Crónica internacional

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by Emilio Castelar y Ripoll
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Crónica de la política de Europa durante la segunda mitad del siglo XIX. Comprende comentarios sobre Alemania, Bulgaria, Cuba, España, Francia, Inglaterra, Italia, Portugal y Rusia.

Product Details

ISBN-13: 9788498169454
Publisher: Linkgua
Publication date: 08/31/2010
Series: Pensamiento , #21
Sold by: Bookwire
Format: eBook
Pages: 368
File size: 1 MB
Language: Spanish

About the Author

Emilio Castelar y Ripoll (1832-1899). España. Nació en Cádiz y estudió derecho y filosofía y letras en la universidad de Madrid (1852-1853). Actuó en la vida política defendiendo las ideas democráticas; fundó el periódico La Democracia, en 1863, y apoyó el republicanismo individualista. A causa de un artículo contrario a Isabel II, fue separado de su cátedra de historia de España de la universidad central, lo que provocó manifestaciones estudiantiles y la represión de la Noche de san Daniel (10 abril 1865). Castelar conspiró contra Isabel II y se exiló en Francia, donde permaneció hasta la revolución de septiembre (1868). A su regreso fue nombrado triunviro por el partido republicano junto a Pi y Margall y a Figueras. Diputado por Zaragoza a las cortes constituyentes de 1869, al proclamarse la I república ocupó la presidencia del poder ejecutivo. Gobernó con las cortes cerradas y combatió a carlistas y cantonales. Tras la reapertura de las cortes, su gobierno fue derrotado, lo que provocó el golpe de estado del general Pavía (3 enero 1874). Disuelta la república y restaurada la monarquía borbónica, representó a Barcelona en las primeras cortes de Alfonso XII. Defendió el sufragio universal, la libertad religiosa y un republicanismo conservador y evolucionista (el posibilismo). Emilio Castelar murió en 1899 en San Pedro del Pinatar.

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Crónica Internacional


By Emilio Castelar

Red Ediciones

Copyright © 2015 Red Ediciones S.L.
All rights reserved.
ISBN: 978-84-9816-945-4



CHAPTER 1

DICIEMBRE 1890


Errores económicos de la gran República sajona. Diferencias entre los demócratas y los republicanos en América. Orígenes del proteccionismo anglo-sajón. La reacción económica en Europa y sus consecuencias. Correlación entre la guerra por tarifas y la guerra por armas. Daños traídos por los últimos bills americanos a la producción europea. Necesidad que tiene América de compenetrar su política y su economía. Situación de Portugal y España. Buena ventura de Francia en este período último. La muerte del rey Guillermo, la desgracia de Parnell y los crímenes nihilistas. El resultado electoral en Italia. El Papa y Lavigerie. Los pietistas germanos y el emperador. Estado de Oriente. Conclusión

Hace ya mucho tiempo, en los hervores de la revolución española, cuando resonaba tanto por el mundo la tribuna de nuestras Cortes, que recibía y encarnaba el verbo de la civilización universal bajo las lenguas de fuego del espíritu moderno, parecidas a las que lloviera el Espíritu Santo sobre los primeros discípulos y Apóstoles de Cristo, presentóse a felicitarme, tras un discurso mío, cierto joven yankee, cuya visita jamás olvidaré por las especies que vertiera él en una conversación larga conmigo, rayanas, según su originalidad, con verdadera extravagancia. Viejo admirador yo de la joven República sajona, en quien el cristianismo democrático de los inmortales peregrinos con tanta verdad se cristalizara, no ponía término a los encarecimientos de mi admiración, sugeridos por el culto fervoroso mío a las instituciones republicanas. Estaba reciente aún la guerra por los negros, mantenida en virtud de un sentimiento que avivó y esclareció más las estrellas del pabellón americano, gloriosas constelaciones donde lucen radiantes los ideales del derecho moderno, y vivas las palabras con que yo había defendido a los redentores contra los negreros; empeñado en una obra semejante a la inmortal de Lincoln dentro de mi nación, que aún sostenía la esclavitud por sus Antillas; y estas temporales circunstancias aumentaban mis efusiones, a las cuales se creyó en el caso de poner algunos prudentes frenos. Había emprendido nuestro interlocutor viaje tan largo, como el necesario para venir desde las orillas del Potomac a las orillas del Manzanares con tres objetos: primero, ver la increíble Alhambra; segundo, presenciar una corrida de toros; tercero, oír un discurso de Castelar. Alabéle su primer propósito con entusiasmo, y condené los dos últimos; su gusto de mis discursos, por no valer la pena, y su presencia en el toreo por darla demasiado a un corazón demócrata y puritano. Mas buscando una diversión al desasosiego en que sus alabanzas me ponían, encontrela por el camino de mis admiraciones, muy sinceras, a su patria y a su República. Y entonces me respondió que mi razón encontraría tres plagas en los Estados Unidos, las cuales eran a saber: la inmoralidad cancerosa de su administración, las falsificaciones increíbles de sus licores, la plétora desastrosísima de su tesoro. Recuerdo que me dijo en fórmula pintoresca: padecemos de perversos ayuntamientos, pésimos alcoholes y sobrado dinero.

Ya comprenderá, quien leyere, la cara que yo pondría en casa tan pobre como mi casa y en Estado tan mísero como el nuestro, al recuerdo del tesoro nacional mermadísimo por la falta de tributos consiguiente a los desórdenes de una revolución, oyendo a un ser humano que se quejaba y plañía de achaque tan gustoso como la sobra y el exceso de cuartos, No eché a reír el trapo, simplemente porque un soberano dominio sobre mis nervios y un hábito antiguo de recibir visitas me imponen como sagrados los códigos de la cortesía, vigentes en las comunes relaciones humanas, aunque mucho más todavía en las relaciones internacionales. Sin embargo, yo debí poner el rostro muy extrañado y alegre, cuando se apresuró a decirme que no me riera de sus aserciones, algo para mí nuevas, y escuchara los fundamentos de razón y experiencia en que las erigía. Cortando con celeridad el hilo a sus aprensiones, aseguréle cuán justa me parecía su pena por la falta de rectitud en la municipal administración, enfermedad grave, de cuyos estragos adolecíamos nosotros también; pero cuán injusta la que a su ánimo tan patriota causaban dos fenómenos sociales, uno insignificante, como los malos licores, y el otro feliz, como los buenos excedentes. «¡Insignificante la calidad pésima de los licores!», me dijo, indignándose por la incomprensible indiferencia mía respecto de tal cosa. ¡Cómo se conoce que ha crecido V. en pueblos mediterráneos, aguados de suyo! Si viviera donde se necesita el alcohol como aquí el agua, comprendería toda la extensión del mal, por mí tan ingenuamente lamentado, probando mil observaciones en la diaria vida el daño traído a la salud material, intelectual y moral por venenosas bebidas. Luego la cuestión de los alcoholes en el consumo, como la cuestión de los excedentes en el Tesoro, están ligadas con el daño capitalísimo de mi patria, con aquél donde radican todas las imperfecciones de unas leyes constitucionales tan sabias y de un organismo político tan perfecto; con la protección que paraliza el trabajo nuestro y aísla de la humanidad al más humanitario y mas progresivo de los pueblos. Por esa protección la fábula del rey Mydas toma cuerpo en el ser y estar económico americano, viéndonos expuestos a morirnos al pie de nuestros productos, cual puede por plétora desorganizarse y romperse nuestro tesoro. Mucha sangre tenemos, ¡oh!, muchísima; y, por lo mismo, nos hallamos expuestos a sufrir una fulminante apoplejía.

No he vuelto a tener noticia del interlocutor, desaparecido en la corriente de los viajes, que traen a unos y se llevan a otros; pero en cuantas ocasiones la protección casi prohibicionista y el comercio libre han luchado en América, las observaciones del joven americano han surgido en la mente mía, mostrándome su fundamento y su verdad. Por mucho que deseemos excusarnos de inscribir nuestros nombres en las ardientes luchas de los partidos extranjeros, el pensamiento no puede sino ejercer sus juicios sobre todos ellos por necesidad ineluctable, y, ejerciéndolo, no puede sino inscribirse con preferencia en alguno: pues creo imposible impedir a las dobles corrientes de nuestras creencias y de nuestras simpatías mezclarse con la humana vida en todas partes y en todas las varias manifestaciones suyas. Nihil humani a me alienum puto. Así yo, en América, pertenecí al partido republicano toda la vida. En su combate con los oligarcas del Mediodía, yo estaba por la colectividad representante del humano derecho y enemiga de la torpe servidumbre. Sus mártires ocuparon en mi corazón un altar como el consagrado a nuestros propios mártires. Las obras de la imaginación, dirigidas entre los anglo-sajones a procurar la libertad de los negros, devorábalas yo de niño cual nuestras propias obras literarias. Los sermones de los eclesiásticos unitarios y las arengas de los tribunos populares entusiasmaban mi pecho, no como entusiasma lo leído en una silenciosa biblioteca, sino como entusiasma lo escuchado en la plaza pública. El nombre de Lincoln resplandece a mis ojos cual el de todas aquellas personas históricas a quienes convertimos en ideal vivo, a virtud y por obra de un fervoroso culto. Yo he sido siempre republicano en América, porque yo he llorado en el patíbulo de los mártires y he asistido al combate de los héroes con mi corazón y con mi espíritu. Cuando cayó la Babilonia de los negreros, todos respiramos como en los días creadores del Génesis de nuestra propia libertad. Pero debemos como publicistas la verdad a nuestros hermanos, y se la decimos con toda lisura: la protección, en que han caído, los coloca hoy dentro del problema de las relaciones económicas humanas donde se hallaban por su mal antes los demócratas dentro de otro problema no menos trascendente y grave de la libertad y de la igualdad en el trabajo universal. Y dicho esto, pues mucho importaba decirlo en el examen de tan graves fenómenos como la economía sajona en América, vamos a otras consideraciones.

Desconoceré yo la fisiología de una sociedad humana; pero creo el mérito mayor de la sociedad sajona en América su organismo relacionado con el trabajo. Así como hay especies carniceras, hay sociedades conquistadoras; y así como hay especies industriales, hay, por una correlación entre la sociedad y el universo, también sociedades trabajadoras. Las hienas, las águilas y milanos, los tigres, los leones, incapaces de asociarse a la creación y a la virtud del trabajo nuestro, representan, como los animales heráldicos en vicios escudos, esos imperios destinados a la conquista y nutridos por la guerra; mientras representan las abejas y sus mieles, los castores y sus chozas, las lombrices y sus sedas en las especies lo que representan en el planeta las sociedades libres, democráticas, republicanas. Pues bien: América esplende como ningún otro pueblo en los hemisferios del espíritu, porque representa lo contrario precisamente a la guerra; y por ello el reemplazo de los ejércitos numerosos por los numerosos trabajadores compone y resulta la verdadera característica de su maravillosa entidad. Y si esto es axiomático, ¿no comprende cómo al fomentar la guerra, donde más la indispensable armonía se impone, aquí en las esferas económicas y mercantiles, desmiente su ministerio social, desconociendo su finalidad humana, y por proceder así, puede hundirse por necesidad en el mal, como les acontece a todos cuantos contrarían el bien, que se halla en la observancia de nuestras leyes naturales y en el cumplimiento de nuestro fin providencial? La guerra económica, en término postrero, adolece de tan enorme gravedad como cualquier otra guerra y mal. A medida que descendemos en las escalas animales, encontramos el odio y el combate mutuo entre las especies; a medida que descendemos en las escalas sociales, encontramos la guerra entre las tribus donde no han madurado la razón y la conciencia. No puede, no, un pueblo de la inconmensurable alteza por todos reconocida en los Estados Unidos, llegar, dentro del desarrollo humano, a un retroceso que lo confunda, en el continente de la Democracia, de la República, de la Libertad, con lo que fuera China en el continente de las monarquías, del privilegio, del retroceso, en Asia, condenada por su complexión propia y por su ministerio histórico a un profundo estancamiento intelectual y económico.

Por mucho que nos duela tal estado, contrario a los intereses de la humanidad, cuyo desarrollo deben servir todos los pueblos libres y cultos, no podemos desconocer los antecedentes antiguos y las circunstancias actuales, que dan explicación, aunque no alcancen a justificarlas, de tan dañosas tendencias. Constituido el pueblo americano recientemente, sobre todo si la fecha de su constitución se compara con la que otros pueblos guardan en sus anales, debía constituirse contra su metrópoli, frente a la cual se alzaba con gloria, y de cuyo Estado y Gobierno se dividía con esfuerzo. Potencia industrial de primer orden la vieja metrópoli de los Estados Unidos, el preclaro fundador de la nueva Confederación y sus ilustres cooperadores, herederos y reemplazantes de aquel poder, viéronse precisados por la magnitud propia de su obra, y por los medios empleados en lograrla completamente, a separar su industria colonial de la industria metropolitana. Inferior aquella por imposiciones del régimen a que se hallaba sujeta, no podía entenderse y aunarse con ésta, su madre antes de la guerra, y tras la guerra su madrastra. Por consiguiente, mientras duró el combate por la independencia y la organización al triunfo adscrita, una guerra cruel debió extenderse a todo, y una contradicción implacable imperar, sobre todo en cumplimiento de leyes ineludibles. Las ideas nuevas maldicen y aborrecen a las viejas ideas de que provienen; las instituciones surgen como enemigas de las instituciones que las han precedido en las lógicas series; los pueblos recién emancipados se revuelven contra las metrópolis que los han a sus pechos nutrido. Salió la Iglesia católica de una conjunción entre la sinagoga judía y el paganismo heleno; mas, desconociendo por completo tales orígenes al comienzo de su vida, maldijo la Iglesia en tales albores a su padre y a su madre. Llámanse los pueblos occidentales del europeo continente pueblos latinos, por su lengua, por su fisiología, por su historia; y, a pesar de esto, resistieron en lo posible a la dominación romana, y de la dominación romana se apartaron para constituir su independencia. No podrá exentarse de pasar por semejantes períodos el pueblo que inició la autonomía de todo los pueblos americanos y que cortó los cables políticos mediadores entres los dos continentes. Receloso de que la superioridad industrial de Inglaterra pudiese dañar a la independencia política de su joven emancipada colonia, declararon como en estado de sitio su industria propia, y la recluyeron dentro de un cordón aduanero tan estrecho y sigiloso como aquéllos que suele poner el terror público entre las regiones limpias o sanas y las regiones afligidas por las aisladoras epidemias. El régimen aduanero de América resultó un estado de guerra declarada contra la secular metrópoli, así como las aduanas fortalezas erigidas en defensa del territorio emancipado contra un viejo y formidable sitiador, cuyas asechanzas pudieron coronar inevitables victorias.

Pero, definitiva ya la separación entre los Estados Unidos y la monarquía inglesa; destinado el pueblo inglés a copiar en porvenir más o menos remoto las leyes americanas, mientras que la Monarquía no puede revivir en América; todas las precauciones tomadas al fin de precaver la nueva contra la vieja Inglaterra, y aquella constitución contra el contagio de los miasmas monárquicos, hoy huelgan, imponiéndose la sustitución y reemplazo de semejantes arqueológicas contradicciones por una efusión humanitaria, la cual debe impulsar los cambios universales, como el calor cósmico impulsa la fuerza y el movimiento sideral. Habiendo pasado el período fatalísimo en todos sentidos de la oposición, y al par las contradicciones antiguas, el Nuevo Mundo combate sus destinos providenciales y aun traiciona su ministerio histórico, agravando cual agrava en este momento su protección aduanera, convertida, por decretos verdaderamente odiosos, en una desoladora prohibición. Yo conozco, en la serenidad imparcial de mi juicio, cuántos pretextos ha dado al proceder americano la Europa contemporánea. Parece imposible; mas cuando imperaba una reacción política como la reacción cesarista, teníamos, en cambio, una grande libertad económica en el continente nuestro. a poderes tan reaccionarios como aquellos régulos germánicos dominados por el viejo Sacro Imperio, les impuso List, su fundador, el Zolverein alemán; y en los senos de la Inglaterra patricia y de la Francia imperial encontró el ilustre Cobden medios de prosperar la expansión mercantil contenida en sus humanitarias doctrinas. Pues bien: ahora contra el Imperio, fundada la República en Francia; contra el feudalismo histórico y el César austriaco, fundada la unidad en Alemania; contra la teocracia y los Borbones, fundada la unidad en Italia; contra los terratenientes moscovitas, alcanzada la emancipación de los siervos en Rusia; el movimiento político todo se dirige al humano derecho, mientras el movimiento económico a la bárbara retrogradación. El espíritu. socialista de Bismarck, sumado con tendencias reaccionarias en economía política; y el proteccionismo intransigente de Thiers, coincidiendo todo ello con la restauración borbónica en España, determinaron este retroceso económico, por cuyos estragos los productos no pueden moverse, cuando debieran, como los átomos, irradiarse, reinando en las relaciones económicas internacionales el odio exterminador y la ruinosa guerra.

Esta pestilencia de la reacción económica se volvió contra la joven América. Parangonando los reaccionarios europeos la esterilidad creciente del Viejo Mundo, explicable por el esquilmo de una muy trabajada tierra, con los fecundísimos territorios americanos de naturaleza virgen; las instituciones democráticas, tan apropiadas al trabajo, con las instituciones monárquicas, tan apropiadas al combate; nuestros ruinosos armamentos con aquel feliz desarme, dieron el grito de alarma; y lejos de aconsejar, como pedía el más rudimentario buen sentido, una grande adaptación de nuestra vida continental a la vida propia de los americanos, propusieron odiosa y desoladora guerra económica. Mientras América, no obstante su reaccionario proteccionismo, goza la libertad mercantil desde las playas del Atlántico a las playas del Pacífico, sin levantarse la sombra de aduana ninguna entre Nueva York y San Francisco; allí los pueblos europeos se dieron entre sí al exterminador combate mercantil, y se juntaron todos a una en oposición a los productos americanos. Cargaron las salazones y cerdos de América; cargaron los trigos; cargaron los petróleos: atrayéndose así las plagas de los desquites y los horrores de las represalias. Creyeron alcanzar su provecho con guerrear, cuando solo alcanzaban desangrarse por completo económicamente, y morirse al pie de sus productos, como se muere todo aquél a quien se le congela y paraliza la sangre. Con tal guerra económica, declarada por los unos a los otros, y por la universalidad a los productos americanos, consiguieron solamente un resultado: que de la protección por el Estado a los altos industriales y agricultores se pasase a la protección del Estado al jornalero con todas sus desastrosas consecuencias; y la protección trajo consigo el socialismo, su hermano gemelo. Mas como no haya en Europa satisfacción posible a las imperiosas y universales aspiraciones socialistas, despertadas por el error de las protecciones sistemáticas, se desplomaron los gobiernos europeos en otra ruina mayor todavía, si cabe, que la economía proteccionista y el socialismo asolador; en la ruina espantosa de los acaparamientos coloniales. Y Francia se desunió para siempre de Italia por Túnez; y Alemania se indispuso con Inglaterra, España y América por su protectorado de Zanzíbar, por su ataque a las Carolinas, por sus asechanzas a las Samoas; y el pueblo inglés devoró al pueblo lusitano con la implacable voracidad que a los peces chicos los peces grandes; y la diestra Italia disipó tesoros múltiples de sus arcas y preciosísima sangre de sus venas en los desiertos líbicos; todo por dar ocupación al exceso de brazos y factorías al exceso de productos, no hallando ninguna otra cosa más que la desolación y la miseria. El armamento excesivo, el Imperio cesarista, el proteccionismo asfixiante, y el socialismo en que se mezclan anarquía y retroceso, tienen poco menos que arruinada nuestra fecunda y luminosísima Europa.


(Continues...)

Excerpted from Crónica Internacional by Emilio Castelar. Copyright © 2015 Red Ediciones S.L.. Excerpted by permission of Red Ediciones.
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Table of Contents

Contents

CRÉDITOS, 4,
PRESENTACIÓN, 13,
1. DICIEMBRE 1890, 15,
2. FEBRERO 1891, 32,
3. MARZO 1891, 50,
4. DICIEMBRE 1891, 70,
5. ENERO 1892, 82,
6. MARZO 1892, 94,
7. MAYO 1892, 110,
8. NOVIEMBRE 1892, 119,
9. ABRIL 1893, 137,
10. JUNIO 1893, 150,
11. DICIEMBRE 1893, 167,
12. MARZO 1894, 186,
13. ABRIL 1895, 204,
14. JULIO 1895, 220,
15. FEBRERO 1896, 238,
16. MARZO 1896, 263,
17. MARZO 1897, 274,
18. SEPTIEMBRE 1897, 289,
19. ENERO 1898, 307,
20. FEBRERO 1898, 324,
21. MARZO 1898, 336,
22. OCTUBRE 1898, 349,
LIBROS A LA CARTA, 367,

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