Cuentos de Eva Luna

Cuentos de Eva Luna

by Isabel Allende

Narrated by Juanita Devis

Unabridged — 10 hours, 9 minutes

Cuentos de Eva Luna

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Narrated by Juanita Devis

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Overview

Disfruta escuchando estos veintitrés relatos de amor y violencia secretamente entrelazados por un fino hilo narrativo y un rico lenguaje que recrea azarosas peripecias en un mundo exuberante y voluptuoso.

Una niña solitaria se enamora del amante de su madre y practica misteriosas ceremonias rituales; una mujer permanece medio siglo encerrada en un sótano, víctima de un caudillo celoso; en el fragor de una batalla, un hombre viola a una muchacha y mata a su padre... Éstas son algunas de las historias reunidas en este volumen,que recupera con pulso vibrante los inolvidables protagonistas de la novela Eva Luna: Rolf Carlé, la maestra Inés, el Benefactor...

Reseña:
«Estos cuentos son delicados, sus imágenes parecen poesía. Y, como la poesía, esta prosa requiere la más cuidadosa atención.»
Barbara Kingsolver,The New York Times Book Review


Editorial Reviews

Chicago Sun TImes

>Seductor, ricamente sensual,y descaradamente romantico...sazando con un lenguaje elegante y un magnetismo de cuentista nata.

Product Details

BN ID: 2940171938703
Publisher: Penguin Random House Grupo Editorial
Publication date: 03/30/2017
Edition description: Unabridged
Language: Spanish

Read an Excerpt

Primero

DOS PALABRAS

Tenía el nombre de Belisa Crepusculario, pero no por fe de bautismo o acierto de su madre, sino porque ella misma lo buscó hasta encontrarlo y se vistió con él.Su oficio era vender palabras. Recorría el país, desde las regiones más altas y frías hasta las costas calientes, instalándose en las ferias y en los mercados, donde montaba cuatro palos con un toldo de lienzo, bajo el cual se protegía del sol y de la lluvia para atender a su clientela. No necesitaba pregonar su mercadería, porque de tanto caminar por aquí y por allá, todos la conocían.Había quienes la aguardaban de un año para otro, y cuando aparecía por la aldea con su atado bajo el brazo hacían cola frente a su tenderete. Vendía a precios justos.Por cinco centavos entregaba versos de memoria, por siete mejoraba la calidad de los sueños,por nueve escribía cartas de enamorados,por doce inventaba insultos para enemigos irreconciliables. También vendía cuentos, pero no eran cuentos de fantasia, sino largas historias verdaderas que recitaba de corrido, sin saltarse nada.Así llevaba las nuevas de un pueblo a otro.La gente le pagaba por agregar una o dos líneas: nació un niño, murió fulano, se casaron nuestros hijos, se quemaron las cosechas.En cada lugar se juntaba una pequeña multitud a su alrededor para oírla cuando comenzaba a hablar y así se enteraban de las vidas de otros, de los parientes lejanos, de los pormenores de la Guerra Civil. A quienle comprara cincuenta centavos, ella le regalaba una palabra secreta para espantar la melancolía.No era la misma para todos, por supuesto, porque eso habría sido un engaño colectivo.Cada uno recibía la suya con la certeza de que nadie mís la empleaba para ese fin en el universo y más allá.

Belisa Crepusculario, había nacido en una familia tan mísera, que ni siquiera poseía nombres para llamar a sus hijos. Vino al mundo y creció en la región más inhóspita, donde algunos años las lluvias se convierten en avalanchas de agua que se llevan todo, y en otros no cae ni una gota del cielo, el sol se agranda hasta ocupar el horizonte entero y el mundo se convierte en un desierto. Hasta que cumplió doce años no tuvo otra ocupación ni virtud que sobrevivir at hambre y la fatiga de siglos. Durante una interminable sequía le tocó enterrar a cuatro hermanos menores y cuando comprendió que llegaba su turno, decidió echar a andar por las llanuras en dirección al mar, a ver si en el viaje lograba burlar a la muerte. La tierra estaba erosionada, partida. en profundas grietas, sembrada de piedras, fósiles de árboles y de arbustos espinudos, esqueletos de animates blanqueados por el calor. De vez en cuando, tropezaba con familias que, como ella, iban hacia el sur siguiendo el espejismo del agua. Algunos habían iniciado la marcha llevando sus pertenencias al hombro o en carretillas, pero apenas podían mover sus propios huesos y a poco, andar debían abandonar sus cosas. Se arrastraban penosamente, con la piel convertida en cuero de lagarto y los ojos quemados por la reverberación de la luz. Belisa los saludaba con un gesto al pasar, pero no se detenía, porque no podia gastar sus fuerzas en ejercicios de compasión. Muchos cayeron por el camino, pero ella era tan tozuda que consiguió atravesar el infierno y arribó por fin a los primeros manantiales, finos hilos de agua, casi invisibles, que alimentaban una vegetacion raquítica, y que más adelante se convertían en riachuelos y esteros.

Belisa Crepusculario salvó la vida y además descubrió por casualidad la escritura. Al llegar a una aldea en las proximidades de la costa, el viento colocó a sus pies una hoja de periódico. Ella tomó aquel papel amarillo y quebradizo y estuvo largo rato observindolo sin adivinar su uso, hasta que la curiosidad pudo más que su timidez. Se acercó a un hombre que lavaba un caballo en el mismo charco turbio donde ella saciara su sed.

—-¿Quí es esto?—preguntó.

—-La página deportiva del periódico—-replicó el hombre sin dar muestras de asombro ante su ignorancia.

La respuesta dejó atónita a la muchacha, pero no quiso parecer descarada y se limitó a inquirir el significado de las patitas de mosca dibujadas sobre el papel.

—-Son palabras, niña.Allí dice que Fulgencio Barba noqueó al Negro Tiznao en el tercer round.

Ese día Belisa Crepusculario se enteró que las palabras andan sueltas sin dueño y cualquiera con un poco de maña puede apoderárselas para comerciar con ellas. Consideró su situación y concluyó que aparte de prostituirse o emplearse como sirvienta a en las cocinas de los ricos, eran pocas las ocupaciones que podía desempeñiar. Vender palabras le pareció una alternativa decente. A partir de ese momento ejerció esa profesión y nunca le interesó otra. Al principio ofrecía su mercancía sin sospcchar que las palabras podían también escribirse fuera de los periódicos. Cuando lo supo calculó las infinitas proyecciones de su negocio, con sus ahorros le pagó veinte pesos a un cura para que le enseñara a leer y escribir y con los tres que le sobraron se compró un diccionario. Lo revisó desde la A hasta la Z y luego lo lanzó al mar, porque no era su intención estafar a los clientes con palabras envasadas.

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