Porqué me fui, porqué me quedé: Conversaciones sobre el cristianismo entre un padre evangélico y su hijo humanista

Porqué me fui, porqué me quedé: Conversaciones sobre el cristianismo entre un padre evangélico y su hijo humanista

Porqué me fui, porqué me quedé: Conversaciones sobre el cristianismo entre un padre evangélico y su hijo humanista

Porqué me fui, porqué me quedé: Conversaciones sobre el cristianismo entre un padre evangélico y su hijo humanista

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Overview

Autor cristiano, best seller, activista y erudito Tony Campolo y su hijo Bart, un reconocido humanista, debaten sus diferencias espirituales y exploran las semejanzas entre la fe, las creencias y la esperanza que comparten.

En una cena de acción de gracias, Bart Campolo, de 50 años de edad, le anunció a su padre, el pastor evangélico Tony Campolo, que después de una vida inmerso en la fe cristiana, ya no creía en Dios. La revelación sacudió la dinámica familiar de los Campolo y obligó a padre e hijo a reconsiderar sus propios recorridos en la fe.

En este libro los Campolos reflexionan sobre sus odiseas espirituales personales y cómo evolucionaron cuando sus caminos se divergieron. Tony, renombrado maestro y pastor cristiano, relata su experiencia, desde la primer aflicción al descubrir el cambio en la fe de Bart, a la sanidad subsiguiente que encontró en su propio autoanálisis, hasta aceptar el punto de vista de su hijo.

Bart, un autor humanista y capellán de la Universidad del Sur de California, habla de su caminar espiritual desde el cristianismo progresivo al humanismo, revelando cómo afectó su perspectiva y transformó la relación con su padre. Una barrera dolorosa entre un padre y su hijo que pudo haberlos dividido irremediablemente se convirtió en una oportunidad que ofreció a cada uno una perspectiva no solo de lo que los separa, sino de lo que es aún más importante, lo que los une.


Product Details

ISBN-13: 9780829768053
Publisher: Grupo Nelson
Publication date: 02/27/2018
Pages: 208
Product dimensions: 5.25(w) x 8.00(h) x 0.60(d)
Language: Spanish

About the Author

Dr. Tony Campolo es profesor emeritus de Sociología en el Eastern College de St. Davids, estado de Pennsylvania. Es También fundador y presidente de la Evangelical Association for the Promotion of Education, una organización educativa que ayuda a niños y adolescentes "en situación de riesgo", en las ciudades de Estados Unidos de América y en otros países en desarrollo. El Dr. Campolo tiene escritos más de 20 libros y es un orador popular tanto a nivel nacional como internacional. Él y su esposa, Margaret, residen en Pennsylvania.

Read an Excerpt

CHAPTER 1

Una noche de Acción de Gracias poco usual

Por Tony Campolo

Soy un seguidor de Jesús de toda la vida, un prominente predicador y profesor emérito de sociología en una universidad cristiana. Por eso, es muy difícil, si no imposible, describir cómo me sentí la noche del Día de Acción de Gracias del año 2014 cuando, en una sala débilmente iluminada de su casa de tres pisos en un barrio peligroso de la ciudad de Cincinnati, mi hijo Bart, en su medianía de edad, nos dijo a su madre y a mí que ya no creía en Dios.

Toda la experiencia fue surrealista. Al principio, no creí lo que estaba escuchando, indudablemente porque no quería creerlo. Después de todo, este era mi hijo amado, quien por más de dos décadas había sido mi compañero en el ministerio. Bart había sido siempre mi confidente y mi mejor consejero cuando enfrentaba circunstancias difíciles y decisiones que surgían invariablemente al ministrar a gente pobre y personas oprimidas en las regiones urbanas de Estados Unidos y los países del Tercer Mundo. Habíamos orado y trabajado juntos y, como equipo, habíamos llevado esperanza y ayuda a lugares donde se necesitaban desesperadamente.

Como yo, Bart era un predicador itinerante que proclamaba con audacia el evangelio. Combinaba el mensaje de las buenas nuevas de salvación mediante la fe en Cristo con un ruego de justicia a favor de los desheredados socialmente. A través de los años, había llamado a decenas de miles de adolescentes y adultos jóvenes a alejarse de las seducciones de nuestra sociedad consumista y unirse a una revolución que podría llevar al mundo del desastre en que se encuentra a ser un paraíso como Dios quiere que sea.

En mis propios viajes, he conocido a muchos estudiantes universitarios cuyas vidas habían sido transformadas por la predicación y enseñanza de mi hijo. Una y otra vez encontraba ministros y misioneros que me decían que no estarían en el trabajo cristiano de no haber sido por la intervención de Bart. Incontables personas me hablaban en términos elogiosos sobre cómo el consejo amoroso y oportuno de Bart los había permitido pasar por luchas espirituales rescatándolos de la desesperación. Así que, ¿cómo iba a poder conciliar todo eso con la noticia que oí aquella fatídica noche de que Bart, en alguna parte, había perdido su propia fe en Dios?

Me sentí abrumado y terriblemente herido.

No recuerdo mucho lo que mi esposa Peggy o yo dijimos aquella noche cuando Bart nos dio la noticia. Por supuesto, él se había preparado para la ocasión, pero a nosotros nos encontró completamente desprevenidos.

Cuando más tarde estuvimos solos en nuestra habitación, Peggy me dijo que mientras escuchábamos a Bart, ella había estado orando silenciosamente para que mi dolor no me hiciera decir algo de lo cual tuviera que arrepentirme por el resto de mi vida. Me siento tranquilo de no haberlo hecho, pero sí me sentí perplejo e inseguro.

— ¿Qué hacemos ahora? — le pregunté a mi esposa —.

No vaciló ni un momento:

— Mira — me dijo —. He pasado los últimos treinta años de mi vida diciéndoles a los padres de jóvenes homosexuales y lesbianas que, como cristianos, la única cosa que cualquiera de nosotros puede hacer es aceptar y amar a nuestros hijos, tal como son, en forma incondicional. Y no creo que haya otra cosa que podamos hacer tratándose de nuestro propio hijo.

Peggy dejó muy en claro que no había manera de que Bart perdiera el apoyo y el amor de su madre, aunque hubiese querido con todo su corazón que las cosas hubieran sido como habíamos pensado que eran solo horas antes. Mi propio corazón se estaba rompiendo, y ya empezaba a temer las preguntas que sabía que me harían tanto mis amigos como aquellos que no eran mis amigos, pero en ese momento yo también sabía que no habría manera en que Bart fuera a perder el amor incondicional de su papá.

Nuestro hijo ya nos había dicho cuánto nos amaba y cómo lamentaba que su sinceridad nos hiciera sufrir. Nadie estaba enojado. Nadie se sentía amargado. Yo no estaba seguro cómo, exactamente, pero confiaba que, como familia, sobreviviríamos a esta crisis, siempre y cuando Peggy y yo dependiéramos de Dios para que se hiciera cargo de lo que fuera que tuviéramos por delante. Todo lo que pudimos hacer aquella noche fue orar.

Una vez que el primer efecto del golpe hubo pasado, rápidamente me di cuenta de que no podría ni querría aceptar pasivamente la declaración de mi hijo de haber dejado la fe cristiana para adoptar el humanismo secular como su nueva religión. Por lo tanto, decidí que hablaría con él para pedirle respuestas a las preguntas más importantes que estaban ocupando mi mente. ¿Qué era lo que lo había hecho cambiar? ¿Habría alguna manera que lo hiciera reconsiderar su decisión y regresar a Cristo y a la comunidad cristiana? ¿Había yo fallado en modelar para él un estilo de vida que fuera consistente con las enseñanzas de Jesús? ¿Fue mi culpa que él se abandonara?

Esta última pregunta me preocupó aún más cuando un editorial en Christianity Today, la principal publicación cristiana de Estados Unidos, sugirió que si no me hubiese concentrado tanto en cuestiones sociales y en mi preocupación por los pobres, la partida de Bart del cristianismo no habría ocurrido. Ese editorial realmente me dolió, porque me hizo dudar de que yo hubiese sido un buen padre.

Estas eran solo algunas de las preguntas para las que necesitaba desesperadamente respuestas. Afortunadamente, pronto tendríamos mucho tiempo para hablar él y yo. Poco después de que mi hijo nos anunciara la pérdida de su fe, hice arreglos para que pasáramos una semana en Inglaterra. Bart aceptó el plan con entusiasmo. Ambos éramos conscientes que tendríamos muchas horas de conversación durante ese tiempo entre mis compromisos ministeriales. Bart parecía tan ansioso de explicarse como yo de oír lo que tendría que decir. Oré mucho para que durante nuestras conversaciones yo pudiera decir cosas que ayudaran a traerlo de vuelta a la fe. Él, por su parte, quería ayudarme a entender qué lo había alejado del cristianismo y por qué todavía estaba entusiasmado acerca de su futuro. Este libro es producto de esas conversaciones.

En Inglaterra, en una sucesión de parques y cafés, conversamos extensamente. Éramos conscientes que mientras hablábamos, estábamos compartiendo nuestros sentimientos más íntimos y expresando nuestras más profundas convicciones. También nos dimos cuenta de que lo que estábamos diciéndonos mutuamente podía ser de ayuda a otras personas que estuviesen luchando con estos asuntos, y especialmente a padres e hijos que se encontraran en la misma situación conflictiva entre lo religioso y lo intelectual. Después de todo, para la mayoría de nosotros no hay ningún lugar seguro para hablar sobre los asuntos difíciles de la fe, resolver dudas o responder preguntas. No necesitábamos ninguna revelación especial para comprender que en una época en la que más y más jóvenes responden cuestionarios sobre filiación religiosa marcando en forma honesta el cuadro de «ninguna», las conversaciones respetuosas como las que estábamos sosteniendo deberían ocurrir también entre padres e hijos en situaciones parecidas a la nuestra.

El mundo no necesita más polémicas teológicas o debates sobre la verdad del cristianismo, y este libro no está tratando de ser ninguna de las dos cosas, aunque es cierto que siempre estoy tratando de hacer lo mejor como seguidor de Jesús. Si estás luchando con preguntas y dudas sobre la fe cristiana, parte de mi trabajo es responder a esas preguntas y aclarar esas dudas hasta donde pueda hacerlo y dar las mejores respuestas posibles sobre por qué creo que los cristianos deberían permanecer en el rebaño. Aunque entiendo que probablemente la fe de Bart no se restituya por mis argumentos, espero que al menos lo ayuden a estar abierto al trabajo que quiera hacer el Espíritu Santo en él. También espero que mis argumentos ofrezcan a otros cristianos la forma de mantener la comunicación con sus seres queridos no creyentes en forma amorosa y respetuosa sin comprometer el evangelio.

Ha llegado el momento para que Bart les cuente lo que nos dijo a su madre y a mí aquella fatídica noche de Acción de Gracias en Cincinnati, de modo que podamos comenzar esta conversación juntos.

CHAPTER 2

Cómo fue que me fui: El periplo de un hijo a través del cristianismo

Por Bart Campolo

No podrás entender por qué dejé el cristianismo a menos que entiendas por qué me hice parte de él. Por supuesto, debido a que mi padre es un evangelista famoso, a menudo la gente piensa que yo fui un verdadero creyente desde el día mismo en que nací. Pero el hecho es que no llegué a ser cristiano, sino hasta que era un estudiante de segundo año en la secundaria. Aun entonces, no fue Tony Campolo quien me guió a Jesús.

No me malinterpretes. Yo no fui el hijo rebelde de un predicador que no quería ir a la iglesia porque odiara a mi padre por ser un hipócrita. Al contrario, mi papá era mi héroe. Me gustaba acompañarlo en sus compromisos como predicador. Por ese entonces, él no acostumbraba ir a lugares muy elegantes, pero sí hacía que los «extras» del viaje me resultaran entretenidos. Así, de camino a casa me llevaba a ver alguna película o una carrera de autos. Aun así, lo que realmente me atraía era observar a mi padre cómo hipnotizaba a sus auditorios con sus chistes, sus anécdotas conmovedoras y, sobre todo, con su pasión por Jesús.

Para ser sincero, hasta donde recuerdo, siempre he sido un fan de Tony Campolo. Cuando era un niño, aun después de haber oído sus mejores sermones docenas de veces, no podía dejar de reír, llorar y sentirme inspirado junto con el resto de la audiencia. Y cuando la gente lo trataba como una estrella de rock, yo me paraba a su lado y disfrutaba siendo el centro de la atención. Lo mejor de todo, él no era falso. Hasta donde podría decir, su predicación se ajustaba a su forma de vida. Sin duda, no fue mi padre quien me impidió llegar a ser cristiano antes. Él hacía que seguir a Jesús fuera una noble aventura y siempre supe que su fe era sincera. No. Mi problema era que yo simplemente no creía en Dios.

No es que eso me molestara mucho, pero fingir que aceptaba todas esas historias de la Escuela Dominical al pie de la letra y actuar como si el cielo y el infierno fueran lugares reales, me hacía sentir extraño. Pero yo era un buen chico y no tenía ningún interés en complicarle la vida a nadie. Así es que me callaba. Las cosas pudieron haber sido diferentes si yo hubiese tenido que actuar como si tuviera fe también en el ámbito de mi familia, pero, en general, nuestra familia no opera de ese modo. Desde el principio, mi hermana mayor, Lisa, no se anduvo con rodeos para demostrar su falta de interés por el cristianismo y nunca cambió de actitud. Más importante aún, aunque mi madre creció como la hija de un pastor antes de llegar a ser la esposa de un pastor, creo que es justo decir que ella, realmente, tampoco creía en Dios cuando Lisa y yo crecimos.

Ahora, mi mamá es una creyente sincera, pero su f lorecimiento tardío es enteramente otra historia. Lo que importa aquí es que hasta que me convertí a la fe cristiana estando en la secundaria, nuestro pequeño núcleo familiar era sorprendentemente secular por una votación de tres a uno. Mi papá, ocasionalmente, trataba de establecer devocionales diarios a la hora del desayuno, u oraciones familiares antes de irnos a dormir, pero tales iniciativas fueron siempre recibidas con muy poco entusiasmo, y cuando se hacían eran misericordiosamente breves. Mamá, Lisa y yo siempre lo acompañábamos cuando tenía compromisos de predicación localmente, pero cuando tenía que salir fuera de la ciudad, por lo general nos turnábamos para inventar razones para no ir a la iglesia. Respetábamos su cristianismo, tanto público como privado, pero la fe sobrenatural era su cosa, no la nuestra. En nuestra familia, la verdadera religión era la amabilidad. Mientras yo fuera amable, y especialmente amable con los marginados, estaba bien. En realidad, todo se reducía a eso.

Afortunadamente, ser amable era algo natural en mí, en parte porque siempre me ha agradado estar en contacto con la gente y en parte porque aprecio lo que pueda recibir de ellos como retroalimentación. Especialmente de mi madre. Vez tras vez ella me ponía frente a un desafío — hacer reír a una anciana solitaria, invitar a algún niño torpe a jugar, atender las heridas de algún animal accidentado — para luego, cuando la obedecía, llenarme de elogios. «¿No te sientes bien ahora?», me preguntaba después, y la verdad es que sí, me sentía bien.

Cuando llegué a la escuela secundaria, sin embargo, me sentí incluso mejor por ser atlético y popular, especialmente después de que me convertí en el portero titular del equipo de fútbol universitario, cuando era estudiante de segundo año. De repente, era invitado a todas las grandes fiestas, y hermosas chicas que nunca se habían fijado en mí empezaron a sonreírme. Si bien todo eso me llamaba la atención, me mantenía cauteloso. En cambio, a medida que la temporada avanzaba me fui poniendo más consciente de que mi nuevo estado como alguien importante en el campus no tenía nada que ver con mi carácter. Así fue como, en un sentido espiritual, estaba maduro para la cosecha.

Debí haber sospechado cuando Joel, el simpático y apuesto alumno del último año a quien yo había desplazado de su posición de portero titular, empezó a mostrar un interés especial por mí, pero no lo hice; más bien lo tomé con calma cuando en lugar de estar molesto por haberle quitado su protagonismo se convirtió en mi mayor apoyo, alentándome en las prácticas y animándome durante los juegos. Nunca me pregunté por qué me estaba cultivando como amigo, incluso cuando un día me invitó a que lo acompañara a la reunión de su grupo de jóvenes de la iglesia, el jueves por la noche. Una vez que llegamos allí, yo estaba demasiado emocionado como para preocuparme.

Primero, imagínate a unos trescientos adolescentes de una docena de escuelas secundarias del área llenando un salón multiusos alfombrado, saludándose con abrazos y dando la bienvenida a los nuevos que llegaban; dividiéndose en equipos para juegos de alta energía y luego trasladándose todos a un auditorio oscurecido donde se proyectaban videos en una pantalla gigante, mientras un conjunto musical en vivo tocaba rocanrol, después de lo cual un director joven se levantaba para dar una charla sobre lo que significa ser un verdadero amigo cuando alguien está en problemas. Luego, imagínate a esos mismos muchachos: un grupo surtido donde había atletas, porristas, nerds, drogadictos, músicos y marginados sociales felizmente agrupados después de la reunión, hablando sobre su próximo proyecto de servicio. Sea que lo veas o no, yo sí podía verlo: el grupo de jóvenes de Joel era para mí absolutamente perfecto. Un club con entusiasmo de alto octanaje para los adolescentes que realmente disfrutaban haciendo que las cosas fueran mejores para otras personas. Yo me sentí capturado desde el primer día y, durante los siguientes meses, ese grupo juvenil rápidamente se convirtió en el foco principal de mi vida.

Por supuesto, no tardé mucho en descubrir que todo aquel movimiento estaba construido sobre el mismo tipo de cristianismo al que yo había estado expuesto — y que no me había convencido — hasta donde podía recordar. Joel y sus amigos no eran creyentes nominales. Eran serios acerca de su fe, a diferencia de los muchachos de la secundaria que no tomaban nada en serio. Estos se levantaban temprano para orar, celebraban estudios bíblicos en la cafetería, cantaban himnos mientras se dirigían a ver alguna película y se preocupaban unos de otros en todo, desde memorizar pasajes bíblicos hasta mantenerse puros sexualmente. Lo que más me impresionaba, sin embargo, era la sinceridad de su amor y la profundidad de su compromiso de atraer a otros a su círculo de servicio. Yo seguía sin creer en Dios, pero por primera vez en mi vida realmente quise creer, no porque tuviera miedo de ir al infierno, sino porque quería convertirme en un miembro de la comunidad más celestial que jamás hubiera visto.

(Continues…)


Excerpted from "Por Qué Me Fui, Por Qué Me Quedé"
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Table of Contents

Prefacio, vii,
Prólogo Por Peggy Campolo, ix,
Una noche de Acción de Gracias poco usual Por Tony Campolo, 1,
Cómo fue que me fui: El periplo de un hijo a través del cristianismo Por Bart Campolo, 7,
Cómo fue que me quedé: La historia de un padre por mantener su fe Por Tony Campolo, 36,
Yo no elegí no creer en Dios ...:; solo dejé de hacerlo: Perder la fe no es una opción Por Bart Campolo, 51,
Se cosecha lo que se siembra: Cómo veo la desconversión de Bart Por Tony Campolo, 62,
La vida en el otro lado: La feliz realidad del humanismo secular Por Bart Campolo, 76,
El quid del asunto: Por qué el humanismo no funciona sin Jesús Por Tony Campolo, 92,
El lado oscuro de la gracia: Por qué Jesús no funciona para mí Por Bart Campolo, 108,
No tan de prisa: Por qué los secularistas deberían echar otra mirada a la cruz Por Tony Campolo, 116,
Bondad sin Dios: Los fundamentos de una moralidad secular Por Bart Campolo, 126,
¿Y entonces, qué?: Por qué los secularistas no pueden enfrentar la muerte Por Tony Campolo, 138,
Parte del trato: La forma en que los humanistas seculares lidian con la muerte Por Bart Campolo, 149,
Nada es casual: Por qué las experiencias trascendentales apuntan a Dios Por Tony Campolo, 163,
Todo está en la cabeza: Cómo llegué a ser un naturalista religioso Por Bart Campolo, 170,
Una conclusión conjunta Por Bart y Tony Campolo, 180,
Agradecimientos, 193,

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