Historia de la conquista de México
Los biógrafos no se ponen de acuerdo sobre las fechas de su nacimiento y muerte, parece que vivió entre 1510 y 1560. Nació en Sevilla y estudió en la Universidad de Alcalá. Fue uno de los principales cronistas de la conquista española de América; enseñó lenguas clásicas en la Universidad de Alcalá y después se hizo sacerdote y fue secretario y capellán de Hernán Cortés.
Aunque Francisco López de Gomara nunca fue a América, la historia de la conquista le fue contada por el propio Cortés y otros expedicionarios.
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Historia de la conquista de México
Los biógrafos no se ponen de acuerdo sobre las fechas de su nacimiento y muerte, parece que vivió entre 1510 y 1560. Nació en Sevilla y estudió en la Universidad de Alcalá. Fue uno de los principales cronistas de la conquista española de América; enseñó lenguas clásicas en la Universidad de Alcalá y después se hizo sacerdote y fue secretario y capellán de Hernán Cortés.
Aunque Francisco López de Gomara nunca fue a América, la historia de la conquista le fue contada por el propio Cortés y otros expedicionarios.
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Los biógrafos no se ponen de acuerdo sobre las fechas de su nacimiento y muerte, parece que vivió entre 1510 y 1560. Nació en Sevilla y estudió en la Universidad de Alcalá. Fue uno de los principales cronistas de la conquista española de América; enseñó lenguas clásicas en la Universidad de Alcalá y después se hizo sacerdote y fue secretario y capellán de Hernán Cortés.
Aunque Francisco López de Gomara nunca fue a América, la historia de la conquista le fue contada por el propio Cortés y otros expedicionarios.

Product Details

ISBN-13: 9788498970784
Publisher: Linkgua
Publication date: 08/31/2010
Series: Historia , #208
Sold by: Bookwire
Format: eBook
Pages: 442
File size: 2 MB
Language: Spanish

About the Author

Francisco López de Gómara (Gómara, 1512-1572). Los biógrafos no se ponen de acuerdo sobre las fechas de su nacimiento y muerte, parece que vivió entre 1510 y 1560. Nació en Sevilla y estudió en la Universidad de Alcalá. Fue uno de los principales cronistas de la conquista española de América; enseñó lenguas clásicas en la Universidad de Alcalá y después se hizo sacerdote y fue secretario y capellán de Hernán Cortés. López de Gómara presenció muchos acontecimientos militares de su época como secretario y capellán de Cortés y conoció de cerca el temperamento de éste y las intrigas políticas y militares de su época. Participó en la expedición contra Argelia de 1541, liderada por el monarca Carlos V; irónicamente, se informó de la historia de la conquista en medio de aquella contienda africana y nunca estuvo en América. Algunos dicen que por eso su obra fue prohibida por Felipe II, acusada de no ser fiel a los hechos. Entre otros libros suyos cabe citar sus crónicas de las batallas libradas por la armada de Carlos V y algún texto sobre las tropelías de los piratas del Mediterráneo.

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La conquisita de México


By Francisco López de Gómara

Red Ediciones

Copyright © 2015 Red ediciones S.L.
All rights reserved.
ISBN: 978-84-9897-078-4


CHAPTER 1

NACIMIENTO DE HERNÁN CORTÉS


El año 1485, siendo reyes de Castilla y Aragón los católicos don Fernando y doña Isabel, nació Hernán Cortés en Medellín. Su padre se llamó Martín Cortés de Monroy, y su madre doña Catalina Pizarro Altamirano: entrambos eran hidalgos, pues todos estos cuatro linajes, Cortés, Monroy, Pizarro y Altamirano, son muy antiguos, nobles y honrados. Tenían poca hacienda, empero mucha honra, lo cual raras veces acontece si no es en personas de buena vida, y no solamente los honraban sus vecinos por la bondad y cristiandad que conocían en ellos, sino que hasta ellos mismos se preciaban de ser honrados en todas sus palabras y obras, por lo que vinieron a ser muy bienquistos y amados de todos. Ella fue muy honesta, religiosa, severa y reservada; él fue devoto y caritativo. Siguió la guerra cuando mancebo, siendo teniente de una compañía de jinetes por su pariente Alonso de Hermosa, capitán de Alonso Monroy, clavero de Alcántara; el cual se quiso hacer maestre de su orden contra la voluntad de la Reina, por cuya causa le hizo guerra don Alonso de Cárdenas, maestre de Santiago. Se crió tan enfermo Hernán Cortés, que llegó muchas veces a punto de muerte; mas con una devoción que le hizo María de Esteban, su ama de leche, vecina de Oliva, sanó. La devoción fue echar en suerte los doce apóstoles y darle por abogado el último que saliese, y salió San Pedro, en cuyo nombre se dieron algunas misas y oraciones, con las cuales quiso Dios que sanase. Desde entonces tuvo siempre Cortés por su especial abogado y devoto al glorioso apóstol de Jesucristo San Pedro, y celebraba todos los años su día en la iglesia y en su casa, dondequiera que se hallase. A los catorce años de edad lo enviaron sus padres a estudiar a Salamanca, donde estudió dos años, aprendiendo gramática en casa de Francisco Núñez de Valera, que estaba casado con Inés de Paz, hermana de su padre. Se volvió a Medellín harto o arrepentido de estudiar, o quizá falto de dinero. Mucho sintieron los padres su vuelta, y se enojaron con él porque dejaba el estudio, pues deseaban que aprendiese leyes, facultad rica y de honra entre todas las demás, pues era de muy buen ingenio y hábil para todo. Daba y tomaba enojos y ruido en casa de sus padres, pues era bullicioso, altivo, travieso, amigo de armas, por lo cual determinóse a seguir ese camino. Se le ofrecían dos caminos a la sazón muy a su propósito y a su inclinación: uno era Nápoles, con Gonzalo Fernández de Córdoba, que llamaban el Gran Capitán; el otro las indias, con Nicolás de Ovando, comendador de Larez, que iba como gobernador. Pensó cuál de los dos viajes le estaría mejor, y al cabo decidió de pasar a las Indias, porque Ovando le conocía y se encargaría de él, y porque también le atraía aquel viaje más que el de Nápoles, a causa del mucho oro que de allí se traía. Pero mientras que Ovando preparaba su partida y disponía la flota que tenía que llevar, entró Hernán Cortés una noche a una casa por hablar con una mujer, y andando por la pared mal cimentada de un trascorral, cayó con ella. Al ruido que hizo la pared y las armas y broquel que llevaba, salió un recién casado, que, cuando le vio caído cerca de su puerta, lo quiso matar, sospechando algo de su mujer; sin embargo, una vieja, suegra suya, se lo estorbó. Quedó enfermo de la caída, y le reaparecieron las cuartanas, que le duraron mucho tiempo; y así no pudo ir con el gobernador Ovando. Cuando curó, determinóse a pasar a Italia, según primero había ya pensado, y para ir allí se encaminó a Valencia; mas no pasó a Italia, sino que se anduvo a la flor del berro, aunque no sin trabajos y necesidades, cerca de un año. Volvióse a Medellín con determinación de pasar a las indias, y sus padres le dieron la bendición y dinero para ir.


EDAD QUE TENÍA CORTÉS CUANDO PASÓ A LAS INDIAS

Tenía Hernán Cortés diecinueve años cuando, el año 1504 de nacer Cristo, pasó a las Indias, y de tan poca edad se atrevió a ir por sí mismo tan lejos. Hizo flete y matalotaje en una nao de Alonso Quintero, vecino de Palos de Moguer, que iba en conserva de otras cuatro, con mercadería; las cuales tuvieron próspera navegación desde Sanlúcar de Barrameda hasta la Gomera, isla de Canarias, donde se proveyeron de refresco y comida suficiente a tan largo camino como llevaban. Alonso Quintero, por codicia, partió una noche sin hablar a los compañeros, para llegar antes a Santo Domingo y vender más pronto o más caro sus mercaderías que ellos; pero así que se hizo a la vela, cargó tanto el tiempo, que le rompió el mástil de la nave, por lo cual le fue forzoso volver a la Gomera, y rogar a los otros que lo esperasen, pues aún no habían salido, mientras él adobaba su mástil. Ellos lo esperaron, y partieron todos juntos, y caminaron a vista unas de otras gran pedazo en mar. Quintero, que vio el tiempo calmado, se adelantó otra vez de la compañía, poniendo, como anteriormente, la esperanza de la ganancia en la rapidez del camino; y como Francisco Niño de Huelva, que era el piloto, no sabía guiar la nao, llegó un momento en que no sabían de sí, cuanto más dónde estaban. Sorprendíanse los marineros, estaba triste el piloto, lloraban los pasajeros, y ni sabían el camino hecho ni el por hacer. El patrón echaba la culpa al piloto, y el piloto al patrón, pues, al parecer, iban enfadados. Con todo esto escaseaban las viandas y faltaba el agua, pues no bebían sino de la que llovía, y todos se confesaron. Unos maldecían su suerte, otros pedían misericordia, esperando la muerte, pues algunos ya se la tenían tragada, o llegar a tierra de caribes, donde se comen a los hombres. Estando, pues, en esta tripulación, llegó a la nao una paloma el Viernes Santo, cuando estaba a punto de ponerse el Sol, y se sentó en la gavia. Todos la tuvieron por buena señal; y como les parecía milagro, lloraban de placer: unos decían que venía a consolarlos, otros que la tierra estaba cerca; y así, daban gracias a Dios, y dirigían la nave hacia donde volaba el ave. Desapareció la paloma, y se entristecieron mucho, pero no perdieron las esperanzas de ver pronto tierra. Y así, en la misma Pascua descubrieron la isla Española; y Cristóbal Zorzo, que vigilaba, dijo: «Tierra, tierra», voz que alegra y consuela a los navegantes. Miró el piloto, y reconoció la punta de Samaná, y al cabo de tres o cuatro días entraron en Santo Domingo, que tan deseada tenían, donde ya hacía muchos días que estaban las otras cuatro naos


TIEMPO QUE RESIDIÓ CORTÉS EN SANTO DOMINGO

No estaba el gobernador Ovando en la ciudad cuando llegó Cortés a Santo Domingo, pero un secretario suyo, que se llamaba Medina, lo hospedó e informó del estado de la isla y de lo que debía hacer. Le aconsejó que avencindase allí, y que le darían una caballería, que es un solar para casa, y algunas tierras para labrar. Cortés, que pensaba llegar y cargar de oro, tuvo en poco aquello, diciendo que prefería ir a recoger oro. Medina le dijo que lo pensase mejor, pues el hallar oro era dicha y trabajo. Volvió el gobernador, y fue Cortés a besarle las manos y a darle cuenta de su venida y de las cosas de Extremadura, y se quedó allí por lo que Ovando le dijo; y al poco tiempo se fue a la guerra que hacía Diego Velázquez en Aniguaiagua, Buacaiarima y otras provincias que aún no estaban pacificadas, con el alzamiento de Anacoina, una gran señora, viuda. Le dio Ovando algunos indios en tierra del Daiguao, y la escribanía del ayuntamiento de Azua, una villa que había fundado, donde vivió Cortes cinco o seis años, y se dedicó a granjerías. Quiso entonces pasar a Veragua, que tenía fama de riquísima, con Diego de Nicuesa, y no pudo, por una postema que se le hizo en la corva derecha, la cual le dio la vida, o al menos le quitó de muchos trabajos y peligros que pasaron los que allá fueron, según en la historia contamos.


ALGUNAS COSAS QUE LE PASARON EN CUBA A HERNÁN CORTÉS

Envió el almirante don Diego Colón, que gobernaba las Indias, a Diego Velázquez que conquistase Cuba, el año 11, y le dio la gente, armas y cosas necesarias. Hernán Cortés fue a la conquista como oficial del tesorero Miguel de Pasamonte, para llevar cuenta de los quintos y hacienda del rey; y hasta el mismo Diego Velázquez se lo rogó, por ser hábil y diligente. En la repartición que hizo Diego Velázquez después de conquistada la isla, dio a Cortés los indios de Manicarao, en compañía de su cuñado Juan Suárez. Vivió Cortés en Santiago de Baracoa, que fue la primera población de aquella isla. Crió vacas, ovejas y yeguas; y así, fue el primero que allí tuvo hato y cabaña. Sacó gran cantidad de oro con sus indios, y muy pronto llegó a ser rico, y puso 2.000 castellanos en compañía de Andrés de Duero, con el que trataba. Tuvo gracia y autoridad con Diego Velázquez para despachar negocios y entender en edificios, como fueron la casa de la fundición y un hospital. Llevó a Cuba Juan Suárez, natural de Granada, a tres o cuatro hermanas suyas y a su madre, que habían ido a Santo Domingo con la virreina doña María de Toledo, el año 9, con el pensamiento de casarse allí con hombres ricos, pues ellas eran pobres; y hasta una de ellas, que tenía por nombre Catalina, solía decir muy de veras que tenía que ser gran señora, o porque lo soñase, o porque se lo dijese algún astrólogo, aunque dicen que su madre sabía muchas cosas. Eran las Suárez bonitas; por lo cual, y por haber allí pocas españolas, las festejaban muchos, y Cortés a Catalina, con la que al fin se casó, aunque primero tuvo sobre ello algunas pendencias y estuvo preso, pues no la quería él por mujer, y ella le reclamaba la palabra. Diego Velázquez la favorecía por amor a otra hermana suya, que tenía mala fama, y hasta él era demasiado mujeril. Le acosaban Baltasar Bermúdez, Juan Suárez, don Antonio Velázquez y un tal Villegas para que se casase con ella; y como le querían mal, dijeron muchos males de él a Diego Velázquez acerca de los negocios que le encargaban, y que trataba con algunas personas cosas nuevas en secreto. Lo cual, aunque no era verdad, lo parecía, porque muchos iban a su casa, y se quejaban de Diego Velázquez, o porque no les daba repartimiento de indios, o se lo daba pequeño. Diego Velázquez creyó esto, con el enojo que de él tenía porque no se casaba con Catalina Suárez, y le trató mal de palabra en presencia de muchos, y hasta lo metió preso. Cortés, que se vio en el cepo, temió algún proceso con testigos falsos, como suele acontecer en aquellos sitios. Rompió el pestillo del candado del cepo, cogió la espada y rodela del alcalde, abrió una ventana, se descolgó por ella, y se fue a la iglesia. Diego Velázquez riñó a Cristóbal de Lagos, diciendo que había soltado a Cortés por dinero o soborno, y procuró sacarlo con engaños del lugar sagrado, y hasta por la fuerza; pero Cortés entendía las palabras y resistía la fuerza; sin embargo, un día se descuidó y le cogieron paseando delante de la puerta de la iglesia, el alguacil Juan Escudero y otros, y lo metieron en una nave que había debajo. Entonces favorecían muchos a Cortés, comprendiendo haber pasión en el gobernador. Cortés, cuando se vio en la nave, desconfió de su libertad, y tuvo por cierto que lo enviarían a Santo Domingo o a España. Probó muchas veces a sacar el pie de la cadena, y tanto hizo, que lo sacó, aunque con grandísimo dolor. Cambió luego aquella misma noche su ropa con el mozo que lo servía; salió por la bomba sin ser sentido; se coló rápidamente por un lado del navío al esquife, y se fue con él; mas para que no le siguiesen, soltó el barco de otro navío que allí junto estaba. Era tanta la corriente de Macaguanigua, río de Baracoa, que no pudo entrar con el esquife, porque remaba solo y estaba cansado, y ni aun supo tomar tierra. Temiendo ahogarse si volcaba el barco, se desnudó y se ató con un turbante sobre la cabeza algunas escrituras que tenía, como escribano de Ayuntamiento y oficial del tesorero, y que obraban contra Diego Velázquez; se tiró al mar, y salió nadando a tierra. Fue a su casa, habló a Juan Suárez, y se metió otra vez en la iglesia con armas. Diego Velázquez envió a decir entonces a Cortés que lo pasado, pasado, y que fuesen amigos como antes, para ir sobre algunos isleños que andaban levantados. Cortés se casó con Catalina Suárez, porque lo había prometido y por vivir en paz, y no quiso hablar a Diego Velázquez en muchos días. Salió Diego Velázquez con mucha gente contra los alzados, y dijo Cortés a su cuñado Juan Suárez que le sacase fuera de la ciudad una lanza y una ballesta, y él salió de la iglesia al anochecer, y cogiendo la ballesta, se fue con el cuñado a una granja donde estaba Diego Velázquez solo con sus criados, pues los demás estaban aposentados en un lugar cerca de allí, y aún no habían venido todos, porque era el primer día. Llegó tarde, y al tiempo que miraba Diego Velázquez el libro de la despensa; llamó a la puerta, que estaba abierta, y dijo al que respondió que era Cortés, que quería hablar al Señor gobernador, y tras esto se metió dentro. Diego Velázquez temió, por verle armado y a tal hora, y le rogó que cenase y descansase sin recelo. Él dijo que no venía más que a saber las quejas que de él tenía, y a satisfacerle y a ser su amigo y servidor. Estrecháronse las manos como amigos, y después de muchas pláticas se acostaron juntos en una cama, donde los halló a la mañana siguiente Diego de Orellana, que fue a ver al gobernador y a decirle que Cortés se había ido. De esta manera volvió Cortes a la amistad de antes con Diego Velázquez, y se fue con él a la guerra; y cuando volvió creyó ahogarse en el mar, pues viniendo de las bocas de Bani, de ver a unos pastores e indios que tenía en las minas, a Baracoa, donde vivía, se le volvió la canoa de noche a media legua de tierra y con tempestad; mas salió a nado, atinando por una lumbre de pastores que cenaban junto al mar: por semejantes peligros y rodeos corren su camino los muy excelentes varones, hasta llegar a donde les está guardada su buena dicha.


DESCUBRIMIENTO DE NUEVA ESPAÑA

Francisco Hernández de Córdoba descubrió Yucatán, según ya contamos en otra parte, yendo por indios o a rescatar, en tres navíos que armaron él, Cristóbal Morante y Lope Ochoa de Caicedo, el año 17. El cual, aunque no trajo más que heridas del descubrimiento, trajo relación de cómo aquella tierra era rica en oro y plata, y la gente vestida. Diego Velázquez, que gobernaba la isla de Cuba, envió luego, al año siguiente, a Juan de Grijalva, sobrino suyo, con doscientos españoles en cuatro navíos, pensando ganar mucha plata y oro, por las cosas de rescate que enviaba, a donde Francisco Hernández decía. Fue, pues, Juan de Grijalva a Yucatán, peleó con los de Champoton, y salió herido. Entró en el río de Tabasco, que llaman por esto Grijalva, en el cual rescató, por cosas de poco valor, mucho oro, ropa de algodón y lindas cosas de pluma. Estuvo en San Juan de Ulúa; tomó posesión de aquella tierra por el rey en nombre de Diego Velázquez, y cambió su mercería por piezas de oro, mantas de algodón y plumajes; y si se hubiera dado cuenta de esta bondad, hubiera poblado en tan rica tierra, como le rogaron sus compañeros, y hubiese sido lo que fue Cortés; mas no era tanto bien para quien no supo conocerlo; aunque él se excusaba diciendo que no había ido a poblar sino a rescatar y descubrir si aquella tierra de Yucatán era isla. También lo dejó por miedo a la mucha gente y gran tierra, viendo que no era isla, pues entonces huían de entrar en Tierra Firme. Había también muchos que deseaban ir a Cuba, como era Pedro de Alvarado, que se perdía por una isleña; y así procuró volver, con la relación de lo hasta allí sucedido, a Diego Velázquez. Recorrió la costa Juan de Grijalva hasta Pánuco, y volvió a Cuba, rescatando con los naturales oro, pluma y algodón, a pesar de la mayoría, y hasta lloraba porque no querían volver con él: tan de poco era. Tardó cinco meses desde que salió hasta que regresó a la misma isla, y ocho desde que salió de Santiago hasta que volvió a la ciudad, y cuando llegó no lo quiso ver Diego Velázquez; que fue su merecido.


RESCATE QUE OBTUVO JUAN DE GRIJALVA

Rescató Juan de Grijalva con los indios de Potonchan, de San Juan de Ulúa y de otros lugares de aquella costa tantas y tales cosas, que hubieran querido los de su compañía quedarse allí, y por tan poco precio, que se hubieran alegrado de feriar con ellos cuanto llevaban. Valía más la obra de muchas de ellas que el material. Consiguió, en fin, lo siguiente:

    Un idolillo de oro, hueco.
    Otro idolejo de lo mismo, con cuernos y cabellera, que tenía un sartal al cuello, un moscador     en la mano, y una piedrecita por
    ombligo.
    Una especie de patena de oro delgada, y con algunas piedras engastadas.
    Un casquete de oro, con dos cuernos y cabellera negra.
    Veintidós arracadas de oro, cada una con tres colgantes de lo mismo.
    Otras tantas arracadas de oro, y más pequeñas.
    Cuatro ajorcas de oro muy anchas.
    Un escarcelón delgado de oro.
    Una sarta de cuentas de oro huecas, y con una rana de ello bien hecha.
    Otra sarta de lo mismo con un leoncito de oro.
    Un par de zarcillos de oro grandes.
    Dos aguilitas de oro bien vaciadas.
    Un salerillo de oro.
    Dos zarcillos de oro y turquesa, cada uno con ocho colgantes.
    Una gargantilla para mujer, de doce piezas, con veinticuatro colgantes de piedras.
    Un collar de oro, grande.
    Seis collaritos delgados de oro.
    Otros siete collares de oro con piedras.
    Cuatro zarcillos de hoja de oro.
    Veinte anzuelos de oro, con los que pescaban.
    Doce granos de oro, que pesaron 50 ducados.
    Una trenza de oro.
    Planchuelas delgadas de oro.
    Una olla de oro.
    Un ídolo de oro, hueco y delgado.
    Algunas bronchas delgadas de oro.
    Nueve cuentas de oro huecas, con su extremo.
    Dos sartas de cuentas doradas.
    Otra sarta de palo dorado, con canutillos de oro.
    Una tacita de oro, con ocho piedras moradas y veintitrés de otros colores.
    Un espejo de dos caras, guarnecido de oro.
    Cuatro cascabeles de oro.
    Una salserita delgada de oro.
    Un botecito de oro.
    Algunos collarcillos de oro, que valían poco, y algunas arracadillas de oro pobres.
    Una especie de manzana hueca de oro.
    Cuarenta hachas de oro, con mezcla de cobre, que valían hasta 2.500 ducados.
    Todas las piezas que son necesarias para armar un hombre, de oro delgado.
    Una armadura de palo, con hojas de oro y piedrecitas negras.
    Un penachuelo de cuero y oro.
    Cuatro armaduras de palo para las rodillas, cubiertas de hoja de oro.
    Dos escarcelones de madera, con hojas de oro.
    Dos rodelas, cubiertas de plumas de muchos y finos colores.
    Otras rodelas de oro y plumas.
    Un plumaje grande de colores, con una avecica en medio al natural.
    Un abanico de oro y plumas.
    Dos moscadores de plumas.
    Dos cantaritos de alabastro, llenos de diversas piedras algo finas, y entre ellas una que valió     2.000 ducados.
    Algunas cuentas de estaño.
    Cinco sartas de cuentas de barro, redondas y cubiertas de hoja de oro muy delgada.
    Ciento treinta cuentas huecas de oro.
    Otros muchos sartales de palo y barro dorado.
    Otras muchas cuentas doradas.
    Unas tijeras de palo dorado.
    Dos máscaras doradas.
    Una máscara de mosaico con oro.
    Cuatro máscaras de madera doradas, de las cuales una tenía dos varas derechas de mosaico con     turquesillas, y otra las orejas
    de lo mismo, aunque con más oro.
    Otra era del mismo mosaico de la nariz arriba, y la otra de los ojos arriba.
    Cuatro platos de palo, cubiertos de hoja de oro.
    Una cabeza de perro, cubierta de piedrecitas.
    Otra cabeza de animal, de piedra guarnecida de oro, con su corona y cresta y dos colgantes,     todo ello de oro más delgado.
    Cinco pares de zapatos como esparteñas.
    Tres cueros encarnados.
    Siete navajas de pedernal, para sacrificar.
    Dos escudillas de palo pintadas, y un jarro.
    Una ropilla con medias mangas de pluma de colores, muy graciosa.
    Una especie de peinador de algodón fino.
    Una manta grande y fina de plumas.
    Muchas mantas delgadas de algodón.
    Otras muchas mantas groseras de algodón.
    Dos tocas o almaizales de buen algodón.
    Muchos pinetes de suave olor.
    Mucho ají y otras frutas.
    Trajo, además de esto, una mujer que le dieron, y algunos hombres que cogió; por uno de los     cuales le daban lo que pesase
    en oro, y no lo quiso dar.
    Trajo también noticias de que había amazonas en ciertas islas, y muchos lo creyeron espantados     de las cosas que traía
    rescatadas por tan bajísimo precio, pues no le habían costado todas ellas más que:
    Seis camisas de lienzo basto.
    Cinco turbantes.
    Tres zaragüelles.
    Cinco servillas de mujer.
    Cinco cintas anchas de cuero, bordadas de hiladizo de colores, con sus bolsas y yesqueros.
    Muchas bolsitas de badana.
    Muchas agujetas de un herrete y de dos.
    Seis espejos doradillos. Cuatro medallas de vidrio.
    Dos mil cuentas verdes de vidrio, que tuvieron por finas.
    Cien sartas de cuentas de muchos colores.
    Veinte peines, que estimaron en mucho.
    Seis tijeras, que les agradaron.
    Quince cuchillos, grandes y pequeños.
    Mil agujas de coser y dos mil alfileres.
    Ocho alpargatas.
    Unas tenazas y martillo.
    Siete caperuzas de color.
    Tres sayos de colores, guarnecidos con jirones.
    Un sayo de frisa con su caperuza.
    Un sayo de terciopelo verde traído, con una gorra negra de terciopelo.


(Continues...)

Excerpted from La conquisita de México by Francisco López de Gómara. Copyright © 2015 Red ediciones S.L.. Excerpted by permission of Red Ediciones.
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