Defensa de Sucre

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La Defensa de Sucre, apareció en 1850, veinte años después del asesinato de Antonio José de Sucre porque un colaborador anónimo y malintencionado del periódico El Comercio de Lima puso en duda los méritos del héroe de Ayacucho.
En respuesta Domingo de Alcalá, sobrino por vía materna de Sucre, recogió declaraciones de los testigos de la Batalla de Ayacucho. A fin de que explicaran la actuación del Mariscal. Estos documentos epistolares fueron impresos en Lima.
La presente edición de la Defensa de Sucre incluye la breve biografía de Sucre que escribió Simón Bolívar.
Conocido como el «Gran Mariscal de Ayacucho», Antonio José Francisco de Sucre y Alcalá se le considera el militar más completo de los próceres de la independencia latinoamericana. También se le reconoce como político, estadista, diplomático y estratega militar venezolano.
A José de Sucre lo asesinaron el 4 de junio de 1830, cuando regresaba a Quito para reencontrarse con su familia. Justo en el momento que cruzaba el sendero estrecho de Cabuyal de las montañas de Berruecos (sur de Colombia) recibió un impacto de bala que le causó la muerte de manera inmediata.
Su cadáver quedó tendido durante veinticuatro horas, en una vereda, como ilustra la imagen de nuestra portada. No se sabe con certeza quiénes lo mataron. Se especula que fue víctima de los celos de sus adversarios políticos.


Product Details

ISBN-13: 9788490074633
Publisher: Linkgua
Publication date: 08/31/2010
Series: Historia , #15
Sold by: Bookwire
Format: eBook
Pages: 98
File size: 1 MB
Language: Spanish

About the Author

Domingo de Alcalá

Read an Excerpt

Vida del General Sucre


By Domingo de Alcalá

Red Ediciones

Copyright © 2015 Red Ediciones S.L.
All rights reserved.
ISBN: 978-84-9007-765-8



CHAPTER 1

DEFENSA DE SUCRE SEÑORES EDITORES DE EL COMERCIO


Lima, a 30 de junio de 1850


Muy señores míos:

Al leer la «Ojeada a El Comercio», inserta en el número 3.268, el primer sentimiento que asaltó mi imaginación, fue la pena en que precisamente colocara a ustedes la alternativa de verse obligados a prestar los tipos de su imprenta, para menguar la nombradía del Gran mariscal de Ayacucho, indisputablemente inmortal y egregio en el orbe, considéresele como capitán, sea como hombre de Estado, o bien en sociedad, por su esmerada educación y la cultura de sus modales. Así como el príncipe Eugenio Beauharnais fue el modelo más caballeroso entre los tenientes de Napoleón, también el general Sucre descollaba como el lujo y gala del Ejército Colombiano, el que entre los de nuestra América, saben ustedes que no se quedara atrás de ningún otro del continente, ni por el brillo de sus hazañas, ni en razón del luminoso caudillo que lo guiara, Simón Bolívar, Libertador de Colombia y del Perú, fundador de Bolivia.

Extranjeros ustedes en este país, lo mismo que yo, concibo muy bien, que son ustedes demasiado despreocupados para juzgar que el verdadero mérito de los distinguidos generales Lamar y Gamarra, pueda acrecerse con la depresión de la fama del general Sucre. A mi ver, se ha conseguido un efecto contrario; pues sin pretender en lo menor disputar las buenas dotes y servicios al Perú de mi compatriota el colombiano Gran mariscal don José Lamar, ni desfigurar la opinión que en los fastos peruanos pueda corresponder al Gran mariscal don Agustín Gamarra, se me ha puesto en la forzosa necesidad de acopiar los documentos irrecusables que publico; no tanto por reivindicar la reputación del general Sucre, ya juzgado por la América y la Europa, cuanto por defender el decoro de los vivos; pues sin temor de equivocarme, haciendo justicia a los sentimientos de este país, me atrevo a aseverar que en el Perú, no se encuentra un solo individuo de educación y patriotismo, que bajo su firma, quiera cargar con la ignominia de calumniar en la tumba al ínclito cumanés. Ha hecho bien el apasionado «Revistador», de cubrirse con el velo del anónimo, para no sufrir las rechiflas del desprecio que merece por sus bastardos ataques, cebándose cual voraz buitre sobre los despojos de la muerte. Los revistadores europeos comúnmente hacen alarde de defender sus producciones con la autoridad de sus firmas, porque presuponen, y con razón, que si se desvían de las leyes del buen criterio y de la imparcialidad histórica, están obligados a sostener su juicio ante la opinión pública, que, nunca deja pasar desapercibidas las calumnias, ni aun los tildes producidos por la ligereza o la temeridad.

Oigamos ya, a los camaradas y contemporáneos vivos del general Sucre.

«El general Sucre, que ha tenido tan gloriosa parte en la terminación de la guerra de la Independencia, nació en 1793 [sic], en Cumaná, provincia de Venezuela. Su estatura es menos que regular; su semblante es vivo y animado, aunque no hermoso, y sus maneras finas y agradables. Fue educado en Caracas; abrazó el servicio militar en 1811 y sirvió con crédito a las órdenes del célebre general Miranda. Después se hizo conocer muy particularmente por su actividad, inteligencia y valor a las órdenes del bizarro general Piar. Desde 1814 hasta 1817 sirvió en el Estado mayor del Ejército y desplegó el celo y talento que le caracterizan. (Memorias del general Miller, pág. 59, tomo 2.º)».

La batalla de Ayacucho fue la más brillante que se dio en la América del Sur; las tropas de ambas partes se hallaban en un estado de disciplina que hubiese hecho honor a los mejores ejércitos europeos; los generales y jefes más hábiles de cada partido se hallaban presentes; ambos ejércitos ansiaban el combate, y todo el mundo de uno y otro partido se batió no solo bizarramente, sino a la desesperada. Lo que en número faltaba a los patriotas lo suplía su entusiasmo de que si eran batidos, era imposible retirarse. Así pues, no fue una victoria debida al azar, sino el resultado del arrojo y un ataque irresistible concebido y ejecutado al propio tiempo.

El general Sucre se expuso personalmente durante la acción, en donde su presencia podía ser de utilidad con la mayor sangre fría, y su ejemplo produjo completo efecto. El general Lamar desplegó las mismas cualidades y con enérgica elocuencia reunió algunos cuerpos que habían huido y los condujo nuevamente al enemigo.

El heroísmo del general Córdova (colombiano) mereció la admiración general, y todos vieron con satisfacción su ascenso a general de División en el campo mismo de batalla a la edad de veinticinco años. El general Lara (colombiano) se distinguió por su celo e inteligencia y el general Gamarra desplegó el tino que le caracteriza. El coronel O'Connor (irlandés al servicio de Colombia), segundo Jefe de Estado mayor, los jefes de los cuerpos y ciertamente los oficiales y tropa, sin tal vez una excepción, se condujeron con un valor y un celo, como si el éxito de la batalla pendiera de sus esfuerzos individuales.

El general Sucre mereció y ha recibido los mayores elogios por la gloriosa y decisiva batalla de Ayacucho; pero quizás no es menos acreedor a ellos por las generosas y políticas condiciones que concedió a los vencidos; y aun merece mucho mayor aplauso por la rapidez con que supo aprovecharse de la victoria, a pesar de los obstáculos al parecer invencibles que se ofrecían a la vista. Tan discreta y decisiva conducta impidió que los realistas fugitivos se reuniesen e imposibilitó que fuesen a reforzar al ultrarrealista general Olañeta. Indudablemente la marcha y persecución que hizo el general Sucre contra los realistas, fue maestra y decisiva y salvó con ella al Perú de los efectos futuros de una guerra desoladora, que indebidamente se prolongó después de la batalla de Junín por haber dejado a Canterac que se reuniese en el Cuzco a Valdés. (Memorias de Miller, tomo 2.º, págs. 179 y 221).

Hablando Baralt y Díaz en su Historia de Venezuela de la batalla de Ayacucho dicen: «Manifestó Sucre entonces que era digno de los favores de la fortuna, sellando su espléndido triunfo con la heroica generosidad de un valiente». En circunstancias en que, según la expresión de un escritor español, «podía considerarse como una gracia cuanto les fuera otorgado por su orgulloso enemigo».

Concedió a los restos del ejército vencido una honrosísima capitulación de que ofrece la historia pocos ejemplos. (Historia de Venezuela por Baralt y Díaz, tomo 2.º, pág. 121).

Sucre, el más virtuoso de los tenientes de Bolívar, gobernó con ella (Constitución Boliviana) algún tiempo, y al separarse del mando del país de Bolivia para volver a su patria, dijo en su discurso y despedida al Congreso (año de 1828) «Del Perú se ha dicho que los bolivianos están descontentos de la Constitución; y esta voz repetida por los agentes de allá entre nosotros y apoyada por un muy pequeño número de individuos, ha hecho que algunos tímidos se plieguen a las pretensiones de fuera para deshacerla. Yo no he observado tal descontento de la nación; pero si lo hay, toca a ella y no a los extranjeros el declararlo. De mi parte haré la confesión sincera, de que no soy partidario de la Constitución Boliviana: ella da sobre el papel estabilidad al Gobierno, mientras que de hecho, le quita los medios de hacerla respetar; y no teniendo vigor ni fuerza el Presidente para mantenerse, son nada sus derechos, y los trastornos serán frecuentes». (Historia de Venezuela por B. y don pág. 145, tomo 2.º).

Bolívar después de derrotar a Canterac en las pampas de Junín, regresó a Lima, dejando a Sucre para que persiguiera a los realistas en su retirada al Alto Perú; empresa que este general efectuó con tanta pericia como buen resultado, ganando una victoria decisiva en Ayacucho, con la que se completó la disolución de las huestes españolas.

El Congreso, que sancionó la adopción del Código boliviano, y eligió al general Sucre Presidente de la República, continuó sus sesiones para legislar más en detal. La República fue peculiarmente atinada en la primera elección de su Presidente en la persona del vencedor de Ayacucho, cuya moderación, urbanidad, honradez, amor a la justicia, y contracción en el desempeño de los importantes deberes que se le confiaron, le hicieron popular, y en extremo amado por todas las personas capaces de ser influenciadas por sentimientos generosos. Tenía pocos enemigos personales, y aun entre éstos, algunos lo fueron guiados por la impresión de la intimidad con Bolívar, y de que fuera favorecedor de sus principios políticos; porque todos miraban en Sucre el más firme y enérgico apoyo del Libertador. Bajo la íntegra administración de Sucre, se logró gran progreso en la organización de varios ramos de su Gobierno; los recursos del país fueron puestos en acción, y adoptados medios efectivos para promover la educación e inteligencia de la comunidad.

El general Sucre bajó de su alto puesto de una manera bien digna de su elevado carácter. Su mensaje al Congreso de Bolivia de 4 de agosto de 1828, será un monumento eterno de sus merecimientos en la organización de esta República, y de su imparcialidad al indicar aquellos puntos del Código boliviano que él juzgaba más imperfectos, etc., etc. (Enciclopedia Británica, tomo 4.º, págs. 742, 743 y 760).

Conocí al general Sucre en Quito en 1829, habiendo ido a pagarle una malograda visita suya. Al verme, por la primera vez en la vida, acortó la distancia dirigiéndose hacia mí y ofreciéndome los brazos. Pronto recayó nuestra conversación sobre la oposición armada que yo acababa de hacer al general Bolívar en defensa del orden constitucional de Colombia. «Malas son las revoluciones», me dijo; «pero de hacerlas, es preciso, coronel, no terminarlas, sino con la gloria y lucimiento con que usted terminó la suya. Toleremos» añadió con un gesto suplicante, «toleremos al Libertador, como se toleran las impertinencias de un padre chocho: poco tendremos que tolerarle, porque debe vivir poco». Luego me introdujo en sus aposentos para presentarme a su señora, enferma entonces, y allí me dio en una conversación muy variada entre los tres, uno de los ratos más agradables de mi vida. No correspondió lo que yo hallé en el general Sucre a la idea que yo me había formado de él, tomada tal vez de las impresiones que me habían causado la mayor parte de los hombres del ejército que en este rango me había tocado tratar o conocer. Creía encontrar en Sucre un hombre que revelara en su gesto el engreimiento de sus gloriosos triunfos, y una fastidiosa conciencia de superioridad; dogmatizando, en lugar de tomarse el trabajo de convencer; despreciando con mudo y desdeñoso desacato la razón ajena; y acordándose solo del mérito adquirido en el servicio, sin pensar en añadir otro nuevo con el ejercicio de la virtud, de la moderación y la respetuosidad hacia sus inferiores mismos. Creí encontrar este conjunto, y hallé con agradable sorpresa, la modestia del filósofo que parece ignorar su fama, la dulzura de una dama en sus modales, y un olvido sincero de sí mismo que se deja conocer, con naturalidad. De las maneras de Bolívar a las suyas, había la diferencia de medios, que se nota entre la conducta de un guerrero voluntarioso, que está acostumbrado a destruir para vencer, y la de un diestro y prudente estratégico que no trata de rendir la plaza, sino previendo que le ha de servir de cuartel de invierno: las palabras del uno y las del otro, hacían el contraste de un golpe de, música suave y melodioso, comparado con el bronco estruendo de un cañón.

No volví a verle hasta su paso por Popayán al Congreso de 1830, en cuya ocasión, difiriendo solamente a mi modo de pensar, en que debía sacrificarse la razón al interés de sobrellevar las chocheras de ambición del general Bolívar (único punto en que no podía haber conformidad en nuestras ideas) me manifestó opiniones que me llenaron de gusto y de esperanza. (El general José María Obando en El Comercio, n.º 2485, octubre de 1847.)

El general español García Camba, también actor y testigo en la campaña y batalla de Ayacucho, entre otras cosas dice: «Las guerrillas inmediatas siguieron ese ejemplo (del coronel español Rubin de Celis) de extemporánea bizarría, y el enemigo hasta entonces admirablemente inmóvil, se vio obligado a emplear la división Córdova, que cargó en columnas con firmeza y resolución a los atacantes, los cuales, aunque combatieron con extraordinaria bravura, abrumados por el número fueron completamente deshechos, quedando entre los muertos los dos jefes del batallón, cuyo resultado tan rápido como terrible e inesperado produjo grandísima sensación en el ejército real. El general Sucre era harto entendido para no conocer la importancia de esta ventaja y para dejar de aprovechar la ocasión que le ofrecíala imperdonable temeridad de unos, y el feliz resultado de la envestida de la división Córdova: previno a ésta la continuación de su ataque sobre nuestra izquierda débil y conmovida y empleó parte de su caballería en auxiliar a la división Córdova, cargando y arrollando nuestras guerrillas, que el valiente escuadrón de San Carlos sostuvo hasta quedar casi todo en el campo de batalla.

Entonces el general Canterac creyó conveniente mandar a la división Monet, que estaba intacta, que atravesara el barranco de su frente, y condujo personalmente a la izquierda de la línea los dos batallones de Gerona que formaban la reserva de mayor importancia, logrando de este modo restablecer un tanto el combate, aunque por poco tiempo. Mas al observar el general Sucre el precipitado avance de la división Monet, dispuso que el resto de la caballería de Colombia y dos batallones de la división Lara, la cargasen a todo trance, antes de que acabara de pasar el barranco, y a tiempo que la división Córdova llevaba por la izquierda lo mejor de la pelea.

Ansiosos el general Canterac y el virrey de paralizar el brusco ataque de los enemigos, los tres escuadrones (de la guardia) formados recibieron orden de cargar desde sus respectivos puestos, lo que animados por todos sus jefes ejecutaron con la mayor prontitud y orden, y los lanceros de Colombia los esperaron a pie firme enristradas sus enormes lanzas. Esta novedad por segunda vez presentada, y sin que hubiese mediado tiempo y lugar bastante para meditarla y contrariada, detuvo a nuestros soldados delante de sus engreídos adversarios, y en medio del fuego de sus infantes y de los nuestros dispersos: allí comenzó sin embargo un combate encarnizado, aunque desigual, que acabó por dejar en el campo la mayor parte de los jinetes españoles, imposibilitando del todo la continuación del descenso de esta caballería.

El escaso batallón de Fernando VII que había quedado parapetado en la falda de la Cordillera sobre el campo de Ayacucho, rompió el fuego desde su posición, signo del más cruel y triste agüero para el general Valdés, que por lo inclinado del punto de su ataque, no podía ver bien lo que pasaba en el resto de la línea, a tiempo precisamente que adelantaba con conocida ventaja sobre las tropas de Lamar. Pero cargada su división con nuevas fuerzas ya victoriosas (Vencedor, Vargas y Húsares de la división Lara), no obstante, su acreditada serenidad y la valentía con que, a pesar del mal terreno se condujeron a su voz, los húsares de Fernando VII, todo cedió al destino adverso, y como a la una de la tarde el resto del ejército real que no había sido muerto, herido o prisionero, huía en todas direcciones.

La confusión y la incertidumbre se retrataban en el semblante de todos, y ninguno acertaba a proponer el arbitrio que convendría adoptar en tamañas circunstancias, cuando al ponerse el Sol de tan funesto día, se anunció por retaguardia un oficial parlamentario, a quien seguía el general Lamar, que pretendía hablar al general Canterac, como lo verificó, asegurando que el general Sucre estaba dispuesto a conceder a los vencidos una capitulación tan amplia como sus altas facultades permitiesen, a fin de que cesaran del todo las desgracias en el Perú.

Los generales Canterac y Carratalá después de conferenciar con el general Sucre extendieron las bases preliminares de una transacción, y las remitieron seguidamente a sus compañeros acampados en el alto de la Cordillera. Acordaron además, que al otro día, 10 de diciembre, temprano pasasen al campo de Sucre situado en el pueblo de Quinua don Jerónimo Valdés y don Andrés García Camba, como se verificó, etc. Sucre ostentó ante los nuevos comisionados mucha franqueza y generosidad: aceptó lisa y llanamente las bases preliminares presentadas, con solo tres restricciones, que puso de su puño en el mismo borrador escrito por don José Carratalá, etc.


(Continues...)

Excerpted from Vida del General Sucre by Domingo de Alcalá. Copyright © 2015 Red Ediciones S.L.. Excerpted by permission of Red Ediciones.
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Table of Contents

Contents

CRÉDITOS, 4,
PRESENTACIÓN, 7,
DEFENSA DE SUCRE SEÑORES EDITORES DE EL COMERCIO, 9,
COMPROBANTES, 20,
NOTAS, 56,
PARTE OFICIAL DE LA JORNADA DE AYACUCHO EJÉRCITO UNIDO LIBERTADOR. CUARTEL GENERAL EN AYACUCHO, A 11 DE DICIEMBRE DE 1824, 57,
PARTE DE LA BATALLA DE AYACUCHO, 64,
PRUEBAS, 66,
JUNIN Y AYACUCHO, 73,
LIBROS A LA CARTA, 85,

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