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Overview

El espejismo de la ciencia es la creencia en que la ciencia ya comprende la naturaleza de la realidad. Las preguntas fundamentales habrían sido ya respondidas y sólo quedarían los detalles por completar. En este apasionante libro, el doctor Rupert Sheldrake, uno de los científicos más innovadores del mundo, muestra que la ciencia está oprimida por supuestos que se han consolidado como dogmas. La "perspectiva científica" se ha convertido en un sistema de creencias: toda realidad es material o física; el mundo es una máquina constituida por materia muerta;   la naturaleza carece de propósito; la conciencia no es sino la actividad física del cerebro; el libre albedrío es una ilusión; Dios existe sólo como una idea en las mentes humanas. Sheldrake examina científicamente estos dogmas y muestra, de forma tan amena como convincente, que la ciencia estaría mejor sin ellos: sería más libre, más interesante y más divertida.

Product Details

ISBN-13: 9788499882710
Publisher: Editorial Kairós
Publication date: 05/21/2013
Sold by: Libranda
Format: eBook
File size: 1 MB
Language: Spanish

About the Author

Bioquímico de fama mundial, Rupert Sheldrake (1942) rechaza el esquema de un universo mecánico y cree en la existencia de una memoria colectiva dentro de las especies. Según este heterodoxo científico británico, existe un proceso de conexión no material llamado resonancia mórfica que propaga la memoria de la naturaleza y determina la evolución de las especies. Este planteamiento revolucionario le ha valido verse envuelto en importantes polémicas y ha supuesto una auténtica conmoción en el mundo científico y académico. El Brain/Mind Bulletin no dudó en considerar esta atrevida teoría de tanta repercusión como la teoría de la evolución de Darwin. Rupert Sheldrake es Research Fellow de la Royal Society y ha trabajado como asesor de fisiología vegetal para el Instituto de Investigación Agrícola de Hyderabad, en la India. Es autor de La presencia del pasado y de Una nueva ciencia de la vida.

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CHAPTER 1

¿ES MECÁNICA LA NATURALEZA?

Muchas personas que no han estudiado ciencias se sienten desconcertadas ante la insistencia de la ciencia en que los animales y las plantas son máquinas y que los seres humanos también son robots, controlados por cerebros semejantes a ordenadores con un software genéticamente programado. Parece más natural asumir que somos organismos vivos, y también los animales y las plantas. Los organismos son autoorganizados; se forman y mantienen por sí mismos y poseen sus propios fines u objetivos. Las máquinas, por el contrario, están diseñadas por una mente externa; sus partes son ensambladas por operarios y carecen de objetivo o propósito.

El punto de partida de la ciencia moderna fue el rechazo de la antigua perspectiva orgánica del universo. La metáfora de la máquina devino esencial al pensamiento científico, con consecuencias de gran alcance. En un sentido fue inmensamente liberadora. Fueron posibles nuevas formas de pensamiento que estimularon la invención de máquinas y la evolución de la tecnología. En este capítulo trazo la historia de esta idea y muestro qué ocurre cuando la cuestionamos.

Antes del siglo XVII, casi todo el mundo daba por supuesto que el universo era como un organismo, y también la Tierra. En la Europa clásica, medieval y renacentista, la naturaleza estaba viva. Leonardo da Vinci (1452-1519), por ejemplo, explicitó esta idea: «Podemos decir que la Tierra tiene un alma vegetativa, y que su carne es la tierra; sus huesos, la estructura de las rocas [...] su respiración y su pulso, el flujo y reflujo del mar». William Gilbert (1540-1603), pionero de la ciencia del magnetismo, fue explícito en su filosofía orgánica de la naturaleza: «Consideramos que el universo entero está animado, y que todas las esferas, todas las estrellas y también la noble Tierra han estado gobernadas desde el principio por sus propias almas designadas y tienen motivos para la autoconservación».

Incluso Nicolás Copérnico, cuya revolucionaria teoría del movimiento de los cielos, publicada en 1543, situó el sol en el centro en lugar de la Tierra, no era mecanicista. Su razones para operar este cambio eran tan místicas como científicas. Creía que una posición central dignificaba el sol:

No impropiamente algunos lo llaman la luz del mundo, otros el alma, otros el gobernante. Trimegisto lo llama el Dios visible; la Electra de Sófocles, El-quetodo-lo-ve. Y de hecho, el sol, sentado en su trono regio, guía a su familia de planetas mientras giran a su alrededor.

La revolución de Copérnico en cosmología fue un poderoso estímulo para el posterior desarrollo de la física. Pero el cambio en la teoría mecánica de la naturaleza que empezó después de 1600 fue mucho más radical.

Durante siglos habían existido modelos mecánicos de algunos aspectos de la naturaleza. Por ejemplo, en la catedral de Wells, en el oeste de Inglaterra, hay un reloj astronómico que aún funciona y que fue instalado hace más de 600 años. La esfera del reloj muestra al sol y a la luna girando alrededor de la Tierra, contra un fondo de estrellas. El movimiento del sol indica el tiempo del día, y el círculo interior del reloj representa a la luna, que rota una vez al mes. Para deleite de los visitantes, cada cuarto de hora, figuras de caballeros andantes se persiguen unos a otros, mientras una figura de hombre toca las campanas con sus talones.

Los relojes astronómicos se construyeron por primera vez en China y en el mundo árabe, y funcionaban con agua. Su construcción se inició en Europa alrededor de 1300, pero con un nuevo tipo de mecanismo, operado por pesos y contrapesos. Todos esos relojes primitivos daban por sentado que la Tierra era el centro del universo. Eran modelos útiles para decirnos el tiempo y predecir las fases de la luna; pero nadie creía que el universo realmente fuera como el mecanismo de un reloj.

Un cambio de la metáfora del organismo a la metáfora de la máquina produjo la ciencia tal como la conocemos: se elaboraron modelos mecánicos del universo para representar el modo en que realmente funcionaban. Los movimientos de las estrellas y planetas estaban gobernados por principios mecánicos impersonales, no por almas o espíritus con su propia vida y propósito.

En 1605, Johannes Kepler resumió su programa con las siguientes palabras: «Mi objetivo es mostrar que la máquina celestial ha de compararse no con un organismo divino sino con un reloj [...]. Es más, muestro cómo esta concepción física ha de ser presentada a través del cálculo y la geometría». Galileo Galilei (1564-1642) estuvo de acuerdo en que leyes matemáticas "inexorables e inmutables" lo regían todo.

La analogía del reloj fue especialmente convincente porque los relojes funcionan de forma autocontenida. No empujan o arrastran otros objetos. Del mismo modo, el universo realiza su trabajo por la regularidad de sus movimientos y constituye el sistema fundamental para cifrar el tiempo. Los relojes mecánicos presentaban otra ventaja metafórica: eran un buen ejemplo de conocimiento a través de la construcción, o conocimiento a través del hacer. Alguien capaz de construir una máquina podría reconstruirla. El conocimiento mecánico era poder.

El prestigio de la ciencia mecanicista no derivó esencialmente de sus cimientos filosóficos, sino de sus éxitos prácticos, sobre todo en física. La elaboración de modelos matemáticos implica una extrema abstracción y simplificación, que resulta más fácil realizar con máquinas u objetos elaborados por el hombre. La mecánica matemática es extraordinariamente útil al abordar problemas simples, como las trayectorias de los cohetes o balas de cañón.

Un ejemplo paradigmático es la física de las bolas de billar, que ofrece un relato claro de los impactos y colisiones de las bolas de billar imaginadas en un entorno sin fricción. No solo están simplificadas las matemáticas, sino que las propias bolas de billar son un sistema muy simplificado. Las bolas se fabrican tan redondas y la mesa tan plana como es posible, y hay unos uniformes cojines de goma en los lados de la mesa, a diferencia de cualquier entorno natural. Pensemos en una roca que se desprende de la ladera de una montaña, por comparación. Además, en el mundo real, las bolas de billar colisionan y rebotan unas contra otras en el juego, pero las reglas del juego y las habilidades y motivos de los jugadores están más allá del alcance de la física. El análisis matemático del comportamiento de las bolas es una abstracción extrema.

De organismos vivos a máquinas biológicas

La visión de la naturaleza mecánica se desarrolló entre devastadoras guerras religiosas en la Europa del siglo XVII. La física matemática era atractiva, en parte, porque parecía proporcionar una forma de trascender los conflictos sectarios para revelar verdades eternas. En su opinión, los pioneros de la ciencia mecanicista encontraban una nueva manera de comprender la relación de la naturaleza con Dios, con los seres humanos, adoptando una omnisciencia matemática a la manera divina, alzándose sobre las limitaciones de las mentes y cuerpos humanos. Como señaló Galileo:

Cuando Dios produce el mundo, produce una minuciosa estructura matemática que obedece las leyes del número, la figura geométrica y la función cuantitativa. La naturaleza es un sistema matemático encarnado.

Sin embargo, había un problema fundamental. La mayor parte de nuestra experiencia no es matemática. Saboreamos la comida, nos enfadamos, disfrutamos de la belleza de las flores, nos reímos de los chistes. A fin de afirmar la primacía de las matemáticas, Galileo y sus sucesores tuvieron que distinguir entre lo que llamaron "cualidades primarias", que podrían describirse matemáticamente, como el movimiento, el tamaño y el peso, y "cualidades secundarias", como el color o el olor, que eran subjetivas. Consideraron que el mundo real era objetivo, cuantitativo y matemático. La experiencia personal en el mundo vivido era subjetiva, el ámbito de la opinión y la ilusión, fuera del mundo de la ciencia.

René Descartes (1596-1650) fue el principal defensor de una filosofía de la naturaleza mecánica o mecanicista. Estas ideas le llegaron en forma de visión el 10 de noviembre de 1619, cuando lo «embargó el entusiasmo y descubrió los cimientos de una ciencia maravillosa». Vio todo el universo como un sistema matemático, y más tarde imaginó vastos torbellinos de materia sutil giratoria, el éter, que transportaba los planetas en sus órbitas.

Descartes llevó la metáfora mecánica mucho más lejos que Kepler o Galileo, extendiéndola al reino de la vida. Estaba fascinado con la sofisticada maquinaria de su época, como los relojes, telares y bombas hidráulicas. En su juventud diseñó figuras mecánicas para simular la actividad animal, como un faisán perseguido por un spaniel. Del mismo modo que Kepler proyectó la imagen de una maquinaria humana en el cosmos, Descartes la proyectó en los animales. Ellos también eran como un reloj. Actividades como el latido del corazón de un perro, su digestión y respiración eran mecanismos programados. Los mismos principios se aplicaban a los cuerpos humanos.

Descartes diseccionó perros vivos para estudiar sus corazones e informó de sus observaciones como si sus lectores quisieran replicarlas: «Si cortas el extremo puntiagudo del corazón de un perro vivo e introduces un dedo en una de sus cavidades, percibirás inequívocamente que cada vez que el corazón se encoge presiona el dedo, y cada vez que se expande, deja de presionarlo».

Apoyó sus argumentos con un experimento mental: en primer lugar imaginó autómatas construidos por el hombre y que imitaran los movimientos de los animales, y luego afirmó que si estuvieran los suficientemente bien hechos serían indistinguibles de los animales reales:

Si una de estas máquinas tuviera los órganos y las formas externas de un mono o cualquier otro animal carente de razón, no tendríamos modo de saber que no poseen plenamente la misma naturaleza que esos animales.

Con argumentos semejantes, Descartes sentó las bases de la medicina y de la biología mecanicista que siguen siendo la ortodoxia hoy. Sin embargo, la teoría mecánica de la vida era mucho menos aceptada en los siglos XVII y XVIII que la teoría mecánica del universo. Especialmente en Inglaterra, la idea de animales-máquina se consideraba una excentricidad. La doctrina de Descartes parecía justificar la crueldad con los animales, incluyendo la vivisección, y se dijo que la prueba de sus seguidores consistía en comprobar si eran capaces de golpear a sus perros.

Como resumió el filósofo Daniel Dennett, «Descartes [...] sostenía que los animales eran, de hecho, máquinas elaboradas [...]. Solo nuestras mentes no mecánicas, no físicas, permiten que los seres humanos (y solo los seres humanos) sean inteligentes y conscientes. Era un punto de vista realmente sutil, que sería gustosamente defendido por los zoólogos en la actualidad, pero que resultaba demasiado revolucionario para los contemporáneos de Descartes».

Estamos tan acostumbrados a la teoría mecánica de la vida que nos cuesta apreciar la ruptura radical que supuso Descartes. Las teorías dominantes en su época daban por sentado que los organismos vivos eran organismos, seres animados con sus propias almas. Las almas proporcionan a los organismos sus propósitos y poderes de autoorganización. Desde la Edad Media hasta el siglo XVII, la teoría dominante de la vida enseñada en las universidades de Europa seguía al filósofo griego Aristóteles y su principal intérprete cristiano, Tomás de Aquino (c. 1225-1274), según el cual la materia en los cuerpos de plantas y animales estaba determinada por las almas de los organismos. Para Aquino, el alma era la forma del cuerpo. El alma actuaba como un molde invisible que daba forma a la planta o el animal mientras crecía y lo llevaba a su forma madura.

Las almas de animales y plantas eran naturales, no sobrenaturales. Según la filosofía clásica griega y la medieval, y también en la teoría del magnetismo de William Gilbert, incluso los imanes tienen alma. El alma en su interior y a su alrededor les confería el poder de atracción y repulsión. Cuando un imán se calentaba y perdía sus propiedades magnéticas, era como si el alma lo hubiera abandonado, así como el alma abandonaba el cuerpo animal cuando este moría. Ahora hablamos de campos magnéticos. En los campos más respetados han sustituido a las almas de la filosofía clásica griega y medieval.

Antes de la revolución mecanicista había tres niveles de explicación: cuerpos, almas y espíritus. Los cuerpos y las almas eran parte de la naturaleza. Los espíritus eran no materiales, pero interactuaban con los seres encarnados a través de sus almas. El espíritu humano o "alma racional", según la teología cristiana, estaba potencialmente abierto al Espíritu de Dios.

Tras la revolución mecanicista solo hubo dos niveles de explicación: cuerpos y espíritus. Tres niveles se redujeron a dos eliminando las almas de la naturaleza, dejando solo el espíritu o "alma racional" humana. La abolición de las almas también separó a la humanidad de los otros animales, que se convirtieron en máquinas inanimadas. El "alma racional" del hombre era como un fantasma inmaterial en la maquinaria del cuerpo humano.

¿Cómo podía interactuar el alma racional con el cerebro? Descartes especuló con que su interacción se producía en la glándula pineal. Imaginaba el alma como un hombre diminuto que, en el interior del glándula pineal, controlaba la fontanería del cerebro. Comparó los nervios con tuberías de agua, las cavidades del cerebro con tanques de almacenamiento, los músculos con resortes mecánicos y la respiración con los movimientos de un reloj. Los órganos del cuerpo eran como el autómata en los jardines acuáticos del siglo XVII, y el hombre inmaterial interior era como el guardián de la fuente:

Los objetos externos, que por su mera presencia estimulan los órganos sensoriales [del cuerpo] [...] son como visitantes que entran en las grutas de esas fuentes e inconscientemente causan los movimientos que ocurren ante sus ojos, ya que solo pueden entrar pasando sobre ciertas losas tan expresamente dispuestas que, por ejemplo, si se acercan a una Diana que se baña, ellos la harían ocultarse tras los arbustos. Y por último, cuando un alma racional está presente en esta máquina, tendrá su sede principal en el cerebro, y residirá allí como el guardián de la fuente que debe permanecer inmóvil en los depósitos a los que retornan las tuberías de la fuente si quiere producir, evitar o cambiar sus movimientos de algún modo.

El paso final en la revolución mecánica fue reducir los dos niveles de explicación a uno. En lugar de la dualidad de mente y materia, solo hay materia. Es la doctrina del materialismo, que llegó a dominar el pensamiento científico en la segunda mitad del siglo XIX. Sin embargo, a pesar de su materialismo nominal, la mayoría de los científicos siguen siendo dualistas y continúan utilizando metáforas dualistas.

El hombrecito u homúnculo en el interior del cerebro siguió siendo una forma común de pensar en la relación entre el cuerpo y la mente, pero la metáfora cambió con el tiempo y se adaptó a las nuevas tecnologías. A mediados del siglo XX, el homúnculo solía ser un operador en el intercambio telefónico del cerebro y veía imágenes proyectadas del mundo exterior como si estuviera en el cine, tal como aparece en un libro publicado en 1949 y titulado The Secret of Life: The Human Machine and How it Works. En una exposición en 2010 en el Museo de Historia Natural de Londres llamada «Cómo controlas tus actos», se podía observar a través de una ventana de plexiglás en la frente de una figura humana. En su interior había una cabina con hileras de diales y controles, y dos asientos vacíos, presumiblemente para ti, el piloto, y para tu copiloto en el otro hemisferio. Los fantasmas en la máquina eran implícitos en lugar de explícitos, pero obviamente no era una explicación en absoluto, porque los hombrecillos dentro del cerebro tendrían hombrecillos dentro de sus cerebros, y así sucesivamente en una regresión infinita.

Como pensar en diminutos hombres y mujeres dentro del cerebro parece ingenuo, entonces el propio cerebro es personificado. Muchos artículos y libros populares sobre la naturaleza de la mente dicen que "el cerebro percibe" o "el cerebro decide", al mismo tiempo que argumentan que el cerebro es solo una máquina, como un ordenador. Por ejemplo, el filósofo ateo Anthony Grayling piensa que el «cerebro segrega creencias religiosas y supersticiosas» porque ha sido "cableado" para actuar así:

Como "motor de creencias", el cerebro siempre busca encontrar sentido a la información que llega hasta él. Una vez ha construido una creencia, la racionaliza con explicaciones, casi siempre después del acontecimiento. Así pues, el cerebro se centra en las creencias y las refuerza buscando evidencias secundarias mientras se ciega a todo lo que actúe en sentido contrario.

(Continues…)


Excerpted from "El Espejismo de la Ciencia"
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Copyright © 2012 Rupert Sheldrake.
Excerpted by permission of Editorial Kairós.
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Table of Contents

Prefacio,
Introducción: Los diez dogmas de la ciencia moderna,
Prólogo: Ciencia, religión y poder,
1. ¿Es mecánica la naturaleza?,
2. ¿Es siempre idéntica la cantidad total de materia y energía?,
3. ¿Son fijas las leyes de la naturaleza?,
4. ¿Es inconsciente la materia?,
5. ¿Carece la naturaleza de propósito?,
6. ¿Es material toda la herencia biológica?,
7. ¿Se almacenan los recuerdos como trazas materiales?,
8. ¿Están las mentes confinadas en los cerebros?,
9. ¿Son ilusorios los fenómenos psíquicos?,
10. ¿La medicina mecanicista es la única que realmente funciona?,
11. Ilusiones de objetividad,
12. Futuros científicos,
Notas,
Bibliografía,

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