Come la galleta...compra los zapatos: Date permiso a ti misma y relájate (Eat the Cookie...Buy the Shoes)

Come la galleta...compra los zapatos: Date permiso a ti misma y relájate (Eat the Cookie...Buy the Shoes)

by Joyce Meyer
Come la galleta...compra los zapatos: Date permiso a ti misma y relájate (Eat the Cookie...Buy the Shoes)

Come la galleta...compra los zapatos: Date permiso a ti misma y relájate (Eat the Cookie...Buy the Shoes)

by Joyce Meyer

Paperback

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Overview

Engrained in our culture is the belief that unbending discipline is the only sure way to success. You must go to the gym five times a week, never order the dessert, and don't even think about buying that dress you keep staring at in the store window. Breaking from such a regimented lifestyle is a sign of weakness, right? Wrong!-and Joyce wants to tell us why...

Though setting rules in our lives are important, it's just as important that we break them from time-to-time. Structure is a powerful tool, but when diverging from your own goals is seen as catastrophic, it can have a hugely negative effect on us. Balance is a core value in life and every once in awhile we deserve to indulge in a guilty pleasure or two. So don't feel bad about straying from your goals every once-in-awhile and in fact, embrace it: eat the cookie and buy the shoes!


Product Details

ISBN-13: 9780446567398
Publisher: FaithWords
Publication date: 04/13/2010
Pages: 229
Product dimensions: 5.10(w) x 7.90(h) x 0.80(d)
Language: Spanish

About the Author

About The Author
Joyce Meyer es una de las principales maestras prácticas de la Biblia en el mundo. Su programa, Disfrutando la vida diaria, se transmite en cientos de cadenas de televisión y estaciones de radio en todo el mundo. Joyce ha escrito más de 140 libros inspiradores. Sus éxitos de mayor venta incluyen: Pensamientos de poder; Mujer segura de sí misma; Luzca estupenda, siéntase fabulosa; Empezando tu día bien; Termina bien tu día; Adicción a la aprobación; Cómo oír a Dios; Belleza en lugar de cenizas; y El campo de batalla de la mente. Joyce viaja haciendo conferencias durante todo el año y habla con miles de personas en todo el mundo. Vive en St. Louis, Missouri.

Read an Excerpt

Come la Galleta... Compra los Zapatos

Date permiso a ti misma y relájate
By Meyer, Joyce

FaithWords

Copyright © 2010 Meyer, Joyce
All right reserved.

ISBN: 9780446567398

CAPÍTULO 1

La galleta

Era sábado en la tarde en St. Louis, Missouri, durante nuestra convención anual para mujeres de 2007, y estábamos en un breve descanso para almorzar que precedía a la sesión final de la conferencia. Este es uno de los eventos más importantes que nuestro ministerio patrocina. Asisten miles de mujeres de todo el mundo, y requiere una tremenda cantidad de duro trabajo, creatividad y preparación. La conferencia de tres días comienza la noche del jueves, y cuando llega el descanso del almuerzo del sábado, yo normalmente estoy cansada mentalmente, físicamente y emocionalmente. Este evento en particular parece llevarse mucho de mí por varias razones. En la última sesión, siento una gran responsabilidad de asegurarme de que la conferencia concluya de manera que deje a nuestras asistentes vigorizadas y muy contentas de haber asistido.

Habíamos disfrutado de un pequeño almuerzo, y yo estaba reuniendo toda mi fuerza preparándome para subir a la plataforma y llevar la conferencia a un fantástico final. Dave y yo íbamos saliendo del comedor cuando vi un plato de galletas con trocitos de chocolate que había pasado cuando iba eligiendo mi almuerzo del buffet. Cuando las vi esta vez pensé: “Realmente quiero (necesito) un pedacito de una de esas galletas”. Me detuve ante la mesa y partí aproximadamente un tercio de una de las galletas y me la comí. Mientras avanzábamos hacia la plataforma, Dave dijo: “¿Te comiste parte de esa galleta?”. Su tono de voz era acusador, y enseguida yo me puse a la defensiva. Me dieron ganas de decir: “Relájate… ¡es sólo un pedazo de galleta!”.

Puede que te preguntes por qué Dave se interesó por un tercio de una galleta. Recientemente nos habíamos apuntado a un gimnasio, nueve meses antes de la convención. Hacíamos ejercicio tres días por semana y nos habíamos comprometido a seguir un plan de dieta especial que era bastante estricto. Cuatro días por semana comíamos principalmente proteínas y verduras; el quinto día se llamaba “día libre” porque hacíamos una comida que consistía en cualquier cosa que quisiéramos comer. Normalmente, ese día comíamos pasta y/o postre. Éramos libres para comer lo que quisiéramos durante esa única comida mientras al día siguiente regresáramos a nuestra dieta. Nuestro día libre aquella semana era el día siguiente, y Dave me había desafiado porque yo me había comido el pedazo de galleta el día equivocado.

En palabras de él mismo, sólo estaba intentando ayudarme. Pero yo no quería ayuda ni consejo. ¡Quería la galleta! Estaba cansada, había trabajado mucho en la conferencia, y necesitaba algo que me llevase hasta la línea de meta. No me importaba lo que era, pero necesitaba ser divertido, bonito, o dulce. Y la galleta resultó ser lo primero que vi y que encajaba en esa descripción. Al ser un hombre, Dave no entiende cosas como esa. Él es muy lógico y, en su mente, sencillamente era el día equivocado para comer la galleta. Él quería que yo supiera que me lamentaría después de habérmela comido. Sin embargo, yo no lo lamentaba en lo más mínimo. Sentía que me lo merecía, ¡y en el mismo conjunto de circunstancias volvería a hacerlo!

Mi amiga vio lo que estaba sucediendo entre Dave y yo, y con compasión y comprensión, puso su brazo en mi hombro y dijo: “Te mereces esa galleta, y si yo fuera tú, ¡cuando termine esta última sesión iría también a comprarme un par de zapatos!” (ella sabe que me gustan los zapatos). Ella entendió completamente que la galleta estaba satisfaciendo una de mis necesidades emocionales. Al ser un varón guiado por la parte izquierda del cerebro, Dave no entendió absolutamente nada.

Salí a la plataforma e hice una broma con respecto a ello, como normalmente hago en cuanto a la mayoría de las cosas que suceden entre Dave y yo, y todos los presentes lo disfrutaron inmensamente. En realidad, las mujeres vitorearon por tanto tiempo y con tanta fuerza, y se alegraron tanto de que me hubiese comido la galleta, que comencé a darme cuenta de que había un asunto más importante implícito en comer la galleta que había que explorar. Así nació la idea para este libro. Curiosamente, cuando la enseñanza sobre la galleta se emitió en el programa de televisión “Disfrutando la vida diaria”, fue tan bien recibida que fue votado como el programa favorito del año por las personas que ven los programas. Obviamente, yo había tocado un tema sensible.

Hay ocasiones en que todas necesitamos comer la galleta y comprar los zapatos para ayudarnos a terminar lo que hemos comenzado o como manera de celebrar algo que hemos logrado. Tu galleta y tus zapatos pueden ser cualquier cosa que te guste. Puede ser una comida favorita, una siesta, una manicura o una pedicura. Si eres un hombre valiente que está leyendo este libro, puedes jugar al golf, ir a pescar, a un partido de fútbol, o cualquier otra cosa que te ayude a descansar y te renueve. Hasta puede que seas un hombre al que le gusta la manicura, la pedicura, los baños de burbujas, o una mujer a quien le gusta sacar herramientas y construir algo increíble. No tenemos que encajar en algún molde social. Somos libres para disfrutar de cualquier cosa mientras no sea inmoral ni ilegal.

Sinceramente desearía que la especie masculina fuese más comprensiva en cuanto a las galletas en la vida, pero la mayoría de los hombres sencillamente no parecen entenderlo. Dave tenía toda la intención de salir a golpear sus bolas de golf la tarde del sábado, que es su modo de relajarse y celebrar un trabajo bien hecho; ¡pero aún así tuvo el valor de hacer un comentario sobre mi galleta! No es justo que las galletas tengan calorías y las bolas de golf no tengan. Si cada bola de golf que Dave ha golpeado tuviese diez calorías, ¡él pesaría cuatrocientos kilos!

Dave verdaderamente intentaba ayudarme cuando comentó sobre la galleta. Él me quiere inmensamente y es muy bueno conmigo; pero sencillamente no entendió mi necesidad en ese momento. Tristemente, si no confiamos en las elecciones que hacemos, podemos permitir fácilmente que los comentarios de otras personas nos hagan sentirnos culpables y arruinen el gozo que necesitamos experimentar en la vida al hacer las pequeñas cosas que significan mucho para nosotras. Mi amiga me rescató de la culpabilidad que me podría haber perseguido aquel día, y estoy agradecida a Dios por haberla usado. Yo no necesitaba culpabilidad al enfrentarme a la sesión final de la convención. ¡Necesitaba la galleta y más adelante el pensamiento de los zapatos aquel día!

Tristemente, si no confiamos en las elecciones que hacemos, podemos permitir fácilmente que los comentarios de otras personas nos hagan sentirnos culpables y arruinen el gozo que necesitamos experimentar en la vida al hacer las pequeñas cosas que significan mucho para nosotras.

No estamos formadas para la culpabilidad

Hacer a las personas sentirse culpables por alguna cosa no es el modo de actuar de Dios. La fuente de la culpabilidad es el diablo; él es el acusador de los hermanos, según la Biblia (véase Apocalipsis 12:10). Dios nos dará convicción de las malas elecciones y acciones, pero Él nunca intenta hacernos sentir culpables. La culpabilidad nos presiona y nos debilita, pero la convicción que viene de Él produce conciencia del mal, y una oportunidad de cambiar y progresar.

No estamos formadas para la culpabilidad. Dios nunca quiso que sus hijos estuviesen cargados de culpabilidad, y por eso nuestros sistemas no la manejan nada bien. Si Dios hubiera querido que nos sintiésemos culpables, no habría enviado a Jesús para redimirnos de la culpabilidad. Él llevó, o pagó, nuestras iniquidades y la culpabilidad que causan (véase Isaías 53:6 y 1 Pedro 2:24–25).

No estamos formadas para la culpabilidad.

Como creyentes en Jesucristo e hijos e hijas de Dios, hemos sido liberados del poder del pecado (véase Romanos 6:6–10). Eso no significa que nunca vayamos a pecar, pero sí significa que, cuando pecamos, podemos admitirlo, recibir perdón, y ser libres de la culpa. Nuestro viaje con Dios hacia una conducta correcta y la santidad es progresivo, y si tenemos que arrastrar junto con nosotras la culpabilidad de errores del pasado, nunca haremos progreso hacia la libertad y el gozo verdaderos. Quizá sea esa la principal razón por la cual tan pocas personas realmente entran y disfrutan de la herencia prometida por medio de una relación con Jesucristo.

Tu futuro no tiene lugar para tu pasado. ¿Cuánto tiempo malgastas sintiéndote culpable? Es importante que pienses en esto, porque pasar tiempo dando vueltas a errores del pasado es algo que Dios nos ha dicho que no hagamos. Él hasta nos envió al Espíritu Santo para ayudarnos a obtener libertad en esta área. No seas tan intensa en cuanto a cada error que cometes. ¿Qué si no eres perfecta? Ninguna otra persona lo es. Además, Jesús vino a buscar a los enfermos (imperfectos), y no a los sanos (perfectos).

Tu futuro no tiene lugar para tu pasado. ¿Cuánto tiempo malgastas sintiéndote culpable?

El apóstol Pablo fue muy enfático en cuanto a la necesidad de soltar los errores del pasado a fin de tener fortaleza para proseguir hacia la meta de la perfección a la que Dios nos llama.


No es que ya lo haya conseguido todo, o que ya sea perfecto. Sin embargo, sigo adelante esperando alcanzar aquello para lo cual Cristo Jesús me alcanzó a mí. Hermanos, no pienso que yo mismo lo haya logrado ya. Más bien, una cosa hago: olvidando lo que queda atrás y esforzándome por alcanzar lo que está delante, sigo avanzando hacia la meta para ganar el premio que Dios ofrece mediante su llamamiento celestial en Cristo Jesús.

Filipenses 3:12–14


Satanás sin duda tratará de hacernos sentir culpables por nuestros pecados, fallos y debilidades. Aun peor, tratará de hacernos sentir culpables cuando no hayamos hecho nada malo. Hasta que mi amiga me alentó, ¡yo estaba a punto de sentirme culpable por haber comido un tercio de una galleta con pedacitos de chocolate el día equivocado! No había pecado alguno en comer la galleta. Podríamos comernos una docena de galletas, y seguiría sin ser pecado. No sería una elección buena o sabia, pero no sería pecado en el verdadero sentido de la palabra. Yo sólo necesitaba una pequeña celebración antes de acercarme al final de mi conferencia, y lo que casi conseguí fue una dosis de culpabilidad, frustración, y resentimiento, ¡todo ello por una cucharadita de masa de galleta!

He sondeado a muchas personas sobre este tema, y he descubierto que la mayoría de ellas se sienten culpables cuando aprovechan la oportunidad de celebrar. Se empujan a sí mismas a proseguir sin tener ninguna reserva de gozo en su tanque. El gozo es el combustible que necesitamos para llegar a la línea de meta de una tarea con una buena actitud. Puede que nos impulsemos a terminar, pero en algún punto en el camino probablemente nos amargaremos y sentiremos resentimiento si no nos relajamos y alegramos y tomamos tiempo para celebrar el viaje.

Yo creo que debemos confrontar las razones por las que tendemos a sentirnos culpables por disfrutar y celebrar la vida cuando Dios ha ordenado claramente que hagamos ambas cosas. Nuestro pensamiento ha sido pervertido en estas áreas. Satanás se las ha arreglado para engañarnos, y al hacerlo, tiene éxito en mantener a las personas cargadas y agotadas, sintiéndose resentidas y utilizadas debido al excesivo trabajo y responsabilidad. Necesitamos momentos de refrigerio y recreación al igual que de trabajo y de logro.

Cuando pregunto en grandes audiencias cuántas personas se sienten culpables cuando tratan de descansar o entretenerse, o hasta de hacer cosas que les gustan, imagino que al menos un ochenta por ciento de las personas levantan su mano. Yo era parte de ese ochenta por ciento hasta que decidí que no estaba formada para la culpabilidad y no iba a continuar permitiendo que un sentimiento renegado gobernase mi vida.

Cuando pregunto en grandes audiencias cuántas personas se sienten culpables cuando tratan de descansar o entretenerse, o hasta de hacer cosas que les gustan, imagino que al menos un ochenta por ciento de las personas levantan su mano.

Estudié la Palabra de Dios acerca de la culpabilidad y estudié el carácter y la naturaleza de Él hasta llegar a estar totalmente convencida de que Dios no es la fuente de la culpabilidad. Veo la culpabilidad como un alienígena ilegal que ataca nuestra mente y nuestra conciencia, tratando de evitar que disfrutemos de todo lo que Dios ha provisto para nosotros. La culpabilidad no tiene ningún derecho legal a estar en nuestra vida porque Jesús ha pagado por nuestros pecados e iniquidades. Si está en nosotros ilegalmente, entonces necesitamos enviarla al lugar de donde provino: ¡el infierno! No le des carta blanca a la culpabilidad, o peor aún, ciudadanía, y le permitas que haga residencia en ti.

Yo antes era adicta a la culpabilidad. La única vez en la vida en que me sentía bien era cuando me sentía mal. Especialmente tenía dificultad para disfrutar porque no sentía que lo merecía. Yo era, sin duda, una persona que necesitaba concederme permiso para relajarme y alegrarme, y no ser tan intensa básicamente en cuanto a todo en la vida. Yo era intensa con respecto a cómo se comportaban y se veían mis hijos; era intensa con respecto a cómo se veía mi casa, cómo me veía, y lo que la gente pensaba de nosotros. Era intensa con respecto a intentar transformar a mi esposo en lo que yo pensaba que él debería ser. ¡Realmente no puedo pensar en ninguna cosa sobre la que yo no fuese intensa! Recuerdo ir a visitar al doctor en una ocasión porque estaba agotada todo el tiempo y me sentía horrible en general. Él habló conmigo cinco minutos y dijo: “Es usted una mujer muy intensa, ¡y su problema es el estrés!”. Yo me ofendí, me fui de su consulta, y continué con mi estilo de vida intenso y estresante.

Yo no sabía cómo confiar en Dios en la vida cotidiana. Estaba desequilibrada en casi todo, y aún no entendía que la celebración y el disfrute son necesarios en nuestra vida y que no podemos ser sanas espiritualmente, mentalmente, emocionalmente o físicamente sin ellos. Debemos recordar que no estamos formadas para la culpabilidad, y deberíamos tratarla con agresividad cada vez que la experimentemos.

El mejor regalo que puedes dar a tu familia y al mundo es un ser sano, y no puedes estar sana sin que la celebración sea una parte regular de tu vida. Puedes cambiar toda la atmósfera de tu hogar sencillamente concediéndote permiso para relajarte y alegrarte.



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Excerpted from Come la Galleta... Compra los Zapatos by Meyer, Joyce Copyright © 2010 by Meyer, Joyce. Excerpted by permission.
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