Cenizas de una conspiracion
Cenizas de una conspiración
No sé quien dijo una vez “lo mitos son aquellas mentiras que nos agradan”… y vaya que es una frase acertada. En la mayoría de los casos los mitos, sobre todo los históricos, acaparan la atención de los espectadores cándidos cuando se trata de hazañas y proezas. Bastaría hurgar la historia de cada nación para darnos cuenta que los mitos son los verdaderos condimentos del alma nacional… por ejemplo, durante décadas y ante la falta de documentos creíbles, los hondureños hemos creído con fervor que la famosa estatua de Morazán – erguida en la plaza del mismo nombre en el centro de Tegucigalpa – es el homenaje escultórico más venerable que el país consagró a la figura del paladín. Sin embargo y debido a que el tema alcanzó trascendencia continental cuando Eduardo Galeano se atrevió a desmentir la autenticidad de la estatua en su famoso libro “Las venas abiertas de América Latina” (error ceremonial que posteriormente cometió García Márquez cuando citó a Galeano en su famoso discurso de Estocolmo)… se tuvo que recurrir a una investigación exhaustiva para demostrar que efectivamente el ilustre Ramón Rosa (1876 – 1883) fue el encargado de suscribir el contrato mediante el cual el escultor francés Leopoldo Morice se comprometía a realizar la polémica estatua incluyendo las Cuatro Estaciones en mármol blanco que durante mucho tiempo decoraron la Plaza Morazán de Tegucigalpa.
En el mito de Lempira la cosa no va más lejos, cuando Mario Felipe Martínez – doctor en Historia – se atrevió a publicar toda la verdad sobre Lempira, casi le caen las avispas. Resulta que en su más consumada investigación, el doctor Martínez ponía en tela de juicio la existencia real de un indígena llamado Lempira y en consecuencia todo el episodio del indio intrépido cayendo sobre los peñoles del Congolón venía en convertirse en una leyenda bien tejida a lo largo del tiempo. Faltaría una investigación ulterior para que Martínez diera con el dato esclarecedor y fue una investigadora canadiense la encargada de dar con el eslabón perdido. Entonces Martínez redactó la versión final en la cual dejó claramente establecido que efectivamente sí existió el famoso Elempira, pero que en contraste con la leyenda oficial, el aguerrido aborigen murió en un combate cuerpo a cuerpo con Rodrigo Ruiz en los páramos de Comayagua. En fin… los mitos se extienden hacia todos los horizontes históricos y abarcan la autenticidad de las piezas arqueológicas mayenses, los museos militares y los legajos de las hemerotecas. Sin embargo uno de los mitos más inverosímiles acaba de dar motivo a la publicación de un libro que se titula “Cenizas de una conspiración”. Mario Berrios, con su turbulento estilo periodístico acaba de dar a la luz una controvertida novela narrada en primera dimensión, se trata de la increíble y triste historia de las cenizas que hoy se exhiben en la biblioteca universitaria y que su según los apologistas corresponden a los restos mortales de Ramón Amaya Amador.
Sin embargo, el aporte estilístico más llamativo es que Berríos pone en boca de un personaje meta ficticio, la faena narrativa de una historia que viene a ser la “verdadera historia de la izquierda hondureña”. Uno lee el libro con una inquietud vacilante y no termina de comprender sin en verdad la narración es un truco de mesa o un testimonio fidedigno de un personaje asfixiado por los recuerdos y los secretos. En definitiva, aun no tenemos las herramientas de análisis correctas para decretar el estilo de Mario Berríos. Pero hay algo que es a toda vista indiscutible, este escritor olanchitense se está quedando –avanzando en puntillas– con la herencia narrativa de su coterráneo Ramón Amaya Amador. Recordemos que hay dos características distinguidas en la narrativa de Amaya, por un lado es prolífica y por otro tiene la facultad de llevar lo cotidiano a las dimensiones literarias de largo aliento.
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Cenizas de una conspiracion
Cenizas de una conspiración
No sé quien dijo una vez “lo mitos son aquellas mentiras que nos agradan”… y vaya que es una frase acertada. En la mayoría de los casos los mitos, sobre todo los históricos, acaparan la atención de los espectadores cándidos cuando se trata de hazañas y proezas. Bastaría hurgar la historia de cada nación para darnos cuenta que los mitos son los verdaderos condimentos del alma nacional… por ejemplo, durante décadas y ante la falta de documentos creíbles, los hondureños hemos creído con fervor que la famosa estatua de Morazán – erguida en la plaza del mismo nombre en el centro de Tegucigalpa – es el homenaje escultórico más venerable que el país consagró a la figura del paladín. Sin embargo y debido a que el tema alcanzó trascendencia continental cuando Eduardo Galeano se atrevió a desmentir la autenticidad de la estatua en su famoso libro “Las venas abiertas de América Latina” (error ceremonial que posteriormente cometió García Márquez cuando citó a Galeano en su famoso discurso de Estocolmo)… se tuvo que recurrir a una investigación exhaustiva para demostrar que efectivamente el ilustre Ramón Rosa (1876 – 1883) fue el encargado de suscribir el contrato mediante el cual el escultor francés Leopoldo Morice se comprometía a realizar la polémica estatua incluyendo las Cuatro Estaciones en mármol blanco que durante mucho tiempo decoraron la Plaza Morazán de Tegucigalpa.
En el mito de Lempira la cosa no va más lejos, cuando Mario Felipe Martínez – doctor en Historia – se atrevió a publicar toda la verdad sobre Lempira, casi le caen las avispas. Resulta que en su más consumada investigación, el doctor Martínez ponía en tela de juicio la existencia real de un indígena llamado Lempira y en consecuencia todo el episodio del indio intrépido cayendo sobre los peñoles del Congolón venía en convertirse en una leyenda bien tejida a lo largo del tiempo. Faltaría una investigación ulterior para que Martínez diera con el dato esclarecedor y fue una investigadora canadiense la encargada de dar con el eslabón perdido. Entonces Martínez redactó la versión final en la cual dejó claramente establecido que efectivamente sí existió el famoso Elempira, pero que en contraste con la leyenda oficial, el aguerrido aborigen murió en un combate cuerpo a cuerpo con Rodrigo Ruiz en los páramos de Comayagua. En fin… los mitos se extienden hacia todos los horizontes históricos y abarcan la autenticidad de las piezas arqueológicas mayenses, los museos militares y los legajos de las hemerotecas. Sin embargo uno de los mitos más inverosímiles acaba de dar motivo a la publicación de un libro que se titula “Cenizas de una conspiración”. Mario Berrios, con su turbulento estilo periodístico acaba de dar a la luz una controvertida novela narrada en primera dimensión, se trata de la increíble y triste historia de las cenizas que hoy se exhiben en la biblioteca universitaria y que su según los apologistas corresponden a los restos mortales de Ramón Amaya Amador.
Sin embargo, el aporte estilístico más llamativo es que Berríos pone en boca de un personaje meta ficticio, la faena narrativa de una historia que viene a ser la “verdadera historia de la izquierda hondureña”. Uno lee el libro con una inquietud vacilante y no termina de comprender sin en verdad la narración es un truco de mesa o un testimonio fidedigno de un personaje asfixiado por los recuerdos y los secretos. En definitiva, aun no tenemos las herramientas de análisis correctas para decretar el estilo de Mario Berríos. Pero hay algo que es a toda vista indiscutible, este escritor olanchitense se está quedando –avanzando en puntillas– con la herencia narrativa de su coterráneo Ramón Amaya Amador. Recordemos que hay dos características distinguidas en la narrativa de Amaya, por un lado es prolífica y por otro tiene la facultad de llevar lo cotidiano a las dimensiones literarias de largo aliento.
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Cenizas de una conspiración
No sé quien dijo una vez “lo mitos son aquellas mentiras que nos agradan”… y vaya que es una frase acertada. En la mayoría de los casos los mitos, sobre todo los históricos, acaparan la atención de los espectadores cándidos cuando se trata de hazañas y proezas. Bastaría hurgar la historia de cada nación para darnos cuenta que los mitos son los verdaderos condimentos del alma nacional… por ejemplo, durante décadas y ante la falta de documentos creíbles, los hondureños hemos creído con fervor que la famosa estatua de Morazán – erguida en la plaza del mismo nombre en el centro de Tegucigalpa – es el homenaje escultórico más venerable que el país consagró a la figura del paladín. Sin embargo y debido a que el tema alcanzó trascendencia continental cuando Eduardo Galeano se atrevió a desmentir la autenticidad de la estatua en su famoso libro “Las venas abiertas de América Latina” (error ceremonial que posteriormente cometió García Márquez cuando citó a Galeano en su famoso discurso de Estocolmo)… se tuvo que recurrir a una investigación exhaustiva para demostrar que efectivamente el ilustre Ramón Rosa (1876 – 1883) fue el encargado de suscribir el contrato mediante el cual el escultor francés Leopoldo Morice se comprometía a realizar la polémica estatua incluyendo las Cuatro Estaciones en mármol blanco que durante mucho tiempo decoraron la Plaza Morazán de Tegucigalpa.
En el mito de Lempira la cosa no va más lejos, cuando Mario Felipe Martínez – doctor en Historia – se atrevió a publicar toda la verdad sobre Lempira, casi le caen las avispas. Resulta que en su más consumada investigación, el doctor Martínez ponía en tela de juicio la existencia real de un indígena llamado Lempira y en consecuencia todo el episodio del indio intrépido cayendo sobre los peñoles del Congolón venía en convertirse en una leyenda bien tejida a lo largo del tiempo. Faltaría una investigación ulterior para que Martínez diera con el dato esclarecedor y fue una investigadora canadiense la encargada de dar con el eslabón perdido. Entonces Martínez redactó la versión final en la cual dejó claramente establecido que efectivamente sí existió el famoso Elempira, pero que en contraste con la leyenda oficial, el aguerrido aborigen murió en un combate cuerpo a cuerpo con Rodrigo Ruiz en los páramos de Comayagua. En fin… los mitos se extienden hacia todos los horizontes históricos y abarcan la autenticidad de las piezas arqueológicas mayenses, los museos militares y los legajos de las hemerotecas. Sin embargo uno de los mitos más inverosímiles acaba de dar motivo a la publicación de un libro que se titula “Cenizas de una conspiración”. Mario Berrios, con su turbulento estilo periodístico acaba de dar a la luz una controvertida novela narrada en primera dimensión, se trata de la increíble y triste historia de las cenizas que hoy se exhiben en la biblioteca universitaria y que su según los apologistas corresponden a los restos mortales de Ramón Amaya Amador.
Sin embargo, el aporte estilístico más llamativo es que Berríos pone en boca de un personaje meta ficticio, la faena narrativa de una historia que viene a ser la “verdadera historia de la izquierda hondureña”. Uno lee el libro con una inquietud vacilante y no termina de comprender sin en verdad la narración es un truco de mesa o un testimonio fidedigno de un personaje asfixiado por los recuerdos y los secretos. En definitiva, aun no tenemos las herramientas de análisis correctas para decretar el estilo de Mario Berríos. Pero hay algo que es a toda vista indiscutible, este escritor olanchitense se está quedando –avanzando en puntillas– con la herencia narrativa de su coterráneo Ramón Amaya Amador. Recordemos que hay dos características distinguidas en la narrativa de Amaya, por un lado es prolífica y por otro tiene la facultad de llevar lo cotidiano a las dimensiones literarias de largo aliento.

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BN ID: 2940148116417
Publisher: Mario Berrios
Publication date: 02/09/2014
Sold by: Barnes & Noble
Format: eBook
File size: 261 KB
Language: Spanish
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