El secreto de la paz personal

El secreto de la paz personal

by Billy Graham
El secreto de la paz personal

El secreto de la paz personal

by Billy Graham

Paperback(Spanish-language Edition)

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Overview

La gente está buscando respuestas a la confusión, la enfermedad moral y el vacío espiritual que oprime al mundo. Todos estamos clamando por dirección, por consuelo, por paz. ¿Hay alguna salida para nuestro dilema? ¿Podemos verdaderamente encontrar paz con Dios? ¡Sí! Pero sólo si la buscamos en el lugar correcto.

El secreto de la paz personal incluye verdades bíblicas confiables por el renombrado evangelista, doctor Billy Graham, haciendo de este libro un regalo perfecto para evangelismo o alcance. El secreto de la paz personal ofrece una mirada en cómo vivir la vida en la plenitud de Dios.


Product Details

ISBN-13: 9780881137866
Publisher: Grupo Nelson
Publication date: 02/02/2004
Edition description: Spanish-language Edition
Pages: 64
Sales rank: 528,595
Product dimensions: 4.30(w) x 7.00(h) x 0.30(d)
Language: Spanish

About the Author

Billy Graham, escritor, predicador y evangelista de renombre mundial, ha llevado cara a cara el mensaje del evangelio a más seres humanos que cualquier otra persona en la historia, y ha ministrado en todos los continentes del mundo. Millones han leído sus clásicos inspiracionales, entre ellos La jornada, El secreto de la paz personal, Nacer a una nueva vida y La razón de mi esperanza.

Read an Excerpt

La Paz Personal


By Billy Graham, Daniel Rojas

Grupo Nelson

Copyright © 2003 Billy Graham
All rights reserved.
ISBN: 978-0-88113-786-6



CHAPTER 1

La Gran Búsqueda

* * *

Y me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón. —Jeremías 29.13


Usted comenzó la Gran Búsqueda el momento en que nació. Quizás pasaron muchos años hasta que lo comprendió, antes de que fuera evidente que estaba constantemente en busca de algo que jamás había tenido, algo que era más importante que cualquier cosa en la vida.

A veces ha tratado de olvidar la búsqueda. A veces ha intentado perderse en otras cosas para que solo le quede tiempo y pensamientos para el asunto que tiene a mano. A veces quizás hasta ha sentido que ya es libre de la necesidad de seguir buscando ese algo sin nombre. Pero siempre se ha visto envuelto de nuevo en la búsqueda. Siempre ha tenido que volver a ella.


No está solo

En los momentos más solitarios de su vida usted ha mirado a otros hombres y mujeres y se ha preguntado si ellos también están buscando, si están buscando algo que no pueden describir pero saben que quieren y necesitan. Quizás al mirarlos pensó: Estas personas ya no están en la Gran Búsqueda. Han encontrado el camino.

¡No es cierto! Usted no está solo. Todas las personas están viajando con usted, porque todas están en la misma búsqueda. Todas las personas buscan la respuesta a la confusión, a la enfermedad moral, al vacío espiritual que oprime al mundo. Todos estamos clamando por orientación, por consolación, por felicidad, por paz.

Nos dicen que vivimos en la «edad de la ansiedad». Pocas veces en la historia las personas se han enfrentado a tanto temor e incertidumbre. Todos los apoyos familiares parecen haber caído derribados debajo de nosotros. Hablamos de paz pero nos confronta la guerra y el terrorismo a cada instante. Inventamos proyectos elaborados para la seguridad pero no la hemos hallado. Nos tomamos de cualquier cosa, y al momento desaparece.

Por generaciones, hemos estado corriendo como niños asustados, primero por un callejón oscuro y luego por otro. Y cada vez que esto ha pasado nos hemos dicho: Este camino es el correcto; esto nos llevará a donde queremos ir. Pero siempre hemos estado equivocados.


La ilusión de la felicidad

Todos reconocemos que el mundo ha cambiado de manera radical en los últimos cien años. Estamos al tanto de su ritmo acelerado, del espíritu de revolución que está arrasando con las barreras establecidas y las tradiciones, la rapidez con la que el idioma, las modas, las costumbres, las viviendas y nuestra manera de vivir y pensar se alteran.

Nuestro mundo materialista sigue apresurado en su eterna búsqueda de la felicidad. Sin embargo, mientras más conocimiento adquirimos, menos sabiduría parecemos tener. Mientras más seguridad económica tenemos, más aburridos e inseguros nos sentimos. Mientras más disfrutamos de los placeres cotidianos, menos satisfechos y contentos estamos con la vida. Somos como un mar inquieto que lanza sus olas hacia un poco de paz aquí y un poco de placer allá pero sin hallar un lugar donde quedarnos que sea permanente y satisfactorio. Pero dentro de nosotros una pequeña voz nos sigue diciendo: No tiene por qué ser así; nos hicieron para cosas mejores. Tenemos la sensación de que en algún lugar debe haber una fuente que contenga una felicidad que haga que la vida valga la pena. A veces sentimos que la hemos obtenido, solo para darnos cuenta luego de que es evasiva y nos deja desilusionados, atolondrados, infelices y todavía buscando.

Hay dos clases de felicidad. Una nos llega cuando las circunstancias son placenteras y estamos relativamente libres de problemas. El inconveniente con esta clase de felicidad es que es fugaz y superficial. Cuando las circunstancias cambian, y esto es inevitable, esta clase de felicidad se evapora como la neblina de la mañana en el calor del mediodía.

Pero hay otra clase de felicidad, la que todos hemos estado anhelando y buscando. Esta segunda clase de felicidad es paz y gozo internos y duraderos que sobreviven a cualquier circunstancia. Es una felicidad que perdura, no importa lo que enfrentemos. Es curioso, pero puede que aumente en la adversidad.

A la felicidad que nuestro corazón desea no la afecta ni el éxito ni el fracaso, mora muy adentro de nosotros y nos da paz y contentamiento interiores, no importa cuál sea el problema en la superficie. Es el tipo de felicidad que no necesita ningún estímulo exterior.

Esta es la clase de felicidad que necesitamos. Esta es la felicidad por la que nuestras almas claman y buscan sin descanso.

¿Hay esperanza de obtener esta clase de felicidad? ¿Hay alguna salida de nuestro dilema? ¿Podremos hallar la paz personal?

¡Sí! Pero solo si la buscamos donde la debemos buscar.

CHAPTER 2

Nuestro Dilema

* * *

Mira, oh Jehová, estoy atribulado, mis entrañas hierven. Mi corazón se trastorna dentro de mí. —Lamentaciones 1.20


Mi esposa, Ruth, y yo en una ocasión visitamos una isla del Caribe. Uno de los hombres más ricos del mundo nos invitó a su lujosa casa para almorzar. Tenía setenta y cinco años, y a través de la comida pareció estar a punto de llorar.

«Soy el hombre más miserable del mundo —dijo—. Afuera está mi yate. Puedo ir donde quiera. Tengo un avión privado, varios helicópteros. Lo tengo todo. Tengo lo que se necesita para ser feliz. Y sin embargo, me siento muy mal».

Hablé y oré con él, y traté de dirigirlo hacia Cristo, el único que le da un significado duradero a la vida.

Entonces bajamos la colina hacia la pequeña cabaña en la que estábamos. Esa tarde el pastor de la iglesia local nos fue a visitar. Era inglés, y tenía la misma edad que el hombre con quien habíamos almorzado: setenta y cinco años. Era viudo, y pasaba casi todo el tiempo libre cuidando de sus dos hermanas inválidas. Me recordaba a un grillo: siempre saltando, muy activo y lleno de entusiasmo y amor por Dios y los demás.

«No tengo ni dos pesos a mi nombre —me dijo con una sonrisa—, pero soy el hombre más feliz de esta isla».

«¿Cuál de los dos hombres crees que es más rico?», le pregunté a Ruth cuando nos fuimos.

Ambos sabíamos la respuesta.


Nuestro tormento secreto

En el mundo de hoy se enfatiza mucho el desarrollo del cuerpo y de la mente. Y aunque estas cosas son importantes, también tenemos un alma que necesita atención y cuidado. No somos solo cuerpo y mente; también tenemos un espíritu que fue creado a la imagen de Dios.

Puedo tener el hechizo de una estrella de cine o las riquezas de un millonario y no tener felicidad, paz ni contentamiento. ¿Por qué? Simplemente por haber descuidado mi alma.

El alma en realidad demanda tanta atención como el cuerpo. Requiere comunión con Dios, quien la creó. Requiere adoración, quietud y meditación. Si no alimentamos y ejercitamos el alma diariamente, se malnutre y arruga, como les pasa a los cuerpos sin comida. Siempre estamos disgustados, confundidos e inquietos.

Muchas personas se vuelcan al alcohol o a las drogas para tratar de ahogar los gritos del alma. Algunos buscan nuevas experiencias sexuales. Otros tratan de aliviar los anhelos del alma de otras maneras. Sin embargo, nada sino Dios puede satisfacer completamente, porque para Dios se creó el alma, y sin Dios siempre está inquieta y en tormento secreto.

Nadie está tan vacío como el que cree que está lleno. Nadie está tan enfermo como el que tiene una enfermedad mortal y se cree completamente saludable. Nadie es tan pobre como el que se cree rico pero en realidad está en la quiebra. Es cierto en lo material y es cierto también en lo espiritual.


Causa y efecto

En nuestros cuerpos, el dolor y la enfermedad van juntos: la enfermedad es la causa y el dolor es el efecto. El dolor no se puede aliviar, por supuesto, hasta que la causa subyacente se quite.

Con frecuencia vemos los efectos externos de la enfermedad física. Por ejemplo, cuando se le diagnostica cáncer a un amigo, sabemos por experiencia que podremos comenzar a ver algunos efectos externos de la enfermedad, como la caída del cabello, la debilidad física y la palidez de la piel. Estas cosas van de la mano.

La infelicidad del alma, como el dolor en el cuerpo, solo es el efecto de una causa subyacente más profunda.

A través de los años hemos recorrido varios caminos prometedores que creíamos que nos llevarían a alcanzar paz y felicidad permanentes, caminos como la libertad política, la educación, los niveles de vida más altos, la ciencia y la tecnología, la fama y la fortuna, el placer y el poder. Tristemente, ninguno de estos cura nuestro problema más profundo: nuestra enfermedad espiritual.

Si es cierto que para toda enfermedad hay una cura, debemos apurarnos para hallarla. La arena de nuestro reloj cae con rapidez. Si hay un camino que conduce a la luz, si hay un camino de vuelta a la salud espiritual, ¡no debemos perder ni una sola hora en buscarlo!


¿Adónde vamos?

Así que «¿Dónde estamos? —pregunta usted—. ¿Adónde vamos?» Permítame decirle dónde estamos y qué somos. Somos personas vacías en un mundo de naciones vacías. Nuestras cabezas están llenas de conocimiento, nuestro nivel de vida es uno de los más altos del mundo y nuestros cuerpos viven más que en cualquier otro tiempo de la historia, pero dentro del alma hay un vacío espiritual.

No sabemos de dónde hemos venido, por qué estamos aquí ni adónde vamos. ¡Estamos perdidos! Y necesitamos desesperadamente encontrar una manera de salir de este dilema.

Pero para hacer esto, debemos primero identificar la raíz del problema.

CHAPTER 3

El Verdadero Problema

* * *

Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios. —Romanos 3.23


Hace algunos años mi esposa, Ruth, y yo visitamos el campo de concentración nazi de Auschwitz, situado en el sur de Polonia. Allí encarcelaron y asesinaron brutalmente a unos seis millones de personas, judíos y no judíos, de toda Europa.

Vimos los alambres de púas, los instrumentos de tortura, las poco ventiladas celdas de castigo, las cámaras de gas y el crematorio. Cada pie cuadrado de ese lugar terrible era un testigo severo y vívido de la inhumanidad hacia otras personas.

Pusimos una corona y nos arrodillamos a orar junto a una pared en el centro del campo, donde los nazis fusilaron a veinte mil personas. Cuando me levanté y me di vuelta para decirles algunas palabras a las personas que se habían reunido con nosotros, los ojos se me llenaron de lágrimas y quedé casi sin habla.

No pude sino preguntarme: ¿Cómo pudo suceder algo tan terrible, planeado y ejecutado por una nación que había producido algunas de las mentes más brillantes del planeta? Entonces recordé las palabras de Jesús en Mateo 15:19: «Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias». Y comprendí que el verdadero problema está en nosotros, en nuestros corazones y en nuestras mentes.


Nuestra enfermedad

La Biblia nos enseña que nuestras almas tienen una enfermedad. Es peor que cualquier temido cáncer o enfermedad del corazón que podamos enfrentar. Es la plaga causante de todos los problemas y dificultades del mundo. Es causante de todo el dolor, la confusión y la desilusión de nuestras vidas.

Esta enfermedad es el más terrible, el más devastador problema en el universo. Ha lesionado a cada uno de nosotros. Ha destruido la armonía interna de nuestras vidas. Nos ha robado nuestra nobleza. Ha hecho que quedemos atrapados en una malvada y horrorosa trampa.

El nombre de esta enfermedad es una palabra fea. No nos gusta usarla. Ni siquiera nos gusta oírla. Pero esta enfermedad espiritual es la raíz de todos nuestros problemas. Todas las tristezas, toda la amargura, toda la violencia, la tragedia, la angustia y la vergüenza de la historia se resumen en esta palabra: pecado.

El pecado, el simple, anticuado pecado, es lo que todos estamos sufriendo hoy. Y no nos ayudará tratar de disfrazarlo con un rótulo elaborado y más atractivo. No necesitamos una palabra nueva. Lo que necesitamos es descubrir lo que la palabra que describe nuestra enfermedad mortal significa, y lo que podemos hacer en cuanto a esto.


¿Qué es elpecado?

Quizás queramos adoptar un concepto superficial del pecado y referirnos a este como una «debilidad humana», pero Dios dice que nos trae muerte. Podemos llamarlo una insignificancia, pero Dios lo llama una tragedia. Queremos disculparnos por el pecado, pero Dios tiene que convencernos del pecado y quiere salvarnos de él. El pecado no es un juguete divertido. ¡Es un terror que se debe rechazar! Así que debemos aprender lo que el pecado es ante los ojos de Dios.

Los eruditos de la Biblia nos dan cinco definiciones del pecado:

Primero, el pecado es anarquía, la transgresión de la ley de Dios. La Biblia dice: «Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley» (1 Juan 3:4). Es porque hemos quebrantado la ley y los mandamientos de Dios que somos culpables de pecado.

Segundo, la Biblia describe el pecado como iniquidad. La iniquidad es desviarse de lo que es correcto. La iniquidad incluye nuestras motivaciones internas, las mismas cosas que con tanta frecuencia tratamos de ocultar de otras personas y de Dios. Son los males que brotan de nuestra naturaleza corrompida.

La Biblia describe esta iniquidad interna cuando dice: «Cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte» (Santiago 1:14-15).

Tercero, la Biblia define el pecado como «no darle al blanco». Como una flecha que no le da al blanco, el pecado es no alcanzar la meta que se ha establecido. La meta de Dios es Cristo. El propósito de toda la vida es vivir conforme a la vida de Jesús. Cuando fallamos en seguir su ejemplo, no le damos al blanco y nos quedamos cortos ante la norma divina. La Biblia dice: «Todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios» (Romanos 3:23).

Cuarto, el pecado es intrusión. Es ponerse uno mismo en el lugar de Dios, o traspasar ilegalmente el territorio divino. El pecado es centrar sus afectos en usted mismo en vez de extender los brazos del corazón para abrazar a Dios. El orgullo y el egoísmo son manifestaciones del pecado, al igual que lo son el robo y el asesinato. Jesús dijo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque ¿qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?» (Marcos 8:34,36).

Quinto, el pecado es incredulidad. La incredulidad es pecado porque es un insulto a la verdad de Dios. La Biblia dice: «El que cree en el Hijo de Dios, tiene el testimonio en sí mismo; el que no cree a Dios, le ha hecho mentiroso, porque no ha creído en el testimonio que Dios ha dado acerca de su Hijo» (1 Juan 5:10).

La incredulidad cierra la puerta al cielo y la abre al infierno. La incredulidad rechaza la Palabra de Dios y niega a Cristo como Salvador. La incredulidad hace que las personas rechacen el evangelio y nieguen los milagros de Cristo. Por lo tanto, la incredulidad es pecado.


La penalidad del pecado

Nuestros pecados pueden ser muy obvios, o pueden ser muy sutiles y ocultos. Quizás nos preocupan cosas que, aunque en sí no son malas, nos han abrazado con sus tentáculos y están eliminando nuestra hambre espiritual. Puede ser que estemos ocupados con nuestras carreras o familias o con cualquiera de cientos de otras cosas que pueden mitigar nuestro apetito por Dios y su justicia.

Sin importar qué clase de pecados tenemos en la vida, todo pecado se paga con la muerte. Tristemente, ninguno de nosotros puede evitarlo ni arrancarse del corazón la corrupción del pecado. Y porque el puro y santo Dios del cielo no puede coexistir con el pecador, estamos en un estado de guerra con Él.


En guerra con Dios

La guerra más grande que se está librando en el mundo hoy en día no es entre naciones y países. Es entre Dios y nosotros. Esta es la causa principal de nuestra enfermedad espiritual.

Quizás ni nos demos cuenta de que estamos en guerra con Dios. Pero si no reconocemos a Jesucristo como Salvador, y si no nos hemos rendido a Jesús como Señor, Dios considera que estamos en guerra con Él. Y la tragedia mayor sería que yo no le dijera que si usted no se arrepiente de sus pecados y recibe a Jesús como Salvador, se va a perder.

¡Pero eso no es lo que Dios quiere! Dios no quiere estar en guerra con nosotros. Es más, la Biblia dice: «De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna» (Juan 3:16). Dios quiere salvarnos, y ha provisto la manera.


Se requiere un cese del fuego

El secreto de encontrar paz con Dios es dejar de pelear con Él. Dios ha estado tratando de alcanzarnos durante años con el mensaje de que quiere darnos paz. Por medio de Cristo dijo: «Mi paz os doy» (Juan 14:27).

Pero Dios no nos puede dar su paz si estamos marchando bajo la bandera roja de la rebelión. ¡Tenemos que dejar de resistir a Dios! Debemos dejar de negarle la entrada a Dios a nuestras vidas. ¡Tenemos que dejar de pelear! Debemos rendirnos al Único que puede rescatarnos de nuestro problema: el Dios que nos creó, el Dios que quiere darnos paz, el Dios que puede perdonar pecados, el Dios que nos ama.


(Continues...)

Excerpted from La Paz Personal by Billy Graham, Daniel Rojas. Copyright © 2003 Billy Graham. Excerpted by permission of Grupo Nelson.
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Table of Contents

Contents

Una carta de Billy Graham, 3,
1 La Gran Búsqueda, 7,
2 Nuestro dilema, 12,
3 El verdadero problema, 17,
4 ¿Cómo es Dios?, 25,
5 ¿Quién es Jesús?, 32,
6 ¿Qué hizo Jesús por nosotros?, 36,
7 Descubra cómo regresar, 42,
8 Bienvenido a casa, 47,
9 Paz al fin, 53,
10 El cielo, nuestra esperanza, 60,

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