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El Amor Caminó Entre Nosotros
Aprende a Amar Como Jesús
By Paul E. Miller, Patricia Cabal NavPress
Copyright © 2015 Paul E. Miller
All rights reserved.
ISBN: 978-1-4964-0641-5
CHAPTER 1
UNA MENTE LLENA DE OTRA PERSONA
El amor mira y actúa
Jesús vivió hace dos mil años en una época muy distinta a la nuestra. Su mundo era casi exclusivamente judío; en los Evangelios solamente aparece esporádicamente algún gentil. El suyo era un mundo de familias muy unidas: los individuos no existían apartados de su familia. Lo único que tenían era la familia y el clan. Si los perdían, perdían todo.
Cuando Jesús tuvo alrededor de treinta años, reunió a un grupo de discípulos y empezó a caminar de un pueblo a otro en Israel, enseñándole a la gente. Un día, mientras se acercan a la aldea de Naín, Jesús y los discípulos encuentran una procesión funeraria. Lucas registra lo que sucedió:
Poco después, Jesús fue con sus discípulos a la aldea de Naín, y una multitud numerosa lo siguió. Cuando Jesús llegó a la entrada de la aldea, salía una procesión fúnebre. El joven que había muerto era el único hijo de una viuda, y una gran multitud de la aldea la acompañaba. Cuando el Señor la vio, su corazón rebosó de compasión. «No llores», le dijo. Luego se acercó al ataúd y lo tocó y los que cargaban el ataúd se detuvieron. «Joven — dijo Jesús —, te digo, levántate». ¡Entonces el joven muerto se incorporó y comenzó a hablar! Y Jesús lo regresó a su madre.
Un gran temor se apoderó de la multitud, y alababan a Dios diciendo: «Un profeta poderoso se ha levantado entre nosotros» y «Dios ha visitado hoy a su pueblo». Y las noticias acerca de Jesús corrieron por toda Judea y sus alrededores.
(Lucas 7:11-17)
Naín está enclavada en un hermoso valle al sur de Galilea donde se había establecido la tribu judía de Isacar. El Antiguo Testamento nos dice que el terreno es agradable (Génesis 49:15). Naín suena parecido a agradable en hebreo, pero para esta madre, el día era cualquier cosa menos agradable.
Su hijo (su único hijo) ha muerto y esta no es la primera vez que ha tenido que sepultar a un ser querido, porque es viuda. Para una mujer judía, la mayor alegría era tener un varón; perder a un varón, la mayor tristeza. La pérdida de su marido y de su hijo varón significa una vida de pobreza. Con ellos ha perdido el equivalente a su jubilación, su seguro social y su seguro médico para los ancianos. Probablemente la culpa agrava su desesperación, ya que se creía que la muerte prematura de un hijo era el castigo por algún pecado1. Posiblemente los chismosos del pueblo se mantenían entretenidos especulando qué habría hecho ella para merecer perderlo todo.
Los funerales judíos solían efectuarse a las seis de la tarde, después de concluir con el trabajo del día. Temprano, ese día ella había colocado el cuerpo de su hijo sobre el piso de su casa, le había cepillado el cabello, lo había vestido con la mejor ropa que pudo encontrar y luego había colocado su cuerpo en un canasto abierto de mimbre, con el rostro hacia arriba y los brazos cruzados. El pueblo se había reunido en la puerta de su casa para ayudarla a sepultar a su hijo. Las mujeres guían la procesión porque los judíos creían que la mujer había traído la muerte al mundo y, por lo tanto, la mujer debía conducirla fuera de él, añadiéndole vergüenza al dolor. Mientras la procesión serpentea por las calles, muchos comparten simbólicamente la carga de la madre, turnándose para llevar el canasto. Los asalariados dolientes y los flautistas siguen en la retaguardia, cantando: «Lloren con ellos, todos ustedes que tienen el corazón amargado». La mayoría de las aproximadamente quinientas personas que vivían en Naín deben de haber asistido, porque esta pérdida era muy significativa.
El cementerio está al oriente de la ciudad, junto al camino que bajaba zigzagueando hacia Capernaúm, la base operativa de Jesús. El texto griego insinúa que la multitud que acompaña a Jesús es más grande que la que salía de Naín; probablemente hay más de mil personas con Jesús. Jesús llega justo cuando el funeral sale de las puertas de la aldea y los dos grupos se encuentran.
Él siente lo que ella siente
Lo primero que hace Jesús es mirar a la mujer. El Señor la vio; no a la multitud, ni al hijo muerto. Jesús distingue a la viuda en la confusión de dos multitudes que colisionan. Cuando él la vio, su corazón rebosó de compasión (Lucas 7:13 ).
La compasión es la emoción que con más frecuencia se le atribuye a Jesús. ¿Cómo puedes saber que una persona siente compasión? ¿Qué vieron las personas en el rostro de Jesús durante esta escena? Al fin y al cabo, la compasión es muy sutil, comparada con el enojo o con el temor. Cuando le pregunto a la gente cómo es la compasión, me dicen que se transmite a través de los ojos de la persona, expresando ternura y dulzura, atención y preocupación. Todo el cuerpo se detiene y escucha, absorbiendo los sentimientos del otro. Tal vez Jesús se detiene a la mitad de lo que está diciendo y se queda callado, cautivado, mientras mira a la viuda. O quizás sus ojos se humedecen y una lágrima corre por su mejilla. Sea cual sea su reacción, se puede percibir, a pesar de la conmoción y de la distracción de los cientos de personas que convergen.
Jesús ve a una mujer que está medio muerta. Aunque nosotros pensamos en la vida y en la muerte como dos categorías separadas, los hebreos creían que podía haber un estado intermedio. En el Antiguo Testamento, cuando Noemí vuelve a casa después de enterrar a su esposo y a sus dos hijos, le dice a los del pueblo: «No me llamen Noemí — contestó ella —. Más bien llámenme Mara, porque el Todopoderoso me ha hecho la vida muy amarga» (Rut 1:20). Noemí estaba viva, pero se sentía muerta. La viuda, como Noemí, había pasado a la muerte en vida, completamente aislada de la vida y de la esperanza.
Jesús lo sabe y siente su dolor: su corazón rebosó de compasión. Literalmente, se conmovió de compasión. Jesús ingresa en el mundo de esta mujer sintiendo lo que es estar en el lugar de ella.
Él trae la esperanza
«No llores», le dice Jesús. Él siente su angustia, pero la angustia no lo domina. Él siente lo que ella siente, pero es independiente de ella.
Alguien podría decir que Jesús ha interrumpido el duelo de la mujer. La psicología actual nos instruye a no decirle a alguien cómo tiene que sentirse. No obstante, cuando mi hija se raspa la rodilla y viene llorando como si estuviera a punto de morirse, yo le digo: «No llores, ya se te va a pasar», porque de verdad se le va a pasar. Jesús sabe que esta mujer tiene un motivo para tener esperanza y no llorar.
Para mostrarle respeto al muerto, la procesión mortuoria tiene prioridad en el tránsito, entonces la multitud que iba con Jesús probablemente se ha dividido hacia los costados del camino para dejar pasar a la viuda y a su hijo muerto. En ese momento, Jesús detiene el funeral al tocar silenciosamente el ataúd. La mayoría de los hombres frenaría a una gran multitud gritando o agitando los brazos. Las personas que tienen menos poder tienden a exagerarlo, como el adolescente que da un portazo porque el padre le dice que tiene que quedarse en casa. Sin embargo, las personas que tienen verdadero poder suelen restarle importancia, como el emperador que decide sobre la vida o la muerte haciendo un leve gesto con su pulgar. Su acto tiene la sutil majestad de un antiguo rey. Lo que Jesús hace a continuación es puro y crudo poder para bien. Él dice: «Joven, te digo, levántate ». El muchacho que había estado muerto obedece a Jesús, se incorpora y empieza a hablar.
Un gran temor se apoderó de la multitud y alababan a Dios. «Un profeta poderoso se ha levantado entre nosotros», decían. Luego de cuatrocientos años de silencio, un profeta había llegado. A como cuatro y medio kilómetros de distancia y ochocientos años antes, el profeta Elías había resucitado a un hijo único. Elías había dado muchas vueltas para su milagro, pero Jesús resucitó al hijo de la viuda sin ningún esfuerzo. Alguien más grande que Elías está aquí.
Las noticias sobre Jesús se difunden a lo largo y a lo ancho. Las personas recuerdan el poder de Dios y lo alaban por lo que vieron hacer Jesús. Sienten que ya no están solas con sus problemas, porque Dios los visita en Jesús.
Él nunca deja de mirarla
Al sumarse la procesión funeraria, la multitud casi se ha duplicado. Todas las miradas están puestas en Jesús. Nunca antes ha sucedido algo así. Es extraordinario incluso para Jesús: solo dos veces más realiza un milagro como este. El milagro está lleno de posibilidades: ¡contratos para libros, derechos para películas y apariciones en programas de entrevistas!
Sin embargo, los ojos de Jesús están en la viuda. Él toma de la mano a su hijo, lo ayuda a salir del canasto y camina con él hasta su madre. Él no está pensando en sí mismo y en cómo puede beneficiarse de este despliegue asombroso de poder. Él no se deja distraer por su propio milagro: él recuerda a la persona. Se preocupa por la necesidad física del hijo y por la necesidad emocional de la madre.
Jesús posee ternura y poder. Generalmente, las personas tiernas carecen de fortaleza y las personas fuertes carecen de ternura. Sin embargo, Jesús demuestra ternura y fortaleza.
No es eficiente
Charles Spurgeon fue un predicador famoso en Londres hace más de cien años. Aunque era un marido cariñoso y un hombre amable, como todos nosotros, tenía defectos. Su esposa, Susie, habló de una ocasión en la que acompañó a su marido a un gran auditorio donde él tenía que hablar:
Fuimos juntos en un carruaje y recuerdo bien tratar de mantenerme cerca de él mientras nos mezclábamos con la masa de personas que se amontonaban escaleras arriba. Pero, cuando llegamos al rellano, él se había olvidado de mi existencia; tenía encima la carga del mensaje y se dio vuelta hacia la puertita lateral donde los oficiales estaban esperándolo, sin darse cuenta, ni por un instante, que me había dejado luchando con la brusca multitud que me rodeaba.
¿Te resulta conocido? La gran muchedumbre, la mujer asustada y el maestro religioso. Excepto que aquí, el maestro se olvida de la mujer porque está pensando en lo que quiere decir. Jesús se abstiene de un sermón por el bienestar de una persona. Sin embargo, Spurgeon ignora a una persona en favor de un sermón. La cosa se empeoró:
Al principio, estaba completamente desconcertada y después ... enojada. En seguida volví a mi casa y le conté mi aflicción a mi dulce madre. Ella razonó sabiamente que mi esposo no era un hombre común, que su vida entera estaba dedicada a Dios, y que yo nunca jamás debía ponerle obstáculos.
Después, Spurgeon volvió a su casa, disgustado porque no pudo encontrar a su mujer.
Mi querida madre habló con él y le contó toda la verdad. Con tranquilidad él me dejó decirle cuán indignada me había sentido, y luego él repitió la pequeña enseñanza de mi madre, remarcando que, antes que nada, él era un siervo de Dios.
¿Te diste cuenta de cómo metieron a Dios en el medio? De algún modo, Dios fue el motivo por el que Spurgeon ignoró a su mujer. Así que la esposa recibió un sermón de su madre y de su marido por sentirse dolida. Dios no se revela en la vida de Spurgeon a través de este incidente; él es la excusa para no amar.
Spurgeon y yo tenemos mucho en común. Cuando Jill compartía sus sentimientos conmigo, fueran buenos o malos, yo la «reparaba». Una vez, cuando se sentía agonizada por Kim, le dije: «¿Por qué no se la entregas a Dios de una buena vez». Su respuesta me dejó mudo: «Lo hago. Lo hago todos los días».
Otras veces, yo ignoraba qué sentía Jill. No sabía qué efecto había tenido sobre sus amistades, su futuro y sus sueños el hecho de tener una hija discapacitada. A pesar de que yo hacía cosas por ella, empecé a entender por qué Jill quería saber si yo la amaba. Me di cuenta de que yo era bueno para «resucitar al hijo muerto», pero no dedicaba tiempo a mirar a Jill, a sentir y a caminar con ella. Yo ya estaba buscando el próximo «hijo muerto». Cuando me concentraba en la tarea y no en Jill, ella sentía la diferencia. La sensibilidad de Jesús me sugirió una nueva manera, menos «eficiente», de relacionarme.
Me di cuenta de que el amor no es eficiente.
Cuando el Exxon Valdez derramó miles de galones de crudo a lo largo de la costa de Alaska, el presidente de la compañía descartó la sugerencia de ir a ver el desastre, dando a entender que ese viaje sería una pérdida de tiempo para él. Tenía el poder, pero no tenía bondad. ¿Cómo podría haber afectado su corazón arrodillarse en la mugre y limpiar algunos gansos?
Jesús nos ha mostrado cómo amar: hay que mirar, sentir y después ayudar. Si ayudamos a alguien, pero no nos tomamos el tiempo de mirar a la persona y de sentir lo que está sintiendo, nuestro amor es frío. Si miramos y sentimos, pero no hacemos lo posible para ayudar, nuestro amor es mezquino. El amor hace las dos cosas.
CHAPTER 2
EL MIRAR MOLDEA EL CORAZÓN
Aprender a mirar a las personas
Cuando llego a casa después del trabajo, a veces reviso el correo mientras escucho lo que Jill me cuenta sobre su día. Digo cosas como: «Ah, ahá, sí, Jill, qué interesante, ahá». Cuando hago esto, Jill se enoja porque la hago sentir que, para mí, el correo es más importante que ella. Cuando ella me habla, quiere que le preste atención y sabe que lo hago cuando la miro.
Mientras estudiaba cómo amó Jesús, me sorprendió la cantidad de veces que Jesús mira a las personas. Entre todos, los Evangelios mencionan unas cuarenta veces que Jesús miró a las personas. Particularmente, me impresionó la cantidad de veces que su compasión por las personas estuvo precedida por su atenta mirada. Esta es solo una muestra:
Cuando vio a las multitudes, les tuvo compasión, porque estaban confundidas y desamparadas, como ovejas sin pastor. (Mateo 9:36)
Jesús miró al hombre y sintió profundo amor por él. (Marcos 10:21)
Cuando Jesús vio a su madre al lado del discípulo que él amaba, [él le pidió a su amigo más cercano, Juan, que cuidara a su madre]. (Juan 19:26-27)
Jesús nos muestra cómo ver y nos enseña a mirar
Jesús describe el mismo patrón en sus parábolas. Las parábolas son historias simples que tienen el propósito de cambiar la manera de pensar del que las escucha. A menudo son sorprendentes, como el comportamiento de Jesús.
La parábola del buen samaritano nos cuenta cómo un samaritano rescata a un hombre que fue asaltado y golpeado por ladrones cuando iba por el camino de Jericó a Jerusalén, un tramo de la carretera que era sumamente peligroso. Para entender cómo esta historia debió haber escandalizado a los judíos, imagina que alguien cuenta una historia acerca de «El nazi bueno». Los judíos y los samaritanos se odiaban.
En la parábola, dos religiosos profesionales (un levita y un sacerdote) pasan al lado del hombre en la cuneta con temor a involucrarse. Luego, un samaritano se detiene, le pone vendajes al hombre, lo lleva a una posada y paga por el alojamiento. La descripción que hace Jesús sobre cómo el samaritano cuida del hombre herido es idéntica a cómo él mismo se acerca a las personas: «Entonces pasó un samaritano despreciado y, cuando vio al hombre, sintió compasión por él. Se le acercó y le alivió las heridas con vino y aceite de oliva, y se las vendó» (Lucas 10:33-34). El samaritano lo mira, tiene compasión de él y actúa.
El samaritano ve a una persona. El sacerdote y el levita ven un problema. Están demasiado distraídos, preocupados o inmersos en sus propios planes para identificarse con él. Tal vez no tenían el tiempo ni la energía para preocuparse por los problemas ajenos.
(Continues...)
Excerpted from El Amor Caminó Entre Nosotros by Paul E. Miller, Patricia Cabal. Copyright © 2015 Paul E. Miller. Excerpted by permission of NavPress.
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