Donde yo estoy: El cielo, la eternidad, y nuestra vida más allá del presente

Donde yo estoy: El cielo, la eternidad, y nuestra vida más allá del presente

by Billy Graham
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by Billy Graham

eBook

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Overview

Billy Graham comparte la realidad de una eternidad con Jesucristo basándose en la mayor promesa dada a la raza humana: «no se angustien. Confíen en Dios, confíen también en mí... Voy a prepararles lugar... Vendré para llevármelos conmigo. Así ustedes estarán donde yo esté» (Juan 14. 1–4)

Mientras su visión terrenal mengua, la gloria del cielo ilumina a medida que Billy Graham, el querido evangelista, comparte la realidad de la eternidad desde su pasado y presente. Si bien ya no predica desde los estadios mundiales, sentirás que su corazón aún late con fuerza con la rotunda certeza de que pasará la eternidad con Jesucristo, el salvador del mundo, invitando a otros a contemplar su esperanza eterna. Cuando se le preguntó, «¿dónde está el cielo?» el señor Graham sabiamente respondió: «el cielo es donde está Jesucristo, y yo voy a él pronto».

Este pensamiento originó el título Donde yo esté, tomado de la mayor promesa jamás dada a la raza humana cuando Jesús dijo: «no se angustien. Confíen en Dios, confíen también en mí... Voy a prepararles un lugar... Vendré para llevármelos conmigo. Así ustedes estarán donde yo esté» (Juan 14. 1–4). Justo después de su cumpleaños número noventa y cinco en 2014, proclamó con decisión: «Cuando muera, díganle a otros que he ido a mi Señor y Salvador Jesucristo, ahí es donde estoy». Mientras nuestra nación y el mundo, trabaja duro en medio de las incertidumbres políticas, económicas y culturales, los lectores encontrarán consuelo en la esperanza que viene de la verdad inmutable de la Palabra de Dios, obtenida de un hombre que le gustaría ser recordado como un predicador del Evangelio de Jesucristo.

Ya sea que hablemos con un presidente de Estados Unidos, líder mundial, hombre común, o ser entrevistado en la televisión, el señor Graham siempre comienza su respuesta con «la Biblia dice», y ahora comparte lo que dice la Biblia acerca de la eternidad en sus sesenta y seis libros. Cada breve capítulo examina la realidad de que cada uno de nosotros elige dónde pasar la vida después de la muerte: el cielo o el infierno. Del escritor del Antiguo Testamento que escribió: «SEÑOR, hazme conocer tus caminos» (Sal. 25.4) para el escritor del Nuevo Testamento que escribió las palabras de Jesús: «El que cree en mí, no se pierda», hay esperanza para todo el que ponga su fe y confianza en aquel que nos da la promesa, donde yo estoy, ustedes también estén.


Product Details

ISBN-13: 9780718042288
Publisher: Grupo Nelson
Publication date: 10/13/2015
Sold by: HarperCollins Publishing
Format: eBook
Pages: 288
File size: 977 KB
Language: Spanish

About the Author

Billy Graham, escritor, predicador y evangelista de renombre mundial, ha llevado cara a cara el mensaje del evangelio a más seres humanos que cualquier otra persona en la historia, y ha ministrado en todos los continentes del mundo. Millones han leído sus clásicos inspiracionales, entre ellos La jornada, El secreto de la paz personal, Nacer a una nueva vida y La razón de mi esperanza.

Read an Excerpt

Donde yo estoy

El Cielo, La Eternidad y Nuestra Vida Más Allá del Presente


By Billy Graham, Graciela Lelli

Grupo Nelson

Copyright © 2015 Grupo Nelson
All rights reserved.
ISBN: 978-0-7180-4228-8



CHAPTER 1

Árbol de vida eterna


Desde el principio hasta el final

Génesis


He aquí el hombre es como uno de nosotros, sabiendo el bien y el mal [...] y tome también del árbol de la vida [...] y vivapara siempre.

— Génesis 3.22


Este es el lugar perfecto para empezar: el principio. ¿Se imagina una sinfonía que solo toca el final de la canción? ¿O un equipo de béisbol que juega tan solo la última entrada?

¿Alguna vez ha corrido hasta usted un niño, contándole únicamente el final de la historia? Usted lo detiene y le dice: «Comienza desde el principio».

Génesis, que significa «origen», es el relato de cómo Dios comenzó su relación con la humanidad. Y el Autor del principio hace todas las cosas perfectamente. Por lo tanto, Dios nos dice que «en el principio» Él creó los cielos y la tierra, y a continuación creó al primer hombre y la primera mujer a su imagen. Les mostró a Adán y Eva su amor y quería que ellos respondieran voluntariamente a ese amor.

Conocemos la historia. Él hizo la creación preciosa y tenía la intención de que la primera pareja disfrutara de su paraíso. Construyó un hogar para Adán y Eva donde podían hablar con Dios en el frescor de la tarde. El escenario era realmente más de lo que podamos imaginar. Si pudiéramos juntar paraísos tropicales, montañas majestuosas, llanos de árboles frutales, lagos cristalinos, potentes océanos y el esplendor de la costa, todo ello en un solo sitio, ni siquiera esto podría comenzar a compararse con el majestuoso diseño del huerto del Edén: era un pequeño cielo en la tierra.

En medio de todo el esplendor del trabajo que había hecho Dios, arropado por todos los tipos de árboles imaginables, estaba el árbol de la vida. «Y Jehová Dios hizo nacer de la tierra todo árbol delicioso a la vista, y bueno para comer; también el árbol de vida en medio del huerto, y el árbol de la ciencia del bien y del mal» (Génesis 2.9). No pasemos por alto el significado de este versículo que describe dos árboles: el árbol de la vida, y el árbol de la ciencia del bien y del mal. Aquí se nos presentan dos «caminos», que seguiremos a lo largo de las Escrituras.

Génesis es el libro de los principios: la creación, el matrimonio, la familia y la comunión con Dios. También es aquí donde el hombre escuchó la primera orden de Dios y donde vemos que Dios le dio al hombre la libertad de escoger: vivir eternamente o morir espiritualmente: «Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás» (vv. 16–17).

Ese era un imponente mensaje de parte de Dios, quien da vida en abundancia. Él le dijo a la primera pareja: «Miren. Contemplen la abundancia que llega de mi mano. Disfruten de toda esta belleza. Disfruten de la riqueza que viene de arriba, y coman del árbol de la vida, que producirá bendiciones eternas. Disfruten de la libertad que es de ustedes para siempre».

Uno pensaría que Adán y Eva se asombrarían ante tal promesa. Pero vemos rápidamente que, en lugar de eso, sus mentes se enfocaron en la única y pequeña advertencia de Dios: no comas del árbol de la ciencia del bien y del mal o morirás. Aquí les fue presentada la idea de la muerte y la transición a la eternidad.

Recuerdo haber oído la historia de un padre que llevó a su hija pequeña al parque. Ella era libre para deslizarse por el tobogán, columpiarse y correr por el parque. Pero su padre le advirtió que no se acercara a cierto arbusto que estaba junto a la valla. Cuando se dio la vuelta, fue ahí a donde la niña se dirigió, y como resultado, se vio cubierta de hiedra venenosa.

¿Por qué será que nosotros los seres humanos simplemente tenemos que desafiar las advertencias cuando están pensadas para nuestro propio bien? La respuesta viene del «principio». Es el pecado del hombre.

Las Escrituras nos dicen que el diablo le dijo a la mujer: «No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal. Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella» (Génesis 3.4–6). Aquí es donde se produjo la caída del hombre, y la rebelión contra Dios se arraigó en el corazón humano. La totalidad de la raza humana ha estado sufriendo y muriendo desde ese amargo día hace tanto tiempo.

El pecado original era, y sigue siendo, la decisión humana de ser uno mismo su propio dios. Es el pecado del orgullo: controlar uno mismo su propia vida, ser el que manda, no ser responsable ante nadie, ni siquiera ante Aquel que sopló en nuestro cuerpo el mismísimo aliento de vida.

Los ojos de Adán y Eva fueron abiertos a la diferencia entre el bien y el mal, y el fruto que comieron dejó un sabor final muy amargo; tanto, que cuando Dios les llamó se escondieron.

El pecado debió ser juzgado completamente. Adán y Eva fueron expulsados del huerto, lo cual les apartaba de la fuente de vida eterna, el árbol de la vida, que representa a Cristo. Iban a enfrentarse a la muerte. La Palabra de Dios es firme, así que Él los condujo fuera del huerto y puso un ángel que protegiera el camino al árbol de la vida.

Pero Dios no dio la espalda a su creación; tenía un plan para salvar a la raza humana. Desde el principio, Él había decidido enviar a su Hijo a esta tierra. Y en la cruz, hecha con la madera de un árbol, Jesús murió por el pecado del hombre y lo reconcilió con Dios que está en el cielo. La cruz se convirtió en el símbolo del sacrificio; el árbol se convirtió en el símbolo de la vida eterna.

¿Piensa usted en la muerte y en lo que viene después? La mayoría de nosotros pensamos en qué lugar queremos vivir, si tenemos seguro médico y cuál será nuestro plan de pensiones, pero pocas veces hacemos planes respecto a la muerte: la puerta a la eternidad.

Cuando estaba predicando este mensaje en Memphis, Tennessee, en 1978, meses después de que hubiera muerto Elvis Presley, se publicaron varios artículos importantes acerca de la muerte. Newsweek incluso publicó un artículo que salió en la portada aquel mes de mayo titulado «Living with Dying» [Vivir con la muerte]. Piénselo: desde el momento en que nacemos, comenzamos a morir.

La creencia de la inmortalidad del alma es intuitiva e instintiva. Cuando la tumba de Carlomagno fue abierta, lo único que quedaba era una mezcla de huesos mohosos; su corona y su cetro estaban enterrados entre el polvo de su tumba. ¡Sin poder!

El Taj Mahal guarda los restos de un emperador mogol y su esposa favorita. El edificio en sí es glorioso, pero ¿y sus ocupantes? ¡Ya no tienen gloria!

Los filósofos griegos perseguían la inmortalidad con fervor intelectual. Ningún no creyente en el Dios verdadero anhelaba con más fervor una eternidad placentera que Platón, que constantemente sentía el «anhelo de la inmortalidad».1 También se ha observado que Aristóteles reflexionaba en que la «especie humana posee inmortalidad». Shakespeare escribió: «Siento en mí la sed de la inmortalidad». Ellos murieron y fueron sepultados. ¡Se acabó la sabiduría!

Los antiguos egipcios construían pirámides para sus muertos y las llenaban con provisiones para la vida después de la muerte. Un jefe africano fue sepultado junto con su esposa para que le hiciera compañía en la vida futura. Los escandinavos enterraban caballos y armaduras con sus guerreros para que pudieran luchar en la vida después de la muerte. Todos esos objetos colocados cuidadosamente aún siguen pudriéndose; o han sido encontrados por arqueólogos, sin utilizar.

Los musulmanes antiguamente molestaban a los misioneros cristianos, diciendo: «Nosotros tenemos la tumba de nuestro gran profeta Mahoma aquí en Medina, mientras que ustedes los cristianos no tienen nada». Oh, pero nosotros tenemos una tumba vacía, porque el eterno, inmortal, Aquel que posee todo el poder, toda la gloria y toda la sabiduría, y es el mismísimo dador de vida, no está muerto; ¡Él vive!

El corazón del hombre se consume con el misterio y el terror de la continuidad de la vida después de la muerte. Es un fenómeno universal; sin embargo, pocos toman la decisión consciente de dónde pasarán la eternidad, aunque es una decisión que deben tomar ellos mismos.

Cuando Jesús murió en la cruz, conquistó la muerte a través de su resurrección. No hay motivo para temer a la eternidad si pone usted su confianza y su fe completamente en Aquel que es eterno. La Biblia nos dice que antes del principio del tiempo, Dios planeó mostrar la gracia de Jesucristo a través del evangelio que nos muestra el camino a la vida y a la inmortalidad. El Cristo resucitado fue hecho «primicias de los que durmieron» (1 Corintios 15.20). Él tiene las llaves de la muerte.

A lo largo de las Escrituras el Señor habló a través de los patriarcas, profetas y apóstoles, y respondió la antigua pregunta que había hecho Job: «Si el hombre muriere, ¿volverá a vivir?» (14.14).

Definitivamente sí.

Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamentos enseñan acerca de la vida después de la muerte. Abraham buscaba una ciudad «que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios» (Hebreos 11.10). Pedro declaró: «Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios» (1 Pedro 3.18). Pero todo está escrito desde el principio, en Génesis. En este libro de comienzos vemos la vida después de la muerte, avisos y juicios, la gracia y las promesas de Dios, y el amor de Dios por su creación. Las personas a lo largo de los siglos han buscado el amor mientras se burlaban de la historia de amor más grande que se haya demostrado: que Dios envió a su Hijo para rescatar a la raza humana.

Noé avisó del juicio que llegaría en forma de diluvio. Pero la gente se negó a escuchar, y la muerte llegó a todos excepto a Noé y su familia. Incluso en medio de todo esto, Dios puso su arcoíris en las nubes para que sirviera de promesa eterna de que Él nunca volvería a destruir a la humanidad por medio del agua.

Dios le hizo una promesa a Abraham de que él sería el padre de muchas naciones, y la Biblia nos revela que Abraham creyó a Dios y le sirvió y le adoró como el Dios eterno. La historia fue la misma para muchos descendientes de Abraham: Isaac, Jacob y José, nuestros ancestros en la fe. Tuvieron problemas de vez en cuando, pero escogieron creer y seguir a Dios. Y Dios cumplió las promesas que les había hecho.

El Dios de los comienzos y la vida eterna aún nos da la libertad para escoger vivir para Él o morir en nuestros pecados. Este es el mensaje que yo he predicado durante más de setenta años, invitando a la gente a reconciliarse con el Salvador, porque si le rechazamos aquí, Él nos rechazará el día del juicio.

La invitación que Dios inició en el libro de los comienzos es la misma invitación que Cristo le extiende al final de las Escrituras: obedéceme, come del árbol de la vida, y sé salvo para siempre.

CHAPTER 2

Salvación eterna


Salvación o resistencia

Éxodo


Con tu poder los guías a tu hogar sagrado [...] el lugar, oh Señor, reservado para tu morada [...] que tus manos establecieron [...]por siempre y para siempre.

— Éxodo 15.13, 17 – 18, NTV


La zarza estaba en llamas, pero no se quemaba. Y cuando el Señor vio que se aproximaba el pastor, Él le llamó por su nombre desde la zarza ardiente: «¡Moisés! ¡Moisés! Y él respondió: Heme aquí» (Éxodo 3.4).

El Señor le dijo a Moisés que Él había escuchado el clamor de desesperación y sufrimiento de los israelitas y había descendido para «librarlos de mano de los egipcios, y sacarlos de aquella tierra a una [...] que fluye leche y miel» (v. 8). El Señor llamó la atención de Moisés y le dio la comisión de ser su portavoz.

Mientras la zarza ardía, Moisés le dijo al Señor que el pueblo querría saber quién le había enviado. Preguntarán: «¿Cuál es su nombre?» (v. 13).

Dios respondió: «YO SOY EL QUE SOY [...] Así dirás a los hijos de Israel: YO SOY me envió a vosotros» (v. 14).

Esta es una conversación sorprendente que revela el nombre asombroso y definitivo de Dios en el Antiguo Testamento: «YO SOY». Jesús usó este mismo nombre cuando estaba siendo interrogado por los polémicos fariseos.

Ellos le preguntaron: «¿Dónde está tu Padre?».

Jesús respondió: «Como ustedes no saben quién soy yo, tampoco saben quién es mi Padre. Si me conocieran a mí, también conocerían a mi Padre» (Juan 8.19, ntv).

Sus mentes ya estaban perplejas porque Jesús había dicho que Él había venido para poner en libertad a los cautivos, y a continuación había dicho que se iba. Pero muchos no creyeron que necesitaban ser salvos de sus pecados. Ellos simplemente no creían que Él era el Mesías prometido, así que Él les dijo que no pertenecían a Dios: «Ustedes pertenecen a este mundo; yo no [...] a menos que crean que Yo soy quien afirmo ser, morirán en sus pecados» (vv. 23–24, NTV).

Los fariseos dijeron: «¿Acaso eres más importante que nuestro padre Abraham? Él murió, igual que los profetas. ¿Tú quién te crees que eres?» (v. 53, NTV).

Jesús respondió: «Les digo la verdad, ¡aun antes de que Abraham naciera, Yo soy!» (v. 58, NTV).

Los fariseos entendieron este lenguaje del libro de la ley, y les enfureció pensar que alguien se atreviera a llamarse a sí mismo con el nombre de Dios.

Pero el gran YO SOY estaba parado frente a ellos y decía la verdad. Jesús estaba dispuesto a liberar a los líderes judíos de su fariseísmo e incredulidad, pero ellos lo rechazaron como su Libertador, de la misma forma en que los hijos de Israel habían rechazado a Dios todopoderoso como su Rey, quien había mostrado su fuerza y poder.

Recuerde la historia del gran éxodo, cuando los israelitas huyeron de Egipto. «Y Moisés dijo al pueblo: No temáis; estad firmes, y ved la salvación que Jehová hará hoy con vosotros» (Éxodo 14.13). Mientras el Señor mantenía abiertas las aguas, la gran muchedumbre cruzó el mar a salvo sobre tierra seca, salvándolos de la muerte.

Este milagro señalaba lo que sucedería miles de años después, cuando el plan de salvación fuera cumplido en la Tierra Prometida. Cuando Jesús estiró sus brazos sobre la cruz manchada de sangre, convirtiéndose Él mismo en el puente entre la humanidad y Dios, aseguró la salvación eterna para todos aquellos que vinieran a Él.

Jehová, roca mía y castillo mío, y mi libertador [...]

Mi escudo, y la fuerza de mi salvación, mi alto refugio. (Salmos 18.2)


Jesús no es solamente el Libertador eterno, sino que también es el Proveedor eterno. Él provee para aquellos que le reciben. De la misma forma que Dios proveyó maná diario del cielo a los hijos de Israel en su viaje por el desierto, Jesús también provee para suplir el hambre del alma de las personas hoy día. Él nació en Belén, que literalmente significa «casa de pan», y proclamó: «Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre» (Juan 6.51).

Jesús también es el Guía eterno. El Señor guió a los israelitas a través del desierto de Sinaí durante el día con una columna de nube, y proveía para ellos luz por la noche con una columna de fuego. Jesús dijo: «Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida» (Juan 8.12).

Los científicos realmente no saben qué es la luz, pero todos conocemos sus muchos efectos. Sabemos que no podría haber plantas, animales o vida humana sobre la tierra sin la luz.

Dios puso el sol en un balance y a una distancia precisa de la tierra. Si estuviera unos cuantos kilómetros más cerca, nos quemaríamos. Si estuviera más lejos de la tierra, nos congelaríamos. Jesucristo es para el mundo espiritual lo que es el sol para la tierra. El efecto que tiene el sol sobre la naturaleza es el efecto que tiene Jesús sobre nuestra naturaleza fría, muerta y pecaminosa. Cristo quiere encender su luz en nuestros corazones. Quiere que seamos reflectores de su Luz divina.

He viajado a todos los continentes del mundo y he sido testigo de la diferencia que marca la luz de Dios en las personas que le tienen a Él. Nosotros somos su luz en un mundo oscuro.

El mundo actualmente está sumido en inmoralidad y amenazado por el terrorismo; pero también tenemos puertas extraordinarias abiertas para el evangelio. «He aquí, he puesto delante de ti una puerta abierta, la cual nadie puede cerrar; porque [...] has guardado mi palabra, y no has negado mi nombre» (Apocalipsis 3.8).

Todas las naciones tienen puntos de entrada, como los tuvieron los hijos de Israel cuando cruzaron el río Jordán para entrar a la Tierra Prometida. Dios los había liberado de la esclavitud y la persecución y los había llevado a un país mejor. Mientras Jesús andaba sobre las tierras de la Biblia, proclamó: «Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo» (Juan 10.9).


(Continues...)

Excerpted from Donde yo estoy by Billy Graham, Graciela Lelli. Copyright © 2015 Grupo Nelson. Excerpted by permission of Grupo Nelson.
All rights reserved. No part of this excerpt may be reproduced or reprinted without permission in writing from the publisher.
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Table of Contents

Contents

Prólogo por Franklin Graham, ix,
Introducción, xiii,
El Antiguo Testamento,
Capítulo 1 Árbol de vida eterna: Desde el principio hasta el final (Génesis), 3,
Capítulo 2 Salvación eterna: Salvación o resistencia (Éxodo), 9,
Capítulo 3 Un solo sacrificio eterno: El regalo de la sangre (Levítico, Números), 15,
Capítulo 4 Juicio eterno: Escoge la vida (Deuteronomio), 21,
Capítulo 5 Poder eterno: Escoge o pierde (Josué), 29,
Capítulo 6 Juicio eterno — Redentor eterno: Fuerte y rebelde — Sumiso y seguro (Jueces, Rut), 35,
Capítulo 7 Rey eterno, trono eterno, reino eterno: Poder humano o poder de Dios (1 y 2 Samuel, 1 y 2 Reyes, 1 y 2 Crónicas), 41,
Capítulo 8 Su misericordia es para siempre: Tomar represalias o reconstruir (Esdras, Nehemías, Ester), 49,
Capítulo 9 Redención eterna: Cilicio, ceniza y gozo (Job), 57,
Capítulo 10 Gozo eterno: Preparación para el hogar (Salmos), 65,
Capítulo 11 Sabiduría eterna en el cielo: Yo soy sabiduría (Proverbios), 71,
Capítulo 12 Eternidad puesta en el corazón: Robar o sellar el corazón (Eclesiastés, Cantar de los Cantares), 75,
Capítulo 13 Alma eterna: La vida de un espíritu (Isaías), 81,
Capítulo 14 Amor eterno: Lágrimas que hablan (Jeremías, Lamentaciones), 89,
Capítulo 15 Paz eterna: Promesas de paz (Ezequiel), 97,
Capítulo 16 Eterna adoración del reino: Póstrese o levántese (Daniel), 105,
Capítulo 17 Su nombre es eterno: Dominar los menores (Los Doce), 111,
El Nuevo Testamento,
Capítulo 18 Oración eterna contestada: Apartarse u orar (Mateo), 137,
Capítulo 19 Recompensas eternas: Ganarse el favor de Él (Marcos), 143,
Capítulo 20 La búsqueda de vida eterna: Correr a Él, después alejarse (Lucas), 151,
Capítulo 21 El hogar eterno: Donde yo estoy, vida eterna (Juan), 157,
Capítulo 22 Eternas obras de Dios: Los ídolos son vagos; Dios está obrando (Hechos), 165,
Capítulo 23 Alabanza eterna: Sufrimiento o canto (Romanos), 171,
Capítulo 24 Justicia para siempre: El fundamento eterno (1 y 2 Corintios), 179,
Capítulo 25 La cruz eterna: El travesaño en los escombros y la cruz en nuestros corazones (Gálatas), 185,
Capítulo 26 La iglesia eterna: Despertar y tomar el mando (Efesios), 191,
Capítulo 27 Gloria eterna: Honrar al Santo (Filipenses, Colosenses), 199,
Capítulo 28 Separados para siempre o unidos para siempre: La tierra de los perdidos o la tierra de los vivos (1 y 2 Tesalonicenses), 205,
Capítulo 29 Servir por la eternidad: Quejarse u obedecer (1 y 2 Timoteo), 211,
Capítulo 30 El evangelio eterno: Comisionar el mensaje (Tito, Filemón), 217,
Capítulo 31 Salvación eterna: Rechazar o aceptar (Hebreos), 225,
Capítulo 32 Corona eterna: Asistir a la gran coronación (Santiago, 1 y 2 Pedro), 231,
Capítulo 33 La Palabra eterna: Las palabras importan (1 Juan), 237,
Capítulo 34 Verdad eterna: Probada y comprobada (2 y 3 Juan), 243,
Capítulo 35 La llama eterna: Arrebatar almas del fuego (Judas), 249,
Capítulo 36 El reinado eterno del Rey: La cuna, la cruz y la corona (Apocalipsis), 257,
Notas, 263,
Acerca del autor, 267,

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