Más allá de las fronteras de Minos

Más allá de las fronteras de Minos

by Mario Escobar
Más allá de las fronteras de Minos

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by Mario Escobar

eBook

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Overview

Tras la destrucción de Ione, Tes y sus amigos deciden ir en busca de una ciudad en la que pueden habitar. En el viaje descubrirán que no todos los adultos han muerto. Muchos se han convertido en monstruos, de aspecto desagradable y costumbres caníbales. Deciden viajar hasta el sur, pasan por Reno en Nevada, aunque su destino es California. Hay rumores de que un médico de San Francisco ha encontrado una cura. En Reno, encontrarán a los angelicales, un grupo que elimina a las niñas, porque cree que son las que transmiten el virus. Tes y sus amigos terminaran con esta horrible práctica, pero los susurrantes (adultos enfermos) atacarán Reno y todos escaparán hacia California.


Product Details

ISBN-13: 9781602558946
Publisher: Grupo Nelson
Publication date: 06/04/2013
Sold by: HarperCollins Publishing
Format: eBook
Pages: 208
File size: 886 KB
Age Range: 15 - 18 Years
Language: Spanish

About the Author

Mario Escobar Golderos, licenciado en Historia y diplomado en Estudios Avanzados en la especialidad de Historia Moderna, ha escrito numerosos artículos y libros sobre la época de la Inquisición, la Iglesia Católica, la era de la Reforma Protestante y las sectas religiosas. Apasionado por la historia y sus enigmas ha estudiado en profundidad la Historia de la Iglesia, los distintos grupos sectarios que han luchado en su seno, el descubrimiento y colonización de América. 

Read an Excerpt

MS ALL DE LAS FRONTERAS DE MINOS


By MARIO ESCOBAR, Graciela Lelli

Grupo Nelson

Copyright © 2013 Mario Escobar Golderos
All rights reserved.
ISBN: 978-1-60255-894-6


Excerpt

CHAPTER 1

UKIAH


—LA CARRETERA 244 ES LA mejor opción. Apenas nos desvía un poco del camino, pero necesitamos combustible —le dije a Patas Largas.

Mi amigo me miró con una sonrisa; últimamente nada parecía alterarle. Se le veía feliz en la carretera, conduciendo y disfrutando del viaje. En nuestra anterior salida, encontrábamos obstáculos a cada paso y el camino hasta Portland fue un infierno, pero ahora todo parecía estar más tranquilo. Viajábamos por una de las zonas más desiertas del estado de Oregón y teníamos la sensación de estar de excursión, más que en busca de mi hermano Mike y de Susi. Hacía algunos días que habíamos dejado atrás Ione, nuestro querido pueblo. Ahora lo único que importaba era encontrar a nuestros amigos.

—Ese es el desvío —dijo Mary señalando una carretera a la izquierda.

—Tenemos suerte de viajar a finales de primavera por esta zona, porque los inviernos aquí deben de ser muy duros —comenté mientras nos aproximábamos al pueblo.

Al fondo se veían los bosques, pero los alrededores de Ukiah estaban despejados, como en Ione, aunque no había campos cultivados, lo que indicaba que no quedaban supervivientes por la zona.

—Este pueblo está muy apartado, puede que encontremos algo de comida. Esta gente debe de hacer provisiones para el invierno y sus despensas estarán llenas —dijo Patas Largas.

Mi amigo solo pensaba en una cosa todo el día: en comer. A sus dieciséis años y en pleno crecimiento, parecía un saco sin fondo.

El pueblo era apenas medio centenar de casas dispersas, algunas autocaravanas, un par de tiendas de comestibles, una escuela y una iglesia. Suficiente para vivir en un lugar apartado, al estilo de la austera vida de los colonos del siglo XIX.

En cuanto pasamos los primeros edificios nos extrañó que no hubiera autos en la cuneta, casas destrozadas y cristales rotos; parecía como si la gente del pueblo simplemente estuviera durmiendo la siesta después de un largo domingo en la iglesia.

—No se ve en muy mal estado el pueblo —dijo Mary mientras observaba por la ventanilla trasera.

Nos detuvimos frente a una de las tiendas. Era un sencillo edificio de madera pintado de blanco. Las puertas estaban abiertas, pero todo el género estaba en las estanterías, como si lo acabaran de colocar. El polvo y la oscuridad de la tienda eran los únicos indicadores de que el local estaba abandonado.

Nos acercamos a las estanterías. Algunos productos se habían estropeado y parecían petrificados sobre los estantes, pero las latas y las conservas estaban intactas. Patas Largas empezó a llenar uno de los carritos metálicos de la entrada. Después de un par de días a base de leche en polvo, judías de lata y sardinas, aquellos alimentos le parecían manjares.

Después de aprovisionarnos de comida, fuimos a buscar combustible.

Los surtidores de la gasolinera estaban llenos, pero al no funcionar la electricidad, tuvimos que extraerlos de una manera más rudimentaria. Después de llenar el depósito y cargar varias garrafas en el maletero, escuchamos lo que parecía el ruido de un motor en algún punto, al otro lado de la ciudad.

—Será mejor que nos marchemos —dijo Mary.

—¿No les parece curioso que esté todo intacto en este pueblo? —pregunté a mis amigos.

—No quiero averiguar lo que ha pasado —dijo Mary subiendo a la camioneta.

Pero era demasiado tarde para irnos. Un Hummer H3 negro apareció por el fondo de la calle. Nos asustamos cuando el vehículo pisó el acelerador y se dirigió a toda velocidad contra nosotros. Parecía que quería embestirnos.

CHAPTER 2

CONTAMINADOS


EL HUMMER FRENÓ EN SECO y el vehículo derrapó hasta quedar casi a la altura de nuestras caras, asomadas a la ventanilla de la camioneta. Una nube de polvo nos cubrió por completo y esperamos quietos, paralizados por el miedo, unos pocos segundos que se me hicieron eternos.

Del vehículo salieron cuatro hombres. No eran gruñidores, pero eran adultos y vestidos de uniforme, aunque por lo que pude comprobar no eran del ejército; se trataba de guardas forestales. Llevaban cubiertos los rostros con máscaras de gas y unos cascos negros.

—¿Han agarrado comestibles? —preguntó uno de los guardabosques con la voz amortiguada por la máscara.

Nos hicieron bajar del vehículo y comenzaron a lanzarnos preguntas.

—Sí —le contesté con el rifle en la mano.

Uno de los guardabosques tomó el arma de mis manos, mientras que el que parecía el jefe no dejaba de hablar.

—Hay que dejarlo todo. La comida, el vehículo; ya desinfectaremos su ropa.

—No dejaremos la comida —protestó Patas Largas.

Varios de los hombres le encañonaron con sus rifles y mi amigo dio un paso atrás. Después nos obligaron a entrar a la parte trasera del auto. Estaba completamente plastificada, como si quisieran mantenernos en cuarentena.

El Hummer salió a toda velocidad del pueblo, y por las ventanillas pudimos ver que se dirigía hacia el bosque. Alejándonos de nuestro destino, una vez más Susi y Mike tendrían que esperar. Aquellos misteriosos hombres al menos me habían dado la esperanza de que yo también pudiera sobrevivir a mi dieciocho cumpleaños. El mundo después de la Gran Peste nos había condenado a morir antes de llegar a vivir plenamente.

CHAPTER 3

EL POBLADO DELOS HOMBRES ÁRBOL


EL ÚLTIMO TRAMO DEL VIAJE lo hicimos con los ojos vendados. Aquellos extraños no querían que viéramos dónde nos dirigíamos. Mary respiraba a mi lado fatigosamente, atemorizada por los primeros adultos normales que veía en su vida, mientras que Patas Largas intentaba relajarse silbando un poco y yo procuraba memorizar los giros y los olores del camino, aunque dudaba de que pudiera encontrar el camino de vuelta.

Después de dos horas de viaje por caminos de tierra, el vehículo se detuvo. Se escuchó cómo se abría nuestra puerta, y aún con la venda en los ojos nos llevaron hasta un barracón.

—Tienen que ducharse y luego utilizar los sprays que están sobre el banco. La ropa colóquenla en aquella incineradora y pónganse los uniformes que les hemos dejado —ordenó uno de los hombres.

Dejamos que Mary se duchara primero, y después lo hicimos nosotros dos. Tras quemar la ropa, nos vestimos con una especie de uniformes de campaña de color verde. Parecíamos soldados recién reclutados. Cuando salimos del barracón, uno de los hombres nos llevó a un comedor. Estaba vacío, pero por las grandes hileras de asientos y largas mesas de madera, allí podía comer medio millar de personas.

—Agarren lo que quieran —nos dijo el soldado mientras nos ofrecía una bandeja. Sobre todo había verduras y frutas, pero también algo de pollo asado y hamburguesas. Nos llenamos las bandejas y nos sentamos en una de las largas mesas.

La comida estaba muy rica. Desde Místicus no habíamos comido nada fresco, todo enlatado. Mientras observaba a Patas Largas comiendo a dos carrillos, me preguntaba: ¿cómo habían sobrevivido aquellos adultos? ¿Realmente estaba contaminada la comida que aún quedaba en las ciudades?

En ese momento entró una mujer rubia, con el cabello recogido, vestida con un uniforme ceñido y una gorra. Se acercó a nuestra mesa, y con voz marcial nos ordenó que nos pusiéramos de pie.

—Imagino que tendrán muchas preguntas. Será mejor que las dejen para Adán. Nuestro líder les recibirá de inmediato. No hablarán si él no les da permiso; manténganse de pie y firmes —dijo la mujer.

—¿Por qué nos han traído aquí? —preguntó Patas Largas.

—Han sido reclutados por el Ejército de Restauración Estatal. El resto de la información la recibirán a su debido tiempo —dijo la mujer mientras nos indicaba que saliéramos del recinto.

CHAPTER 4

CONOCIENDO A ADÁN


IMAGINÁBAMOS A ADÁN COMO UN hombre fuerte y adulto, parecido a los soldados que nos secuestraron, pero en cambio era un niño de poco más de siete años. Vestía de camuflaje, como el resto de la gente del bosque, pero eso no escondía sus rasgos infantiles. Tenía el cabello largo y rizado, de un intenso color rubio, y sus ojos azules parecían tristes, como si añorara el no haber tenido nunca una infancia que disfrutar. Al fin y al cabo, ninguno de nosotros la había tenido. En el mundo después de la Gran Peste no había lugar para la inocencia. Al lado de Adán había dos enormes soldados de color.

—Hola, forasteros, sean bienvenidos a la ciudad de los hombres árbol —dijo Adán.

—Gracias —respondí.

—Perdonen que les hayamos traído de una forma tan violenta, pero mis hombres querían asegurarse de que no contaminaran el campamento —dijo Adán.

—¿Contaminar el campamento? —pregunté intrigado.

En ese momento, uno de los soldados me golpeó en el estómago con el rifle y me caí de rodillas doblado por el dolor. Se me había olvidado que no podía hacer preguntas directas a no ser que me preguntaran.

—Desde que comenzó la peste, hemos logrado mantener este campamento limpio. No sé lo que habrán visto en su viaje, pero este es el único sitio de Estados Unidos de América en el que el gobierno sigue en funciones. Será mejor que se pongan al servicio del restablecimiento del orden público —dijo Adán.

Asentimos con la cabeza.

—Hoy mismo empezarán la instrucción; necesitamos muchas manos para reconquistar este país de las bandas de niños salvajes y los chupasangres que comienzan a llegar de las ciudades. Les prometemos dos cosas si permanecen fieles. La primera es que no morirán al cumplir los dieciocho años; la segunda es que serán ciudadanos libres de Nuevos Estados Unidos de América —dijo Adán.

La mujer nos sacó de la sala y nos llevó hasta la zona de entrenamientos. Medio millar de jóvenes y niños entrenaban por pelotones en las inmensas instalaciones del campamento. No había muchos adultos, pero los que había eran instructores de los más pequeños.

—La chica irá al pelotón femenino, y ustedes dos al de los recién incorporados — dijo la mujer.

—Sí, señora —dijo Patas Largas.

—A partir de este momento soy el cabo Harris para ustedes. Tendrán que saludar y decir: «sí, mi cabo» — dijo la mujer.

Nunca habíamos participado en un campamento militar, pero eso era lo más parecido que habíamos visto en nuestra vida. Antes de la peste, aquellos sitios eran verdaderos correccionales en los que los niños y jóvenes problemáticos eran reeducados, pero a los pocos meses podían regresar a su casa. Mientras nos uníamos a nuestro pelotón, no podía dejar de pensar en mi hermano y Susi. Llevábamos demasiado tiempo separados, y en un mundo como aquel, cada día era una aventura que no sabías cómo terminaría. Ahora nos tocaba ser soldados, pero al poco tiempo comprobamos que no se diferenciaba mucho de ser esclavos.

CHAPTER 5

EN EL BARRACÓN


UNA DE LAS COSAS DE las que me di cuenta enseguida fue de que el tiempo en el campamento de los hombres árbol pasaba volando. Tras todo un día de duros entrenamientos y marchas, lo único que pensabas era en comer y dormir.

Aquella noche, cuando llegué al barracón que nos habían asignado, tuve que hacer un verdadero esfuerzo para no dormirme en cuanto me tumbé en la cama. Tenía demasiadas preguntas e inquietudes para no intentar sonsacar a mis compañeros de litera.

En la de más arriba había un chico oriental; estaba algo entrado en carnes y debía de rondar los catorce años. No era muy parlanchín, lo que me animó a elegir al chico que estaba justo debajo de mi cama. Se llamaba Charly y no tenía más de doce años, pero parecía uno de los más espabilados del pelotón.

—Charly —le llamé en un susurro. Las luces estaban apagadas y apenas se escuchaba el ronroneo de alguno de los miembros del pelotón y la lluvia que golpeaba los tejados de zinc.

—¿Qué pasa, Tes? Estoy muy cansado, y mañana hay que despertar al alba. Tú acabas de llegar, pero yo llevo aquí un año; y en este campamento no se descansa ningún día de la semana.

—¿Por qué tanto entrenamiento? ¿A quién creen que se enfrentan? —pregunté a Charly.

—Imagino que lo hacen simplemente para mantenernos en forma y ocupados —contestó.

—¿Cómo se formó este grupo? —le pregunté.

—No sé toda la historia, pero al parecer, cuando comenzó la Gran Peste un grupo de guardabosques de los pueblos cercanos se refugió aquí. Al poco tiempo comprobaron que si se mantenían aislados y evitaban la comida de la ciudad, no caían enfermos. Pasado el tiempo, fueron reuniendo voluntarios como nosotros —dijo Charly.

—Pero, ¿de dónde proviene la comida? No he visto campos de cultivo ni nadie trabajando. Estamos en mitad de un bosque —le comenté.

—Es un misterio. No conozco a nadie que lo sepa. Imagino que traen la comida del norte. Deben de tener una especie de invernaderos —comentó Charly.

—¿Dónde están las chicas? —le pregunté.

—No lo sé, imagino que en otra zona del campamento. Esto es enorme —dijo Charly.

Uno de los guardas entró en el pabellón y nos callamos de inmediato. A los pocos minutos, había caído en un profundo sueño. Entonces tuve otro de mis sueños premonitorios. Mi padre me había hablado de que a veces Dios te muestra cosas que van a pasar. Tal vez para advertirte, prevenirte o simplemente para que lo sepas.

Aquella noche soñé con una gran explanada. En ella había dos ejércitos, uno enfrente del otro. Estábamos formados en filas. Los soldados del otro ejército parecían humanos de lejos, pero a medida que nos acercábamos, veíamos sus rasgos mutilados y deformes. Yo tenía mucho miedo, pero los soldados que iban detrás nos empujaban hacia aquel ejército de seres monstruosos. Cuando llegamos apenas a cuatro metros de distancia, nos ordenaron que disparáramos, pero a pesar de las balas, aquellos monstruos no parecían morir. Se acercaban cada vez más, hasta que tuvimos sus caras tan cerca de las nuestras que su pestilente aliento nos hizo sentir ganas de vomitar.

CHAPTER 6

LA EXPEDICIÓN


DESPUÉS DE UNA SEMANA DE duro entrenamiento, nos llegó la noticia de que nuestro pelotón saldría del campamento para hacer su primera expedición rutinaria. Los planes de Nuevos Estados Unidos de Norteamérica era ir aumentando su zona de control hasta liberar a todo el estado de Oregón y más tarde a todos los Estados Unidos de América.

Salimos del campamento antes de que amaneciera. Patas Largas no fue elegido para la misión. Nuestra marcha se dirigía hacia el sur. No nos habían informado del recorrido, pero yo sabía orientarme en un bosque. Llevábamos provisiones para cuatro días, por lo que deduje que caminaríamos durante dos días y después regresaríamos al campamento.

Marchaba junto a Charly. Hacía un día estupendo, y como estábamos en la parte de en medio de la marcha, podíamos hablar con cierta tranquilidad sin miedo a que los oficiales nos escucharan.

—¿Has salido antes a alguna marcha? —le pregunté.

—Hace dos meses. Viajamos en otra dirección. Nuestra misión es supervisar que los campamentos punta están bien —dijo Charly.

—¿Los campamentos punta? —pregunté extrañado.

—Sí, las avanzadillas. Estos campamentos son más pequeños y únicamente reciben una visita una vez al mes, y en invierno cada dos meses y medio —comentó Charly.

Tras cinco horas de caminata descansamos en un claro. Comimos y charlamos amigablemente en pequeños grupos hasta que los oficiales nos ordenaron que formáramos de nuevo.

Después de otras seis horas de marcha, se estableció un pequeño campamento para pasar la noche. Únicamente se levantó una tienda para los oficiales, pero el resto de nosotros dormimos en nuestros sacos, bajo las estrellas.

Mientras observaba el imponente firmamento, me pregunté qué habría en esos miles de estrellas. Una obra increíble, el más magnífico escenario del mundo, para estar vacío y solitario. Intenté orar unos momentos, pues llevaba muchos días sin hacerlo. Estaba tan agotado que por las noches caía profundamente dormido en cuanto llegaba a mi cama, pero no tardé mucho en dormirme.
(Continues...)


Excerpted from MÃ?S ALLÃ? DE LAS FRONTERAS DE MINOS by MARIO ESCOBAR. Copyright © 2013 by Mario Escobar Golderos. Excerpted by permission of Grupo Nelson.
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