razón por la cual algunas de ustedes, gente buenísima, están en un pozo sin darse cuenta es porque equivocadamente relacionan los pozos con el pecado. En nuestra subcultura cristiana pensamos que el único pozo que hay es el pozo del pecado. Pero si hacemos un análisis bíblico de un pozo, vamos a tener que pensar mucho más abiertamente que eso. Necesitamos conocer la manera de identificar los diferentes pozos y de saber cuándo estamos metidos en uno de ellos. Así que aquí va: Puede saber que está en un pozo cuando ...

Se siente atrapada. Así lo dice Isaías 42.22: el pozo es un lugar donde la persona se siente atrapada; donde tiende a sentir que su única opción es portarse mal. Por ejemplo: empieza a patalear y a gritar con la esperanza de que sus movimientos le ayuden a liberarse. O decide someterse. Por ejemplo, piensa que es la única causante del lío en que se encuentra metida por lo que decide morir en él. El salmo 40 añade a las características de un pozo palabras como: «resbaladizo», «enlodado», «fangoso». Juntas, estas palabras nos dicen una cosa vital sobre un pozo: De él no se puede salir.

He estado allí en más maneras que cualquiera. Sólo pasaron unos cuantos meses después de casarnos para que Keith tratara de cambiar a su esposa de ser una defensora de los derechos de los animales a ser una cazadora. Pensó que sería más sabio empezar con criaturas que no tenían pelaje, pues los que tenían plumas harían ver la caza como algo menos personal. Así fue que para mi primera y última caza de gansos me vistió con el último par de botas de hule que encontró en una tienda de excedentes del ejército y que eran tamaño doce. Cuando íbamos a pagar, se dio cuenta que ambas eran para el pie derecho, pero como me quedaban un poco grandes pensó que estarían bien de todas maneras. Sonriendo de oreja a oreja como si hubiese acabado de cazar un ciervo, Keith puso esos monstruos negros enfrente de mí. Miré hacia abajo y vi que las dos puntas de las botas «miraban» para el mismo lado. Después de un rato, me volví para mirarlo a él. Lo único que se me ocurrió decirle fue que dondequiera que llegáramos a ir, siempre sería hacia la derecha.

El amanecer no tuvo misericordia conmigo. Era demasiado temprano y hacía bastante frío mientras caminaba con dificultad detrás de él. Estábamos en un campo arrocero lleno de agua en las afueras de Houston. Cada tercer paso que daba, una de mis botas derecha se empantanaba en el lodo, hasta que finalmente uno de mis pies se atascó tan profundamente que, por más esfuerzos que hice, no logré zafarme.

«¡ Jala, mi amor, jala!», me decía Keith.

«¡Es lo que estoy haciendo!», le grité. «¡Pero no logro zafarme!»

Cada segundo que permanecía allí me hundía un centímetro más. Cuando finalmente el lodo empezó a meterse dentro de mis botas, hice lo que cualquier mujer que se respete haría: Me puse a berrear. Exasperado, Keith se volvió y empezó a caminar hacia mí. Refunfuñaba algo que no estaba segura qué sería, pero de lo que estaba muy segura era de que alguien debería haberle lavado la boca con jabón. También estaba segura de que en esos momentos él no estaba de humor como para que lo hiciera yo.

Jaló y jaló hasta que me sacó los pies de las botas, con todo y medias. Regresamos al carro ese día, sin pájaros, sin botas, y él llevándome en sus espaldas. Aquella no fue la última vez en que nos habríamos de encontrar con una situación parecida.

Hundiéndose centímetro por centímetro. Eso es lo que sucede en un pozo. Jeremías supo lo que se siente y, mire que él no pecó para merecer estar allí. Jeremías 38.6 describe el pozo como un lugar de hundimiento.

Y tiene que haber sido mucho peor con sandalias que con botas. Pero no importa lo que tenga en los pies, usted puede estar segura de una cosa: el pozo sólo se pone más profundo. El terreno bajo siempre se hunde. En un pozo no hay un nivel donde usted se sienta segura.

Quizás usted piense que ya se ha dicho suficiente acerca de la ironía de los cristianos y la vida en un nivel inferior ... hasta por mi propia boca y los garabatos que mi pluma ha hecho. No sé por qué pero me irrita que la gente se quede en lugares malos cuando no tiene por qué hacerlo. En la mayoría de los casos eso es, precisamente, lo que hace que un pozo sea un pozo: un sentimiento de estancamiento. Supongo que me siento así porque yo ya he estado allí. Estuve atrapada por un buen tiempo antes de darme cuenta que no tenía que quedarme allí. Y ahora que ya no lo estoy, quiero que todo el mundo esté fuera de esa trampa.

Usted no tiene dónde apoyar el pie. En Salmos 69.2, David clamó: «Me estoy hundiendo en una ciénaga profunda, y no tengo dónde apoyar el pie». Si aún no está convencida, es tiempo de que acepte el hecho bíblico de que su alma tiene un enemigo real, y este no es de carne y hueso. No podemos seguir ignorando a alguien que sistemáticamente está tratando de destruir nuestras vidas. La pasividad tiene que irse. Efesios 6.11 nos implora: «Pónganse toda la armadura de Dios para que puedan hacer frente a las artimañas del diablo». Hágale frente. Nadie puede, indefinidamente, hacerlo por usted. Si usted y yo vamos a ser personas victoriosas, tenemos que pararnos sobre terreno sólido. Efesios 6.13 nos exhorta: «Por lo tanto, pónganse toda la armadura de Dios, para que cuando llegue el día malo puedan resistir hasta el fin con firmeza».


(Continues...)

Excerpted from Sálgase de Ese Pozo by Beth Moore, Lesvia Esther Kelly. Copyright © 2007 Grupo Nelson. Excerpted by permission of Grupo Nelson.
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Table of Contents

Contents

Reconocimientos, ix,
Prólogo, xiii,
Introducción, 1,
Capítulo 1: La vida en el pozo, 6,
Capítulo 2: Cuando la lanzan a un pozo, 22,
Capítulo 3: Cuando se resbala en un pozo, 48,
Capítulo 4: Cuando salta a un pozo, 70,
Capítulo 5: Cómo salir del pozo, 90,
Capítulo 6: Los tres pasos para salir del pozo, 112,
Capítulo 7: Esperando la liberación de Dios, 138,
Capítulo 8: Decídase, 158,
Capítulo 9: Cantar una nueva canción, 182,
Capítulo 10: Nuestro futuro sin pozos, 200,
Notas, 211,
Oraciones con Escrituras, 213,
Guía de descubrimiento, 229,

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