Naufragios

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by Alvar Núñez Cabeza de Vaca
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Overview

Cabeza de Vaca y sus hombres entraron en contacto con unos indios de la Florida que les hicieron creer que había oro muy cerca. Caminaron durante dos semanas en dirección al noroeste hasta encontrar el primer poblado indígena. Sus impresiones serían después reveladas en sus obras. Tras una tentativa de volver, Alvar Núñez y su grupo continuaron rumbo a los Apalaches, sufrieron el cansancio y los ataques indígenas y encontraron mucho oro. El grupo se dirigió entonces de regreso a la costa y en el trayecto fueron atacados varias veces.
Alvar Núñez nunca más vio a su capitán Pánfilo de Narváez, quien se negó a lanzarle una cuerda para rescatar su barco. La barca de Narváez fue arrojada mar adentro por un viento muy fuerte y desapareció.
Cabeza de Vaca consiguió llegar a una isla donde encontraron indios muy amistosos. Allí pudo aprender mucho sobre las costumbres indígenas y sus curas mediante poderes mágicos.

Product Details

ISBN-13: 9788499533544
Publisher: Linkgua
Publication date: 08/31/2010
Series: Historia , #282
Sold by: Bookwire
Format: eBook
Pages: 94
File size: 816 KB
Language: Spanish

About the Author

Alvar Núñez Cabeza de Vaca (1507-1558). España. Era nieto de Pedro Vera, conquistador de las Islas Canarias. Fue educado por su tía y dejó la ciudad de Jerez (Andalucía) a los doce años de edad para unirse a los Medina Sidonia en Sanlúcar de Barrameda. De allí partió en 1521 una flota al mando de Fernando de Magallanes en el primer viaje alrededor del mundo. En 1527, a los veinte años, Cabeza de Vaca fue autorizado por Pánfilo de Narváez para embarcar. Administraba dos navíos, sus aparejos y víveres. La primera parada fue en La Española (República Dominicana y Haití). Allí desertaron más de 150 hombres. Los que continuaron fueron a Cuba y consiguieron reclutar más gente. Cabeza de Vaca estuvo casi diez años andando desnudo y descalzo y recorrió más de 18 mil kilómetros. Durante su largo viaje fue comerciante y después esclavo. En esas circunstancias encontró otros españoles y años después lograron escapar. Practicaron el curanderismo, entre otras costumbres indígenas. Tras sus fracasos en la conquista de nuevas tierras, Cabeza de Vaca se convirtió en un conocedor del mundo aborigen.

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Naufragios


By Álvar Núñez Cabeza de Vaca

Red Ediciones

Copyright © 2015 Red ediciones S.L.
All rights reserved.
ISBN: 978-84-9953-354-4



CHAPTER 1

EN QUE CUENTA CUÁNDO PARTIÓ LA ARMADA, Y LOS OFICIALES Y GENTE QUE EN ELLA IBA


A 17 días del mes de junio de 1527 partió del puerto de Sanlúcar de Barrameda el gobernador Pánfilo de Narváez, con poder y mandato de Vuestra Majestad para conquistar y gobernar las provincias que están desde el río de las Palmas hasta el cabo de la Florida, las cuales son en Tierra Firme; y la armada que llevaba eran cinco navíos, en los cuales, poco más o menos, irían seiscientos hombres. Los oficiales que llevaba (porque de ellos se ha de hacer mención) eran estos que aquí se nombran: Cabeza de Vaca, por tesorero y por alguacil mayor; Alonso Enríquez, contador; Alonso de Solís, por factor de Vuestra Majestad y por veedor; iba un fraile de la Orden de San Francisco por comisario, que se llamaba fray Juan Suárez, con otros cuatro frailes de la misma Orden. Llegamos a la isla de Santo Domingo, donde estuvimos casi cuarenta y cinco días, proveyéndonos de algunas cosas necesarias, señaladamente de caballos. Aquí nos faltaron de nuestra armada más de ciento cuarenta hombres, que se quisieron quedar allí, por los partidos y promesas que los de la tierra les hicieron. De allí partimos y llegamos a Santiago (que es puerto en la isla de Cuba), donde en algunos días que estuvimos, el gobernador se rehizo de gente, de armas y de caballos. Sucedió allí que un gentilhombre que se llamaba Vasco Porcalle, vecino de la villa de la Trinidad, que es en la misma isla, ofreció de dar al gobernador ciertos bastimentos que tenía en la Trinidad, que es cien leguas del dicho puerto de Santiago. El gobernador, con toda la armada, partió para allá; mas llegados a un puerto que se dice Cabo de Santa Cruz, que es mitad del camino, parecióle que era bien esperar allí y enviar un navío que trajese aquellos bastimentos; y para esto mandó a un capitán Pantoja que fuese allá con su navío, y que yo, para más seguridad, fuese con él; y él quedó con cuatro navíos, porque en la isla de Santo Domingo había comprado un otro navío. Llegados con estos dos navíos al puerto de la Trinidad, el capitán Pantoja fue con Vasco Porcalle a la villa, que es una legua de allí, para recibir los bastimentos; yo quedé en la mar con los pilotos, los cuales nos dijeron que con la mayor presteza que pudiésemos nos despachásemos de allí, porque aquel era un muy mal puerto y se solían perder muchos navíos en él; y porque lo que allí nos sucedió fue cosa muy señalada, me pareció que no sería fuera del propósito y fin con que yo quise escribir este camino, contarla aquí. Otro día de mañana comenzó el tiempo a dar no buena señal, porque comenzó a llover, y el mar iba arreciando tanto, que aunque yo di licencia a la gente que saliese a tierra, como ellos vieron el tiempo que hacía y que la villa estaba de allí una legua, por no estar al agua y frío que hacía, muchos se volvieron al navío. En esto vino una canoa de la villa, en que me traían una carta de un vecino de la villa, rogándome que me fuese allá y que me darían los bastimentos que hubiese y necesarios fuesen; de lo cual yo me excusé diciendo que no podía dejar los navíos. A mediodía volvió la canoa con otra carta, en que con mucha importunidad pedían lo mismo, y traían un caballo en que fuese; yo di la misma respuesta que primero había dado, diciendo que no dejaría los navíos, mas los pilotos y la gente me rogaron mucho que fuese, porque diese prisa que los bastimentos se trajesen lo más presto que pudiese ser, porque nos partiésemos luego de allí, donde ellos estaban con gran temor que los navíos se habían de perder si allí estuviesen mucho. Por esta razón yo determiné de ir a la villa, aunque primero que fuese dejé proveído y mandado a los pilotos que si el sur, con que allí suelen perderse muchas veces los navíos, ventase y se viesen en mucho peligro, diesen con los navíos al través y en parte que se salvase la gente y los caballos; y con esto yo salí, aunque quise sacar algunos conmigo, por ir en mi compañía, los cuales no quisieron salir, diciendo que hacía mucha agua y frío y la villa estaba muy lejos; que otro día, que era domingo, saldrían con el ayuda de Dios, a oír misa. A una hora después de yo salido la mar comenzó a venir muy brava, y el norte fue tan recio que ni los bateles osaron salir a tierra, ni pudieron dar en ninguna manera con los navíos al través por ser el viento por la proa; de suerte que con muy gran trabajo, con dos tiempos contrarios y mucha agua que hacía, estuvieron aquel día y el domingo hasta la noche. A esta hora el agua y la tempestad comenzó a crecer tanto, que no menos tormenta había en el pueblo que en la mar, porque todas las casas e iglesias se cayeron, y era necesario que anduviésemos siete u ocho hombres abrazados unos con otros para podernos amparar que el viento no nos llevase; y andando entre los árboles, no menos temor teníamos de ellos que de las casas, porque como ellos también caían, no nos matasen debajo. En esta tempestad y peligro anduvimos toda la noche, sin hallar parte ni lugar donde media hora pudiésemos estar seguros.

Andando en esto, oímos toda la noche, especialmente desde el medio de ella, mucho estruendo y grande ruido de voces, y gran sonido de cascabeles y de flautas y tamborinos y otros instrumentos, que duraron hasta la mañana, que la tormenta cesó. En estas partes nunca otra cosa tan medrosa se vio; yo hice una probanza de ello, cuyo testimonio envié a Vuestra Majestad. El lunes por la mañana bajamos al puerto y no hallamos los navíos; vimos las boyas de ellos en el agua, adonde conocimos ser perdidos, y anduvimos por la costa por ver si hallaríamos alguna cosa de ellos; y como ninguno hallásemos, metímonos por los montes, y andando por ellos, un cuarto de legua de agua hallamos la barquilla de un navío puesta sobre unos árboles, y diez leguas de allí, por la costa, se hallaron dos personas de mi navío y ciertas tapas de cajas, y las personas tan desfiguradas de los golpes de las peñas, que no se podían conocer; halláronse también una capa y una colcha hecha pedazos, y ninguna otra cosa pareció. Perdiéronse en los navíos sesenta personas y veinte caballos. Los que habían salido a tierra el día que los navíos allí llegaron, que serían hasta treinta, quedaron de los que en ambos navíos había. Así estuvimos algunos días con mucho trabajo y necesidad, porque la provisión y mantenimientos que el pueblo tenía se perdieron y algunos ganados; la tierra quedó tal, que era gran lástima verla: caídos los árboles, quemados los montes, todos sin hojas ni yerba. Así pasamos hasta 5 días del mes de noviembre, que llegó el gobernador con sus cuatro navíos, que también habían pasado gran tormenta y también habían escapado por haberse metido con tiempo en parte segura. La gente que en ellos traía, y la que allí halló, estaban tan atemorizados de lo pasado, que temían mucho tornarse a embarcar en invierno, y rogaron al gobernador que lo pasase allí, y él, vista su voluntad y la de los vecinos, invernó allí. Dióme a mi cargo de los navíos y de la gente para que me fuese con ellos a invernar al puerto de Jagua, que es doce leguas de allí, donde estuve hasta 20 días del mes de febrero.

CHAPTER 2

CÓMO EL GOBERNADOR VINO AL PUERTO DE JAGUA Y TRAJO CONSIGO A UN PILOTO


En este tiempo llegó allí el gobernador con un bergantín que en la Trinidad compró, y traía consigo un piloto que se llamaba Miruelo; habíalo tomado porque decía que sabía y había estado en el río de las Palmas, y era muy buen piloto de toda la costa del norte. Dejaba también comprado otro navío en la costa de La Habana, en el cual quedaba por capitán Álvaro de la Cerda, con cuarenta hombres y doce de caballo; y dos días después que llegó el gobernador, se embarcó, y la gente que llevaba eran cuatrocientos hombres y ochenta caballos en cuatro navíos y un bergantín. El piloto que de nuevo habíamos tomado metió los navíos por los bajíos que dicen de Canarreo, de manera que otro día dimos en seco, y así estuvimos quince días, tocando muchas veces las quillas de los navíos en seco, al cabo de los cuales, una tormenta del sur metió tanta agua en los bajíos, que pudimos salir, aunque no sin mucho peligro. Partidos de aquí y llegados a Guaniguanico, nos tomó otra tormenta, que estuvimos a tiempo de perdernos.

A cabo de Corrientes tuvimos otra, donde estuvimos tres días; pasados éstos, doblamos el cabo de San Antón, y anduvimos con tiempo contrario hasta llegar a doce leguas de La Habana; y estando otro día para entrar en ella, nos tomó un tiempo de sur que nos apartó de la tierra, y atravesamos por la costa de la Florida y llegamos a la tierra martes 12 días del mes de abril, y fuimos costeando la vía de la Florida; y Jueves Santo surgimos en la misma costa, en la boca de una bahía, al cabo de la cual vimos ciertas casas y habitaciones de indios.

CHAPTER 3

CÓMO LLEGAMOS A LA FLORIDA


En este mismo día salió el contador Alonso Enríquez y se puso en una isla que está en la misma bahía y llamó a los indios, los cuales vinieron y estuvieron con él buen pedazo de tiempo, y por vía de rescate le dieron pescado y algunos pedazos de carne de venado. Otro día siguiente, que era Viernes Santo, el gobernador se desembarcó con la más gente que en los bateles que traía pudo sacar, y como llegamos a los bohíos o casas que habíamos visto de los indios, hallámoslas desamparadas y solas, porque la gente se había ido aquella noche en sus canoas. El uno de aquellos bohíos era muy grande, que cabrían en él más de trescientas personas; los otros eran más pequeños, y hallamos allí una sonaja de oro entre las redes. Otro día el gobernador levantó pendones por Vuestra Majestad y tomó la posesión de la tierra en su real nombre, presentó sus provisiones y fue obedecido por gobernador, como Vuestra Majestad lo mandaba. Asimismo presentamos nosotros las nuestras ante él, y él las obedeció como en ellas se contenía. Luego mandó que toda la otra gente desembarcase y los caballos que habían quedado, que no eran más de cuarenta y dos, porque los demás, con las grandes tormentas y mucho tiempo que habían andado por la mar, eran muertos; y estos pocos que quedaron estaban tan flacos y fatigados, que por el presente poco provecho pudimos tener de ellos. Otro día los indios de aquel pueblo vinieron a nosotros, y aunque nos hablaron, como nosotros no teníamos lengua, no los entendíamos; mas hacíannos muchas señas y amenazas, y nos pareció que nos decían que nos fuésemos de la tierra, y con esto nos dejaron, sin que nos hiciesen ningún impedimento, y ellos se fueron.

CHAPTER 4

CÓMO ENTRAMOS POR LA TIERRA


Otro día adelante el gobernador acordó de entrar por la tierra, por descubrirla y ver lo que en ella había. Fuímonos con él el comisario y el veedor y yo, con cuarenta hombres, y entre ellos seis de caballo, de los cuales poco nos podíamos aprovechar. Llevamos la vía del norte hasta que a hora de vísperas llegamos a una bahía muy grande, que nos pareció que entraba mucho por la tierra; quedamos allí aquella noche, y otro día nos volvimos donde los navíos y gente estaban. El gobernador mandó que el bergantín fuese costeando la vía de la Florida, y buscase el puerto que Miruelo el piloto había dicho que sabía; mas ya él lo había errado, y no sabía en qué parte estábamos, ni adónde era el puerto; y fuéle mandado al bergantín que si no lo hallase, travesase a La Habana, y buscase el navío que Álvaro de la Cerda tenía, y tomados algunos bastimentos, nos viniesen a buscar. Partido el bergantín, tornamos a entrar en la tierra los mismos que primero, con alguna gente más, y costeamos la bahía que habíamos hallado; y andadas cuatro leguas, tomamos cuatro indios, y mostrámosles maíz para ver si le conocían, porque hasta entonces no habíamos visto señal de él. Ellos nos dijeron que nos llevarían donde lo había; y así, nos llevaron a su pueblo, que es al cabo de la bahía, cerca de allí, y en él nos mostraron un poco de maíz, que aun no estaba para cogerse. Allí hallamos muchas cajas de mercaderes de Castilla, y en cada una de ellas estaba un cuerpo de hombre muerto, y los cuerpos cubiertos con unos cueros de venados pintados. Al comisario le pareció que esto era especie de idolatría, y quemó las cajas con los cuerpos. Hallamos también pedazos de lienzo y de paño, y penachos que parecían de la Nueva España; hallamos también muestras de oro. Por señas preguntamos a los indios de adónde habían habido aquellas cosas; señalaránnos que muy lejos de allí había una provincia que se decía Apalache, en la cual había mucho oro, y hacían seña de haber muy gran cantidad de todo lo que nosotros estimamos en algo. Decían que en Apalache había mucho, y tomando aquellos indios por guía, partimos de allí; y andadas diez o doce leguas, hallamos otro pueblo de quince casas, donde había buen pedazo de maíz sembrado, que ya estaba para cogerse, y también hallamos alguno que estaba ya seco; y después de dos días que allí estuvimos, nos volvimos donde el contador y la gente y navíos estaban, y contamos al contador y pilotos lo que habíamos visto, y las nuevas que los indios nos habían dado. Y otro día, que fue 1 de mayo, el gobernador llamó aparte al comisario y al contador y al veedor y a mí, y a un marinero que se llamaba Bartolomé Fernández, y a un escribano que se decía Jerónimo de Alaniz, y así juntos, nos dijo que tenía en voluntad de entrar por la tierra adentro, y los navíos se fuesen costeando hasta que llegasen al puerto, y que los pilotos decían y creían que yendo la vía de las Palmas estaban muy cerca de allí; y sobre esto nos rogó le diésemos nuestro parecer. Yo respondía que me parecía que por ninguna manera debía dejar los navíos sin que primero quedasen en puerto seguro y poblado, y que mirase que los pilotos no andaban ciertos, ni se afirmaban en una misma cosa, ni sabían a qué parte estaban; y que allende de esto, los caballos no estaban para que en ninguna necesidad que se ofreciese nos pudiésemos aprovechar de ellos; y que sobre todo esto, íbamos mudos y sin lengua, por donde mal nos podíamos entender con los indios, ni saber lo que de la tierra queríamos, y que entrábamos por tierra de que ninguna relación teníamos, ni sabíamos de qué suerte era, ni lo que en ella había, ni de qué gente estaba poblada, ni a qué parte de ella estábamos; y que sobre todo esto, no teníamos bastimentos para entrar adonde no sabíamos; porque, visto lo que en los navíos había, no se podía dar a cada hombre de ración para entrar por la tierra más de una libra de bizcocho y otra de tocino, y que mi parecer era que se debía embarcar e ir a buscar puerto y tierra que fuese mejor para poblar, pues la que habíamos visto, en sí era tan despoblada y tan pobre, cuanto nunca en aquellas partes se había hallado. Al comisario le pareció todo lo contrario, diciendo que no se había de embarcar, sino que, yendo siempre hacia la costa, fuesen en busca del puerto, pues los pilotos decían que no estaría sino diez o quince leguas de allí la vía de Pánuco, y que no era posible, yendo siempre a la costa, que no topásemos con él, porque decían que entraba doce leguas adentro por la tierra, y que los primeros que lo hallasen, esperasen allí a los otros, y que embarcarse era tentar a Dios, pues desque partimos de Castilla tantos trabajos habíamos pasado, tantas tormentas, tantas pérdidas de navíos y de gente habíamos tenido hasta llegar allí; y que por estas razones él se debía de ir por luengo de costa hasta llegar al puerto, y que los otros navíos, con la otra gente, se irían a la misma vía hasta llegar al mismo puerto. A todos los que allí estaban pareció bien que esto se hiciese así, salvo al escribano, que dijo que primero que desamparase los navíos, los debía de dejar en puerto conocido y seguro, y en parte que fuese poblada; que esto hecho, podría entrar por la tierra adentro y hacer lo que le pareciese. El gobernador siguió su parecer y lo que los otros le aconsejaban. Yo, vista su determinación, requeríle de parte de Vuestra Majestad que no dejase los navíos sin que quedasen en puerto y seguros, y así lo pedí por testimonio al escribano que allí teníamos. Él respondió que, pues él se conformaba con el parecer de los más de los otros oficiales y comisario, que yo no era parte para hacerle estos requerimientos, y pidió al escribano le diese por testimonio cómo por no haber en aquella tierra mantenimientos para poder poblar, ni puerto para los navíos, levantaba el pueblo que allí había asentado, e iba con él en busca del puerto y de tierra que fuese mejor; y luego mandó apercibir la gente que había de ir con él, que se proveyesen de lo que era menester para la jornada; y después de esto proveído, en presencia de los que allí estaban, me dijo que, pues yo tanto estorbaba y temía la entrada por la tierra, que me quedase y tomase cargo de los navíos y la gente que en ellos quedaba, y poblase si yo llegase primero que él. Yo me excusé de esto, y después de salidos de allí aquella misma tarde, diciendo que no le parecía que de nadie se podía fiar aquello, me envió a decir que me rogaba que tomase cargo de ello; y viendo que importunándome tanto, yo todavía me excusaba, me preguntó qué era la causa por que huía de aceptallo; a lo cual respondí que yo huía de encargarme de aquello porque tenía por cierto y sabía que él no había de ver más los navíos, ni los navíos a él, y que esto entendía viendo que tan sin aparejo se entraban por la tierra adentro; y que yo quería más aventurarme al peligro que él y los otros se aventuraban, y pasar por lo que él y ellos pasasen, que no encargarme de los navíos, y dar ocasión a que se dijese que, como había contradicho la entrada, me quedaba por temor, y mi honra anduviese en disputa; y que yo quería más aventurar la vida que poner mi honra en esta condición. Él, viendo que conmigo no aprovechaba, rogó a otros muchos que me hablasen en ello y me lo rogasen, a los cuales respondí lo mismo que a él; y así, proveyó por su teniente, para que quedase en los navíos, a un alcalde que traía que se llamaba Caravallo.


(Continues...)

Excerpted from Naufragios by Álvar Núñez Cabeza de Vaca. Copyright © 2015 Red ediciones S.L.. Excerpted by permission of Red Ediciones.
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Table of Contents

Contents

CRÉDITOS, 4,
PRESENTACIÓN, 9,
CAPÍTULO I. EN QUE CUENTA CUÁNDO PARTIÓ LA ARMADA, Y LOS OFICIALES Y GENTE QUE EN ELLA IBA, 11,
CAPÍTULO II. CÓMO EL GOBERNADOR VINO AL PUERTO DE JAGUA Y TRAJO CONSIGO A UN PILOTO, 13,
CAPÍTULO III. CÓMO LLEGAMOS A LA FLORIDA, 14,
CAPÍTULO IV. CÓMO ENTRAMOS POR LA TIERRA, 15,
CAPÍTULO V. CÓMO DEJÓ LOS NAVÍOS EL GOBERNADOR, 18,
CAPÍTULO VI. CÓMO LLEGAMOS A APALACHE, 21,
CAPÍTULO VII. DE LA MANERA QUE ES LA TIERRA, 21,
CAPÍTULO VIII. CÓMO PARTIMOS DE AUTE, 25,
CAPÍTULO IX. CÓMO PARTIMOS DE BAHÍA DE CABALLOS, 27,
CAPÍTULO X. DE LA REFRIEGA QUE NOS DIERON LOS INDIOS, 30,
CAPÍTULO XI. DE LO QUE ACAECIÓ A LOPE DE OVIEDO CON UNOS INDIOS, 33,
CAPÍTULO XII. CÓMO LOS INDIOS NOS TRAJERON DE COMER, 34,
CAPÍTULO XIII. CÓMO SUPIMOS DE OTROS CRISTIANOS, 36,
CAPÍTULO XIV. CÓMO SE PARTIERON LOS CUATRO CRISTIANOS, 37,
CAPÍTULO XV. DE LO QUE NOS ACAECIÓ EN LA ISLA DE MAL HADO, 39,
CAPÍTULO XVI. CÓMO SE PARTIERON LOS CRISTIANOS DE LA ISLA DE MAL HADO, 40,
CAPÍTULO XVII. CÓMO VINIERON LOS INDIOS Y TRAJERON A ANDRÉS DORANTES Y A CASTILLO Y A ESTEBANICO, 43,
CAPÍTULO XVIII. DE LA RELACIÓN QUE DIO DE ESQUIVEL, 46,
CAPÍTULO XIX. DE CÓMO NOS APARTARON LOS INDIOS, 50,
CAPÍTULO XX. DE CÓMO NOS HUIMOS, 51,
CAPÍTULO XXI. DE CÓMO CURAMOS AQUÍ UNOS DOLIENTES, 52,
CAPÍTULO XXII. CÓMO OTRO DÍA NOS TRAJERON OTROS ENFERMOS, 54,
CAPÍTULO XXIII. CÓMO NOS PARTIMOS DESPUÉS DE HABER COMIDO LOS PERROS, 58,
CAPÍTULO XXIV. DE LAS COSTUMBRES DE LOS INDIOS DE AQUELLA TIERRA, 59,
CAPÍTULO XXV. CÓMO LOS INDIOS SON PRESTOS A UN ARMA, 61,
CAPÍTULO XXVI. DE LAS NACIONES Y LENGUAS, 62,
CAPÍTULO XXVII. DE CÓMO NOS MUDAMOS Y FUIMOS BIEN RECIBIDOS, 63,
CAPÍTULO XXVIII. DE OTRA NUEVA COSTUMBRE, 65,
CAPÍTULO XXIX. DE CÓMO SE ROBABAN LOS UNOS A LOS OTROS, 68,
CAPÍTULO XXX. DE CÓMO SE MUDÓ LA COSTUMBRE DE RECIBIRNOS, 70,
CAPÍTULO XXXI. DE CÓMO SEGUIMOS EL CAMINO DEL MAÍZ, 75,
CAPÍTULO XXXII. DE CÓMO NOS DIERON LOS CORAZONES DE LOS VENADOS, 77,
CAPÍTULO XXXIII. CÓMO VIMOS RASTRO DE CRISTIANOS, 80,
CAPÍTULO XXXIV. DE CÓMO ENVIÉ POR LOS CRISTIANOS, 81,
CAPÍTULO XXXV. DE CÓMO EL ALCALDE MAYOR NOS RECIBIÓ BIEN LA NOCHE QUE LLEGAMOS, 83,
CAPÍTULO XXXVI. DE CÓMO HICIMOS HACER IGLESIAS EN AQUELLA TIERRA, 85,
CAPÍTULO XXXVII. DE LO QUE ACONTECIÓ CUANDO ME QUISE VENIR, 86,
CAPÍTULO XXXVIII. DE LO QUE SUCEDIÓ A LOS DEMÁS QUE ENTRARON EN LAS INDIAS, 89,
LIBROS A LA CARTA, 93,

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