Diario de amor
Aquí se narran las vivencias amorosas de la estancia de Avellaneda en España. Se trata de la exposición de una "vida a la manera del romanticismo", en la pasión sentimental, en la emotividad reflejada en una métrica flexible, etc. El Diario de amor es un testimonio del ideario sentimental de su tiempo. Este libro contiene una autobiografía y una serie de cartas, puede ser leído como una narración amorosa, como un estudio de la seducción y sus estrategias o incluso como vindicación de la condición femenina. Cabe citar algunos fragmentos en que los tópicos de la pasión romántica son puestos en duda:
"1122737951"
Diario de amor
Aquí se narran las vivencias amorosas de la estancia de Avellaneda en España. Se trata de la exposición de una "vida a la manera del romanticismo", en la pasión sentimental, en la emotividad reflejada en una métrica flexible, etc. El Diario de amor es un testimonio del ideario sentimental de su tiempo. Este libro contiene una autobiografía y una serie de cartas, puede ser leído como una narración amorosa, como un estudio de la seducción y sus estrategias o incluso como vindicación de la condición femenina. Cabe citar algunos fragmentos en que los tópicos de la pasión romántica son puestos en duda:
3.99 In Stock
Diario de amor

Diario de amor

by Gertrudis Gómez de Avellaneda
Diario de amor

Diario de amor

by Gertrudis Gómez de Avellaneda

eBook

$3.99 

Available on Compatible NOOK devices, the free NOOK App and in My Digital Library.
WANT A NOOK?  Explore Now

Related collections and offers

LEND ME® See Details

Overview

Aquí se narran las vivencias amorosas de la estancia de Avellaneda en España. Se trata de la exposición de una "vida a la manera del romanticismo", en la pasión sentimental, en la emotividad reflejada en una métrica flexible, etc. El Diario de amor es un testimonio del ideario sentimental de su tiempo. Este libro contiene una autobiografía y una serie de cartas, puede ser leído como una narración amorosa, como un estudio de la seducción y sus estrategias o incluso como vindicación de la condición femenina. Cabe citar algunos fragmentos en que los tópicos de la pasión romántica son puestos en duda:

Product Details

ISBN-13: 9788498971804
Publisher: Linkgua
Publication date: 08/31/2010
Series: Historia , #158
Sold by: Bookwire
Format: eBook
Pages: 86
File size: 1 MB
Language: Spanish

About the Author

Gertrudis Gómez de Avellaneda (Camagüey, 1814-Madrid, 1873). Cuba. Era hija de un oficial de la marina española y de una cubana. Escribió novelas y dramas y fue actriz. Estudió francés y leyó mucho, sobre todo autores españoles y franceses. Tras una corta estancia en Burdeos, vivió un año en La Coruña y después en Sevilla, donde conoció a Ignacio Cepeda, con quien tuvo un romance. Por esta época ejerció el periodismo y estrenó su primer drama. Su creciente prestigio literario le permitió establecer amistad con Espronceda y Zorrilla. Poco después se casó con Pedro Sabater, quien murió tres meses más tarde. Tras un retiro conventual, la Avellaneda volvió a Madrid y, entre 1846 y 1858, estrenó al menos trece obras dramáticas. Hacia 1853 quiso entrar en la Academia Española, pero se le negó por ser mujer. En 1855 se casó con el coronel Domingo Verdugo, conocida figura política que en 1858 fue víctima de un atentado. Más tarde éste fue nombrado para un cargo oficial en Cuba. Entonces la Avellaneda dirigió en La Habana la revista Álbum cubano de lo bueno y de lo bello (1860). Su marido murió en 1863 y ella se fue a los Estados Unidos. Estuvo en Londres y París y regresó a Madrid en 1864. Durante los cuatro años siguientes vivió en Sevilla. Utilizó el seudónimo de La peregrina.

Read an Excerpt

Diario de Amor


By Gertrudis Gómez De Avellaneda

Red Ediciones

Copyright © 2015 Red Ediciones Ediciones S.L.
All rights reserved.
ISBN: 978-84-9897-180-4



CHAPTER 1

AMOR QUE NACE


Carta I

Amado amigo: antes de anoche te dije que había enviado a tu casa un libro y no pude añadir, por los testigos que había, que dicho libro era, como lo es el que hoy te mando, un pretexto para escribirte, sin que el portador se haga cargo. La fatalidad hizo que no te encontrase en tu casa el mensajero y rasgué la carta en un momento de impaciencia contra la mala suerte, que la hizo volver por dos veces a mis manos, cuando la suponía en las tuyas.

Nada, empero, contenía dicha carta de importante; era solamente la expresión de mi tristeza en varios días que no te veía, y una proposición que ahora voy a repetir en pocas palabras. Veremos si te agrada.

Pronto vas a graduarte, y creo que saliendo de eso podrás verme con más frecuencia; aun antes de graduarte nos hemos de ver algunas veces, porque, ¿cómo vivir así, querido amigo? ¿quién tiene resistencia? La mía comienza a faltarme, no obstante todos mis propósitos. He pensado, pues, que debemos convenir en una cosa, y es que siempre que tú vengas y esté yo sola, aprovechemos tales momentos para realizar un deseo que tengo hace mucho tiempo y que es el de leer contigo alguna obra interesante. Aun estando mamá, podemos, si nos agrada, entretener un rato en la lectura, pues ningún inconveniente veo en ello, si a ti no te desagrada mi proyecto. Con este objeto he hecho una lista de algunas obras de mi gusto, que voy a nombrarte para que tú escojas la que te parezca y me lo digas. Yo la tendré en casa inmediatamente y la comenzaremos en la primera oportunidad. ¡Qué placer presiento, mi dulce amigo, en leer contigo una obra interesante!

En primer lugar, porque quiero que conozcas al primer prosista de Europa, el novelista más distinguido de la época. Tengo en lista El pirata, Los privados rivales, el Wawerley y El anticuario, obras del célebre Walter Scott.

Seguidamente, Corina o Italia, por madame Staël. Novela descriptiva del más hermoso y poético país del mundo, y hecha esta descripción por la pluma de una escritora cuyo mérito conoces. Además, han dado algunos amigos en decirme que hay semejanzas entre yo y la protagonista de esta novela, y deseo por eso volver a leerla contigo y buscar la semejanza que se me atribuye con ese bello ideal de un genio como el de la Staël.

Sigue Atala, del inmortal y divino Chateaubriand, porque sé que te agradan todas las escenas de la naturaleza, todos los corazones primitivos; en fin, el hombre en su estado normal; y esta linda obra te satisfará.

Luego, las poesías de Lista, Quintana y Heredia, porque, como dice uno de estos poetas:

... Verás la poesía,
del corazón y mente descendiendo,
al corazón y mente arrebatarse.


Ésta es mi lista; escoge tú la obra que mejor te parezca y avísamelo. Verás qué placer gozamos en los momentos que pasemos juntos. A tu elección dejo también tus visitas a casa, pero no quiero que dejemos de vernos por ningún motivo ... Leeremos juntos. ¿No es éste un placer? Adiós, mi bien.


Carta II

Hasta hoy, que vino el correo general, no se me ha traído tu carta, y para que ésta no duerma hasta el miércoles en la estafeta, determino enviarla directamente a tu casa.

Cuando antes de anoche me dijiste que mandase al correo, porque me habías escrito, te olvidaste advertirme que la carta venía a mi nombre y no al adoptado en nuestra correspondencia. Así, aunque ayer mandé, no me la trajeron, porque la persona encargada buscó doña Amadora de Almonte y no mi nombre. En fin, ya está en mis manos esta querida carta. ¡Una vez por semana! ... ¡Solamente te veré una vez por semana! ... Bien; yo suscribo, pues así lo deseas y lo exigen tus actuales ocupaciones. Una vez por semana te veré únicamente; pues señálame, por Dios, ese día tan feliz entre siete para separarle de los otros días de la larga y enojosa semana. Si no determinases ese día, ¿no comprendes tú la agitación que darías a todos los otros? En cada uno de ellos creería ver al amanecer un día feliz, y después de muchas horas de agitación y expectativa pasaría el día, pasaría la noche, llevándose una esperanza a cada momento renovada y desvanecida, y sólo me dejaría el disgusto del desengaño. Dime, pues, para evitarme tan repetidos tormentos, qué día es ese que debo desear: ¿será el viernes? En ese caso comenzaremos por hoy; si no, será el sábado: ¿qué te parece? elige tú: si hoy, lo conoceré viéndote venir; si mañana, avísamelo, para que no padezca esta noche esperándote. En las restantes semanas ya sabré el día de ella, que tendrá para mí luz y alegría.

Ya lo ves ...; me arrastra mi corazón. No usar contigo el lenguaje moderado que deseas y empleas; pero en todo lo demás soy dócil a tu voz, como lo es un niño a la de su madre. Ya ves que suscribo a no verte sino semanalmente. Pero, ¿no irás al Liceo?, ¿ni al baile? Para decidirte, ¿no será bastante que yo te asegure que no habrá placer para mí en éstas diversiones si tú no asistes?

No debes tener en casa menos confianza que en la de Concha, y puedes venir con capa o como mejor te parezca; pero si absolutamente no puedes tener esta confianza en casa, dime dónde quieres que te vea; en casa de Concha o donde tú designes y no me sea imposible, allí me hallarás.

Debes gozarte y estar orgulloso, porque este poder absoluto que ejerces en mi voluntad debe envanecerte. ¿Quién eres? ¿Qué poder es ése? ¿Quién te lo ha dado? Tú no eres un hombre, no, a mis ojos: eres el ángel de mi destino, y pienso muchas veces al verte que te ha dado el mismo Dios el poder supremo de dispensarme los bienes y los males que debo gozar y sufrir en este suelo. Te lo juro por ese Dios que adoro, y por tu honor y el mío; te juro que mortal ninguno ha tenido la influencia que tú sobre mi corazón. Tú eres mi amigo, mi hermano, mi confidente, y, como si tan dulces nombres aún no bastasen a mi corazón, él te da el de su Dios sobre la tierra. ¿No está ya en tu mano dispensarme un día de ventura entre siete? Así pudieras también señalarme uno de tormento y desesperación y yo le recibiría, sin que estuviese, en mi mano evitarlo. Ese día, querido hermano mío, ese día sería aquel en que dejases de quererme; pero yo lo aceptaría de ti sin quejarme, como aceptamos de Dios los infortunios inevitables con que nos agobia.

No me hagas caso; tuve jaqueca a media noche y creo que me ha dejado algo de calentura. Mi cabeza no está en su ser natural.

Hay días en que está uno no sé cómo; días en que el corazón se rompería si no se desahogase. Yo tenía necesidad de decirte todo lo que te he dicho; ahora ya estoy más tranquila. ¡No me censures, por Dios!


Carta III

Caro amigo: aprovecho la visita que ha venido a hacerme una de mis antiguas criadas, menos torpe de las que tengo actualmente, para ponerte estas líneas encargándole llevártelas.

No irás al baile, ya lo sé, y no quiero infringir mis propósitos importunándote con objeto de verte en él. Pero como deseo contarte qué tal estuvo y lo que hice, y lo que vi, y lo que hablé ... todo. Como deseo referirte las personas que estaban, los trajes de las señoras, en fin, todo, todo, como ya dije, espero que tú tengas también alguna curiosidad de saberlo y te invito (sin comprometerte) a que vengas mañana por la noche.

El baile, según parece, no estará demasiado concurrido, pues anoche mismo vimos despachando en el teatro billetes sueltos, y se nos dijo que había sido preciso hacerlo porque no había más que cuarenta y cuatro suscriptores. Pero si tú estuvieras, ¿no estaría harto concurrido para mí? ... ¡No será! ¡paciencia! Voy adquiriendo contigo una resignación admirable, de la que no me creía capaz; porque, a la verdad, vida mía, puedo muy bien decirte aquel verso de una comedia de Moreto:

¡Qué tibio galán hacéis!

Y, sin embargo, yo sufro todo con un estoicismo heroico. ¿Sabes que a veces me pregunto a mí misma ¿por qué he de querer un hombre tan poco complaciente, tan poco asiduo, tan poco apasionado como tú? Me lo pregunto y no alcanzo respuesta de mi pícaro corazón, tan caprichoso. Pero no es verdad. Él me responde siempre satisfactoriamente y me dice que te ama, porque eres bueno, noble, sincero, porque eres el mejor hombre del mundo y es justicia amarte cuando se ha tenido la dicha de conocerte.

Ya lo ves: aunque mis cartas comiencen algunas veces amargas o festivas, siempre las concluyo más tiernas que debieran ser y tú abusas, ingrato, de esta ternura para hacer cuanto se te antoja y nunca lo que yo deseo. Ya me las pagarás el día en que yo esté de humor de hacerte desesperar, digo, si acaso tú te desesperas por alguna cosa ... Vaya esta heridita entre tantas flores como te prodigo, porque a fe míaque no mereces tanta bondad. Adiós.


Carta IV

Voy a probarte que no soy tan dócil, como anoche me reprochaste, a tu antigua orden. Voy a saludarte con la pluma, ya que verbalmente no puedo hacerlo hoy. ¡Vida mía, qué mala noche he pasado, qué mala estoy, qué triste! ... No tengo vida sino para amarte; para todo lo que no es tu amor estoy insensible. Ni me agrada escribir ni leer, ni bordar, ni la calle, ni mi casa. Si algún talento he tenido, creo positivamente que lo he perdido ya, porque me encuentro lo más necia y fastidiada. He leído no sé dónde:

Un momento ha vencido
mi audacia imprudente,
esta alma tan soberbia ...
¡Vedla ya dependiente!


Yo he mandado siempre en mi corazón, en mis acciones con mi entendimiento, y ahora mi entendimiento está subyugado por mi corazón, y mi corazón por un sentimiento todo nuevo, todo extraordinario. ¡Posible es, Dios mío, que cuando yo me creía libre ya del dominio del amor, cuando me persuadía haberle conocido, cuando me lisonjeaba de experta y desilusionada, haya caído como una víctima débil e indefensa en las garras de hierro de una pasión desconocida, inmensa y cruel! ¡Posible es que yo ame ahora con el corazón de una niña de trece años! ¿Qué es esto que por mí pasa, qué es esto que siento? Dímelo, dímelo, porque yo no lo sé. Es harto nuevo para mí, te lo juro. Y yo he amado antes que a ti; he amado, o lo he creído así, y, sin embargo, nunca, nunca he sentido lo que ahora siento. ¿Es amor esto? No, hay algo más, no es amor solamente. Es el infierno que se ha venido a mi corazón. ¡Qué feliz era! ... ¡cuán tiernamente te amaba! ¡los ángeles me envidiarían! Y ahora, cuán desgraciada; ¡cuánto sufro, cuánto, querido mío! ¿Y por qué?, ¿qué ha sucedido?, ¿qué cosa me atormenta? Nada, yo no lo sé. ¿Es acaso que Dios castiga el exceso de amor haciéndole un martirio? ¿Es que el corazón humano es estrecho y se rompe cuando está demasiado lleno? ¿Es un presentimiento de desgracia? ¿Es una plenitud de felicidad? ¿Es un defecto de mi organización o una inconsecuencia de mi espíritu? Yo no lo sé, pero estoy abatida, padezco, soy desgraciada.

No te pido que vengas a menudo, no; ni aún el lunes como has ofrecido. Mejor será más tarde, el martes, el miércoles, el jueves ... en fin, cuando yo esté menos triste que ahora, porque tu presencia tan cara, tan deseada antes, ahora aumentaría mi tristeza. ¡Cuidado, cuidado! ..., ten cuidado de mi corazón, tenlo ... mira que puedo morir. Tú no sabes, no puedes saber que puedes matarme, no lo sabes. Pues bien, acaso te es muy fácil. Si quieres mi vida, si quieres conservar a tu amiga, cuídala, dale tranquilidad, dale sosiego. Yo conozco que eres más prudente que yo, y me acuerdo que alguna vez me has pedido paz y olvido. Olvido, no; pero paz yo quiero dártela y quiero tenerla. Tú tenías razón, la tenías. ¡Paz, sí, paz!, yo la necesito como tú y como tú la demando. De hoy en adelante, de común acuerdo, nos daremos paz, bien mío. ¡Desgraciados los que quieren apretar el corazón hasta romperlo!; los que dan impulso a una máquina sin saber si tienen fuerzas para detenerla cuando quieren. Es santa, es sagrada la vida del corazón y nos empeñamos en gastarla. ¡Porque todo se gasta, todo! Hoy no puedo resistir mi corazón; ¡me ahoga!, mañana acaso estará parado y frío. ¡Nada es inexhausto! Se deben respetar los sentimientos y se debe temerlos. Ellos pueden dar la dicha o la desgracia. Tú no querrás darme sino felicidad. Si para dármela antes bastábate amarme; para dármela al presente es preciso más. Es preciso que compadezcas, y acaso ... acaso, que dejes de verme. ¡Cuánto me cuesta decírtelo!; rompe ésta y adiós.

CHAPTER 2

AMOR QUE RESPLANDECE


Carta V

A la una de la noche

No robaré sino un momento de estas horas que consagras al estudio; solamente un momento y por favor perdóname. Acabo de leer tu carta y me es imposible do í rmir esta noche sin decirte que eres un ángel y yo ... una loca. Mira, lloro y lloraré muchos días mi conducta de esta noche; ¡perdón! Yo debí conocer que las pueriles arterías que acaso se usan con razón y utilidad con hombres vulgares no debían emplearse con un corazón, con un carácter tan superior como el tuyo. Yo debí conocer que una ruin venganza era indigna de ti y de mí; ¿qué podré decirte? Tú no sabes aún cuán frívola, cuán loca he sido, porque acaso te habrás creído que el deseo de ver la comedia o complacer a N., como te dije, me impulsaba a ir al teatro. Lo habrás creído y me juzgarás pueril solamente, ¡ah!, soy más: soy injusta, suspicaz, orgullosa, neciamente orgullosa y vengativa. He ido al teatro y estaba resuelta a ir aunque lloviesen rayos, porque estaba incomodada, ofendida; porque soy tan loca que me llené de sospechas al saber que no estabas en tu casa cuando mandé mi carta; porque cuando vi que viniste de tarde a casa me figuré que lo hacías para poder retirarte temprano y marcharte a otra parte; porque hubo un momento en que me atreví a decirme a mÍ misma: «Ese hombre no me ha amado nunca y sólo ha querido aprovecharse del afecto que conoció me inspiraba». Y a esta terrible sospecha mi orgullo me dictó mil necedades. Aún hay más, cuando bajé y te dije que iba al teatro me enfadó la frescura conque lo oíste. Yo deseaba que te incomodases, que te quejases, que te dieses por sentido. Tu frialdad me pareció una prueba de indiferencia, y la oposición que hiciste a ir al teatro fue en mi concepto una consecuencia de tu resolución de hacer alguna otra visita en esta noche. Yo hubiera sido feliz si me hubieses dicho: yo no quiero que vayas a la comedia. Esto deseaba ... ¡ves cuán loca soy!, y por mucho que quise disimular mi incomodidad creo que tú debiste conocerla. El ver que te quedaste en el teatro disipó una parte de mis inquietudes, y tu carta ... ¡bendita sea!, tu carta me ha hecho conocer cuánto es tu corazón más tierno, más confiado, más hermoso que el mío; me ha hecho conocer que soy más ligera que una niña, más injusta que la mujer más inferior, y que tú eres siempre tierno y sincero. Es verdad que yo amo con más vehemencia, más exclusivamente que tú, pero me aventajas en que amando menos sabes amar mejor. Tu ternura sufrida, confiada, sublime en su nobleza, vale más que mi amor de fuego, injusto, sospechoso y tirano. Ya estoy arrepentida y te pido perdón, jurándote por la memoria de mi padre y por la de tu madre que jamás volveré a incurrir en semejantes necedades. ¿Me perdonas, no es verdad?; porque tu alma, llena de nobleza, debe estar tambiÉn llena de indulgencia. En lo sucesivo manda, dispón, yo quiero obedecerte en todo, y tú obra libremente, porque todo lo que hagas será bueno y justo. ¿Lo oyes?

Ven cuando puedas, yo no te exigiré nada; pero cuando te vea dime que me perdonas y déjame besar tu mano; ¡tu mano querida que esta noche no quise acercar a mis labios! Adiós; tengo tu carta aquÍ sobre mi corazón. Yo no debí esperar otra cosa de ti; esta carta no debe admirarme. Y bien. ¡Tú eres mi amigo, mi hermano, mi Ídolo! ... Nada tengo que temer de ti y mi sola obligación es adorarte. Adiós.


Carta VI

Perdóname que robe un momento a tus estudios con algunas líneas, acaso inoportunas. Ya te lo he dicho otras veces, que no soy una de esas mujeres razonables que inspiran admiración al hombre que aman por lo muy sensato de sus procederes. Yo soy incapaz de cierta prudencia, verbigracia, dejar de escribirte hoy; mi corazón es como un niño que no sufre contradicción, y aunque yo misma me llame, al tomar la pluma, importuna, antojadiza o indiscreta, no puedo resistir al deseo de contarte ..., ¡qué cosa! ..., ¿acaso un acontecimiento importante? ¿Una aventura singular? Nada de eso: lo que tengo que contarte es ... ¡un sueño! No te burles ni me creas pueril. Por desgracia has formado un tan alto concepto de mí, que para no desmentirlo casi me veo precisada a ocultarte lo que realmente siento. Un ejemplo: me dices que no debo ser celosa, porque tengo demasiado talento, y que con celos me pongo al nivel de las mujeres vulgares. De este modo, por no rebajar mi sublimidad a tus ojos, me siento impulsada a devorar en secreto mis tormentos. Ahora del mismo modo; al ceder al deseo de contarte mi sueño casi me avergüenzo, pensando que voy a parecerte muy inferior a la sublime idea que de mí te has formado.


(Continues...)

Excerpted from Diario de Amor by Gertrudis Gómez De Avellaneda. Copyright © 2015 Red Ediciones Ediciones S.L.. Excerpted by permission of Red Ediciones.
All rights reserved. No part of this excerpt may be reproduced or reprinted without permission in writing from the publisher.
Excerpts are provided by Dial-A-Book Inc. solely for the personal use of visitors to this web site.

Table of Contents

Contents

CRÉDITOS, 4,
PRESENTACIÓN, 7,
AUTOBIOGRAFÍA, 11,
AMOR QUE NACE, 35,
AMOR QUE RESPLANDECE, 41,
AUSENCIA, 47,
LA ESCALA DIVINA, 55,
LOCURAS DE AMANTE, 61,
LA RUPTURA, 75,
CENIZAS, 79,
LIBROS A LA CARTA, 85,

From the B&N Reads Blog

Customer Reviews