Maravillas de la naturaleza

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Fray Juan de Santa Gertrudis (Mallorca, 1724-1799). España.
En 1757 se fue a América del Sur como misionero franciscano y entre 1758 y 1767 fundó una aldea en el territorio del Putumayo llamada Agustinillo. Juan de Santa Gertrudis viajó por los territorios del sur de la Nueva Granada, la provincia de Popayán, Quito y Santa Fe de Bogotá.
Tras su experiencia americana, escribió en España las Maravillas de la naturaleza. La obra de Juan de Santa Gertrudis muestra una visión de la vida neogranadina del siglo XVIII muy diferente a la que ofrecen los documentos oficiales o las crónicas de conquista.

Product Details

ISBN-13: 9788498979169
Publisher: Linkgua
Publication date: 08/31/2010
Series: Historia , #371
Sold by: Bookwire
Format: eBook
Pages: 844
File size: 2 MB
Language: Spanish

About the Author

Fray Juan de Santa Gertrudis (Mallorca, 1724-1799). España. En 1757 se fue a América del Sur como misionero franciscano y entre 1758 y 1767 fundó una aldea en el territorio del Putumayo llamada Agustinillo. Juan de Santa Gertrudis viajó por los territorios del sur de la Nueva Granada, la provincia de Popayán, Quito y Santa Fe de Bogotá. Tras su experiencia americana, escribió en España las Maravillas de la naturaleza. La obra de Juan de Santa Gertrudis muestra una visión de la vida neogranadina del siglo XVIII muy diferente a la que ofrecen los documentos oficiales o las crónicas de conquista.

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Maravillas de la Naturaleza


By Juan de Santa Gertrudis

Red Ediciones

Copyright © 2015 Red Ediciones S.L.
All rights reserved.
ISBN: 978-84-9897-916-9


CHAPTER 1

CONTIENE LA DESCRIPCIÓN DE CARTAGENA DEL PERÚ HASTA EL PUEBLO DE MAHATES, CON LAS COSAS SINGULARES QUE EN ESTE DISTRITO SE HALLAN SINGULARES


La ciudad de Cartagena está situada en una playa de arena, dentro de un puerto llamado Bocachica, cuyo término es muy propio, porque la boca de dicho puerto es tan chica que dos naves de guerra a la par no pueden pasar juntas. Dentro es muy grande, y tanto, que alrededor tendrá sobre tres leguas. En la bocana tiene una fortaleza y una torre, donde se pone de noche un farol para guía de los navegantes. Y en la fortaleza el estandarte con las armas del Rey de España. A mano izquierda, ya dentro del puerto, hay dos fortalezas, y en medio, en la mitad del puerto, hay otra fortaleza en un escollo de peña, llamado El Pastelillo.

A la mano derecha, a un lado de la ciudad, sobre de un elevado cerro, que predomina la ciudad y el puerto, hay un fuerte castillo, que llaman San Lázaro. Este cerro en la mitad se divide en dos; y sobre el otro hay un Santuario, que es convento de religiosos agustinos, cuya patrona es un simulacro de la Virgen Nuestra Señora llamada la Virgen de la Popa, muy milagrosa, especialmente en favorecer a los navegantes.

Y ya por ser honra de dicha Señora contaré el milagro que con nosotros obré. El año de 1756, a mitad de enero, partí del puerto de Cádiz para Cartagena, alistado a una misión que iba al colegio de la Virgen de Gracia, cito en la ciudad de Popayán, del Nuevo Reyno de Granada, en el Virreynato de Santa Fe, y pertenece a la Provincia de Quito, con una fragata del Marqués de Casa Madrid, llamada El césar. La misión conducía de Comisario un religioso lego español montañés llamado Fr. Lope de San Antonio. Eramos catorce compañeros sacerdotes, el Comisario y cuatro donados.

A los ocho días de navegación llegamos a vista de las islas Fortunatas, que vulgarmente llaman Canarias, y dejándolas a mano izquierda, nos engolfamos por el golfo que por lo apacible de aquel mar llaman el Golfo de las Damas. A los veinte y dos días de navegación nos sobresaltó un temporal con viento de proa, que fue preciso coger todas las velas, excepto el trinquete. Al mismo tiempo el cielo se desgajaba en agua, nieve y granizo, con tal tenacidad, que siendo ya el clima, clima sobremanera cálido, nos helábamos de frío. Todos los Padres estaban tendidos mareados en la cámara de abajo, que se les salía de vómito el estómago, y sólo atendían a confesarse y hacer actos de contrición. Sólo yo, y otro llamado el P. Jacinto, hijo de la Recolección de la Aguilera, nos manteníamos en pie. Ellos todo era rogarme intercediese con el capitán para que virando de bordo nos volviéramos para España.

Esta especie se la administraron varios mercaderes españoles que aterrados del temporal, querían persuadir que los pilotos aprobasen que de pasar adelante habíamos de naufragar. Yo les reconocí bastante miedo, porque cada rato me llamaban para conjurar la tempestad. Y para ello era menester que entre cuatro marineros me sostuviesen agarrado en lo interim que yo hacía los conjuros.

El mar desde el principio empezó a oliscar un olor marisco tan fastidioso, que nos revolvía el estómago; y esto es el origen de los mareos a los poco versados a navegar. Yo ya a más de haberme criado en puerto de mar, estaba curtido a la navegación, y había experimentado en el Golfo de León la tempestad del año anterior de 1755 el día de Todos los Santos, cuando el mar se quiso tragar a Cádiz, como se había tragado en el Perú el Callao. Fue muy mayor el temporal, y duró sin ver Sol ni Luna treinta y ocho días; y así no me daba mucho cuidado.

El tercero día de madrugada el Capitán convocó la gente de la cámara y se determinó hacer un voto de ir a pie descalzo a visitar la sobredicha Virgen de la Popa, y llevarle en donativo lo que valía el trinquete, si nos salvaba del naufragio. Y para que entrase en ello la marinería, me llamaron a mí para hacerles una exhortación. Así se hizo. Y a una voz de todos invocando el patrocinio de la Señora se hizo el voto.

Empezaba entonces a rayar el día y yo me entré en la cámara, y tomando el Breviario me puse a rezar Maytines, y al llegar al Primer Nocturno, sentí tanta algazara y gritería de la marinería, que sospeché que algún chubasco había roto la yerga del trinquete. Salí corriendo y hallé que eran voces de alegría, y vítores a la Virgen de la Popa, porque de repente se mudó el viento de proa en viento de popa: Y dentro de cuatro minutos que habían pasado ya aplacado tan del todo la tempestad, que lo que antes era furia se mudó en tranquilidad apacible. A la que yo reconocí virado el trinquete lleno de viento próspero y feliz, empecé a repicar la campana de popa, y convocada la gente, entoné la Salve Regina, la que se cantó con la alegría que se deja considerar. Y llegados ya a Cartagena, todos nosotros fuimos a cumplir el voto, y cantamos una misa solemne a la Señora. Y el Prior del convento y toda la comunidad nos obsequió con mucha atención.

En la referida tempestad se mareó el vino y el agua con tal hedor que era menester para beber taparse la nariz. Mas al cabo de doce días volvió todo a componer en su temple natural. Dos cosas noté singulares: una en el mar, y esta contiene tres. La primera, vi un pescado, que dijeron se llama Ángel. Es cierto que quien le puso el nombre lo adaptó con su hermosura. El tendría tres o cuatro varas de largo. Su figura es llana como un lenguado, y saliéndole la cabeza en proporción forma un cuello de cosa de un palmo, y de cada lado tiene dos alas, que le llegan hasta la tercera parte del cuerpo, y estas las juega abriéndolas y cerrándolas, como un hombre los brazos para nadar. Su color es blanco con una especie de blanco tan diáfano, que parece un cristal. Está todo su cuerpo tachonado de una especie de estrellas tan resplandecientes, que supongo que serán sus escamas, que sobrepujan en gran manera en hermosura, blancura y resplandor a lo demás del cuerpo. Él se estuvo junto a las ventanas de la cámara grande rato, y todos mirándolo tan admirados de su hermosura, que nos parecía un ángel. Ya que nos desocupamos de la admiración, quisieron proporcionar instrumentos para cogerlo, pero ya fue tarde, porque él se fue y no lo vimos más.

También en todo el golfo vi unos pescados que llaman voladores, porque vuelan saltando del agua por el aire, y dan un vuelo de más de doscientas varas de largo. Es el caso que hay unos pescados grandes, que llaman taurones, que los persiguen, y ellos para escapar levantan el vuelo por el aire. Ellos andan en bandadas y se levantarán de una vez más de mil. Y como esto era continuo todo el día, algunos cayeron en las mesas de guarnición, y los cogieron los marineros, y yo tuve la dicha de tenerlo en la mano. Es una especie de sardina, que tiene una cuarta y media de largo, y las alas que tiene junto a las agallas son tan largas como su cuerpo, y a proporción de ancho. Así lo proveyó la naturaleza para poder escapar de los taurones. Su volar es como las golondrinas cuando menean las alas a toda prisa. El vuelo le dura hasta que con el aire se le reseca la humedad, y de improviso, como de golpe, se cae en el agua, porque se le para el juego de las alas.

A lo que llegamos a descubrir la Martinica, los pilotos, por no ir a tropezar en una máquina de islas que hay a la costa de Cartagena más afuera, prosiguieron por el golfo arriba hasta montar sobre las islas. Viraron después de bordo para oriente, para ir a topar el puerto de Bocachica, y unos días antes de llegar descubrimos una armada de 60 navíos ingleses que iban para Jamaica. Uno vino a reconocernos, a ver si éramos franceses, con quienes ellos estaban en actual guerra. Ya que se acercó un poco nos echó un cañonazo, y puso bandera francesa. El cañonazo en ley marina quiere decir que quitáramos velas, y que lo aguardásemos. Así se hizo. En lo interim que llegaba se hacían varios proyectos, si seria francés o inglés. Nosotros le pusimos la bandera de España. El venía viento en popa a todo trapo con todas las portañuelas cerradas, echó el zafarrancho; y un poco antes de llegar nos echó otro cañonazo que en ley marina quiere decir asegura bandera. Mas al mismo tiempo, a un toque de fisquete, cala bandera y gallardete francesa, y monta bandera y gallardete inglesa, y al mismo tiempo abre todas las portañuelas y saca la artillería, y sobre el cumbes pone milicia arreglada. Hasta encima de las cofas traía batería. Él había ya recogido todos los estrayes y velas menores y enfachando la mitad de las mayores se nos vino a emparejar con nosotros con alguna distancia. Como toda esta maniobra se hizo a un tiempo, la mayor parte de los pasajeros principalmente se quedaron sin pulsos y perdido el color. Nos hablaron con la bocina, y vino con el sereno un cabo a nuestro bordo, para certificar si éramos o no españoles. Era una fragata de 60 cañones que ya tenía hechas 13 presas francesas. En nuestra fragata no había quien entendiese la lengua inglesa. Yo dije al cabo en lengua italiana si la entendía. Y me respondió que no. Le pregunté en lengua holandesa: |¿Ey spric ollans?, que quiere decir: ¿Entiendes la lengua holandesa? Él me respondió: His Freyn. Que quiere decir: Sí, paisano. Y así en lengua holandesa le respondí a cuanto preguntó. El se fue, y al llegar a bordo nos saludaron con un viva el Rey, y nosotros correspondimos con otro. Se echaron varios cañonazos, y tomó cada uno su bordada. En todo aquel viaje desde Canarias para adelante se cundió tal plaga de piojos sin reserva, que un marqués que iba para Lima se mudaba ocho camisas cada día y cada vez que se mudaba se hallaban en su camisa sobre 500 piojos. Nosotros y la demás gente que no traíamos tantas camisas que mudar, cómo estaríamos. Mas cosa de 8 días antes de llegar, de improviso, de la noche a la mañana, se murieron todos, que en todo el navío no se encontraba uno. Lo otro que noté al llegar a tierra: que todas las liendres que traíamos apestado el hábito, todas se secaron y se cayeron, y quedamos del todo limpios de esa plaga.

Dimos fondo en Bocachica a los 56 días de navegación, cerca las 11 del día. Y hasta el otro día no nos dieron patria. Por la tarde con la lancha saltamos a tierra, en un escollo, y fuimos a ver una fortaleza de las dos que traigo apuntadas, que entonces se estaba fabricando. Trabajan en la obra muchos negros y algunos forzados. A la que se levantó mano del trabajo, fueron juntos a una casa de un cabo, el cual tenía en una mesa un montón de plata en reales y medios reales, y a todos les fue dando su jornal. Noto que en todo el Perú no corre ni hay moneda de cobre. Allí las monedas que hay son de plata y oro. Las de plata son: cuartillos, medio real, real, real de a dos, de a cuatro y de a ocho que es un peso duro. Allí no se entiende peso sencillo. Las monedas de oro son: escudos, o castellanos, que componen dos pesos, doblones de a cuatro, de a ocho y de diez y seis.

Reparé que delante la casa de dicho cabo salieron una máquina de gateras negras. Así se llaman las mujeres que venden en las plazas sentadas en la tierra, y alineadas formaron una plaza, cada una con sus comistrajes de comer para vender a los negros y forzados. Reparamos también que algunas negras venían llevando sobre la cabeza unos platones grandes de una a otra parte. Como eran muchas, se nos excitó la curiosidad de saber qué habían de hacer con tantos platones. Llegamos a un hombre que vendía tasajo: así llaman a la carne salada y seca al Sol, y advierto que en Cartagena no hay carne fresca, sino de aves. Yo le pregunté Patrón ¿para qué son estos platones que traen estas negras? El me respondió: Padre, esto no son platos. Antes este es el pan que por lo común se come en esta tierra. A esto le llaman cazabe. Él allí tenía un pedazo y nos lo dio a probar, y nos pareció malísimo.

El cazabe es una mata que hace unas hojas de una vara de largo y tres cuartas de ancho, por lo menos, formando la figura de un broquel, con un color verde muy ameno. Cada hoja cría cosa de cuatro dedos de tronquito, y la mata no llega a levantar tres cuartas del vástago. Fecunda mucho en tierra caliente y húmeda, y da una raíz como el nabo, solo que tiene la corteza parda. Y está mayor o menor conforme fuere el clima más o menos caliente y húmedo. En Pasacaballos vi una de esta raíces que pesaría sobre dos arrobas. Estas se limpian y se hacen trozos, y se ponen en remojo, y a los tres días ya están blandos; los prensan y les sacan el jugo, y queda una masa blanca. Esta se tuesta y queda hecho harina grumosa. Esta harina la amasan sin levadura, con sola agua tibia, y forman estas tortas, que nosotros juzgábamos platos. Estas las tuestan en una callana. Callana llaman a un tiesto como un plato. Éste ponen a la candela y sobre ella la torta, y así se cuece este pan. Mas la mata de cazabe no tiene mas beneficio para que fecunde sino tomar un pedazo de vástago y clavarlo en la tierra, y a los ocho días ya raizó. Y a los 4 meses ya la raíz está sazonada.

El otro día al amanecer se pasó la fragata un poco más a tierra, y vinieron a bordo una máquina de canoas. Canoa se llama un barquillo todo de una pieza, hecha de un palo, a modo de una artesa de 10 o 12 varas de largo. Éstas las hacen andar con canalete. Canalete llaman a una pala semejante a una pala de horno, porque no puede armarse con remos ni velas. Traían para vender cocos, piñas y plátanos verdes y medio maduros.

El coco es una fruta que da una palma como la palma que da dátiles, sólo que la palma de coco, por sí se despoja de sus ramas anualmente, y queda siempre con el tronco limpio, sólo con la señal donde tuvo las hojas. Da sus racimos de cocos asimismo como los dátiles su palma. Cada coco es del tamaño de un melón de color verde. En empezando a madurar se vuelve amarillo, y después musgo cuando ya está del todo maduro. La cáscara que tiene, tiene cosa de tres dedos de grueso. A la parte de fuera es recia como el pie de la hoja de una palma, y a la parte de dentro es estoposa tanto, que de dicha estopa calafatean los barcos los marineros. Dentro tiene la fruta que llamamos coco, a la parte inferior redonda, y a la parte superior ovalada, con tres agujeros en triángulo, tapados con una telita. Dentro está lleno de agua blancuzca muy fresca para refrescar el cuerpo, con sabor de avellana. Todo alrededor tiene apegada la comida, blanca, del canto de un peso duro, con sabor de avellana. Cuando está verde es comida regalada, que raspándosela con una cuchara, que está muy tierna, parece una cuajada de leche; y los cocos así llaman pipas. En llegando a madurar, ya en comiendo mucho, de lo aceitoso que es, da un poco de fastidio y carraspera a la garganta, y su comida se reduce a chuparle el jugo, y lo demás se vuelve serriso. Mas en Cartagena lo confitan y llenan de ello cajetas, y es una confitura muy especial que llaman cocada.

Cada racimo cuaja cinco o seis docenas de cocos, y cada año cinco o seis racimos cada palma. Los que maduran del todo en la palma, a su tiempo la misma palma abre la primera cáscara, como el almendro en las almendras, y larga el coco de adentro, y aunque sea la palma muy alta, no se quiebra, que tiene el hueso muy duro que es coco. Es él del tamaño de una bala de artillería de a 24. Y de grueso o canto tiene como dos pesos duros. Su color negro entre musgo. Con el tiempo cría dentro de tolondrón blanco esponjoso, que llaman esponja de coco. Ésta va creciendo al tiempo que poco a poco va bebiéndose el agua. Esta esponja es la comida más regalada que tiene el coco. La otra comida que tiene apegada a su cáscara, al empezarle a faltar el agua, se convierte en una especie de manteca de color de miel, y tan dulce como miel. En un pueblo estuve, como diré adelante, en donde mantienen las lámparas de la Iglesia todo el año ardiendo con un aceite de esta manteca de coco. La esponja que cría dentro se come todo esto, y tanto engorda, que por fin rompe las tres telitas de los tres agujeros, y por allí saca tres pies y los clava a la tierra que son tres raíces. Rompe después el coco y sale ya de la esponja una palma de cocos, y a los seis o siete años ya da fruto.


(Continues...)

Excerpted from Maravillas de la Naturaleza by Juan de Santa Gertrudis. Copyright © 2015 Red Ediciones S.L.. Excerpted by permission of Red Ediciones.
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