Cincuenta sombras liberadas (Fifty Shades Freed)

Cincuenta sombras liberadas (Fifty Shades Freed)

by E L James
Cincuenta sombras liberadas (Fifty Shades Freed)

Cincuenta sombras liberadas (Fifty Shades Freed)

by E L James

eBookSpanish-language Edition (Spanish-language Edition)

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Overview

LA EDICIÓN OFICIAL DE LA PELÍCULA EN ESPAÑOL. El gran lanzamiento de esta película, el 10 de Febrero de 2017, a tiempo para el día de San Valentín, basada en el volumen 3 de la trilogía del gran best-seller del New York Times que ha vendido más de 150 millones de ejemplares en todo el mundo. Cuando la inexperta estudiante Anastasia Steele conoció al joven, seductor y exitoso empresario Christian Grey, nació entre ellos una sensual relación que cambió sus vidas para siempre. Sin embargo, desconcertada y llevada al límite por las peculiares prácticas eróticas de Christian, Ana lucha por conseguir un mayor compromiso por parte de él. Y Christian accede con tal de no perderla. Ahora, Ana y Christian lo tienen todo: amor, pasión y un mundo de infinitas posibilidades por delante. Pero Ana sabe que amar a su Cincuenta Sombras, como ella le llama, no es tarea fácil, y que estar juntos plantea un desafío que ninguno de los dos podía prever. Ana debe aprender a compartir el opulento estilo de vida de Grey sin sacrificar su propia identidad. Y Christian tiene que sobreponerse a su obsesión compulsiva por el control mientras lucha contra los demonios de su atormentado pasado. Pero cuando parece que la fuerza de su relación puede superar cualquier obstáculo, la fatalidad, el rencor y el destino se conjuran para hacer realidad los peores temores de Ana.


Product Details

ISBN-13: 9780345804303
Publisher: VINTAGE ESPAÑOL
Publication date: 07/10/2012
Series: Cincuenta sombras trilogía , #3
Sold by: PENGUIN RANDOM HOUSE GRUPO EDITORIAL
Format: eBook
Pages: 656
Sales rank: 893,858
File size: 5 MB
Language: Spanish

About the Author

About The Author
E L James ha desempeñado cargos ejecutivos en televisión. Está casada, tiene dos hijos y vive en Londres. De niña, soñaba con escribir historias que cautivarían a los lectores, pero postergó sus sueños para dedicarse a su familia y a su carrera. Finalmente reunió el coraje para escribir su primera novela Cincuenta sombras de Grey. Es también la autora de Cincuenta sombras más oscuras y Cincuenta sombras liberadas.

Read an Excerpt

Prólogo

¡Mami! ¡Mami! Mami está dormida en el suelo. Lleva mucho tiempo dormida. Le cepillo el pelo porque sé que le gusta. No se despierta. La sacudo. ¡Mami! Me duele la tripa. Tengo hambre. Él no está aquí. Y también tengo sed. En la cocina acerco una silla al fregadero y bebo. El agua me salpica el jersey azul. Mami sigue dormida. ¡Mami, despierta! Está muy quieta. Y fría. Cojo mi mantita y la tapo. Yo me tumbo en la alfombra verde y pegajosa a su lado. Mami sigue durmiendo. Tengo dos coches de juguete y hago carreras con ellos por el suelo en el que está mami durmiendo. Creo que mami está enferma. Busco algo para comer. Encuentro guisantes en el congelador. Están fríos. Me los como muy despacio. Hacen que me duela el estómago. Me echo a dormir al lado de mami. Ya no hay guisantes. En el congelador hay algo más. Huele raro. Lo pruebo con la lengua y se me queda pegada. Me lo como lentamente. Sabe mal. Bebo agua. Juego con los coches y me duermo al lado de mami. Mami está muy fría y no se despierta. La puerta se abre con un estruendo. Tapo a mami con la mantita. Él está aquí. «Joder. ¿Qué coño ha pasado aquí? Puta descerebrada… Mierda. Joder. Quita de mi vista, niño de mierda.» Me da una patada y yo me golpeo la cabeza con el suelo. Me duele. Llama a alguien y se va. Cierra con llave. Me tumbo al lado de mami. Me duele la cabeza. Ha venido una señora policía. No. No. No. No me toques. No me toques. No me toques. Quiero quedarme con mami. No. Aléjate de mí. La señora policía coge mi mantita y me lleva. Grito. ¡Mami! ¡Mami! Quiero a mami. Las palabras se van. No puedo decirlas. Mami no puede oírme. No tengo palabras.
 
 
 
—¡Christian! ¡Christian! —El tono de ella es urgente y le arranca de las profundidades de su pesadilla, de su desesperación—. Estoy aquí. Estoy aquí.
 
Él se despierta y ella está inclinada sobre él, agarrándole los hombros y sacudiéndole, con el rostro angustiado, los ojos azules como platos y llenos de lágrimas.
 
—Ana. —Su voz es solo un susurro entrecortado. El sabor del miedo le llena la boca—. Estás aquí.
 
—Claro que estoy aquí.
 
—He tenido un sueño…
 
—Lo sé. Estoy aquí, estoy aquí.
 
—Ana. —Él dice su nombre en un suspiro y es como un talismán contra el pánico negro y asfixiante que le recorre el cuerpo.
 
—Chis, estoy aquí. —Se acurruca a su lado, envolviéndole, transmitiéndole su calor para que las sombras se alejen y el miedo desaparezca. Ella es el sol, la luz… y es suya.
 
—No quiero que volvamos a pelearnos, por favor. —Tiene la voz ronca cuando la rodea con los brazos.
 
—Está bien.
 
—Los votos. No obedecerme. Puedo hacerlo. Encontraremos la manera. —Las palabras salen apresuradamente de su boca en una mezcla de emoción, confusión y ansiedad.
 
—Sí, la encontraremos. Siempre encontraremos la manera —susurra ella y le cubre los labios con los suyos, silenciándole y devolviéndole al presente.
 
 
 
Levanto la vista para mirar a través de las rendijas de la sombrilla de brezo y admiro el más azul de los cielos, un azul veraniego, mediterráneo. Suspiro satisfecha. Christian está a mi lado, tirado en una tumbona. Mi marido, mi sexy y guapísimo marido, sin camisa y con unos vaqueros cortados, está leyendo un libro que predice la caída del sistema bancario occidental. Sin duda se trata de una lectura absorbente porque jamás le había visto tan quieto. Ahora mismo parece más un estudiante que el presidente de una de las principales empresas privadas de Estados Unidos.
 
Son los últimos días de nuestra luna de miel y estamos haraganeando bajo el sol de la tarde en la playa del hotel Beach Plaza Monte Carlo de Mónaco, aunque en realidad no nos alojamos en él. Abro los ojos para buscar al Fair Lady, que está anclado en el puerto. Nosotros estamos en un yate de lujo, por supuesto. Construido en 1928, flota majestuosamente sobre las aguas, reinando sobre todos los demás barcos del puerto. Parece de juguete. A Christian le encanta y sospecho que tiene la tentación de comprarlo. Los niños y sus juguetes…
 
Me acomodo en la tumbona y me pongo a escuchar la selección de música que ha metido Christian Grey en mi nuevo iPod y me quedo medio dormida bajo el sol de última hora de la tarde recordando su proposición de matrimonio. Oh, esa maravillosa proposición que me hizo en la casita del embarcadero… Casi puedo oler el aroma de las flores del prado…
 
_
 
—¿Y si nos casamos mañana? —me susurra Christian al oído.
 
Estoy tumbada sobre su pecho bajo la pérgola llena de flores de la casita del embarcadero, más que satisfecha tras haber hecho el amor apasionadamente.
 
—Mmm…
 
—¿Eso es un sí? —Reconozco en su voz cierta sorpresa y esperanza.
 
—Mmm.
 
—¿O es un no?
 
—Mmm.
 
Siento que sonríe.
 
—Señorita Steele, ¿está siendo incoherente?
 
Yo también sonrío.
 
—Mmm.
 
Ríe y me abraza con fuerza, besándome en el pelo.
 
—En Las Vegas. Mañana. Está decidido.
 
Adormilada, levanto la cabeza.
 
—No creo que a mis padres les vaya a gustar mucho eso.
 
Recorre con las yemas de los dedos mi espalda desnuda, arriba y abajo, acariciándome con suavidad.
 
—¿Qué es lo que quieres, Anastasia? ¿Las Vegas? ¿Una boda por todo lo alto? Lo que tú me digas.
 
—Una gran boda no… Solo los amigos y la familia. —Alzo la vista para mirarle, emocionada por la silenciosa súplica que veo en sus brillantes ojos grises. ¿Y qué es lo que quiere él?
 
—Muy bien —asiente—. ¿Dónde?
 
Me encojo de hombros.
 
—¿Por qué no aquí? —pregunta vacilante.
 
—¿En casa de tus padres? ¿No les importará?
 
Ríe entre dientes.
 
—A mi madre le daríamos una alegría. Estará encantada.
 
—Bien, pues aquí. Seguro que mis padres también lo preferirán.
 
Christian me acaricia el pelo. ¿Se puede ser más feliz de lo que soy yo ahora mismo?
 
—Bien, ya tenemos el dónde. Ahora falta el cuándo.
 
—Deberías preguntarle a tu madre.
 
—Mmm. —La sonrisa de Christian desaparece—. Le daré un mes como mucho. Te deseo demasiado para esperar ni un segundo más.
 
—Christian, pero si ya me tienes. Ya me has tenido durante algún tiempo. Pero me parece bien, un mes.
 
Le doy un beso en el pecho, un beso suave y casto, y le miro sonriéndole.
 
_
 
—Te vas a quemar —me susurra Christian al oído, despertándome bruscamente de mi siesta.
 
—Solo de deseo por ti. —Le dedico la más dulce de las sonrisas. El sol vespertino se ha desplazado y ahora estoy totalmente expuesta a sus rayos. Él me responde con una sonrisita y tira de mi tumbona con un movimiento rápido para ponerme bajo la sombrilla.
 
—Mejor lejos de este sol mediterráneo, señora Grey.
 
—Gracias por su altruismo, señor Grey.
 
—Un placer, señora Grey, pero no estoy siendo altruista en absoluto. Si te quemas, no voy a poder tocarte. —Alza una ceja y sus ojos brillan divertidos. El corazón se me derrite—. Pero sospecho que ya lo sabes y que te estás riendo de mí.
 
—¿Tú crees? —pregunto fingiendo inocencia.
 
—Sí, eso creo. Lo haces a menudo. Es una de las muchas cosas que adoro de ti. —Se inclina y me da un beso, mordiéndome juguetón el labio inferior.
 
—Tenía la esperanza de que quisieras darme más crema solar —le digo haciendo un mohín muy cerca de sus labios.
 
—Señora Grey, me está usted proponiendo algo sucio… pero no puedo negarme. Incorpórate —me ordena con voz ronca.
 
Hago lo que me pide y con movimientos lentos y meticulosos de sus dedos fuertes y flexibles me cubre el cuerpo de crema.
 
—Eres preciosa. Soy un hombre con suerte —murmura mientras sus dedos pasan casi rozando mis pechos para extender la crema.
 
—Sí, cierto. Es usted un hombre afortunado, señor Grey. —Le miro a través de las pestañas con coqueta modestia.
 
—La modestia le sienta bien, señora Grey. Vuélvete. Voy a darte crema en la espalda.
 
Sonriendo, me doy la vuelta y él me desata la tira trasera del biquini obscenamente caro que llevo.
 
—¿Qué te parecería si hiciera topless como las demás mujeres de la playa? —le pregunto.
 
—No me gustaría nada —me dice sin dudarlo—. Ni siquiera me gusta que lleves tan poca cosa como ahora. —Se acerca a mí inclinándose y me susurra al oído—. No tientes a la suerte.
 
—¿Me está desafiando, señor Grey?
 
—No. Estoy enunciando un hecho, señora Grey.
 
Suspiro y sacudo la cabeza. Oh, Christian… mi posesivo y celoso obseso del control…
 
Cuando termina me da un azote en el culo.
 
—Ya está, señorita.
 
Su BlackBerry, omnipresente y siempre encendida, empieza a vibrar. Frunzo el ceño y él sonríe.
 
—Solo para mis ojos, señora Grey. —Levanta una ceja en una advertencia juguetona, me da otro azote y vuelve a su tumbona para contestar la llamada.
 
La diosa que llevo dentro ronronea. Tal vez esta noche podamos hacer algún tipo de espectáculo en el suelo solo para sus ojos. La diosa sonríe cómplice arqueando una ceja. Yo también sonrío por lo que estoy pensando y vuelvo a abandonarme a mi siesta.
 
 
Mam’selle? Un Perrier pour moi, un Coca-Cola light pour ma femme, s’il vous plaît. Et quelque chose à manger… laissez-moi voir la carte.
 
Mmm… El fluido francés de Christian me despierta. Parpadeo un par de veces a causa de la luz del sol y cuando abro los ojos le encuentro observándome mientras una chica joven con librea se aleja con la bandeja en alto y una coleta alta y rubia oscilando provocativamente.
 
—¿Tienes sed? —me pregunta.
 
—Sí —murmuro todavía medio dormida.
 
—Podría pasarme todo el día mirándote. ¿Estás cansada?
 
Me ruborizo.
 
—Es que anoche no dormí mucho.
 
—Yo tampoco. —Sonríe, deja la BlackBerry y se levanta. Los pantalones cortos se le caen un poco, de esa forma sugerente que tanto me gusta, dejando a la vista el bañador que lleva debajo. Después se quita los pantalones y las chanclas y yo pierdo el hilo de mis pensamientos—. Ven a nadar conmigo. —Me tiende la mano y yo le miro un poco aturdida—. ¿Nadamos? —repite ladeando un poco la cabeza y con una expresión divertida. Como no respondo, niega lentamente con la cabeza—. Creo que necesitas algo para despertarte. —De repente se lanza sobre mí y me coge en brazos. Yo chillo, más de sorpresa que de miedo.
 
—¡Christian! ¡Bájame! —le grito.
 
Él ríe.
 
—Solo cuando lleguemos al mar, nena.
 
Varias personas que toman el sol en la playa nos miran con ese desinterés divertido tan típico de los monegascos, según acabo de descubrir, mientras Christian me lleva hasta el mar entre risas y empieza a sortear las olas.
 
Le rodeo el cuello con los brazos.
 
—No te atreverás —le digo casi sin aliento mientras intento sofocar mis risas.
 
Él sonríe.
 
—Oh, Ana, nena, ¿es que no has aprendido nada en el poco tiempo que hace que me conoces?
 
Me besa y yo aprovecho la oportunidad para deslizar los dedos entre su pelo, agarrárselo con las dos manos y devolverle el beso invadiéndole la boca con mi lengua. Él inspira bruscamente y se aparta con la mirada ardiente pero cautelosa.
 
—Ya me conozco tu juego —me susurra y se va hundiendo lentamente en el agua fresca y clara conmigo en brazos, mientras sus labios vuelven a encontrarse con los míos. El frescor del mediterráneo queda pronto olvidado cuando envuelvo a mi marido con el cuerpo.
 
—Creía que te apetecía nadar —le digo junto a su boca.
 
—Me has distraído… —Christian me roza el labio inferior con los dientes—. Pero no sé si quiero que la buena gente de Montecarlo vea cómo mi esposa se abandona a la pasión.
 
Le rozo la mandíbula con los dientes, con su principio de barba cosquilleándome la lengua, sin importarme un comino la buena gente de Montecarlo.
 
—Ana —gime. Se enrolla mi coleta en la muñeca y tira con suavidad para obligarme a echar la cabeza hacia atrás y tener mejor acceso a mi cuello. Después me besa la oreja y va bajando lentamente.
 
—¿Quieres que vayamos más adentro? —pregunta en un jadeo.
 
—Sí —susurro.
 
Christian se aparta un poco y me mira con los ojos ardientes, llenos de deseo, divertidos.
 
—Señora Grey, es usted una mujer insaciable y una descarada. ¿Qué clase de monstruo he creado?
 
—Un monstruo hecho a tu medida. ¿Me querrías de alguna otra forma?
 
—Te querría de cualquier forma en que pudiera tenerte, ya lo sabes. Pero ahora mismo no. No con público —dice señalando la orilla con la cabeza.
 
¿Qué?
 
Es cierto que varias personas en la playa han abandonado su indiferencia y ahora nos miran con verdadero interés. De repente Christian me coge por la cintura y me tira al aire, dejando que caiga al agua y me hunda bajo las olas hasta tocar la suave arena que hay en el fondo. Salgo a la superficie tosiendo, escupiendo y riendo.
 
—¡Christian! —le regaño mirándole fijamente. Creía que íbamos a hacer el amor en el agua… pero él ha vuelto a salirse con la suya. Se muerde el labio inferior para evitar reírse. Yo le salpico y él me responde salpicándome también.
 
—Tenemos toda la noche —me dice sonriendo como un tonto—. Hasta luego, nena. —Se zambulle bajo el agua y vuelve a la superficie a un metro de donde estoy. Después, con un estilo crol fluido y grácil, se aleja de la orilla. Y de mí.
 
¡Oh, Cincuenta! Siempre tan seductor y juguetón… Me protejo los ojos del sol con la mano mientras le veo alejarse. Cómo le gusta provocarme… ¿Qué puedo hacer para que vuelva? Mientras nado de vuelta a la orilla, sopeso las posibilidades. En la zona de las tumbonas ya han llegado nuestras bebidas. Le doy un sorbo rápido a mi Coca-Cola. Christian solo es una pequeña motita en la distancia.
 
Mmm… Me tumbo boca arriba y, tras pelearme un poco con los tirantes, me quito la parte de arriba del biquini y la dejo caer despreocupadamente sobre la tumbona de Christian. Para que vea lo descarada que puedo ser, señor Grey… ¡Ahora chúpate esa! Cierro los ojos y dejo que el sol me caliente la piel y los huesos… El calor me relaja mientras mis pensamientos vuelven al día de mi boda.

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