Cuentos afrocubanos: Patakines

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Overview

Los patakines son un conjunto de narraciones orales de origen africano, que han sido transcritas al castellano en los rituales de la liturgia sagrada afrocubana. Estos relatos nos acercan a los orígenes de muchas deidades (orishas) y cuentan historias de estas culturas. En el sincretismo de la cultura cubana muchos de estos relatos se enriquecieron con elementos de la religión cristiana y con otros mitos propios de las diversas culturas que conviven en Cuba.

Product Details

ISBN-13: 9788499530345
Publisher: Linkgua
Publication date: 08/31/2010
Series: Religión , #55
Sold by: Bookwire
Format: eBook
Pages: 102
File size: 1 MB
Language: Spanish

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Varios autores

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Cuentos Afrocubanos (Patakines)


By Radamés Molina

Red Ediciones

Copyright © 2015 Red Ediciones S.L.
All rights reserved.
ISBN: 978-84-9953-034-5



CHAPTER 1

COSMOLOGÍA


1. Olofi

Olofi es tan poderoso que hacer el mundo le pareció algo fácil; aunque una cosa es hacer algo y otra que funcione.

Cuando distribuyó los cargos entre sus hijos, se encontró con que los hombres siempre se peleaban y tuvo que nombrar a Ayágguna, el orisha de las pendencias. Sin embargo, como Olofi es la paz, porque es completo, no podía comprender por qué Ayágguna siempre estaba atizando las peleas. Así que un día le dijo:

— ¡Por favor, hijo mío! Quiero la paz. Yo soy la paz, yo soy Alámorere, bandera blanca. Prima chinchaboré.

A lo que Ayágguna le respondió:

— Si no hay discordia no hay progreso, porque haciendo que quieran dos, quieren cuatro, triunfa el que sea más capaz, y así el mundo avanza.

— Bien — dijo Olofi — si es así, el mundo durará hasta el día en que le des la espalda a la guerra y descanses.

Ese día aún no ha llegado y Olofi comprendió que su creación dejaba mucho que desear. Se desilusionó y, desde entonces, ya no interviene directamente en las cosas del mundo.


2. El origen del mundo

Olofi estaba en el espacio infinito, sólo había fuego, llamas y vapores. Y Olofi desató un diluvio.

Así quedaron grandes huecos en las rocas, el océano, donde reside Olokun, deidad a la que nadie puede ver, y cuyas formas la mente humana no puede imaginar. En los lugares más accesibles del océano nació Yemayá con sus algas, estrellas de mar, corales, peces de colores, coronada con Ochumare, el arco iris, y vibrando con sus colores azul y plata. Fue nombrada madre universal, madre de todos los orishas; de su vientre nacieron las estrellas y la Luna; este fue el segundo paso de la creación.

Oloddumare, Obatalá, Olofi y Yemayá decidieron que el fuego extinguido en algunas partes y que en otras estaba en su apogeo, fuera absorbido por las entrañas de la tierra, por el temido y venerado Aggayú Solá, el volcán y los misterios profundos.

Mientras se apagaba el fuego, las cenizas se esparcieron por todas partes formando la tierra fértil, cuya representación es Orisha Oko, que la fortaleció, y permitió las cosechas y el nacimiento de los árboles, frutos y hierbas.

Por sus bosques deambulaba Osaín, con su sabiduría ancestral sobre las propiedades curativas de las hierbas, palos y maderas.


Donde cayeron las cenizas, nacieron las ciénagas; de sus aguas estancadas surgieron las epidemias y enfermedades, personificadas por Babalú Ayé, Sakpaná o Shapaná.

Yemayá decidió darle venas a la tierra y creó los ríos, de agua dulce y potable, para que cuando Olofi quisiese creara al ser humano. Así surgió Oshún la dueña de los ríos, del amor, de la fertilidad, y de la sexualidad. Las dos se hermanaron en un lazo estrecho y fecundo.

Obatalá le hizo notar a Olofi que a sus hombres les faltaba algo.

— Algo con qué pensar ...

Obatalá, que era modelador e iba a hacerse cargo de las almas, hizo las cabezas.

Pero la cabeza pensaba. De un modo distinto, enmarañado, que nadie puede imaginarse ya. Pensaba con mucha dificultad — pejugones de ideas — y lo que pensaba se lo callaba ... y si lo decía, las otras cabezas no entendían nada, porque cada cabeza pensaba lo suyo.

Y aquí comenzó el caos: Obatalá, limpio y puro comenzó a sufrir los desmanes de los hombres, los niños se limpiaban en él, el humo de los hornos lo ensuciaba.

Como él era el todo, le arrancaban jirones pensando que era hierba.

Perturbado por tanta suciedad, se elevó, y se alojó entre las nubes y el azul celeste. Desde allí observó el comportamiento del ser humano, vio que el mundo se poblaba en exceso, y al no existir la muerte, decidió crearla, llamándola Ikú.

Se puso a meditar al respecto y decidió que fuera como los demás orishas, pero Ikú estaba molesto porque Olofi le había dicho que sólo podría disponer del ser humano cuando él lo decidiera. Ikú se fue a quejar a Olofi mientras éste se comía una adié; iba vestido de gris y al acercarse para hablarle, manchó su ropa con sangre (Ofún Meyi) y se puso tan, pero tan furioso, que toda su ropa se tiñó de negro. Entonces Olofi le dijo:

— ¿Tú no querías ser distinto a los demás orishas? Pues a partir de hoy, te vestirás y escribirás en negro y todo lo que tengas alrededor será negro.

To Iban Eshu.


3. Olofi y la ley

Una vez Olofi citó a todos los animales a una reunión con la intención de darle a cada uno su posición según su género.

Olofi explicaba el deber de cada uno y la moral que debían observar y todos los animales estaban atentos a Olofi, pero en esos instantes se apareció la perra. El perro, que presenciaba aquella reunión, abandonó el lugar siguiendo a la perra. Cuando logró alcanzarla, lo primero que hizo fue olerle el obo y pasarle la lengua, tocando la fatalidad de que la perra tuviese ashupua.

En esto, Olofi vio lo que hacía el perro y lo increpó indignado; diciéndole que era inmoral y sucio lo condenó a que fuera siempre un pordiosero, a padecer enfermedades pestilentes y a que siempre que quisiese aparearse con la perra la encontrase menstruando.

El owunko, que era un secreto enemigo del perro, fue el único animal que lo acusó y lo ultrajó duramente. Olofi que ignoraba los sentimientos del owunko hacia el perro, lo felicitó por su comportamiento y el perro fue expulsado de la reunión. Al terminar la reunión cada cual se fue a su casa. Pasado un tiempo, el owunko se vanagloriaba de ser moral en su trato con la eure.

Entre los animales que aquel día se habían reunido con Olofi, la lombriz, el majá, la hormiga, la mosca y el ratón no vieron con buenos ojos la intervención del owunko contra el perro y juraron vigilar al owunko día y noche.

Un día, tras una paciente vigilancia, el ratón ekute, que era el más encarnizado enemigo del owunko, pudo ver que éste a la hora de ir a Ofikale Trupon con la eure, primero le olía el obo y después le pasaba la lengua. El ekute, citó a los demás animales para que ellos lo comprobaran por sí mismos y entonces el owunko fue expulsado de su pueblo y condenado por Olofi a vivir errante y ser perseguido por el perro.


4. Los primeros hombres

Tras crear el universo Olofi se dijo:

— Voy a hacer a los hombres para que animen los caminos.

Sin embargo, se ignora por qué Olofi sólo hizo los cuerpos de los hombres y no hizo las cabezas.

Los cuerpos que hizo Olofi se movían. Iban de un lado a otro, pero sin dirección. Andaban sin cabeza y sin rumbo. Continuamente se rompían brazos y piernas.


Iroko

En los principios del mundo, el cielo y la tierra tuvieron una discusión. La tierra decía que era más vieja y poderosa que su hermano el cielo:

— Yo soy la base de todo, sin mí el cielo se desmoronaría, porque no tendría ningún apoyo. Yo creé todas las cosas vivientes, las alimento y las mantengo. Soy la dueña de todo. Todo se origina en mí, y todo regresa a mí. Mi poder no tiene límites.

El rey Sol, obbá Olorun no respondió, pero hizo una señal al cielo para que se mostrara severo y amenazante.

— Aprende tu lección — dijo el cielo mientras se alejaba —. Tu castigo será tan grande como tu orgullo.

Iroko, la Ceiba, meditó preocupada en medio del gran silencio que siguió al alejamiento del cielo. Iroko tenía sus raíces hundidas en las entrañas de la tierra, mientras que sus ramas se extendían en lo profundo del cielo. Iroko comprendió que había desaparecido la armonía y que el mundo conocería la desgracia. Hasta ese momento el cielo había velado sobre la tierra para que el calor y el frío tuvieran efectos benévolos sobre las criaturas del mundo. La vida era feliz y la muerte venía sin dolor. Todo pertenecía a todos y nadie tenía que gobernar, conquistar, ni reclamar posiciones. Pero la enemistad del cielo lo cambió todo. No llovía y un Sol implacable lo calcinaba todo. Llegó el tiempo de los sufrimientos y la fealdad apareció sobre la tierra.

Una noche, aparecieron la angustia y el miedo. Luego llegaron las desgracias: toda la vegetación desapareció y sólo Iroko permaneció verde y saludable porque, desde tiempo inmemorial, había reverenciado al cielo. Iroko les daba lecciones a aquéllos que podían penetrar en el secreto que estaba en sus raíces. Entonces éstos reconocieron la magnitud de la ofensa y se humillaron y purificaron a los pies de la Ceiba haciendo ruegos y sacrificios al cielo.

Muchos mensajeros fueron enviados a lo alto, pero ninguno pudo llegar. Sólo Ara Kolé, el aura tiñosa, consiguió transmitir las súplicas de los hombres a lo alto. El cielo se conmovió y grandes lluvias se precipitaron sobre la tierra. Lo que quedaba vivo en ella se salvó gracias al refugio que le ofreció Iroko. Luego volvieron a brotar las plantas, aunque nunca regresaron los días felices del principio del mundo. El cielo ya no era enemigo, pero permaneció indiferente.

Iroko salvó a la tierra y, si la vida no es más feliz, hay que culpar al orgullo.


1. Elegguá en osatura

Obatalá tenía un hijo desobediente y descreído llamado Nifa Funke, que le daba muchos dolores de cabeza.

Desde su escondite en las malezas, Elegguá veía cómo Nifa maltrataba a su padre de palabra y de obra, y decidió darle un escarmiento.

Un día en que Nifa Funke había andado una larga distancia y estaba muy sudado, se arrimó a un árbol para refrescarse con su sombra. Elegguá sacudió el árbol, del que cayeron muchas hojas y polvo que enfermaron a Nifa.

Entonces Obatalá, desesperado, pidió ayuda. Y Oggún, que venía por el camino llevando tres cuchillos, le rindió moforibale a Obatalá y le preguntó qué pasaba.

Al enterarse de lo sucedido, Oggún llevó a Nifa al río, lo bañó con hierbas y lo restregó con el acho fun fun de su padre.

Pero aunque le hizo ebbó, le dijo que debía ir a consultar con Orula. Elegguá, que seguía escondido escuchando, decidió cerrarle todos los caminos.

Hasta que se apiadó de Obatalá, se inclinó a sus pies y le rindió moforibale, diciéndole:

— Yo voy a salvar a tu hijo, Baba.

Mandó a regresar al atribulado padre y salió rumbo al ilé de Orula. Cuando llegó, se escondió y Nifa Funke se pudo consultar por fin con Orula. Éste, al tirarle el ékuele, le ordenó limpiarse con tres pollos y yerbas y entregárselos a Elegguá, quien lo salvaría de todas sus malas situaciones.


2. Por qué se saluda primero a Elegguá

El hijo de Olofi sufría porque su padre estaba muy grave y no había modo de curarlo, ya muy desesperado se le presentó Elegguá y le preguntó por qué estaba tan triste, éste le contestó que su padre estaba muy enfermo y no tenía cura. Elegguá le preguntó entonces:

— ¿Qué cosa me darás si curo a tu padre?

Y él le respondió:

— Lo que tú quiieras.

Elegguá le dijo que fuera a la playa, que allí se encontraría con una mujer gorda sentada en un pilón y que bajo ese pilón estaba el secreto que curaría a su padre; sin embargo, para obtener ese secreto tendría que sostener una gran lucha con esa mujer y derribarla. El muchacho fue a la playa, luchó con la mujer y la venció, cogió el secreto y lo llevó consigo, se lo dio a la prenda de su padre, y éste se curó.

A los tres días el muchacho salió a buscar a Elegguá para darle lo que él quisiera, lo encontró y éste sólo le pidió que se le concediera estar siempre detrás de la puerta para que cuando entrara todo el mundo lo tuviera que saludar primero y así fue (el secreto era un huevo de paloma).


3. Elegguá cura a Olofi

En cierta oportunidad Olofi padeció un mal misterioso que le impedía trabajar en sus labranzas. Todos los santos habían intentado aliviarlo, pero sus medicinas no habían logrado ningún resultado.

El padre de los orishas, el Creador, ya no podía levantarse, pues se encontraba extenuado, débil y adolorido.

Elegguá a pesar de sus pocos años pidió a su madre Oyá que lo llevase a casa de Olofi: asegurándole que lo curaría.

Oyá lo llevó. Elegguá escogió unas yerbas, hizo un brebaje y tan pronto Olofi lo consumió, haciendo una larga mueca, empezó a sanar y a fortalecerse deprisa. Agradecido Olofi, ordenó a los orishas mayores que precedieran a Elegguá. Depositó en sus manos unas llaves y lo hizo dueño de los caminos.

Desde aquel día toleró con ilimitada paciencia las travesuras de Elegguá.


4. Elegguá come por primera vez

Elegguá comía desperdicios, pero al enfermar de gravedad Olofi, fueron todos los sabios a verlo y nadie pudo curarlo. Elegguá se puso un gorro blanco como el que usan los babalaos y con sus yerbas muy pronto lo curó.

Olofi le dijo:

— Tantos sabios como tengo y ninguno consiguió curarme. Elegguá, pide lo que quieras, muchacho.

Y éste que conocía la miseria le contestó:

— Quiero comer antes que nadie y que me pongan en la puerta para que me saluden antes que a nadie también.

— Así será — dijo Olofi — y además te nombro mi mensajero.


5. Elegguá dios de los caminos y encrucijadas

Cierto día Olofi pidió a Elegguá que trajese a todos los santos a su casa. Elegguá fue y les dijo que aquella era una orden de Olofi, que no lo ofendiesen faltando a la cita.

Todos fueron en la noche muy bien vestidos con sus mejores prendas, menos Elegguá, que aunque fue vestido de blanco, fue muy humilde y honesto.

Olofi los llamó uno a uno y les entregó una calabaza. Todos la recibían con frialdad y desprecio, y al ir camino a sus casas cada uno tiró su calabaza en el camino. El último en salir fue el humilde y obediente Elegguá, que iba muy contento montado en su caballo muy flaco, y vio con sorpresa a lo largo de todo camino las calabazas que Olofi les había dado a los demás. Elegguá pensó en lo triste que se pondría Olofi si supiera qué habían hecho con sus calabazas, se desmontó del caballo y las recogió una por una hasta llegar a su casa. Allí le contó a su mujer el reparto hecho por Olofi entre los orishas, cómo éstos habían despreciado al supremo creador tirando las calabazas en el camino y cómo él las había recogido. La mujer le dijo que no había nada que cocinar en la casa y Elegguá le contó que las calabazas estaban repletas de monedas de oro. De inmediato regresó a darle a Olofi la buena nueva. Olofi lo recibió, escuchó en detalle el relato de lo sucedido y dijo:

— Ésas calabazas son tuyas, por ser un buen hijo, y muy obediente, por todas estas virtudes serás dueño de los caminos y encrucijadas, y comerás siempre primero que los demás.


6. Elegguá salva al loro

Olofi organizó un concurso y convocó a todos los pájaros para decidir cuál era el más hermoso. Todas las aves se prepararon, y el loro, que siempre había tenido finas y lindas plumas, empezó a jactarse de su apariencia. Las demás aves le tenían mala voluntad, imaginaron que Olofi lo declararía el más bello, y le pidieron ayuda a un brujo que vivía apartado en la montaña.

El viejo les preparó un afoché para que se lo soplaran al loro cuando llegara al concurso. De camino hacia el lugar el loro no se dio cuenta de que entre la maleza estaban escondidas unas aves que a su paso le echaron el afoché, le hicieron perder el sentido y la cabeza empezó a darle vueltas. Perturbado, y sin saber dónde estaba, el loro se encontró con Elegguá y le contó lo sucedido.

Elegguá se dio cuenta de lo que habían hecho con él y lo guió por otro camino que atravesaba un río en el que sus plumas quedaron limpias.

Cuando llegaron, Elegguá le contó a Olofi lo sucedido y éste dijo que ya que habían querido hacerle daño, a partir de ese momento las plumas del loro servirían como arma para contrarrestar cualquier afoché. Basta decir que el loro ganó el premio.


7. La muerte de Elegguá

Elegguá era hijo de Okuboro, rey de Añagui. Un día, andaba con su séquito y vio en el suelo una luz con tres ojos.

Al acercarse descubrió que era un coco seco. Elegguá se lo llevó a su palacio, lo mostró a sus padres y lo tiró detrás de una puerta.

Poco después todos se quedaron asombrados al ver una luz que salía del obbí. Tres días más tarde, Elegguá murió.

Todo el mundo le cogió mucho respeto al obbí, pero con el tiempo, la gente se olvidó de él. Pronto el pueblo estuvo en una situación desesperada, los arubbó se reunieron y llegaron a la conclusión de que la causa era el abandono del obbí.

Éste, en efecto, estaba vacío y comido por los bichos.

Los viejos acordaron hacer algo duradero y pensaron en colocar una piedra de santo (otá) en el lugar del obbí, detrás de la puerta.

Para comunicar los secretos de la vida y la muerte le pusieron una mano de caracol (veintiún caracoles), y le dieron a cada signo un nombre. Así las historias fueron contadas según los signos hasta los días de hoy.

Fue el origen de Elegguá como orisha.

Por eso se dice: «Ikú lobi ocha» (El muerto parió al santo).


(Continues...)

Excerpted from Cuentos Afrocubanos (Patakines) by Radamés Molina. Copyright © 2015 Red Ediciones S.L.. Excerpted by permission of Red Ediciones.
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Table of Contents

Contents

CRÉDITOS, 4,
PRESENTACIÓN, 9,
COSMOLOGÍA, 13,
HISTORIAS DE SEMIDIOSES Y DE HOMBRES, 61,
SOBRE IFÁ, 67,
HISTORIAS SOBRE REYES Y HOMBRES PODEROSOS, 75,
GLOSARIO, 93,
LIBROS A LA CARTA, 101,

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