Esperanza para su matrimonio: Experimente los mejores deseos de Dios para usted y su cónyuge

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Overview

¿Estás dispuesto a hacer cuanto sea necesario para tener el matrimonio que has soñado? Este libro ha sido escrito pensando en las parejas que quieren tener el mejor matrimonio posible. Los autores creen que todo matrimonio tiene el potencial de volverse algo increíble, cuando es Dios quien está en su centro.

Después de buscar la ayuda de mentores y expertos en matrimonio, y descubrir lo que dice la Biblia acerca del matrimonio, los autores se dieron cuenta de que no tenemos la menor idea de lo que significa compartir un compromiso para toda una vida. Solo sabemos que tenemos la capacidad necesaria para que nuestro matrimonio sea excelente, pero no sabemos de qué manera llegar a ese punto.

Los autores comparten los principios y los textos de las Escrituras en los cuales han aprendido a apoyarse y sobre los cuales han predicado en la Iglesia Lakewood durante la década pasada. Ellos creen que no hay pareja alguna que Dios no pueda alcanzar y que no hay problema tan grande que Dios no lo pueda manejar. Si un hombre y una mujer se dedican a hacer las cosas a la manera de Dios y están comprometidos entre sí, nada va a ser imposible para ellos. Aún podrán tener el matrimonio de sus sueños.


Product Details

ISBN-13: 9781418598945
Publisher: Grupo Nelson
Publication date: 06/26/2018
Sold by: HarperCollins Publishing
Format: eBook
Pages: 240
File size: 487 KB
Language: Spanish

About the Author

Clayton y Ashlee Hurst han estado casados más de veinte años y tienen tres hijos. Han formado parte del personal en la Iglesia Lakewood, de Houston, Texas, desde 2004. En el presente, son líderes del Ministerio de Matrimonio y Educación de los Hijos. Durante muchos años, Clayton y Ashlee tuvieron dificultades en su matrimonio. Habían llegado a un lugar situado al fondo del valle de los huesos secos, y todo parecía indicar que habían perdido por completo la esperanza. Comenzaron a declarar las promesas de Dios, y lentamente, la esperanza fue surgiendo en su matrimonio. Aunque no tienen un matrimonio perfecto, hoy en día es un matrimonio fuerte, y sienten pasión por ayudar a otros.

Read an Excerpt

CHAPTER 1

Los huesos secos cobran vida

Hijo de hombre, ¿podrán revivir estos huesos?

— Ezequiel 37.3

Dicen que una persona solo necesita tres cosas en este mundo para ser verdaderamente feliz: alguien a quien amar, algo que hacer y algo a que aspirar.

— Tom Bodett, autor y locutor de radio

¿Está dispuesto a hacer todo lo que se necesite para tener el matrimonio que siempre soñó?

Al principio de nuestro matrimonio, habríamos respondido a esa pregunta con un rotundo. Y si alguien nos hubiera desafiado con ella durante los primeros años de casados, seguro que habría cambiado la trayectoria de nuestro matrimonio.

El 15 de junio de 1996, día de nuestra boda, iniciamos lo que pensamos que sería nuestra ininterrumpida historia de amor, para toda la vida. Estábamos enamorados y habíamos empleado toda nuestra energía en la planificación y en la preparación del gran día. Seleccionamos las combinaciones de colores, decidimos si usar flores naturales o artificiales y discurrimos sobre si ocho invitados por cada uno eran demasiados. Los pequeños detalles eran cruciales para nosotros. Estábamos bastante orgullosos de nuestra herencia cristiana y queríamos que todos supieran que el día de nuestra boda estaba dedicado a Dios y al comienzo de nuestro compromiso mutuo. Habíamos estado comprometidos por casi ocho meses y el tiempo había pasado deprisa. Antes de darnos cuenta, tomaron las fotos de la ceremonia, la recepción culminó y nosotros partimos hacia una romántica luna de miel. Al fin casados, nos sentíamos en la cima del mundo y nada cambiaría eso, ¿no es así?

En retrospectiva, dedicamos tanto tiempo a prepararnos para el día de nuestra boda, que no dispusimos casi nada para los días venideros. En nuestras sesiones de consejería prematrimonial nos aseguraron que, como nuestros padres tenían matrimonios sólidos, el nuestro también lo sería, y que no era necesario deliberar sobre temas profundos en nuestra relación. Nosotros lo creímos así. Tuvimos una errónea noción de seguridad. Pensamos que no era necesario continuar con la consejería prematrimonial.

Durante ese primer año, estuvimos redefiniendo lo que era normal. Fuimos aprendiendo cómo era la vida de casados, qué era ser esposo, qué era ser esposa y cómo amarnos en un nuevo nivel. Para ser francos, comenzamos nuestro primer año en la cima más alta y luego dio inicio nuestro descenso paulatino. No teníamos idea de que estábamos dirigiéndonos directo a un valle. Uno profundo y doloroso. Casi cinco años después, estábamos atrapados en ese valle. Nos habíamos lastimado tanto el uno al otro que no podíamos discernir si había alguna salida.

Hay una historia en la Biblia que describe un valle tan desolado como aquel nuestro. El profeta Ezequiel fue llevado por Dios hacia una visión grandiosa. El Señor lo ubicó en medio de un valle repleto de huesos secos. De repente, Dios lo alzó en el aire para que observara aquella escena de destrucción. En todas las direcciones, Ezequiel no podía ver nada más que muerte y miseria. Un valle extenso, lleno de huesos secos, esparcidos de este a oeste. Era el valle de la muerte, donde toda esperanza había desaparecido, si acaso había alguna.

Nuestro momento en el valle

El paso por el valle llegó temprano a nuestro matrimonio al descubrir que no sabíamos cómo comunicarnos de manera efectiva. A menudo nos gritábamos con el propósito de explicar nuestros puntos de vista. Nos sentíamos miserables. Pensábamos que lo habíamos intentado todo, pero nada parecía funcionar. ¡En ese momento precisábamos una esperanza! Nos confrontaban las mismas preguntas que ahora les hacemos a otras parejas:

¿Estábamos dispuestos a hacer todo lo necesario para tener el matrimonio que siempre esperamos y soñamos?

¿Estábamos dispuestos a dar pequeños pasos diarios para salir de ese valle desolado en el que nos encontrábamos?

¿Estábamos dispuestos a someternos a Dios y el uno al otro?

De Ashlee

Era noviembre del año 2000. Durante las elecciones presidenciales, mientras el mundo debatía y discutía sobre votos no contados, mi debate era con un matrimonio que pendía de un hilo. Apenas cinco semanas antes, había dado a luz a nuestro primer hijo. Al igual que el mundo sumido en el caos, sentía una incertidumbre en mi corazón por lo que me deparaban los próximos años. ¿Cómo podríamos traer un nuevo miembro a nuestra pequeña familia cuando nuestro matrimonio estaba sin vida? ¿Por qué éramos tan infelices? ¿Por qué no teníamos un matrimonio exitoso? Los hogares de nuestros padres habían tenido éxito, ambos fuimos criados en familias cristianas y estábamos muy involucrados en nuestra iglesia. Empecé a reflexionar sobre los últimos cinco años y sobre cómo nos había ido. Me lo imaginé en una lista como la que sigue.

* Primer año: Los primeros meses fueron emocionantes y divertidos, casi como vivir en Navidad todos los días. Vivíamos en la cabaña de madera más linda que había en un campo de heno con vacas a nuestro alrededor. Era el sueño de cualquier chica de campo. Era nuestro pequeño paraíso al este de Texas. Éramos felices. Clayton tenía algunas peculiaridades que yo veía un poco extrañas, pero estaba convencida de que al fin podría cambiarlo. Sin embargo, yo tenía algunas luchas internas de mi pasado que nunca le conté, pero, de manera general, era como cuando éramos novios, aunque ahora no teníamos que separarnos ni dejarnos.

* Segundo año: La etapa de la luna de miel estaba llegando a su fin. Cuando tratábamos de conversar, discrepábamos en casi todo. Esos conflictos se convertían en discusiones hirientes. Acababa de empezar mi primer año de enseñanza en la escuela secundaria, pero no lo estaba disfrutando. Era demasiado joven como para enseñar a estudiantes de secundaria, por lo que me sentí abrumada. Traté de hablar con Clayton al respecto para que pudiera animarme a superarlo, pero simplemente trató de solucionar todos mis problemas. Yo no quería eso, solo deseaba que me escuchara. Así que dejé de contarle tanto como solía hacerlo.

* Tercer año: Clayton tomó el cargo de pastor de niños en nuestra iglesia. Ahora era una «esposa de pastor». Yo tenía veintitrés años y me sentía poco calificada. No sé cómo tocar el piano, predicar o cantar, pensé. ¿Cómo voy a ser esposa de un predicador? Tenía algunas ideas en cuanto a qué tipo de mujer debía ser y, en mi criterio, yo era un gran fracaso, pero nunca podría decírselo a Clayton. Él solo trataría de arreglarlo. De modo que comencé a aislarme de él poco a poco y empecé a morir por dentro.

* Cuarto año: Odiaba el sexo. Esas luchas silenciosas de mi pasado estaban empezando a aflorar en mí de una manera que ya no podía ocultar. No obstante, una persona bienintencionada a la que le confié mis luchas, me dijo que solo tenía que soportar esos quince minutos y que así estaría cumpliendo con mi esposo, ya que era mi deber como esposa hacerlo.

* Quinto año: Todo aquello fue demasiado: la comunicación espantosa, la vida sexual insatisfecha, la idea de que necesitábamos tener un matrimonio perfecto y, ahora, un bebé. No podía soportarlo más. Me sentía atrapada en una relación rota, me consideraba indigna y estaba atrapada en mi nuevo rol como madre, por lo que me deprimí. Pensé en terminar con mi vida puesto que no veía otra salida. Me encontraba en el valle de los huesos secos y estaba falleciendo.

De Clayton

Recuerdo que el quinto año fue un momento clave para nosotros. Luchábamos más que nunca en nuestra relación. Estaba abrumado por la culpa, la pena y la tristeza. Se suponía que lo lograríamos. Es más, no solo eso, debíamos haber sido el modelo de un matrimonio perfecto. Los matrimonios de nuestros padres eran exitosos y todos suponían que seguiríamos sus pasos. Teníamos muchas cosas a favor, pero nuestro matrimonio se desplazaba en una espiral descendente sin esperanza a la vista.

Nunca había sentido tanta presión para mantener todo a flote. Había mucho apremio para ser perfectos y no estábamos ni cerca. De hecho, nadie sabía lo ardua que era nuestra lucha. No había forma de que alguien lo supiera porque nos habíamos convertido en expertos en usar máscaras para cubrir nuestro dolor. La gente de nuestra iglesia nos veía como líderes. Yo sentía que estaba fallando como pastor y como esposo. Y, con un bebé en camino, estaba destinado a seguir fracasando.

Muchas veces me sentí como si estuviera nadando en pleno océano, en una misma dirección, por lo que parecía una eternidad, solo para darme cuenta de que no había tierra a la vista. Luego probaba «nadar» en la dirección opuesta y aun así no veía tierra. Me sentía como si estuviera agobiado y a punto de ahogarme. Era una época extenuante. Se suponía que nuestro matrimonio no debía fallar. ¿Cómo habíamos caído en tal desesperación? He aquí mis reflexiones sobre los primeros cinco años.

* Primer año: Al principio no tuvimos nada más que el uno al otro. Yo trabajaba en la universidad donde Ashlee estaba terminando su carrera. Vivíamos en pleno campo de heno en una cabaña de madera que pertenecía a mi familia. Era una vida sencilla e intentamos establecer una nueva normalidad para los dos. Era emocionante y estábamos enamorados.

* Segundo año: La fase de luna de miel había terminado. Ashlee había comenzado su primer año de enseñanza. Se frustraba día tras día. Llegaba a casa y me contaba todos sus problemas, por lo que pensé que ella quería que yo fuera su salvador. Recuerdo un día que comenzó a contarme sus conflictos y escuché tantos como me fue posible. Era obvio que necesitaba mi ayuda, así que empecé a instruirla sobre cómo arreglar las cosas. Entonces, gritando, me dijo: «¿Podrías dejar de tratar de arreglar mis problemas y solo escucharme?». Pensé que eso era lo más estúpido que jamás había escuchado. Me frustraba mucho que no me permitiera ayudarla. Estaba fallando como marido, aunque en el trabajo sobresalía. La universidad donde trabajaba empezó a invertir en mí, por lo que me enviaron fuera del estado a unas sesiones de entrenamiento. Mis jefes parecían complacidos con todo lo que estaba haciendo. ¡Al fin, me estaban valorando!

* Tercer año: Seguía avanzando en el trabajo, pero estaba listo para un cambio. Había servido de manera fiel en nuestra iglesia. Cada miércoles por la noche corría del trabajo a la casa y luego me dirigía a la iglesia para instruir a los niños de primaria en la congregación. Esa era otra forma de recibir el amor y el afecto que no estaba recibiendo de Ashlee. A mitad de ese año me ofrecieron la posición de pastor de niños en nuestra iglesia. Para cualquier hombre, no hay nada como la sensación de sentirse amado o necesitado. La iglesia deseaba que me convirtiera en pastor de tiempo completo, algo que, desde hacía mucho tiempo, yo sabía que tendría que hacer, pero Ashlee dudaba y estaba temerosa. Ella no quería que yo aceptara ese trabajo, pero, de todos modos, lo acepté.

* Cuarto año: Nuestra relación continuaba hundiéndose en la desesperación más profunda. Yo estaba aletargado y parecía indiferente a todo. Compramos nuestra primera casa, de modo que me sentí más como proveedor genuino, pese a lo disfuncional que era. Me satisfacía ayudar a los demás en mi trabajo en la iglesia. Las personas que nos rodeaban pensaban que todo estaba bien porque éramos expertos en usar máscaras y en hablar en forma apropiada. Pero al mismo tiempo, nos estábamos muriendo por dentro y la esperanza de un matrimonio saludable iba desapareciendo con rapidez.

* Quinto año: Ashlee y yo éramos poco más que compañeros de cuarto. Llevábamos puestos nuestros anillos de boda, pero, con toda franqueza, simplemente estábamos conviviendo bajo el mismo techo. Mi trabajo seguía prosperando, por lo que encontré mi pasión y mi voz a través de él. Entonces, después de que Ashlee dio a luz a nuestro primer hijo, las cosas se intensificaron. ¿Cómo podría ser un buen padre si ni siquiera podía ser un buen esposo? Lo que debió haber sido la mejor época de nuestro matrimonio se convirtió en un valle de muerte.

Quisiéramos que otra pareja establecida nos hubiera contado sus historias, sus desafíos y sus triunfos. Nos habría ayudado a comprender que había esperanza pese a las circunstancias arduas. Si en ese momento hubiéramos entendido que Dios estaba luchando por nosotros y que no nos había unido para fracasar, nos habría ayudado mucho. Lamentamos no haber sido más sinceros en cuanto a nuestra relación y no percatarnos de que todos los matrimonios enfrentan desafíos. En aquel entonces no sabíamos que el matrimonio es mucho más que hacernos felices el uno al otro. También es un proceso de santificación. Dios usa a nuestros cónyuges para revelar las áreas que necesitan mayor atención en nuestra vida. Si tan solo hubiéramos dejado de lado nuestro orgullo y hubiéramos decidido amarnos el uno al otro, ¡qué diferente habría sido!

La esperanza para nuestro matrimonio siempre estuvo presente, solo no supimos cómo aprovecharla.

* * *

Hemos hablado con muchas parejas que estuvieron en un valle como el nuestro. Igual que con nosotros, eso no ocurrió de la noche a la mañana. Habían ido descendiendo poco a poco hacia el valle, hasta sentir, de repente, que habían perdido toda esperanza. Es casi como si hubieran estado muriéndose paulatinamente.

Muchas veces, los cónyuges se convierten en personas complacientes, por lo que su relación comienza a morir en forma gradual. Por eso aconsejamos a esas parejas que reconozcan en qué punto del valle se encuentran, de modo que puedan decidir ejecutar un cambio. Por lo general, el cambio no es radical. La mayoría de las veces es algo mínimo, pero un pequeño cambio puede tener un impacto extraordinario. Es como una chispa que puede convertirse en un fuego arrollador. A menudo recomendamos a las parejas que empiecen cambiando cómo responden a las situaciones que se les presenten. En aquellas circunstancias en las que una vez fueron negativos, ahora reconocían una oportunidad para responder en una forma más positiva y alentadora.

Eso fue exactamente lo que le sucedió a la primera pareja a la que le brindé consejos matrimoniales. Ashlee y yo tuvimos la oportunidad de dar nuestro testimonio por primera vez en una actividad para matrimonios en nuestra iglesia, precisamente antes de mudarnos a Houston. Estábamos emocionados y ansiosos por contar algunas de las luchas que habíamos atravesado en los primeros cinco años. Casi una semana después del evento, recibí una llamada telefónica de alguien que había asistido y quería asesoramiento matrimonial. La llamada me sorprendió e inmediatamente comencé a orar para que Dios me dirigiera, puesto que la persona al otro lado del teléfono era mi madre.

Mamá y papá estuvieron entre la audiencia la noche que dimos nuestro testimonio. Ellos habían estado casados por más de cuarenta años y la mayoría de personas, incluido yo, habría supuesto que su matrimonio era tan fuerte como siempre. Sin embargo, mi mamá y mi papá se enfrentaban a nuevos retos y necesitaban aprender a comunicarse de nuevo. Eso fue desconcertante para mí, porque nunca los había visto molestos entre sí, ni siquiera discutir demasiado.

Éramos una familia normal que vivía en un pueblo pequeño del este de Texas. Mi padre (Bill) trabajaba para un banco local y mi madre (Judy) era maestra en un preescolar. Parecían tener un buen matrimonio. Recuerdo siempre que mi papá llegaba del trabajo y le daba un beso a mi mamá mientras ella trabajaba en la cocina. Íbamos a la iglesia casi cada vez que abría sus puertas. Estaba seguro de que mis padres tenían la relación perfecta por todo lo que presencié mientras crecía. Parecían tenerlo todo en su punto. En apariencias, todo iba muy bien.

Mis padres habían criado con éxito a tres grandes hijos y, como estaban en la etapa en la que esos hijos se habían marchado de casa, se dieron cuenta de que estaban en un valle. No tenían certeza de cómo habían llegado allí, pero querían salir rápido. Papá y mamá decidieron tragarse su orgullo y poner manos a la obra. Encontraron un consejero cristiano local que los ayudó a salir de su valle de huesos secos. Aunque habían estado casados por muchos años, se dieron cuenta de que necesitaban ayuda. Así que decidieron ajustar cómo responder y reaccionar entre sí. Empezaron a establecer nuevos hábitos que marcarían su relación en los años por venir. Mientras escribo estas palabras, cuentan con más de cincuenta años de casados y ahora ayudan a otros matrimonios a salir del valle.

¿Se imagina lo que pensó Ezequiel al ver aquellos huesos? De seguro no se imaginó que Dios iba a desafiarlo. Dios le hizo una pregunta imposible y, entonces, sucedió algo extraordinario. Ezequiel vio a Dios obrar un milagro, pero eso sucedió porque se enfocó en Dios y no en las circunstancias que lo rodeaban.

A pesar de que a su alrededor solo había huesos secos, blanqueados por el sol, la respuesta de Ezequiel estaba llena de esperanza. «SEÑOR omnipotente, tú lo sabes» (Ez 37.3), dijo. En otras palabras, Ezequiel no se conmovió por lo que veía ni por lo que sentía, sino por la mano que sostiene al mundo. ¡Su respuesta no fue una declaración de cierre, sino de apertura! La Biblia dice que la «fe agrada a Dios». No habla de la cantidad de fe que le agrada. Es bueno que Dios no requiera grandes cantidades de fe para responder. Él es el Dios de la esperanza. Él es el Dios de la restauración. Él es el Dios de lo imposible, nada es demasiado difícil para Él.

(Continues…)


Excerpted from "Esperanza para su Matrimonio"
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Copyright © 2018 Clayton and Ashlee Hurst.
Excerpted by permission of Grupo Nelson.
All rights reserved. No part of this excerpt may be reproduced or reprinted without permission in writing from the publisher.
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Table of Contents

Prólogo de Joel Osteen, xiii,
1. Los huesos secos cobran vida, 1,
2. El mito «Felices por siempre», 21,
3. La elección correcta, 39,
4. Amor, seguridad, respeto y honra, 59,
5. La comunicación efectiva, 75,
6. Conflictos saludables, 93,
7. El poder de la alianza, 113,
8. El perdón, 129,
9. El sexo no es solo una palabra de cuatro letras, 143,
10. Declare vida sobre su matrimonio, 161,
11. Jesús en el centro, 181,
Epílogo, 201,
Reconocimientos, 221,
Notas, 223,
Acerca de los autores, 224,

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