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Enrique José Varona (1849-1933). Cuba.
Principal representante del positivismo en Cuba. Tras una inicial formación autodidacta en literatura, sociología, psicología y filosofía, y siendo ya una figura de reconocido prestigio académico y político se licenció y doctoró en Filosofía en 1891. Ya había publicado en la Revista de Cuba una serie de artículos filosóficos, entre los que sobresalen "El Positivismo", "La moral en la evolución", ambos de 1878 y "La metafísica en la Universidad de La Habana", de 1880. Vinculado en un principio al movimiento por la independencia, se adscribió después al Partido Autonomista y fue elegido diputado a Cortes en 1884. Atraído otra vez por Martí para la causa independentista, dirigió desde el exilio el periódico Patria. Durante la ocupación norteamericana de Cuba fue nombrado secretario de educación iniciando una reforma de la enseñanza.
Más tarde fue presidente del Partido Conservador y ocupó la vicepresidencia de la República en 1913. Retirado de toda actividad política trabajó en su cátedra de sociología en la universidad. Durante la mayor parte de su vida intelectual, Varona, asumió posturas positivistas influidas por las ideas de Spencer y Stuart Mill. Sin embargo alrededor de 1912 su pensamiento estuvo marcado por el escepticismo. En sus últimos años condenó la dictadura de Gerardo Machado.

Product Details

ISBN-13: 9788498976779
Publisher: Linkgua
Publication date: 08/31/2010
Series: Pensamiento , #104
Sold by: Bookwire
Format: eBook
Pages: 112
File size: 809 KB
Language: Spanish

About the Author

Enrique José Varona (1849-1933). Cuba. Principal representante del positivismo en Cuba. Tras una inicial formación autodidacta en literatura, sociología, psicología y filosofía, y siendo ya una figura pública se licenció y doctoró en Filosofía en 1891. Ya había publicado en la Revista de Cuba una serie de artículos filosóficos, entre los que sobresalen "El Positivismo", "La moral en la evolución", ambos de 1878 y "La metafísica en la Universidad de La Habana", de 1880. Vinculado en un principio al movimiento por la independencia, se adscribió después al Partido Autonomista y fue elegido diputado a Cortes en 1884. Atraído otra vez por Martí para la causa independentista, dirigió desde el exilio el periódico Patria. Durante la ocupación norteamericana de Cuba fue nombrado secretario de educación iniciando una reforma de la enseñanza. Más tarde fue presidente del Partido Conservador y ocupó la vicepresidencia de la República en 1913. Retirado de toda actividad política trabajó en su cátedra de sociología en la universidad. Durante la mayor parte de su vida intelectual, Varona, asumió posturas positivistas influidas por las ideas de Spencer y Stuart Mill. Sin embargo alrededor de 1912 su pensamiento estuvo marcado por el escepticismo. En sus últimos años condenó la dictadura de Gerardo Machado.

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By Enrique José Varona

Red Ediciones

Copyright © 2015 Red Ediciones S.L.
All rights reserved.
ISBN: 978-84-9897-677-9



CHAPTER 1

EL POSITIVISMO

Le Positivisme, par André Poey-París, Germer-Bailliere, 1876

Cuando un inesperado renacimiento fija la atención de los hombres estudiosos de Cuba en el gran espectáculo que representa en nuestros días la vida especulativa, cuando la juventud que avanza llena de entusiasmo oye a cada paso hablar de una ciencia moderna y de una filosofía nueva que sobre ella se cimenta, le pide sus métodos y la abraza y la completa; la aparición de un libro de filosofía positiva escrito por un cubano eminente, que exhibe incontestables títulos, heredados y adquiridos, de competencia científica, es acaecimiento de sobrada importancia para que la Revista de Cuba no le consagre benévola atención y minuciosa crítica.

A ejercerla vamos, sin apasionamiento, pero con firmeza. Creemos tener aquilatado el valor social del oficio que debe desempeñar la crítica en una época que se complace de investirse en ese título. Pesar y medir ajenas opiniones establece deberes estrictos de equidad, mesura y buena fe que contrapesen los derechos de que espontáneamente tomamos posesión. No faltaremos a ellos por voluntad nuestra, y en este caso menos que en otro alguno, por muy especiales circunstancias. El señor Poey tiene legítimamente adquirida una gran reputación como naturalista y meteorólogo, y al presentarse hoy descubiertamente como mantenedor de una doctrina filosófica se coloca en un campo por donde también hemos pasado nosotros.

Esta manifestación sincera exige algunos ligeros esclarecimientos, a que se perdonará lo personal, en gracia de lo necesario.

Salido apenas del aula el que esto escribe, con una preparación puramente literaria, con mal trabados principios en el orden científico y vagas nociones metafísicas, por más que hacia cuidadosa enumeración de los conocimientos allegados, no le era posible concertarlos, ni referirlos a un todo verdaderamente sintético. El gran problema de la conjunción de lo objetivo y lo subjetivo estaba para mi siempre propuesto y nunca resuelto. Oí hacer referencia por entonces a la doctrina positivista, como la única que realizaba esa síntesis a que tendía mi espíritu mal disciplinado.

Me apliqué con fervor a su estudio y, por suerte, cayó en mis manos el trabajo de uno de los mas felices expositores del sistema de Comte, Celestino de Bligniéres. Es probable que en aquel tiempo el estilo escabroso, los períodos interminables y el dogmatismo autoritario del maestro me hubieran distraído de la lectura dé su obra fundamental. La construcción del edificio me deslumbró. Aquel andamiaje de nociones científicas, la aparente trabazón de las partes, lo valedero de los datos sacados todos del inmenso depósito de las observaciones y experiencias acumuladas por tantos siglos, lo riguroso de las inferencias y lo neto de las conclusiones, realizadas por el tono convencido y convincente en que estaban enunciadas, me hicieron el efecto no ya de un sistema, sino de un descubrimiento. Instintivamente, por decirlo de este modo, asentí al propósito de incorporar las ciencias a la filosofía, y me penetró el valor del instrumento que aplicaba Comte a sus construcciones, el método objetivo. Pero hice entonces, y debo hacer ahora, dos reservas de alta importancia. Encontré extraña la pretensión de fundar una religión demostrada, y rechacé en todas sus partes la constitución futura de la sociedad, a la vez dictatorial, oligárquica y teocrática.

No podía apreciar en aquel tiempo donde estaba el vicio radical de esas dos elaboraciones que se presentaban como secuelas de una doctrina excelente; pero mis sentimientos más acendrados y los preceptos a que desde la infancia se había amoldado mi inteligencia me hacían aborrecible esa extraña tiranía, decorada con títulos exhumados de donde debían yacer para siempre.

Pedí explicaciones y comentarios a los discípulos más eminentes, y pronto Littré me dio la clave del enigma. Penetré por primera vez en el santuario, y vi sin las vestiduras sacerdotales al Gran Maestro que se me había querido mostrar siempre desde la trípode. Hallé detrás de la obra al Autor, conocí las tres crisis mentales que dejaron señalado con sello tan indeleble sus lucubraciones; y pude apreciar en todas sus fases las aberraciones de aquel espíritu cada vez más desvanecido de presunción y soberbia. Vida digna de estudio fue, sin duda, la del fundador del positivismo francés, no por la grandeza de carácter del protagonista, ni por lo notable y ruidoso de sus acciones, sino por la mucha enseñanza que de ella se desprende a la consideración del filósofo. Esa vida nos enseña como la obra representa siempre los estados subjetivos del autor. Vivamente poseído por el método de las ciencias naturales que habían ocupado su primera preparación mental, Comte en su primera época extiende y preconiza el método inductivo, sigue la gran corriente moderna que fija en la experiencia el último e irrevocable criterio, y entra en las vías de la gran reforma filosófica de nuestro tiempo, que huye de las afirmaciones extremas, escollo donde han naufragado las anteriores. En todo este período de la concepción comtista, predomina razonablemente lo objetivo, y las generalizaciones filosóficas nacen de las conclusiones legítimamente aceptadas por las ciencias; más adelante, la interdicción de toda lectura que refrescara las nociones adquiridas y aumentara su caudal con las nuevamente elaboradas al exterior, graves sacudidas en el orden afectivo, una viciosa concentración de las fuerzas mentales, y por último perturbaciones funcionales del órgano del pensamiento fueron dando la preponderancia al elemento subjetivo, y Comte, juguete de la más extraña alucinación, puso mano a derrocar su obra, creyendo elevar su coronamiento. Lanzándose a velas desplegadas en el procedimiento a priori, parece que se propuso eclipsar los delirios de los más febricitantes soñadores; y el sesudo geómetra de la Escuela Politécnica, el docto biólogo capaz de juzgar a los Broussais, el autor del Sistema de la Filosofía Positiva, se convierte en el sectario socialista de la política positiva y en el mistagogo poseído de la Religión del Porvenir, en el Sumo Sacerdote del Gran Ser, revelador del misterio futuro de la Virgen Madre.

Capaz ya de juzgar la obra y su creador, me allegué a los principios de Littré, que rechazando toda la segunda época de Comte, introduce en las doctrinas de la primera restricciones necesarias y hábiles enmiendas que le dan un carácter más científico y menos dogmático.

Pero así y todo, el positivismo de Littré, guarda demasiado el sabor de su origen, tiene demasiado la pretensión de haber dicho la última palabra tocante a la síntesis que debe abrazar y a valorar todos nuestros conocimientos, para que su cotejo con doctrinas mas modestas y más valederas no obstante, dejara de serle desfavorable en un espíritu tan poco dado a estancarse sistemáticamente, como el del autor de estas líneas. El deseo de conocer todos los adherentes de la doctrina que profesaba (¿procesaba?), me llevó a estudiar algunos filósofos ingleses designados en Francia como positivistas. Me encontré en un mundo nuevo. La escuela inglesa era, sin duda, positivista; pero sin haber pasado por Comte. Había heredado como él, los métodos experimentales, como él hacía caudal de los datos presentados por las ciencias inorgánicas y orgánicas para las generalizaciones más comprensivas y para la determinación de las leyes últimas, como él reconocía un límite infranqueable a la disquisición subjetiva, prescindía de la investigación de las causas primeras y finales, desterraba la ontología y borraba de una vez para siempre la noción de lo sobrenatural. Al mismo tiempo hacía muchas cosas que había dejado de hacer Comte. Reducía a cuerpo de doctrina la inducción y sus procedimientos, rehaciendo y completando la lógica; avanzaba en el estudio de los fenómenos físicos y llegaba a la gran ley de la equivalencia de las fuerzas, y aseguraba sobre bases indestructibles la evolución orgánica; separaba netamente la psicología de la biología, estudiaba y descubría sus leyes preparando las de la sociología y trataba por el método de la observación y la verificación todos los problemas fundamentales de la razón humana, dejando solo fuera de su dominio aquellos que hasta aquí no han podido ser sometidos a esa disciplina. Libre de todo dogmatismo, en plena evolución que no pretende imponer límites al anhelo y necesidad de investigar; esta escuela asienta sus afirmaciones sin temeridad, y ha recorrido un espacio no menos vasto que el que presenta aún por recorrer. En ella encontré resuelto ese problema de la filiación histórica que tan dogmáticamente determina a su favor la escuela positivista francesa, y que es la mayor garantía del vigor y vitalidad necesarios para continuar en vías de progreso. Estudiando sus más eminentes sustentadores, navegaba yo por un dilatado océano, dejando atrás, como un faro que alumbra riberas adonde no se ha de volver, el positivismo comtista.

Creo que esta somera exposición de las diversas fases que ha recorrido mi espíritu basta para que se comprenda que estoy muy lejos de considerar desprovisto de valor el positivismo francés, en cuanto representa una tendencia característica de la filosofía moderna, la de sustituir al estudio de lo absoluto, del noúmeno, el de lo relativo, de lo fenomenal; si bien me aparto de él en muchas de sus más importantes conclusiones, aun atenuadas por el talento mas perspicuo y reposado de Littré, de quien únicamente debe esperar ese sistema la vitalidad necesaria para sostenerse con un carácter doctrinal aceptable.

En esta disposición de ánimo, la obra del señor Poey no podía dejar de llamar mi atención y avivar mi curiosidad. Por desgracia, el estudio de la filosofía ha sufrido no solo grave paralización, sino que ha retrogradado entre nosotros. Por lo tanto una obra escrita con el criterio de una de las escuelas que tienen por norte la renovación de ese estudio, y mucho más una obra de vulgarización, me parecía venir muy a punto para sembrar y difundir la afición a los verdaderos métodos y a las amplias generalizaciones. Este era el menor servicio que esperaba yo de la obra del señor Poey, cuyos antecedentes científicos me lo hacían presumir afiliado a la escuela littreísta. Grande y penoso desengaño me ha proporcionado la lectura de su trabajo, y muy principalmente al considerar que es solo como el prefacio de una Biblioteca que se propone publicar, toda ella consagrada a la difusión de las doctrinas que sustenta con calor y convicción.

El señor Poey vuelve resueltamente a Augusto Comte y se esfuerza en demostrar:

Que el fundador del positivismo trazó los límites de la única filosofía posible;

Que ha sido el precursor de todos los recientes descubrimientos físico-naturales;

Que ha creado y perfeccionado la sociología; descubriendo sus leyes últimas, y aplicándolas en el más perfecto sistema de gobierno;

Que ha sido el apóstol de la nueva religión en que ha de fundirse el cristianismo, el legislador de sus ritos y el fundador de su organización.

Exageradas unas, otras inadmisibles, estas proposiciones merecen detenida crítica. No se le ocultó al señor Poey que habían de suscitar contradicciones, y trató de fortificarse contra los argumentos así extrínsecos como intrínsecos que pudieran oponérsele. Veamos si lo ha logrado.

El señor Poey confiesa que su maestro sufrió tres crisis cerebrales; y está comprobado que en su juventud estuvo largo tiempo atacado de enajenación mental. El resto de su vida prueba que el desarreglo funcional de su cerebro continuó más o menos latente; y bastaría el examen de sus últimas obras para demostrar que son el producto de un órgano en estado morboso. La excentricidad de sus costumbres, la irascibilidad de su carácter, su soberbia solo comparable a la ingratitud con que hirió a todos sus bienhechores, harían aborrecible aquel hombre, si no se supiera que una excesiva concentración mental y trabajos arduos, continuados y prematuros minaron desde temprano su integridad cerebral y nublaron a intervalos su razón.

Con estos solos datos, ¿quién no creerá prudente acoger con reserva y no aceptar sin pausado examen las doctrinas de tal filósofo? Los discípulos más fervientes no dejan de conocer este lado desgraciadamente tan débil, y hacen esfuerzos desesperados por atrincherarlo. La alucinación de Paulo en el camino de Damasco, las de Mahoma y de Newton, todos los extravíos célebres de algunos grandes hombres, sin excluir el genio de Sócrates y el demonio de Lutero, han sido alegados con tanta inoportunidad como insistencia. El señor Poey llega hasta a exclamar en un rapto de lírico entusiasmo: «fue locura, pero fue la locura del grande hombre, tronando en medio de los relámpagos deslumbradores del genio, inundando de luz las noches caóticas de lo pasado y porvenir: fue la locura que respeta la obra». (pág. XV)

En diversos lugares de la suya vuelve el señor Poey sobre esta idea importuna, que le punza como espina no bien extraída. Bueno será recordarle lo que su gran maestro dijo de Saint Simon: «Piensa ser una excepción a las leyes fisiológicas, creyendo que no hay edad para él, y que vale hoy más que hace veinte años. (Lettré a Mr. G. de Eichtha.)» Si esto decía Comte de una simple degeneración senil, ¿qué diremos de una anomalía morbosa evidentemente comprobada? No puede haber dos medidas y dos criterios. Esas locuras que respetan la obra, esos órganos pervertidos con integridad de funciones no pueden aceptarse en buena ley de aseveración científica. Como prueba de que Comte conservaba todo el vigor de sus facultades, durante su último acceso de locura, nos presenta el autor el descubrimiento de la identidad de las leyes lógicas y matemáticas. Sin discutir el valor de esta aserción, me limitaré a recordar que desde los escolásticos hasta de Boole este descubrimiento ha ocupado la atención de espíritus muy elevados, el de Leibniz principalmente, que insistió sobre esa idea, llamándola característica universal, y otros como los de Euler, Lambert y Ploucquet ya se ve que esta suerte de invenciones no arguye sino la retentividad.

Más adelante obtendremos otras muestras de los descubrimientos debidos al estado anómalo del cerebro del fundador, cuando digamos algo de la religión que nos predica el señor Poey. Veamos ahora los títulos que alega la filosofía positiva para constituirse en centro de donde irradia todo al pensamiento moderno, para ser tabla rasa de todas las escuela que ha elaborado la inteligencia en ebullición, y para levantar una barrera donde escribe su orgulloso non plus ultra.

Por lo pronto basta un conocimiento muy superficial de la filosofía contemporánea para ver que se ha desbordado por encima de ese débil dique y que ha inundado campos extensísimos, del todo ignotos a Comte y sus primeros discípulos. Sin hablar de las escuelas trascendentalistas que, por necesidad o convicción, han enriquecido su dominio y renovado sus fuentes, bebiendo en los manantiales de las ciencias físicas, y que a mas de los discípulos y secuaces de las antiguas doctrinas, producen un Hartmann en Alemania, y un Ferrier en Inglaterra; las más afines a la comtista, las escuelas experimentales de ambos países se han engrosado prodigiosamente con materiales de que no hay rastro en el edificio de la escuela única de Comte, Laffitte y Poey. Por otra parte el número cada vez mas reducido de comtistas puros es un argumento a que difícilmente se podrá despojar de su significación. Littré es un continuador que corrige y aumenta, no un discípulo que acepta y propaga, y en torno suyo se agrupan todos los elementos que pueden fecundar algún tiempo la doctrina.

En cuanto a los adherentes de mas o menos valor, que Comte obtuvo en los comienzos, no tardaron en tomar otras direcciones. Entre estos merece particular mención Stuart Mill, cuyas relaciones amistosas con Augusto Comte han sido miradas por algunos como indicio de una disciplina doctrinal recibida por el gran lógico inglés. Pero no es lícito abrigar dudas a este respecto. Stuart Mill tenía escrita la mejor parte de su Lógica y acabada su sistematización de los métodos experimentales, cuando leyó por vez primera el curso de Filosofía positiva; y el mismo nos ha dicho no hace mucho lo que adquirió con esa lectura. «Respecto a la lógica la única idea dominante que debo a Comte es la del método deductivo invertido, que se aplica sobre todo a las materias complicadas de la historia y la estadística. (Mes Mémories, pág. 200)» Por lo demás, y esto es más importante, Mill que, en su Lógica, preconizó casi sin reservas la famosa ley de los tres estados, juzgó más tarde las doctrinas sociales de Comte con una severidad que no está exenta de desdén.

Mucho predispone todo esto en contra de las exorbitantes pretensiones de la escuela que nos presenta su filosofía como la única posible; pero es tiempo de que le dejemos la palabra, en apoyo y defensa. El señor Poey nos va a decir le fin mot del Positivismo, nos va explicar por qué la filosofía positiva es realmente el nec plus ultra de las filosofías. Y esto es así «simplemente porque Comte demuestra que la filosofía no puede ser otra cosa que la sistematización positiva de las fuerzas existentes — físicas, vitales, sociales y morales — según su evolución y filiación naturales, reveladas por la historia de la Humanidad». (pág. 127) Esta reducción a sistema de las fuerzas existentes, es decir, a lo que yo entiendo, la coordinación y subordinación de las leyes últimas y secundarias que rigen los fenómenos que son materia de observación experimental e introspectiva, ha sido el objeto manifiesto de todas las filosofías, desde el panteísmo místico e idealista del sánkhya indiano hasta el monismo materialista y científico de nuestros días.


(Continues...)

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Table of Contents

Contents

CRÉDITOS, 4,
PRESENTACIÓN, 7,
EL POSITIVISMO, 9,
CONFERENCIAS FILOSÓFICAS (PRIMERA SERIE) LÓGICA TEXTOS DE LAS CONFERENCIAS NÚMERO: 2DA, 3RA, 7MA, 8VA, 9NA, 13, 14 LECCIÓN SEGUNDA, 29,
LECCIÓN TERCERA, 40,
LECCIÓN SÉPTIMA, 51,
LECCIÓN OCTAVA, 62,
LECCIÓN NOVENA, 73,
LECCIÓN DÉCIMO TERCERA, 76,
LECCIÓN DÉCIMO CUARTA, 88,
EL IMPERIALISMO A LA LUZ DE LA SOCIOLOGÍA, 99,
LIBROS A LA CARTA, 115,
EL IMPERIALISMO A LA LUZ DE LA SOCIOLOGÍA, 4,
LIBROS A LA CARTA, 4,

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