Carmen Sandiego 1 - ¿Quién es Carmen Sandiego?

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Overview

SI CREES CONOCERLA, TE EQUIVOCAS.

En esta emocionante aventura, basada en la serie animada de Netflix, Carmen cuenta por primera vez su propia historia, fascinante y llena de acción.

El mundo entero lleva años preguntándose quién es Carmen Sandiego: ¿una criminal infame o una ladrona escurridiza vestida de rojo?

Astuta y especializada en misiones imposibles, Carmen va siempre un paso por delante de sus eternos perseguidores, la agencia de detectives ACME y la Interpol. En esta emocionante aventura, la dama de la gabardina y el sombrero carmesí descubrirá, al fin, sus trepidantes orígenes.

LA IDENTIDAD DE LA MISTERIOSA LADRONA... ¡AL DESCUBIERTO!


Product Details

ISBN-13: 9788427217898
Publisher: MOLINO
Publication date: 03/14/2019
Series: Carmen Sandiego , #1
Sold by: PENGUIN RANDOM HOUSE GRUPO EDITORIAL
Format: eBook
Pages: 208
File size: 770 KB
Age Range: 7 Years
Language: Spanish

Read an Excerpt

CAPÍTULO UNO

ESTABA ANOCHECIENDO EN LA CIUDAD HISTÓRICA de Poitiers, Francia. Las catedrales medievales resplandecían con la dorada luz del crepúsculo mientras los residentes regresaban a su hogar por las calles empedradas.
     Sin embargo, uno de los residentes de Poitiers no tenía intenciones de regresar a su casa esa noche.
     Dentro de un elegante auto negro estacionado en la plaza de la ciudad, el inspector Chase Devineaux asió el volante con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos.
     Durante los dos días anteriores, desde que se rumoreaba que la tristemente famosa ladrona trotamundos conocida como Carmen Sandiego había llegado a la ciudad, ese agente de Interpol de Francia había dedicado cada minuto de vigilia a organizar su captura. Todos estaban detrás de Carmen Sandiego, y ella había logrado evadir a las oficinas y los agentes de todo el mundo. Chase no había dormido y apenas había comido porque sabía que esa podía ser su única posibilidad de arrestarla. Por fin la superladrona estaba en su jurisdicción, y él no desperdiciaría esa oportunidad. La atraparé aunque sea la última cosa que haga, pensó.
     Miró a Julia Argent, que estaba a su lado en el asiento de pasajeros, desplazando atentamente la pantalla de su tableta en busca de datos. Era una agente recién reclutada; tenía una melena muy corta, de cabello negro lacio y brillante, y llevaba lentes redondos que le agrandaban aún más los enormes ojos marrones. Era mitad china y mitad inglesa, y tenía facilidad para cuestiones como idiomas e historia. Pero en lo que realmente se destacaba era en resolver problemas usando la lógica. Chase ya había empezado a advertir, en los pocos días que llevaba trabajando con ella, que lo que a Julia le faltaba de experiencia lo compensaba con inteligencia. Y nunca lo admitiría, pero eso lo intimidaba.
     Julia se acomodó los lentes mientras miraba con atención la pantalla y deslizaba una serie de imágenes borrosas. Todas las imágenes mostraban a la misma mujer en distintos lugares exóticos del mundo. En una, estaba saliendo de un banco en Hong Kong. En otra, estaba abordando un tren en Noruega. En cada fotografía, la misteriosa mujer vestía la misma gabardina de color rojo vibrante que hacía juego con un fedora inclinado en ángulo perfecto en la cabeza. Pero el rostro siempre le quedaba oculto, como si supiera en qué momento exacto debía mirar hacia otro lado y esconder sus facciones.
     —¡Solo en las últimas semanas, esta Carmen Sandiego ha robado millones de un banco suizo, una lujosa galería de arte en El Cairo y un parque de diversiones en Shanghái! —exclamó Chase mientras sujetaba aun con más fuerza el volante.
     Julia asintió sin quitar los ojos de la información.
     —Todavía debemos hallar un patrón. ¿No le resulta extraño, señor, que ella aparezca en público antes de cometer un delito, como si quisiera anunciarlo? Como hoy aquí, en Poitiers, más temprano, cuando se la vio en una cafetería.
     Chase refunfuñó por lo bajo. Se había estado haciendo esa misma pregunta durante semanas. ¿Por qué un ladrón atraería la atención dejando pistas y usando colores tan intensos? ¿Robar era apenas un juego para Carmen Sandiego? ¡Atrápenme si pueden!
     Alejó sus pensamientos con un movimiento de la mano y dijo con firmeza:
     —Eso no importa. ¡Ella está en mi ciudad ahora, señorita Argent, y yo seré el que la capture!
     Julia se sobresaltó de pronto por la visión de una figura roja al otro lado de la calle, a la altura del auto. Se le detuvo la respiración. ¿Podía ser?
     Chase Devineaux continuó hablando, sin ver la silueta que estaba justo frente a él.
     —¡Usted es nueva en la fuerza, así que póngase cómoda, observe cómo trabajo y aprenda cómo se atrapa a un ladrón!
     Julia se enderezó de golpe señalando a la mujer.
     —¡Señor! ¡Ahí está!
     Molesto por la interrupción y sin ningún apuro, él siguió la dirección del dedo de Julia mientras suspiraba frustrado. Ahora los agentes nuevos son tan ansiosos, pensó.
     Y entonces vio el fedora rojo enfrente. Se le abrieron los ojos de par en par. ¡Era la mujer de rojo!
     —¡La mujer de rojo! —gritó. Carmen Sandiego disparó un arpeo hacia arriba y se elevó con elegancia hacia los techos. ¡Había estado justo frente a él y estaba escapando!

CARMEN SANDIEGO SE DETUVO SOBRE UN TECHO DE tejas anaranjadas para mirar hacia el horizonte de Poitiers y contemplar la increíble vista. A la distancia, podía ver las torres de la catedral de Saint-Pierre iluminadas por tenues rayos de sol. El largo cabello castaño le caía en ondas por debajo del fedora rojo. Inclinó el sombrero hacia arriba para despejarse los ojos y suspiró profundamente ante el espectáculo.
     Nunca se cansaba de los magníficos panoramas que descubría en cada uno de los interesantes lugares del mundo que visitaba. Incluso en ese momento, cuando sabía que el tiempo era esencial, no podía evitar detenerse un momento para apreciar la belleza de Francia.
     —Es mejor que dejes el turismo para después del trabajo —le dijo la voz de un adolescente en el oído.
     Carmen se tocó el aro, que servía también como aparato de comunicación, y sonrió con ironía.
     —Me alegra que puedas acompañarme, Jugador.
     —No me perdería una noche por el mundo contigo, Roja —le respondió él.
     El Jugador era su confidente y, se podría decir, su mejor amigo, aunque nunca se habían conocido cara a cara. Además, tenía habilidades de piratería informática tan excepcionales que superaban ampliamente sus años. Carmen se dio cuenta de que había llegado a depender del genio de la computación cuando estaba en el campo.
     —La parada siguiente de tu visita turística a Poitiers está a…  cincuenta yardas delante de ti —indicó el Jugador.
     Ella salió disparada como flecha por los techos y sus botas golpeteaban como castañuelas contra las tejas. Los escarpados tejados no representaban ninguna dificultad para ella mientras saltaba de un edificio a otro.
     Muy pronto llegó a su destino. Era el lujoso ático de una mansión vinícola francesa. Las vides colgaban a lo largo de los costados del edificio y alcanzaban una terraza donde Carmen divisó grandes puertas de vidrio. Pero no voy a entrar por la puerta, pensó con una leve sonrisa.
     Con un movimiento suave, dio el último salto hasta el techo del ático y escudriñó el área hasta que encontró lo que estaba buscando: un tragaluz. Vio que al costado tenía conectada una caja de alarma, así que se arrodilló y la examinó. Si trataba de abrir el tragaluz sin desactivar primero la alarma, toda la policía de Francia estaría tras ella en un instante.
     Sin vacilar, sacó un lápiz labial del bolsillo de su impermeable y giró la parte inferior. Pero no le interesaba maquillarse en el trabajo. Estaba mucho más interesada en el puerto de alta tecnología que se extendió del tubo de lápiz labial. Lo deslizó dentro del lateral de la caja de la alarma con un clic.
     —Cosmético y eléctrico —dijo con una sonrisa—. ¿Puedes abrirme esto, Jugador?
     —Sincronizando frecuencias…, descifrando códigos de seguridad… —murmuró él.
     Carmen podía oír que el Jugador tecleaba con rapidez desde el lugar donde vivía, en Ontario, Canadá. Aunque ella nunca había visto su terminal de piratería informática, no dudaba de que tuviera cantidad de monitores y computadoras de última generación—. ¡Ya está! Sistema de alarma desactivado.
     La luz de la caja de seguridad pasó de roja a verde, y Carmen deslizó y abrió la ventana del tragaluz. Demasiado fácil, pensó. Siempre era más divertido cuando podía poner a prueba sus habilidades.
     —Puede ser una trampa —le advirtió el Jugador.
     —Averigüémoslo.
     Carmen sacó un rezón de debajo de su gabardina. El interior de su elegante impermeable rojo estaba lleno de herramientas de toda forma y tamaño, siempre al alcance de la mano.
     Afirmó el rezón en el borde del tragaluz y comenzó a descender dentro de la mansión.
     Enseguida se encontró en lo que sería un paraíso para cualquier atracador. Estaba rodeada de armaduras ornamentadas, tapices de incalculable valor y finos jarrones de porcelana en las repisas. Llegó hasta el suelo y al pisarlo…
     ¡Clic!
     De pronto se abrió un panel en la pared y salieron disparadas innumerables saetas. Las agudas flechas de metal, rápidas y mortales, se dirigían directamente a ella. ¡No había tiempo que perder! Carmen arrebató un escudo de una armadura cercana y lo alzó para protegerse. Las flechas se enterraron en él con ruido sordo.
     Carmen hizo un gesto de disgusto al ver el escudo medieval acribillado por las flechas. Con una chispa de culpa por haber dañado una antigüedad tan valiosa, lo dejó a un lado y siguió su camino por la mansión.
     Cualquiera habría estado alterado después de sufrir un ataque con flechas, pero para Carmen Sandiego era solo un día más.
     Recorrió con la vista la amplia sala y detuvo la mirada en una biblioteca que ocupaba toda la pared, de arriba abajo.
     —¿No es aquí donde debería estar la bóveda? —preguntó mientras pasaba la mano por los estantes.
     —Según los planos, sí —coincidió el Jugador.
     Carmen golpeteó el estante con la mano y le devolvió un sonido hueco. Examinó rápidamente la pared, con la certeza de que en algún lado debía de estar la puerta. Levantó el brazo y tiró hacia abajo un candelabro de bronce que estaba en la pared. ¡Bingo! Sonrió cuando la biblioteca se abrió por completo y apareció una enorme puerta de metal.
     La puerta de la bóveda tenía una cerradura de seguridad con teclado electrónico, así que Carmen sacó otro dispositivo de dentro de su impermeable. Era el teclado suyo, pequeño pero elegante. Al presionar un botón, los números comenzaron a encenderse en la pantalla, uno tras otro, mientras el aparato buscaba la combinación que abriría la bóveda. Un momento después, quedó detenida en la pantalla una secuencia de números. Ábrete sésamo, pensó Carmen mientras la puerta se abría de par en par, y entró.
     La bóveda era una especie de cueva enorme. Las paredes estaban repletas de joyas y antigüedades relucientes. Debían de valer una fortuna. Sin embargo, el premio mayor descansaba en medio de la estancia, sobre un pedestal de vidrio. Carmen se acercó a él, con entusiasmo creciente.
     Justo delante de sus ojos había una famosa piedra preciosa azul del tamaño de una pelota de fútbol americano, conocida por los coleccionistas y los arqueólogos como el ojo de Visnú. Era un espectáculo digno de ver, que Carmen ya había disfrutado en otra ocasión, mucho tiempo atrás.
     Pero ese no era momento para rememorar el pasado. Se acercó rápidamente al ojo de Visnú estirando el brazo para tomarlo del pedestal. En ese preciso instante, le llamó la atención algo en un rincón de la estancia.
     —¡No puede ser! —murmuró.
     —¿Roja? ¿Qué sucede?
     Carmen tragó saliva, tratando de asimilar lo que estaba viendo.
     —Estoy admirando algo…, y creí que nunca jamás volvería a posar la vista en esto —le contestó al Jugador, con la voz ronca de emoción.
     —¿Algo más valioso que el ojo de Visnú? ¿La piedra preciosa grande como mi cabeza? —le preguntó él, sin comprender qué podría haberla distraído de su misión.
     Antes de que ella pudiera responderle, se oyeron fuertes golpes a la puerta del ático.
     —¡Interpol! ¡Abra la puerta!
     Carmen se dio vuelta. Se le dibujó una sonrisa en los labios. Era ese, exactamente, el tipo de desafío que le gustaba.

EL INSPECTOR CHASE DEVINEAUX SABÍA QUE SU OPORTUNIDAD para atrapar a Carmen Sandiego duraría muy poco.
     —¡Abra! ¡Interpol! —gritó otra vez y, azotando la puerta con todo el cuerpo, consiguió abrirla.
     Entró corriendo en la bóveda, justo a tiempo para ver a Carmen Sandiego, de rojo, balanceando una bandolera negra sobre el hombro, con un objeto redondo dentro. Las mejillas de Chase se encendieron de ira.
     —¡Deténgase! ¡Ladrona!
     Se abalanzó contra ella, pero Carmen había arrancado un tapiz medieval de la pared y lo estaba agitando como un torero español cuando se enfrenta a un toro. Se lo arrojó con habilidad para cubrirlo, y Chase quedó de pronto en completa oscuridad, tratando de quitárselo de encima. Al final, consiguió deshacerse del tapiz, entre balbuceos.
     —Inspector Chase Devineaux, ¿eh? —preguntó Carmen Sandiego con una sonrisa irónica.
     Él la miró atónito. ¿Cómo sabe mi nombre?, se preguntó. Se metió la mano en los bolsillos y resopló al encontrarlos vacíos.
     Carmen Sandiego le había quitado la placa y se la lanzó. Él se quedó boquiabierto. ¿Cómo hizo para conseguirla?
     —Chase…, a ver si es usted digno de su nombre, que significa perseguir —le dijo. Antes de que el inspector pudiera dar una respuesta, Carmen disparó el rezón hacia lo alto y desapareció a través del tragaluz.
     Chase dio una mirada a su alrededor. Pasando un grupo de ventanas grandes, pudo ver una escalera de emergencia; ¡tenía que conducir al techo! Abrió la ventana de un empujón, subió a las apuradas por la escalera de emergencia y saltó al techo. Sentía cada segundo que pasaba mientras veía a Carmen Sandiego cruzando los tejados franceses hábil y velozmente.
     —¡Le ordené que se detuviera! —le gritó Chase luchando por seguirle el paso.
     Para su sorpresa, Carmen se detuvo. Se dio vuelta.
     —Pero no dijo por cuánto tiempo —se burló ella y, en un instante, salió a las disparadas otra vez.
     Siguieron corriendo por los tejados hasta que Chase vio que Carmen iba derecho al borde de un edificio alto, y ya no le quedaba por dónde correr ni adónde saltar. La tengo atrapada, pensó triunfante y empezó a imaginar la fama que le esperaba por ser el inspector que había capturado por fin a la atracadora más escurridiza del mundo.
     Carmen llegó al borde del techo y miró a Chase Devineaux. Él sonrió. Por fin era el momento. La tenía exactamente donde quería tenerla, y ella no tenía adónde ir. Pero, para su asombro, Carmen sencillamente lo saludó con la mano.
     —Au revoir, le dijo, y saltó del techo.
     Chase miraba incrédulo mientras un ala delta roja se desplegaba de la mochila que ella tenía en la espalda. Se elevó y sobrevoló las calles de Poitiers con gracia y facilidad.
     —¡No es posible! —exclamó él.
     Mientras veía cómo se escapaba, se dio cuenta, tarde, de que estaba parado demasiado cerca del borde del techo. De pronto, empezó a resbalársele un pie. Perdió el equilibrio y se precipitó a la calle.
     ¡CRASH!
     Cayó justo frente a su propio auto, que todavía estaba estacionado abajo. Con un gruñido, vio a través del resquebrajado parabrisas a una Julia Argent conmocionada, que lo contemplaba desde el asiento del pasajero.
     —¡Inspector! ¿Está bien?
     —¡No es nada! —Levantó la vista hacia donde Carmen Sandiego iba volando: un brillante destello rojo contra el cielo del crepúsculo.
     —¡Tengo que seguirla! ¡Ahora mismo!
     Abrió de golpe la puerta del auto, sin prestar atención al parabrisas resquebrajado. Julia se inclinó hacia adelante enfocando a la mujer que volaba por el cielo.
     —Tiene que aterrizar en algún momento… —pensó en voz alta.
     Chase lo comprendió de golpe:
     —¡Va a la estación de tren! Señorita Argent, vaya a la escena del crimen y averigüe qué se robó. ¡Yo la atraparé antes de que escape!
     Julia se bajó del auto y Chase apretó el acelerador.
     El auto chirriaba por las angostas calles de Poitiers. Mientras se acercaba a la estación de tren, Chase divisó a Carmen Sandiego planeando hasta aterrizar elegantemente y desaparecer detrás del edificio de la estación. Muy a su pesar, no pudo evitar admirar, apenas por un instante, la gracia con que actuaba esa misteriosa mujer.
     Con el pie todavía firme en el acelerador, Chase aumentó la velocidad por el costado de la estación y llegó justo a tiempo para ver alejarse el tren. Giró y, con un movimiento del volante, el auto se ubicó a los sacudones junto a las vías.
     —¡No voy a permitir que se fugue!

CARMEN CAMINÓ POR EL VAGÓN HASTA QUE ENCONTRÓ su compartimento, entró y cerró la puerta.
     Con increíble rapidez, se cambió la gabardina roja y el fedora por un jean y una sudadera roja con capucha. Era una destreza que había aprendido hacía mucho tiempo en una inusual clase de una incluso más inusual escuela, y que resultaba útil en momentos como ese. Los escapes tienen más éxito si uno se mezcla con la multitud, pensó. Los asientos aterciopelados del vagón y el paisaje francés que se veía por la ventanilla eran agradables.
     —¿Primera clase? ¡Qué bien! —Con una sonrisa, se sentó.
     —Te lo has ganado —respondió el Jugador. Ella no se lo podía discutir. Ciertamente, el trabajo había sido un éxito.
     Tomó la bandolera negra. Se sentía el peso del objeto robado.
     Desde el otro lado del mundo, el Jugador estaba empezando a preguntarse si Carmen había robado el ojo de Visnú o si lo que llevaba en la bandolera era, en realidad, lo que había captado su atención en la mansión vinícola. No dijo nada, sabiendo que pronto descubriría la respuesta. Carmen Sandiego siempre tenía sus razones para hacer las cosas que hacía.
     Se abrió la puerta del compartimento y, antes de que Carmen pudiera decirle al intruso que se había equivocado de vagón, se encontró cara a cara con alguien que no había visto desde hacía mucho.
     —Hola, Gray —le dijo al joven que se aproximaba.
     Era extremadamente alto y delgado, aunque atractivo, con cabello castaño desordenado y hombros anchos. Hablaba con marcado acento australiano.
     —Bueno, bueno… —dijo Gray mientras cerraba la puerta del compartimento—. ¿No es como un fantasma del pasado esto?
     —¿Un fantasma del pasado? ¿Es alguien…? —Antes de que el Jugador pudiera terminar su pregunta, Gray sacó una varilla metálica que parecía ser, sin dudas, de tecnología de punta y presionó un botón del costado. Una descarga eléctrica atravesó el compartimento. Carmen arqueó una ceja mientras miraba a Gray.
     —Eso fue un PEM direccional —dijo Gray—. Inutilicé todos tus dispositivos electrónicos. Tu teléfono y cualquier otro aparato de comunicación que tengas están ahora fuera de servicio, así que olvídate de llamar a un amigo para pedirle ayuda.
     Carmen esperaba que el Jugador no estuviera preocupado.
     —Sé lo que hace un pulso electromagnético, Gray. Yo también asistí a la clase de Bellum, ¿recuerdas?
     Carmen se acomodó en el asiento del tren. Hizo un gesto despreocupado en dirección a la bandolera negra que estaba a su lado mientras decía:
     —No pensaste que robaría esto sin verificar primero si tenía un dispositivo de rastreo, ¿verdad? —Gray le fijó la mirada sin poder ocultar su sorpresa. Carmen reprimió la risa—. Perfecto. Yo quería que me encontraras. Consideraba que era tiempo de que atáramos algunos cabos sueltos.
     Gray, enojado, se sentó frente a ella.
     —Eras el único cabo suelto… hasta hace cinco segundos, cuando capturé a la gran Carmen Sandiego. —Se inclinó hacia adelante—. ¿O debo llamarte… Oveja Negra?
     Oveja Negra. Ese era un nombre que ella no oía hacía mucho.
     —¿Recuerdas cuándo nos conocimos? —le preguntó Carmen.
     —Sería difícil olvidarse —respondió él—. Fue el día en que empezamos a estudiar en la Academia VILE. Ya no estamos en la isla. Ya no tenemos que obedecer las reglas de VILE, así que ya no es necesario que mantengamos en secreto nuestro pasado. —Se inclinó de nuevo—. Cuéntame tu historia.
     —Supongo que no hay inconveniente en hablar de eso ahora —dijo Carmen después de un momento—. ¿Por qué no? Tenemos un largo viaje en tren por delante.
     Ella nunca antes había contado su historia. Quizás era hora de reconciliarse con su pasado…, con lo que sabía de él.

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