Doctrinas bíblicas: Una perspectiva pentecostal

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Paperback(Spanish-language Edition)

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Overview

¿Que es falso y qué es verdadero hoy? ¿Cómo se puede determinar la diferencia? El ser mal dirigido puede afectar su fe…y su eternidad. Con Stanley M. Horton y William W. Menzie como guías en Doctrinas bíblicas: una perspectiva pentecostal, usted puede distinguir la doctrina bíblica del engaño satánico. Basándose en dieciséis verdades fundamentales de la Biblia, este estudio le ofrece la oportunidad de crecimiento y estabilidad en la fe, y le ayuda a distinguir a los que siguen a Cristo, de quienes no lo siguen…mediante el mensaje que ellos dan. Pastores, maestros y estudiantes encontraran dirección, enseñanza y respuestas a sus interrogantes en Doctrinas bíblicas: una perspectiva pentecostal.


Product Details

ISBN-13: 9780829718539
Publisher: Vida
Publication date: 01/20/1996
Edition description: Spanish-language Edition
Pages: 272
Product dimensions: 5.50(w) x 8.50(h) x 0.85(d)
Language: Spanish
Age Range: 18 Years

About the Author

William W. Menzies (Ph.D., La Universidad de Iowa) es un educador y consultor de misiones de las Asambleas de Dios. Enseñó en las tres escuelas de la iglesia de las Asambleas de Dios: Colegio Bíblico Central, Colegio Evangélico, y Seminario Teológico de las Asambleas de Dios. William ha sido un editor consultivo para Christianity Today.

Stanley M. Horton es profesor emérito de Biblia y teología en el Seminario Teológico de las Asambleas de Dios. Tiene una licenciatura de la Universidad de California, y una maestría en teología del Seminario Teológico Gordon Conwell, y un doctorado en teología del Central Baptist Theological Seminary.

Read an Excerpt

Bible Doctrines: A Pentecostal Perspective


By William W. Menzis Stanley M. Horton

Zondervan

Copyright © 2012 William W. Menzis y Stanley M. Horton
All right reserved.

ISBN: 978-0-8297-1853-9


Chapter One

Las Escrituras inspiradas

La regla autoritativa

¿CÓMO PUEDO SABER CUÁL ES LA RELIGIÓN VERDADERA? Esta es una pregunta importante que suelen hacer a menudo. Y bien merece una respuesta, puesto que está en juego el bienestar eterno de uno. Pero el verdadero punto en discusión es la cuestión de la autoridad.

Hay tres clases fundamentales de autoridad religiosa: 1) La razón humana, 2) la iglesia, y 3) la Palabra de Dios. Tal vez la más común hoy día sea la razón humana. No discutiremos el hecho obvio de que los seres humanos estamos equipados con una mente que ha producido un conjunto asombroso de logros admirables, especialmente en el campo de las ciencias. Tampoco descartaremos la necesidad de manejar nuestros asuntos diarios en forma lógica. El proceso mediante el cual podemos tratar nuestros problemas con sentido común se llama racionalización. No es pecado actuar a este nivel. Pero no debemos confundir la racionalización con el racionalismo. Este consiste en la creencia de que la máxima autoridad es la razón humana. Con tiempo suficiente, sostiene el racionalista, el genio humano descubrirá todos los secretos del universo y nos llevará a una vida perfecta, a la paz, la salud, la riqueza y la prosperidad continua.

Una forma de racionalismo es el cientificismo, que cree que la ciencia, con sus métodos y equipamiento moderno, será finalmente capaz de analizar y resolver todos los problemas. Sin embargo, tal punto de vista tiene serias limitaciones. Una de ellas es que no reconoce que la ciencia es incapaz de abordar algunas cosas. Por ejemplo, no puede trabajar directamente con las cualidades del color y el sonido. Se ve en la necesidad de expresarlas en términos cuantitativos. Pero las cualidades no son cantidades. Por eso las personas ciegas de nacimiento pueden comprender toda la ciencia y las cuestiones matemáticas relacionadas con las longitudes de onda de la luz; pero esto no significa que tengan alguna idea de a qué se parece una bella puesta de sol o una rosa roja, o cómo son los exquisitos colores de las alas de una mariposa. Los sordos de nacimiento pueden comprender toda la ciencia y las cuestiones matemáticas relacionadas con las ondas sonoras; pero esto no quiere decir que tengan idea de cómo suena una sinfonía o una congregación de personas que alaban a Dios y glorifican a Jesús en el Espíritu Santo. La ciencia no puede ocuparse de cosas que, como el alma humana, no se pueden pesar ni medir. Tampoco puede ocuparse de acontecimientos singulares. Por consiguiente, no puede ocuparse de los milagros, puesto que cada uno de ellos es una manifestación separada y diferente de la gracia y el poder de Dios y no se lo puede repetir para su análisis en el laboratorio.

En realidad, los que consideran el racionalismo como su autoridad generalmente terminan poniendo su propia razón como autoridad final. Pero, como observó Salomón: «Nada hay nuevo debajo del sol», pues esta misma clase de arrogancia se manifestó en los tiempos antiguos. En Génesis 11 leemos acerca de aquellos que intentaron desafiar a Dios y hacerse un nombre edificando en Babel una ciudad y una torre muy alta. Los racionalistas de todas las épocas son como ellos: ponen su confianza en su propia capacidad de razonar. Además, repetidas veces en los días de los Jueces «cada uno hacía lo que bien le parecía» (Jueces 17:6; 21:25). En los trágicos relatos consignados en este libro se describen vívidamente el caos y la confusión que acarrea la confianza en la razón humana como autoridad final.

Una segunda creencia común es que la iglesia es la autoridad final. Algunos sostienen que Cristo le dio su autoridad a Pedro, y que este les impuso las manos a los obispos que ordenó, dándoles a su vez autoridad para que les impusieran las manos a sus sucesores. Mediante esta «sucesión apostólica», se transmitió la autoridad de Cristo a los doce apóstoles y así sucesivamente a lo largo de los siglos. Por esto, ciertas iglesias se consideran como las únicas representantes autorizadas de Cristo, y de aquí que se crea que sus líderes tienen una autoridad especial para juzgar la verdad.

Este punto de vista de la sucesión apostólica está generalmente relacionado con la afirmación de que el Nuevo Testamento es una obra de la iglesia, lo que le da a esta una especie de prioridad sobre la Biblia. Debe notarse, sin embargo, que la teoría de la sucesión apostólica no apareció sino hasta fines del siglo segundo d.C. Además, el Concilio de Cartago que se celebró en el año 397 d.C. no autorizó la lista de libros del Nuevo Testamento que nosotros aceptamos hoy como canónicos, sino que solo aprobó lo que en general ya se reconocía y usaba en las iglesias de aquellos días. La muerte de Cristo puso en vigor el nuevo pacto (Hebreos 9:15-17). Después de su resurrección, Cristo y el Espíritu Santo fundaron la iglesia. Luego el Espíritu Santo inspiró a los escritores que nos dieron los libros del Nuevo Testamento. En nuestros días, como hay disputas y altercados entre cuerpos eclesiásticos, el corazón inquisitivo desea ardientemente una autoridad mayor que una organización eclesiástica terrenal.

La tercera opción es confiar incondicionalmente en la autoridad de la Palabra de Dios. Este concepto se basa firmemente en la convicción de que Dios, por naturaleza, se revela a sí mismo. Él es un Dios que habla; por lo mismo desea comunicarse con sus criaturas. Hebreos 1:1-2 indica que él tiene estas características: «Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo».

Dios ha hablado. Su declaración final y más completa, como lo indica el pasaje de Hebreos 1:1-2, se halla en la persona de su Hijo, Jesucristo. A esta manera de hablar, en que lo divino se reviste de un cuerpo humano, la llamamos encarnación. Este es el grado más alto en que Dios puede comunicarse con nosotros, pues es una comunicación de persona a persona. Jesucristo, como nos lo recuerda el primer capítulo del Evangelio de Juan, es «el Verbo», el mensajero y el mensaje de Dios. Ahora bien, así como Cristo es la Palabra viviente, así también la Biblia es la Palabra escrita. Durante la ausencia de Cristo desde el momento de su ascensión hasta su Segunda Venida, la Biblia es la voz autoritativa de Dios, la cual el Espíritu Santo se complace en utilizar para guiar a las personas a Cristo. En Romanos 10:8-15, el apóstol Pablo señala dramáticamente que sin la proclamación de las buenas nuevas, el mensaje bíblico, la gente no hallará a Dios. Solo ella nos proporciona el fundamento sobre el cual creemos en nuestro corazón y confesamos que «Jesús es el Señor», trayendo así la salvación.

La revelación de Dios a la humanidad

SidamosporsentadoqueDioshabla,¿eslaBibliaelúnicomedioporelcuallo hace? Hasta cierto punto, Dios también se da a conocer a todos los hombres: 1) por medio de la creación, y 2) por medio de la conciencia. A esta manera como Dios habla se le llama usualmente revelación general o natural. En los capítulos 1 y 2 de la carta a los romanos se esboza esta forma de expresión que Dios ha empleado. Romanos 1:20 habla del conocimiento de Dios que en todaspartestodosloshombrespuedenadquirirporsuconocimientodelanaturaleza: «Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa». En otras palabras, los hombres deben haber sabido y deben saber, que ningún diosito de hojalata pudo haber hecho el universo. Tampoco pudieron los numerosos dioses paganos, a los que representaron luchando siempre unos contra otros, haber creado la coherencia, el orden y la belleza que hallamos en la naturaleza. Quién podrá negar la inspirada expresión del Salmo 19: «Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos».

La Biblia dice que Dios habla por medio de la conciencia de los hombres: «Porque cuando los gentiles que no tienen ley, hacen por naturaleza lo que es de la ley, éstos, aunque no tengan ley, son ley para sí mismos, mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos» (Romanos 2:14-15). El mismo hecho de que en todas partes los hombres tienen conciencia, o sea, una idea de lo bueno y lo malo según lo que dice la Biblia, muestra que hay una autoridad más allá de los seres humanos y las circunstancias. Hasta las personas que han rechazado la Biblia retienen la conciencia, aunque esta suele actuar basándose en que lo que han llegado a creer que es correcto que hagan.

Dios ha hablado por medio del universo que creó y por medio de la conciencia de los hombres. Sin embargo, la tragedia consignada en Romanos 1 y 2 se debe a que la humanidad, pese a tener una vislumbre de la luz disponible en el universo, ha maldecido a Dios y se ha rebelado contra él. Aun así, hay bastante luz para que nadie pueda afirmar que Dios ha sido injusto. El resultado es que los hombres, al rechazar voluntariamente la luz de la revelación natural, se envían a sí mismos al castigo eterno. No es Dios quien los manda al infierno. Al contrario, son los que exigen que Dios los deje en paz para que puedan seguir su camino y tratar de satisfacer sus deseos, quienes se envían al infierno. Cuando Dios, con tristeza y renuencia, los deja hacer lo que les dé la gana, hay una expectativa horrenda e inevitable que es la perversión, la perdición y el infierno. Por lo tanto, la sola revelación natural es insuficiente para ayudar a los seres humanos caídos.

La revelación especial, mensaje que hallamos solamente en la Biblia, consiste en la maravillosa noticia de que Dios intervino en nuestra situación, obró para redimirnos y nos ofreció un medio por el cual podemos participar en esta redención. La naturaleza y la conciencia no revelan esto. El Antiguo Testamento señala al Redentor que vendría; el Nuevo Testamento nos habla de su venida e interpreta el significado de ella.

La Palabra de Dios verbalmente inspirada

La palabra griega theopneustos es la que más se acerca en su equivalencia a nuestro vocablo inspiración y se halla en 2 Timoteo 3:16. Significa literalmente «soplada por Dios». Por el soplo y poder divinos, el Espíritu Santo dirigió a los autores humanos de la Biblia con tal precisión que la obra refleja exactamente la intención de Dios mismo. Como fue Dios el que habló por medio de los profetas y apóstoles, los documentos originales que ellos escribieron llevaron las marcas especiales de la inspiración divina. Esto significa que los sesenta y seis libros canónicos, los cuales constituyen la Biblia, son en sus expresiones originales completamente dignos de confianza como la voz del Espíritu Santo (véase 2 Pedro 1:17-21).

Se deben tener presente varios puntos en cuanto a la manera como se llevó a cabo la inspiración. El dictado mecánico sostiene que Dios habló por medio de seres humanos dominándolos hasta el punto de anular su personalidad. Tal concepto es erróneo. Es obvio que se puede distinguir la personalidad y el vocabulario particular de los diversos escritores; se puede ver claramente una gran variedad de estilos de vida en los más de cuarenta autores de las Escrituras (pastores, estadistas, sacerdotes, pescadores, algunos bien instruidos y otros relativamente ignorantes). Los escritores no fueron manipulados, como autómatas, mientras estaban en trance; Dios no los escogió al azar para ordenarles que escribieran. Por ejemplo, él separó a Jeremías para ser su profeta y comenzó a prepararlo cuando estaba aún en el vientre de su madre (Jeremías 1:5). Dios hizo pasar a todos los autores de las Escrituras por diversas experiencias, preparándolos de tal manera que pudiera usarlos para presentar la verdad exactamente como él quería. De este modo se preservó cuidadosamente la integridad de los escritores como personas mediante las obras especiales de la inspiración y la guía del Espíritu Santo. Al mismo tiempo, el fruto de sus escritos es inequívocamente la Palabra de Dios. El Espíritu Santo «inspiró los pensamientos originales en las mentes de los escritores (Amós 3:8); luego los guió en la elección de las palabras para expresar tales pensamientos (Éxodo 4:12, 15), y finalmente ilumina la mente del lector de dichas palabras de manera que pueda prácticamente comprender la misma verdad que estaba al principio en la mente del escritor (1 Corintios 2:12; Efesios 1:17-18). De modo que el pensamiento y las palabras son reveladores e inspirados».

Otro concepto acerca de la inspiración, ampliamente sostenido por algunos, es el que se conoce como inspiración dinámica. Este punto de vista considera que la Biblia no es para comunicar una «verdad proposicional» acerca de Dios mismo; los que propugnan esta idea dicen esto porque han llegado a la conclusión de que es incognoscible. En efecto, afirman que Dios es «totalmente distinto» y que solo revela la verdad de cómo debemos vivir.

A este concepto se le llama también interpretación funcional de la inspiración, ya que dice que la Biblia no puede revelar nada sobre lo que es Dios, sino que solo puede revelar sus obras. Esto constituye la esencia de muchos sistemas modernistas, o teológicamente liberales, que niegan lo sobrenatural. Además, se presta a la idea de que la Biblia es básicamente folclore, pero que en la medida en que habla sobre cómo vivir correctamente, habla de manera significativa a los hombres. En este concepto, la ética suplanta a la doctrina. Asimismo abre las puertas al relativismo, puesto que se desecha la mayor parte de los criterios de verdad. Entonces la gente interpreta por su cuenta lo que cree que es digno de aceptarse y lo que desea rechazar como simple folclore (cf. Jueces 17:6).

Tenemos una variante de este concepto en el énfasis que se pone en la relación que hay entre la salvación y la historia. En ella se reconoce claramente que Dios ha desarrollado una actividad salvadora en la historia. Se acepta la Biblia como un registro de dicha actividad divina; pero se afirma que es un registro meramente humano, esto es, expuesto a los errores del juicio humano, limitado por la experiencia y la cosmovisión de los escritores y sujeto a la interpretación humana de la actividad divina. El único punto importante donde este concepto está en lo correcto es cuando acepta la Biblia como un registro de los sucesos sobrenaturales por medio de los cuales Dios obra en la historia para redimir a los hombres. Su principal deficiencia consiste en no ver que la interpretación de dichos sucesos es inspirada por el Espíritu Santo. Si no fuera así, aún estaríamos en tinieblas, pues los sucesos mismos están llenos de ambigüedades; no hay revelación completa hasta que se los interpreta con autoridad.

¿Qué enseña la Biblia misma sobre la manera en que ocurrió la inspiración? Enfatiza la inspiración real de los escritores. En ciertos casos, Dios les habló con voz audible. En otros les dio la revelación en sueños y visiones. A veces les habló a sus mentes y corazones de tal manera que supieron que era Dios quien les hablaba. En Amós 3:8 se enfatiza esto: «Si el león ruge, ¿quién no temerá? Si habla Jehová el Señor, ¿quién no profetizará?». En cierta ocasión, Jeremías decidió que debía dejar de profetizar; parecía que nadie lo escuchaba. Sin embargo, la Palabra de Dios se volvió en su corazón como un fuego ardiente metido en sus huesos, y no pudo detenerse (Jeremías 20:9). No es de extrañar que en el Antiguo Testamento aparezca tantas veces una afirmación como «así dice Jehová» o «así ha dicho Jehová». El pasaje de 2 Pedro 1:20-21 nos muestra que ningún autor de las Escrituras dependió jamás de su propio razonamiento o imaginación durante el proceso de poner por escrito el mensaje: «Ante todo, tengan muy presente que ninguna profecía de la Escritura surgió de la interpretación del propio profeta. Porque la profecía nunca tuvo su origen en la voluntad humana, sino que los hombres hablaron de parte de Dios, impulsados por el Espíritu Santo» (NVI). «Impulsados» pudiera dar la impresión de que ellos estaban en medio del flujo del Espíritu Santo y este los impulsaba. Pero un estudio cuidadoso de las Escrituras nos muestra que Dios les enseñó y los guió (véase Éxodo 4:15). Y volviendo a 2 Timoteo 3:16, podemos ver claramente que la inspiración de las Escrituras se extiende también a las palabras y a todo el texto de los autógrafos o documentos originales de los escritores sagrados. Jesús aceptó la plena inspiración del Antiguo Testamento con su categórica declaración: «La Escritura no puede ser quebrantada» (Juan 10:35; véase además Mateo 5:18). A este concepto lo llamamos inspiración verbal (que se extiende aun a las palabras) plenaria (completa). Romanos 3:2 concuerda con este concepto cuando cita el Antiguo Testamento como «las palabras mismas de Dios» (NVI). De igual modo lo hace Hebreos 3:7-11 cuando cita el Salmo 95:7-11, no como si este tuviera un autor humano, sino introduciendo la cita con las palabras «como dice el Espíritu Santo ...».

(Continues...)



Excerpted from Bible Doctrines: A Pentecostal Perspective by William W. Menzis Stanley M. Horton Copyright © 2012 by William W. Menzis y Stanley M. Horton. Excerpted by permission of Zondervan. All rights reserved. No part of this excerpt may be reproduced or reprinted without permission in writing from the publisher.
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