Índika: Una descolonización intelectual: Reflexiones sobre la historia, la etnología, la política y la religión en el Sur de Asia
Examining not only the influence exercised by the Colonial West on India, but also the influence of India on Western modern thought, this study aims to decolonize the Indian continent of the clichés and tales imposed on it by the West and by modernity. The result is a fascinating investigation that not only questions traditionally accepted prejudices about India itself, but also criticizes the traditional perspective dictated by the Western social sciences. Examinando no sólo la influencia del occidente colonial, si no también la influencia de la India en el pensamiento moderno occidental, este estudio busca eliminar los estereotipos de la India impuestos por el occidente y por la modernidad. El resultado es una investigación fascinante que desafía prejuicios tradicionalmente aceptados sobre la India, pero que también critica la perspectiva tradicional de las ciencias humanas occidentales.
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Examining not only the influence exercised by the Colonial West on India, but also the influence of India on Western modern thought, this study aims to decolonize the Indian continent of the clichés and tales imposed on it by the West and by modernity. The result is a fascinating investigation that not only questions traditionally accepted prejudices about India itself, but also criticizes the traditional perspective dictated by the Western social sciences. Examinando no sólo la influencia del occidente colonial, si no también la influencia de la India en el pensamiento moderno occidental, este estudio busca eliminar los estereotipos de la India impuestos por el occidente y por la modernidad. El resultado es una investigación fascinante que desafía prejuicios tradicionalmente aceptados sobre la India, pero que también critica la perspectiva tradicional de las ciencias humanas occidentales.
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Índika: Una descolonización intelectual: Reflexiones sobre la historia, la etnología, la política y la religión en el Sur de Asia

by Agustín Pániker
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Examining not only the influence exercised by the Colonial West on India, but also the influence of India on Western modern thought, this study aims to decolonize the Indian continent of the clichés and tales imposed on it by the West and by modernity. The result is a fascinating investigation that not only questions traditionally accepted prejudices about India itself, but also criticizes the traditional perspective dictated by the Western social sciences. Examinando no sólo la influencia del occidente colonial, si no también la influencia de la India en el pensamiento moderno occidental, este estudio busca eliminar los estereotipos de la India impuestos por el occidente y por la modernidad. El resultado es una investigación fascinante que desafía prejuicios tradicionalmente aceptados sobre la India, pero que también critica la perspectiva tradicional de las ciencias humanas occidentales.

Product Details

ISBN-13: 9788472457331
Publisher: Editorial Kairos
Publication date: 01/01/2007
Sold by: Barnes & Noble
Format: eBook
Pages: 516
File size: 978 KB
Language: Spanish

About the Author

Agustín Pániker is a publisher and an author of the only monography published in Spanish on Jainism.

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Índika

Una Descolonización Intelectual


By Agustín Pániker

Editorial Kairós

Copyright © 2005 Agustín Pániker
All rights reserved.
ISBN: 978-84-7245-733-1



CHAPTER 1

EL MITO DE LOS CONTINENTES

Una reflexión en geografía

* * *


Todo el mundo ha oído hablar del "subcontinente indio". En los medios de comunicación, en los libros de geografía, en los de historia ... la noción se utiliza con mucha frecuencia. A mi, que disfruto con la geografía, siempre me pareció un concepto misterioso. Es hasta cierto punto inquietante que no exista otro espacio en la Tierra al que se le haya otorgado este ambiguo honor. ¿Se ha preguntado alguien qué es un subcontinente? Tal vez sea un mini-continente; o una cosa que no llega a la categoría de continente. En las lenguas latinas el prefijo sub-expresa en primer lugar inferioridad de situación. As que piensen lo que quieran. De cualquier manera, me intriga por qué nunca se habla de un subcontinente chino, o de uno norteafricano, o, ¿por qué no?, de un subcontinente europeo.

En realidad, los interrogantes que plantea lo del sub-continente conducen a nuevas preguntas: ¿qué es un continente?, ¿qué es Asia?, ¿qué es Oriente?, ¿qué es la India? Como estoy al tanto de que esto de inquirir acerca de lo que las cosas son no tiene hoy muchos partidarios entre los filósofos, únicamente voy a tratar de desvelar ciertos vectores que he desenterrado bajo ideas como "Asia", "Oriente" o "India".

Por extraño que parezca, la respuesta a estas cuestiones sólo puede esbozarse si delimitamos también, y quizá primero, lo que es Europa y lo que podra ser Occidente. Esto no es mera lógica: el continente asiático o el espacio llamado Oriente, sólo pueden o pudieron concebirse desde Europa-Occidente. Hete aqu el fundamento del llamado eurocentrismo: la tendencia a contrastar el resto con un centro identificado con Europa. Desde el centro cada continente y entidad geocultural tiene su lugar espacial determinado, su propia historia y posee una naturaleza intrínseca en contraposición al centro eurooccidental.

Habrá quien objete que toda visión del mundo es, de alguna forma, etnocéntrica. Concedo. Pero acéptese que la modalidad euro de centrismo no sólo es original en sumo grado (pues niega serlo, ya que pretende ser neutral, ahistórica, racional y empírica) sino que ha sido y es altamente agresiva al imponerse hegemónicamente en el mundo que ella misma ha globalizado. Lo que sigue puede concebirse como una personal terapia de descolonización geocultural. La tarea a la que me encomiendo en los primeros captulos consiste en rastrear cómo se ha fabricado un otro índico/asiático/oriental. Pienso que puede resultar útil para dar al traste con algunos estereotipos y prejuicios que estimo sera sano revisar y para insinuar una nueva metageografía (la estructura espacial por la que nos construimos nuestro conocimiento del mundo) que sea verdaderamente cosmopolita. Para desacreditar esta visión eurocéntrica me he inspirado en el gran trabajo realizado por Martin Lewis y Kären Wigen.

* * *

Los primeros en otorgar los nombres Europa y Asia a unas masas terráqueas fueron los griegos. Y es que es norma en la historia del pensamiento occidental que los primeros en cualquier cosa sean los griegos. En algún momento remoto comenzaron a llamar Europa a las tierras que se extendan al Oeste del mar Egeo y Asia a las que se alejaban hacia el Este. Algo más tarde se añadiría Lybia (África) para designar a los territorios que quedaban al Sur del mar.

Curiosamente, buena parte de los helenos no se identificaba plenamente con Europa. Aunque subrayaran la singularidad del pensamiento griego, Heródoto, Platón o Aristóteles enfatizaron su deuda para con Asia. Sabido es que Pitágoras siempre aparece como transmisor de la sabiduría de Oriente. Cierto que esta idea le debe mucho a los platónicos tardos y a los neopitagóricos de principios de la era cristiana, que tuvieron una especial predisposición por hallar un origen oriental a la filosofía griega. De todas formas, muchos pensadores de la antigua Grecia habían vivido en lo que luego se denominaría Asia Menor (hoy, Turquía), así que preferían una posición intermedia entre Asia y Europa. Se tenía la correcta impresión de que separar Asia de Europa era arbitrario. Y lo mismo empezó a suceder con África, que se sabía era contigua a Asia. En el siglo -V Heródoto se cuestionaba con lógica el sistema tricontinental:

«Y por cierto que no alcanzo a explicarme por qué razón la Tierra, que es una sola, recibe tres denominaciones diferentes que responden a nombres de mujeres.»

Con los romanos Europa y Asia pasaron a designar informalmente las porciones occidental y oriental del imperio. Más tarde, los teólogos medievales otorgaron significado religioso a la tripartición griega. San Jerónimo deca que Noé haba dado a cada uno de sus hijos (Sem, Cam y Jafet) una de las tres partes del mundo (Asia, África y Europa respectivamente). La idea continental pasaba a servir a los intereses de la antropologa cristiana.

Durante el perodo carolingio el término Europa comenzó a emplearse para denominar a las tierras de los francos y delimitar la cristiandad. Con frecuencia, se contrapona a la lejana y fabulosa Asia. Europa dejaba de remitir a un espacio fsico y se insinuaba como emblema cultural. A notar ya es el destierro de África, considerada inferior según el erróneo supuesto de que era pequeña y básicamente desértica.

Durante el Renacimiento se dio, cómo no, un resurgir de la visión helénica, ahora ajustada al humanismo de la época. Aunque la homologación entre Europa y la cristiandad todava poda mantenerse, se urdió una designación más secular: Europa equivala a Occidente. Y eso empezaba a significar lo helénico-romanocristiano; opuesto a lo turco-árabe-musulmán. Como bien ha conceptualizado Eviatar Zerubavel, el "descubrimiento" de América supuso «un choque cosmográfico total». Los monarcas españoles tardaron más de tres siglos en despojarse de la noción de "las Indias" y substituirla por la de "América". Aceptar la existencia de una masa transatlántica requera un esfuerzo mental mucho mayor que añadir una nueva pieza al modelo continental. La tripartición helénica haba desembocado en la noción de una única Isla Mundial (Orbis Terrarum), y ahora resultaba que existan otras "islas" en el mundo.

La noción moderna de "continente" comenzaba a perfilarse. Pero, obviamente, las fronteras entre estas masas tenan que reconsiderarse. América no representaba problema alguno pues el gran océano la separaba claramente del antiguo Orbis Terrarum. El mar Rojo y el istmo de Suez eran lo suficientemente ntidos para dividir Asia y África. Pero resultaba imposible dar con algo parecido para seccionar Europa de Asia. No fue hasta el siglo XVIII cuando un militar sueco propuso que los montes Urales formaban la barrera más significativa entre Europa y Asia. Los intelectuales del régimen de Pedro el Grande secundaron con entusiasmo la propuesta. Por fin podan justificar el inalienable carácter "europeo" de Rusia a la vez que considerar la tierra transurálica de Siberia como territorio "asiático" digno de ser explotado. En otras palabras, la consolidación de Europa como continente no sólo se fijó según criterios geográficos, sino en relación con intereses polticos y económicos. Sin la expansión colonial en las Américas, en Asia y en África no existiran ni la noción de Europa ni el imaginario de un Occidente. As se construyó la ridcula partición continental de Europa y Asia que todava prevalece y que nadie osa cuestionar, o bien porque se considera la correcta y natural, o porque el tema parece demasiado trivial como para preocuparse.

Pero, ¿qué es exactamente un continente? A mediados del siglo XVIII Emanuel Bowen lo defina como «un gran espacio de tierra seca que engloba varios pases y que no tiene separación por agua. As, Europa, Asia y África forman un gran continente, y América otro». Según esta tesis, que reforzó el prestigioso geógrafo Alexander von Humboldt, Europa no sera más que una extensión o apéndice de Asia-plus-África. Sorprendentemente, esta visión despejada y coherente no prevaleció, puesto que en el siglo XIX las distintas masas terráqueas se haban constituido definitivamente en "continentes"; y la separación entre Europa y Asia era un punto central y axiomático del esquema. Llegamos a la visión decimonónica clásica, resumida por Carl Ritter:

«Cada continente es una entidad única en s misma ... cada uno fue planeado y formado de manera que tuviera su propia función en el progreso de la cultura humana.»


Además, Ritter equiparó "raza" con "continente" y llegó –va Linneo– a la todava muy extendida simplificación de Europa como la tierra de la raza blanca, Asia la de la raza amarilla, África de la raza negra y América de la roja.

El hecho es que durante el siglo XIX se tena la certeza de que los continentes eran entidades geográficas reales y naturales, "descubiertas" por la razón y la indagación emprica. Con la definitiva inserción de Oceana se llegó a la conclusión de que la Tierra estaba formada por cinco continentes. Luego, la separación de América en dos bloques continentales fue insistentemente alentada desde Estados Unidos durante la década de los 1950s. Y con el añadido de la Antártida se llegó a la más moderna de siete continentes. Prácticamente todos los libros de geografía del mundo se ordenan a partir de este planteamiento. Y haciendo gala de un eurocentrismo atávico las secciones dedicadas a Europa en los atlas modernos triplican en promedio a las dedicadas a África.

Lo irónico de toda esta historia es que, como han mostrado Martin Lewis y Kären Wigen, «cuando se trata de cartografiar los patrones globales, sean de fenómenos físicos o humanos, los continentes son, simplemente, irrelevantes».

Si piensan que su razón de ser es geológica se equivocan. Las placas tectónicas (lo que verdaderamente constituye los cimientos de la superficie terráquea) no respetan en absoluto el modelo continental. La India está ligada tectónicamente a la lejana Australia, y no a sus vecinos asiáticos. África se está dividiendo en dos placas por el valle del Rift. Es más, los geólogos utilizan el término continente simplemente para designar bloques de corteza granítica separada por extensiones de corteza basáltica u oceánica. Desde el punto de vista geológico islas como Madagascar, Nueva Zelanda o Nueva Caledonia tendrían que haber alcanzado estatus continental, mientras que siquiera Norteamérica y Eurasia podrían dividirse, pues están unidas bajo el mar por la plataforma de Bering.

Tampoco en el plano biológico tiene sentido hablar de continentes. La fauna del Norte de África está más estrechamente emparentada con la de Eurasia que con la de África Ecuatorial. Madagascar, que siempre ha sido considerada una isla africana, es, ecosistémicamente hablando, un reino independiente.

Para el lego, los continentes son como grandes bloques de tierra más o menos separados. Los istmos de Panamá y Suez son lo suficientemente claros como para diferenciar Norteamérica de Sudamérica y África de Asia. Es todavía más nítida la distinción de Australia o la de la Antártida. Pero, una vez más, es imposible amputar Europa de Asia. Si bien algunos geógrafos admiten que Europa es una península de Asia (o Eurasia, y aún mejor, Afro-Eurasia), casi todo quisque separa ambas entidades. Esto sólo se explica por la necesidad de dicotomizar culturalmente Europa y Asia, una oposición que, como subrayan Lewis y Wigen, «era esencial para la identidad europea como civilización». En seguida entraré en esto; pero el que la infraestructura de Europa sea cultural no quita el hecho de que la división continental (geográfica) sea incoherente. A lo sumo, Europa constituiría uno de los cinco o seis subcontinentes afro-euroasiáticos. Y aún hay más motivos para hablar de un continente "índico" (que al menos geológicamente lo justifica) que no de uno "europeo".

Europa sería, pues, un continente cultural. Pero esto obliga a que los otros continentes también puedan definirse culturalmente (si no, ¿de qué sirve designarlos por un mismo nombre?). Y en el tema que nos toca, implicaría que Asia tendría que contemplarse culturalmente de forma homogénea. Pero Asia se niega a ser reducida a un único ethos o principio subyacente. De todos los supuestos continentes, no sólo es el de tamaño superior sino que a todas luces es el que posee mayor diversidad cultural. Las gentes llamadas "asiáticas" tienen poco que ver las unas con las otras. No en vano se ha dicho que todo lo que en la India es verdad, en China es mentira, y viceversa. Fíjense que muchos japoneses, indios, kurdos, yemeníes o andamaneses se consideran a sí mismos como tales, pero no como "asiáticos" u "orientales".

La noción de "continente" conduce a error, es inconsistente y hasta quizá perniciosa. Es un constructo fundamentalmente eurocéntrico. Un montaje, por otra parte, inestable. Piensen, por un instante, lo primero que les viene a la cabeza a la mención de "Norteamérica" o "África". Para la imaginación popular Norteamérica es sinónimo de Estados Unidos y Canadá, bien que los libros de geografía enseñan que México y los países de la llamada América Central pertenecen al continente norteamericano. De forma similar, lo primero que imaginamos al pensar "África" es la región sudsahariana (quitémosle ya lo de sub-), el África "negra", y sólo con esfuerzo incluimos el Norte de África. Así, los llamados continentes tampoco se ajustan a la imaginación popular.

Para más inri, el esquema continental se apoya sobre un nocivo determinismo medioambiental. Hace no mucho se postulaba que las diferencias culturales y sociales se derivaban de los entornos físicos y climáticos. Por ejemplo, se consideraba que la enorme variedad geográfica y climática europea habría impedido la formación de grandes imperios centralistas y ello habría facilitado el desarrollo de la economía de mercado. Sin negar la diversidad topográfica europea, hay que notar que los estudiosos miran a Europa al detalle, mientras que el resto aparece en los confines del mapa mental como una extensión monótona. El caso es que si escrutamos Europa y el susodicho subcontinente indio a una misma escala, hallaremos tanta diversidad topográfica en un lugar como en el otro.

Otra noción muy extendida era –y es– que los climas templados producen mentes vigorosas y sociedades progresistas, mientras que el clima tropical produce razas y culturas lánguidas y aplatanadas. El barón de Montesquieu, un pensador fino en muchas facetas, no obstante sostenía que los climas calurosos obligan a prácticas como el esclavismo, la poligamia o el despotismo. Montesquieu se esforzó en justificar que esas prácticas eran naturales y lógicas en sociedades tropicales (donde las chicas maduran con precocidad y los hombres son perezosos). O lo que es lo mismo, en mostrar que los no-europeos están condenados a la pasividad, víctimas de los imperativos de la geografía y la meteorología. No sugiero que el hábitat sea irrelevante en la formación de las culturas, pero no puedo admitir que el budismo sea fruto de la necesidad de reposo que el caluroso clima monzónico exige.


(Continues...)

Excerpted from Índika by Agustín Pániker. Copyright © 2005 Agustín Pániker. Excerpted by permission of Editorial Kairós.
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Table of Contents

Contents

Prefacio,
Parte I MITOLOGÍAS BLANCAS,
1. El mito de los continentes. Una reflexión en geografía,
2. El mito de Oriente. La falacia del esencialismo I,
3. El mito de la Razón. La falacia del esencialismo II,
4. Pluralismo. Más allá del culturalismo y del universalismo,
Parte II UNA VISIÓN FRACTAL DE LA INDIA,
5. Viaje a la India. De Indiké khôra ala British India,
6. Metáforas espaciales. Una visión fractal de la India I,
7. Unidad-y-diversidad. Una visión fractal de la India II,
8. Reflexiones cosmográficas. Ejercicio hermenéutico,
9. "Madre India". Tîrthas en el paisaje sagrado,
10. El paisaje vital. El lugar de la enacción,
Parte III ARIOS,
11. "Orígenes". Apuntes de etnohistoria,
12. El mito ario (I). Y el renacimiento oriental,
13. El mito ario (II). Y la fabricación de la indofobia,
14. El discurso de las razas. Revisión postcolonial,
15. Âryas contra dâsas. Lecturas políticas,
16. ¿Quiénes fueron los "chatos"? Arianismo indígena,
Parte IV RECREACIONES EN HISTORIA INDOISLÁMICA,
17. La recreación del pasado. Sobre la historia,
18. Hindûs contra musalamâns. Variaciones sobre el "comunalismo",
19. La construcción de al-Hind. Recreaciones en historia indoislámica I,
20. La cuestión religiosa. Recreaciones en historia indoislámica II,
Parte V HISTORIAS DEL BRITISH RAJ,
21. Misiones. Introducción al colonialismo,
22. La Joya de la Corona. Y el conocimiento como poder,
23. De códices legales. Derecho incomparable,
24. La colonización del pasado. Historias del British Raj,
25. Anglo-India. Pedagogas coloniales,
26. El sujeto colonial. Psicologa de la hibridad,
27. La reinscripción de la ciencia. Y la medicina colonial,
28. "Casta". Hacia una sociología imperial,
29. Del itihâsa a la "historia". Integraciones ndicas del pasado,
Parte VI HINDUISMO,
30. Qué es el hinduismo. Reflexiones sobre la religiosidad,
31. Neohinduismo. La cosificación de una religión,
32. Partición. Un râga crepuscular,
Postfacio,
Bibliografía,

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