Cuarto de guerra: La oración es un arma poderosa

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Overview

Haciendo malabares entre la maternidad y el trabajo, Elizabeth Jordan trabaja como agente de bienes raíces y desea que su marido ayude más en la casa. Pero la creciente carrera de Tony como vendedor farmacéutico exige cada vez más de su tiempo. Al parecer lo tienen todo, una casa bonita en los suburbios, una hija preciosa; sin embargo, parece que no pueden pasar tiempo juntos sin dejar de pelear. Deseando obtener un nuevo listado, Elizabeth visita la casa de Clara Williams, una anciana viuda que empieza a formular preguntas divertidas y a la vez molestas acerca del matrimonio y de la fe. Sin embargo es el cuarto de oración de Clara, con sus paredes llenas de peticiones y respuestas, que tiene a Elizabeth intrigada; aunque no está lista para aceptar la recomendación de Clara de crear su propio cuarto de oración. A medida que las tensiones aumentan en el hogar, Elizabeth comienza a darse cuenta de que vale la pena luchar por su familia y que esta es una batalla que ella no puede ganar sola. Dar un paso de fe, poner las necesidades de su familia y sus futuros en las manos de Dios, puede ser su única oportunidad de recuperar la vida para la cual fue creada.

Juggling motherhood and her job as a real estate agent, Elizabeth Jordan wishes her husband could help more around the house. But Tony’s rising career as a pharmaceutical salesman demands more and more of his time. With a nice home in the suburbs and a lovely young daughter, they appear to have it all—yet then can’t seem to spend time together without fighting. Hoping for a new listing, Elizabeth visits the home of Clara Williams, an elderly widow, and is both amused and uncomfortable when Clara starts asking pointed questions about her marriage and faith. But it’s Clara’s secret prayer room, with its walls covered in requests and answers, that has Elizabeth most intrigued . . . even if she’s not ready to take Clara’s suggestion that she create a prayer room of her own. As tensions at home escalate, though, Elizabeth begins to realize that her family is worth fighting for, and she can’t win this battle on her own. Stepping out in blind faith, putting her prayers for her family and their future in God’s hands, might be her only chance at regaining the life she was meant for.

Product Details

ISBN-13: 9781496407351
Publisher: Tyndale House Publishers
Publication date: 08/25/2015
Sold by: Barnes & Noble
Format: eBook
Pages: 464
File size: 4 MB
Language: Spanish

Read an Excerpt

Cuarto de Guerra

La Oración Es Un Arma Poderosa


By Chris Fabry, Sarah Mason

Tyndale House Publishers, Inc.

Copyright © 2015 Kendrick Bros., LLC
All rights reserved.
ISBN: 978-1-4964-0730-6


CHAPTER 1

Elizabeth Jordan observó que todo estaba mal en la casa que estaba vendiendo, antes de siquiera llamar a la puerta principal. Vio desperfectos en las áreas verdes, rajaduras en la entrada para autos y un problema con el drenaje del techo cerca del garaje. Justo antes de golpear tres veces, vio pintura descascarada en el alféizar de una ventana. Este era su trabajo. La presentación lo era todo. Uno tenía solamente una oportunidad para dar una primera impresión a un cliente potencial.

Vio su reflejo en una ventana y enderezó los hombros, estirando su chaqueta oscura. Tenía el cabello hacia atrás, lo cual acentuaba su rostro firme: nariz prominente, frente alta y piel achocolatada. Elizabeth tenía un linaje que podía trazar hacia atrás hasta más de 150 años. Había hecho un viaje con su esposo y su hijita hacía diez años a una plantación en el Sur Profundo, donde había vivido la madre de su tatarabuela. La pequeña cabaña había sido reconstruida junto con otras instalaciones para esclavos de la propiedad, y los dueños habían buscado familiares en todo el país. Tan solo caminar adentro la había hecho sentir que tocaba el corazón de sus antepasados, y luchó por contener las lágrimas mientras imaginaba sus vidas. Había abrazado fuertemente a su hija y le había agradecido a Dios por la perseverancia de su gente, por su legado y por las oportunidades que ella tenía y que ellos nunca podrían haber imaginado.

Elizabeth esperó hasta que se abrió la puerta, luego le sonrió a la mujer ligeramente más joven que tenía enfrente. Melissa Tabor tenía una caja de artículos del hogar y batallaba para mantener el equilibro del teléfono celular en su hombro. Con su boca formó una "O".

— Mamá, tengo que colgar — dijo al teléfono.

Elizabeth sonrió y esperó pacientemente.

Por encima de su hombro, Melissa dijo: — ¡Jason y David, dejen la pelota y ayúdenme con estas cajas!

Elizabeth quería extender su mano y ayudarla, pero tuvo que agacharse cuando una pelota le pasó volando por la cabeza. Rebotó sin hacer daño en el patio detrás de ella, y ella se rió.

— Ay, lo siento mucho — dijo Melissa —. Usted debe ser Elizabeth Jordan.

— Lo soy. ¿Y usted es Melissa?

La caja casi se cayó cuando Melissa le dio la mano a Elizabeth. — Sí. Lo siento. Es que acabamos de comenzar a empacar.

— No hay problema. ¿Puedo ayudarla con eso?

Un hombre con un portafolios y una carpeta de trabajo pasó junto a ellas:

— Cielo, tengo que estar en Knoxville a las dos. Pero terminé con el clóset. — Levantó un oso de peluche y lo dejó caer en la caja —. Esto estaba en el refrigerador.

Pasó por donde estaba Elizabeth en las gradas de la entrada y se detuvo, señalándola.

— Agente de bienes raíces — dijo, sonando orgulloso de sí mismo. No le puso un nombre sino un título. Para él, ella era alguien a quien debía clasificar en su mente.

Elizabeth sonrió y señaló de vuelta:

— Representante de software.

— ¿Cómo lo supo? — dijo él con los ojos muy abiertos.

— Lo dice en la carpeta que tiene en la mano.

Ella era igual de buena para clasificar y comentar. Tenía que esforzarse para conectarse con los demás. Especialmente con su esposo.

Él miró la carpeta y asintió con la cabeza con una suave risa conocedora, como si sus poderes de observación lo hubieran impresionado.

— Me encantaría quedarme pero tengo que irme. Mi esposa puede responder todo acerca de la casa. Nos damos cuenta de que es un desastre y hemos acordado echarles la culpa a nuestros hijos — miró a Melissa —. Entonces, te llamo a la noche.

— Te amo — dijo Melissa, con la caja todavía en sus manos.

Con eso, él se fue caminando hacia el automóvil. Pasó por donde estaba la pelota y pareció no darse cuenta.

— Entiendo — dijo Elizabeth —. Mi esposo hace lo mismo. Las farmacéuticas.

— Ah — dijo Melissa —. ¿Y no se cansa de viajar?

— Parece que no. Creo que le gusta poder conducir y aclarar su mente, sabe. En lugar de estar encerrado en una oficina todo el día.

— Mientras tanto usted enseña casas y trata con la gente que está en grandes transiciones.

Elizabeth entró y observó doce cosas que tendrían que cambiar si querían hacer una venta. Más primeras impresiones.

Pero no las enumeraría todas en ese momento porque también vio algo en el rostro de Melissa que era parecido al pánico.

— Ya sabe, dicen que fuera de la muerte y el divorcio, mudarse es el cambio más estresante por el que uno pasa — puso una mano en el hombro de la mujer —. Y probablemente esta no es la primera vez que usted se ha mudado en los últimos años.

Melissa sacudió la cabeza. — Estas son las mismas cajas que usamos la última vez.

Elizabeth asintió con la cabeza y vio que faltaba pintura en una abolladura en la pared, pero trató de enfocarse.

— Va a superar esto.

Justo entonces, bajó las escaleras un niño de cabello rubio con puntas, seguido de cerca por otro que agitaba una raqueta de tenis. Ambos eran como de la misma edad de la hija de Elizabeth y tenían suficiente energía como para iluminar una pequeña ciudad por un año. ¿Quién necesitaba plantas de energía y molinos de viento cuando tenía hijos preadolescentes?

Melissa suspiró.

— ¿Está segura de eso?


* * *

Tony Jordan había comenzado el día en un hotel de suites lujosas en Raleigh. Se había levantado temprano y había hecho ejercicios solo en la sala de pesas. Le encantaba la tranquilidad, y la mayoría de los viajeros no hacía ejercicio a las 5 a.m. Después se duchó y se vistió, y comió un tazón de fruta y bebió un poco de jugo en el área del desayuno. Otros viajeros pasaron apresurados, comiendo donas o gofres o cereal azucarado. Él tenía que mantenerse en forma y cuidar la ventaja para poder permanecer al tope, y su salud era una gran parte de eso. Siempre había creído que si se tiene salud, se tiene todo.

Tony se miró en el espejo mientras se dirigía a la puerta. Su cabello muy corto tenía precisamente el largo apropiado. La camisa y la corbata estaban bien planchadas y rodeaban su cuello de deportista, fuerte y ancho. Su bigote estaba bien recortado por encima de su labio superior, con una barba de candado en su mentón. Se veía bien. Seguro. A manera de ensayo para la reunión más tarde, lanzó una sonrisa, sacó una mano y dijo: "Hola, señor Barnes".

Como afroamericano, siempre había sentido que estaba un paso detrás de sus compañeros de trabajo y competidores blancos; no porque careciera de habilidades, capacidades o elocuencia, sino simplemente debido al color de su piel. Si era una realidad o no, él no podía decirlo. ¿Cómo podía meterse en la mente de alguien que lo estaba conociendo por primera vez? Pero había sentido las miradas cuestionadoras, la vacilación de una fracción de segundo de alguien a quien le estrechaba la mano por primera vez. Hasta lo había sentido con sus jefes de Brightwell, especialmente con Tom Bennett, uno de los vicepresidentes. Tony lo veía como parte de la red de influencia. Otro tipo blanco más que conocía a alguien que conocía a alguien más, y así había llegado fácilmente a estar en la administración, ascendiendo los rangos con demasiada rapidez. Tony había intentado impresionar al hombre con su capacidad de ventas, con su comportamiento llevadero, con la actitud que comunicaba: Lo tengo bajo control; confíe en mí. Pero a Tom no se le convencía fácilmente y Tony no podía evitar preguntarse si el color de su piel tenía algo que ver.

Al aceptar la realidad que percibía, Tony juró que simplemente trabajaría más arduamente, pondría más esfuerzo y que estaría a la altura de cualquier expectativa. Pero en lo profundo de su mente sentía que ese impedimento oculto no era justo. Otra gente con piel más clara no tenía que lidiar con eso, entonces ¿por qué él sí?

Hoy, el obstáculo frente a él era Holcomb. No había manera de pasar por alto la dificultad de la venta. Pero ¿qué era una venta fácil? Hasta los rápidos requerían tiempo, preparación, conocimiento y visión. Ese era su secreto: las cosas intangibles. Recordar nombres. Recordar detalles de la vida del cliente. Cosas como el palo de golf marca Ping que tenía en el baúl del auto.

A Calvin Barnes iba a hacérsele agua la boca cuando Tony le entregara ese palo de golf, y no era para menos. A Tony le había costado unos cientos de dólares, pero era un precio bajo a pagar por la expresión en el rostro de su jefe cuando oyera que Tony había sellado el trato.

La sala de reuniones estaba decorada con buen gusto, el olor del cuero invadía el pasillo cuando entró y puso su caja de muestras en la mesa de secoya. Calvin Barnes, a quien no le gustaba que lo llamaran Calvin, entraría por la puerta y le estrecharía la mano a Tony, por lo que el palo de golf tenía que estar apoyado en la silla, a la izquierda de Tony, fuera de la vista. Lo colocó allí; luego lo puso en la silla y dejó que el agarrador sobresaliera por encima del respaldo. Cuando oyó voces en el pasillo, puso el palo de golf de regreso en el suelo. Tenía que ser más sutil.

El señor Barnes entró con otro hombre, un rostro familiar, pero por un momento Tony se quedó pasmado, incapaz de recordar el nombre del hombre. Intentó relajarse, para recordar el nombre utilizando su dispositivo nemotécnico. Había imaginado al hombre parado sobre un libro gigante de filosofía, usando una gorra de la marca John Deere. Dearing. Ese era el apellido. Pero no podía recordar por qué estaba parado sobre un libro de fil ...

— Tony, se acuerda de ...

— Phil Dearing — dijo Tony, y extendió una mano —. Qué agradable verlo otra vez.

El hombre lo miró anonadado y después sonrió mientras le estrechó la mano.

El señor Barnes lanzó la cabeza para atrás y se rió.

— Acaba de hacer que me gane veinte dólares. Le dije que se acordaría, Phil. — Sus ojos cayeron en el palo de golf —. ¿Y qué tenemos aquí?

— Este es el palo del que le hablé, señor Barnes — dijo Tony —. Me sorprendería si no le agrega por lo menos veinticinco metros a cada tiro. Su trabajo es asegurarse de que sean rectos.

El señor Barnes levantó el palo de golf y lo sostuvo. Era un excelente golfista que jugaba tres veces por semana y tenía planes de vivir en Florida cuando se jubilara. Unos veinticinco metros adicionales en sus tiros significaba que Barnes podía explotar su juego corto, lo cual representaba que setenta y dos golpes por dieciocho hoyos podrían bajar a setenta. Tal vez menos en un buen día.

— El peso es sencillamente perfecto, Tony. Y el equilibrio es fenomenal.

Tony lo vio sostener el palo y estaba seguro de que tenía la venta asegurada incluso antes de abrir su caja. Cuando habían firmado los papeles y terminado las partes legales de la transacción, Tony se puso de pie. Sabía que era una figura impresionante con su traje y corbata, con su constitución atlética.

— Tengo que hacer que regrese al campo de golf y trabaje en sus golpes cortos — dijo el señor Barnes.

— Tal vez la próxima vez que venga — dijo Tony, sonriendo.

— ¿No le importa venir hasta aquí, incluso así de temprano?

— No, no me importa. Disfruto el trayecto.

— Pues estamos emocionados de hacer negocios con usted, Tony — dijo el señor Barnes —. Dígale a Coleman que le envío saludos.

— Lo haré.

— Ah, y gracias por el nuevo palo de golf.

— Oiga, disfrútelo, ¿de acuerdo? — Tony les estrechó la mano —. Estaremos en contacto, caballeros.

Salió del salón casi flotando. No había otro sentimiento como el de hacer una venta. A medida que se acercaba al ascensor, podía oír a Calvin Barnes alardeando de su nuevo palo de golf y de cuánto quería tomarse la tarde libre y jugar los últimos nueve hoyos en el club campestre más cercano. Mientras esperaba, Tony revisó su teléfono para ver si se había perdido algo durante la reunión, cuando se aseguraba de mantenerlo en su bolsillo. Esta era otra cosa que siempre trataba de hacer. Valorar a los clientes lo suficiente como para hacerlos el foco central. Nunca hacer que los clientes sientan que hay alguien en el planeta más importante que ellos. Ellos son la prioridad. Cada vez.

Una mujer joven bajó las gradas blancas delante de él, llevando una carpeta de cuero y sonriendo. Él guardó su teléfono y le devolvió la sonrisa.

— Veo que hizo la venta — dijo ella.

Él asintió con la cabeza confiadamente. — Por supuesto.

— Estoy impresionada. La mayoría de tipos salen corriendo con la cola entre las piernas.

Tony extendió una mano. — Soy Tony Jordan.

— Verónica Drake — dijo ella, y le estrechó la mano. Su mano era cálida y suave —. Trabajo para el señor Barnes. Seré su contacto para la compra.

Ella le entregó su tarjeta y rozó su mano levemente. Nada explícito, pero él sintió que algo hizo clic con su contacto. Verónica era vivaz y delgada, y Tony se imaginó junto a ella en algún restaurante, hablando. Luego se imaginó con ella a la luz romántica de una chimenea, Verónica inclinada hacia él, con sus labios húmedos y suplicantes. Todo esto ocurrió en un segundo, mientras miraba fíjamente su tarjeta de presentación.

— Bueno, Verónica Drake, creo que la veré de nuevo cuando vuelva dentro de dos semanas.

— Lo esperaré con anticipación — dijo ella, y por la forma en que sonrió lo hizo pensar que lo decía en serio.

Ella se alejó, él se volteó y la miró con intensidad.

Mientras esperaba el elevador, su teléfono sonó y él miró la pantalla.

Notificación bancaria: Transferencia.

Allí estaba él con la venta más grande en meses, algo por lo que había trabajado y que había planificado detalladamente, y justo en el apogeo de su júbilo por la venta, su esposa le había dado otro golpe bajo.

— Elizabeth, me estás matando — susurró.

* * *

Elizabeth se sentó en la otomana blanca a los pies de su cama, frotándose los pies. El tiempo con Melissa había sido bueno, había hecho una lista de todas las reparaciones que debían hacer y las decisiones que debían tomar para ponerlo en escena. Los dos niños no habían hecho que las cosas fueran más fáciles, pero los niños siempre encontraban una manera de complicar la venta de casas. Era algo con lo que simplemente había que trabajar y esperar poder navegar.

Había sido un día largo, con otra reunión en la tarde, y luego llegar a casa antes de que Danielle llegara de su último día de la escuela. Para cuando se sentó, Elizabeth estaba exhausta y lista para acurrucarse y dormir, pero había algo más que hacer. Siempre había más que hacer.

— ¿Mamá?

Elizabeth no podía moverse.

— Aquí estoy, Danielle.

Su hija de diez años entró cargando algo. Había crecido varios centímetros en el último año, su cuerpo delgado y largo creciendo como la mala hierba. Tenía puesta una bonita cinta morada en la cabeza que hacía resaltar su rostro. Elizabeth podía ver a su padre allí, esa sonrisa radiante, los ojos llenos de vida. Solo que sus ojos estaban un poco tristes.

— Aquí está mi último reporte de calificaciones. Pero saqué una C.

Elizabeth lo tomó y lo examinó, mientras Danielle se sentó y se quitó su mochila.

— Ay, cariño. Tienes una A en todo lo demás. Una C en matemáticas no es tan malo. Y tienes un descanso por el verano, ¿verdad?

Danielle se inclinó hacia delante y su rostro dejó ver algo. Inhaló y luego reaccionó como si la habitación estuviera llena de amoníaco.

— ¿Son tus pies?

Elizabeth vergonzosamente retiró sus pies.

— Lo siento, cariño. Se me acabó el talco para los pies.

— Eso huele horrible.

— Lo sé, Danielle. Solamente necesitaba quitarme los zapatos por un minuto.

Su hija miró los pies de su madre como si fueran desecho tóxico.

— Eso es, digamos, horrible — dijo con repulsión.

— Bueno, no te quedes allí sentada mirándolos. ¿Por qué no me ayudas y los frotas justo allí?

— ¡Guácala! ¡Eso sí que no!

Elizabeth se rió.


(Continues...)

Excerpted from Cuarto de Guerra by Chris Fabry, Sarah Mason. Copyright © 2015 Kendrick Bros., LLC. Excerpted by permission of Tyndale House Publishers, Inc..
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