El hombre del salto (Falling Man)

El hombre del salto (Falling Man)

by Don DeLillo
El hombre del salto (Falling Man)

El hombre del salto (Falling Man)

by Don DeLillo

eBookSpanish-language Edition (Spanish-language Edition)

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Overview

Keith Neudecker emerge de una enorme nube de humo aferrándose a un maletín y, cubierto de cenizas y cristales rotos, deambula confuso por las calles de Manhattan hasta llegar, sin saber cómo ni por qué, a la casa de su mujer, de la que lleva un tiempo separado, y de su hijo. Es el 11 de septiembre de 2001. El mundo ha cambiado para siempre. Ya no hay un antes, tan sólo queda un después. ¿Pero cómo imaginarlo siquiera? El hombre del salto es una novela que sobrecoge, asombra, hipnotiza. Don DeLillo esculpe cada palabra para contar cómo la devastación afecta las vidas de un pequeño grupo de personas entre las que se encuentra la familia de Keith, pero también abre una ventana a la paradójica normalidad con que uno de los terroristas, Hammad, se prepara para el martirio. La crítica ya considera El hombre del salto como la mejor novela de DeLillo, calificándola de «obra maestra», atribuyéndole la capacidad que sólo los grandes novelistas tienen de ayudarnos a comprender y fijar nuestra propia historia.«La mejor novela de DeLillo. Nadie más podía abordar el 11-S como él», Publishers Weekly ; «Extraordinaria... Prodigiosa», The New York Observer; «Leyéndolo tienes que acordarte de seguir respirando», New Statesman; «El mayor acierto literario que jamás haya inspirado el 11-S… una obra maestra. El mejor libro de Don DeLillo», The Irish Times; «Exquisitamente escrita... tan intensa que atrapa al lector. Es sin duda el punto más alto de la significativa carrera de DeLillo», Kirkus Reviews; «Tiene todos los elementos de un best seller», New York Magazine.

Product Details

ISBN-13: 9788432290992
Publisher: Planeta Publishing Corporation
Publication date: 08/05/2011
Series: Biblioteca Formentor
Sold by: Planeta
Format: eBook
Pages: 296
File size: 363 KB
Language: Spanish

About the Author

Don DeLillo nació y creció en Nueva York. Es autor de diecisiete novelas y tres obras de teatro, y ha ganado numerosos premios, como el National Book Award por Ruido de fondo (1985; Seix Barral, 2006), el International Fiction Prize por Libra (1988; Seix Barral, 2006), el PEN/Faulkner Award de Ficción por Mao II (1991; Seix Barral, 2008), la Medalla Howells por Submundo (1997; Seix Barral, 2009), el Jerusalem Prize y el PEN/Saul Bellow Award a toda su carrera y la Medalla del National Book Award por su contribución a las letras estadounidenses.

Hometown:

Westchester County, New York

Date of Birth:

November 20, 1936

Place of Birth:

New York City

Education:

Fordham University, 1958

Read an Excerpt

El hombre del salto
Novela

Capítulo Uno

Ya no era una calle sino un mundo, un tiempo y un espacio de ceniza cayendo y casi noche. Caminaba hacia el norte por los escombros y el barro y pasaban junto a él personas que corrían tapándose la cara con una toalla o cubriéndose la cabeza con la chaqueta. Iban con pañuelos apretados contra la boca. Llevaban los zapatos en la mano, una mujer con un zapato en cada mano pasó corriendo junto a él. Iban corriendo y se caían, algunos de ellos, confusos y desmañados, con los cascotes derrumbándoseles en torno, y había gente que buscaba cobijo debajo de los coches.

El estrépito permanecía en el aire, el fragor del derrumbe. Esto era el mundo ahora. El humo y la ceniza venían rodando por las calles, doblando las esquinas, arremolinándose en las esquinas, sísmicas oleadas de humo, con destellos de papel de oficina, folios normales con el borde cortante, pasando en vuelo rasante, revoloteando, cosas no de este mundo en el fúnebre cobertor de la mañana.

Llevaba traje y maletín. Tenía cristal en el pelo y en el rostro, cápsulas veteadas de sangre y luz. Dejó atrás un rótulo de Desayuno Especial y pasaron corriendo junto a él, policías de la ciudad y guardias de seguridad, con la mano apoyada en la culata de la pistola, para mantener estable el arma.

Las cosas de dentro estaban lejos y quietas, donde se suponía que él se encontraba. Sucedía por todas partes, en derredor suyo, un coche medio enterrado en escombros, con las ventanas reventadas y ruidosemergiendo, voces radiofónicas escarbando en las ruinas. Vio personas chorreando agua al correr, y cuerpos empapados por los sistemas de irrigación. Había zapatos descartados en la calle, bolsos y ordenadores portátiles, un hombre sentado en el bordillo tosiendo sangre. Vasos de papel llegaban en extraños rebotes.

El mundo era esto, también, figuras en las ventanas, en lo alto, a trescientos metros, cayendo al espacio libre, y la pestilencia del carburante en llamas, y el desgarrón sostenido de las sirenas en el aire. El ruido se hallaba por doquier corrían ellos, sonido estratificado que se les juntaba en torno, y él se adentraba en el ruido y se apartaba, al mismo tiempo.

Hubo otra cosa entonces, fuera de todo esto, no perteneciente a nada de esto, arriba. La vio bajar. Una camisa surgió del humo alto, una camisa que se levantaba y que flotaba a la deriva a la escasa luz y que luego volvía a caer, hacia el río.

Corrieron y a continuación se detuvieron, unos cuantos, quedaron ahí parados, balanceándose, tratando de respirar el aire ardiente, y los alaridos espasmódicos de incredulidad, las maldiciones y los gritos perdidos, y el papel amasado en el aire, contratos, currículos al vuelo, trozos intactos del mundo laboral, rápidos al viento.

Siguió caminando. Unos habían dejado de correr y permanecían quietos, otros tomaban por alguna bocacalle. Unos cuantos caminaban de espaldas, con la mirada puesta en el centro del suceso, en todas esas vidas que allí se retorcían, y las cosas seguían cayendo, objetos ardiendo, que dejaban estelas de fuego.

Vio dos mujeres llorando en su marcha atrás, mirándolo sin verlo, ambas en pantalón corto de deporte con el rostro desplomado.

Vio a unos cuantos del grupo de taichí del cercano parque, ahí de pie, con las manos extendidas más o menos a la altura del pecho, con los codos doblados, como si todo esto, incluidos ellos, pudiera ponerse en situación de expectativa.

Alguien salió de un restaurante y trató de entregarle una botella de agua. Era una mujer con máscara antipolvo y gorra de béisbol, que apartó la botella y desenroscó el tapón y luego volvió a ponerla a su alcance. Él dejó el maletín en el suelo para cogerla, sin apenas darse cuenta de que no utilizaba el brazo izquierdo, de que había tenido que dejar el maletín en el suelo para coger la botella. Llegaron tres coches de policía por una bocacalle, en dirección al Downtown, muy de prisa, con las sirenas puestas. Él cerró los ojos y bebió, sintiendo que el agua le recorría el cuerpo y arrastraba consigo el polvo y el hollín. La mujer lo miraba. Dijo algo que él no oyó. Le devolvió la botella y recogió el maletín. Había un regusto de sangre en aquel prolongado trago de agua.

Reanudó la marcha. Había un carro de supermercado en posición vertical y vacío. Detrás una mujer, frente a él, con cinta policial envolviéndole la cabeza y el rostro, la cinta de color amarillo que se utiliza para marcar los límites del escenario del crimen. Sus ojos eran finas arrugas blancas en una máscara brillante, y sujetaba el carro por la barra, mirando el humo.

Llegado el momento oyó el sonido de la segunda caída. Cruzó Canal Street y empezó a ver las cosas, por así decirlo, de otra manera. Las cosas no parecían cargadas del modo habitual, la calle empedrada, los edificios de hierro fundido. Había una ausencia fundamental en las cosas que lo rodeaban. Estaban sin terminar, sea ello lo que sea. Estaban sin ver, sea ello lo que sea, los escaparates, las plataformas de carga, las paredes rociadas de pintura. Quizá sea éste el aspecto que tienen las cosas cuando nadie las ve.

Oyó el sonido de la segunda caída, o lo percibió en el aire tembloroso, la torre norte cayendo, un blando espanto de voces en la distancia. Era él cayendo, la torre norte.

El cielo aquí estaba más claro, y él pudo respirar más fácilmente. Tenía otras personas detrás, miles, llenando la media distancia, una muchedumbre a punto de constituirse, gente saliendo del humo. Siguió su marcha hasta verse obligado a parar. Lo golpeó rápidamente la evidencia de que no podía ir más lejos.

Intentó decirse que estaba vivo pero la idea era demasiado abstrusa para asentarse en él. No había taxis y el tráfico era escaso y a continuación apareció un viejo camión de portes, Electrical Contractor, Long Island City, y aparcó en línea y el conductor se inclinó hacia la ventana del pasajero y se puso a examinar lo que veía, un hombre incrustado de ceniza, de materia pulverizada, y le preguntó dónde quería ir. Estaba ya dentro del camión y había cerrado la puerta cuando comprendió hacia dónde se había encaminado desde el principio.

El hombre del salto
Novela
. Copyright © by Don DeLillo. Reprinted by permission of HarperCollins Publishers, Inc. All rights reserved. Available now wherever books are sold.

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