Antología: Obras de teatro

José Joaquín Fernández de Lizardi es el autor de El Periquillo Sarniento (1816), la que se considera, en rigor, la primera novela hispanoamericana. Sin embargo, también se acercó al teatro, ya sea para hacer crítica o escribiendo obras donde asume los principios neoclasicistas, previsibles en un ilustrado convencido.
La presente Antología de José Joaquín Fernández de Lizardi contiene las siguientes obras de teatro:

  • El grito de libertad en el pueblo de Dolores
  • Unipersonal del arcabuceado
  • La tragedia del padre Arenas

El grito de libertad en el pueblo de Dolores es una breve pieza de teatro escrita con un estilo exaltado y casi panfletario. José Joaquín Fernández de Lizardi hace una crónica de la historia mexicana de su tiempo. Se trata, tal vez, de un panfleto culterano, que de algún modo recuerda a Bertolt Brecht.
La trama presenta la precaria situación en la que se encuentra México bajo el yugo español, con el corazón acongojado por la miseria y la ignorancia. El personaje principal, el cura Hidalgo, no para de alentar a sus feligreses para que hagan valer sus derechos y derrotar la tiranía.
El «Grito de Dolores» es considerado el acto o discurso con que dio inicio la guerra de Independencia de México.
El 26 de octubre de 1822 Lizardi dio a conocer el Unipersonal del Arcabuceado. Se trata de una obra teatral «ejemplar», apartada de las urgentes consideraciones políticas, esta pieza teatral condena el sistema judicial que permitía a los criminales reincidir en sus delitos.
Poco antes de morir, Fernández de Lizardi, escribió la obra La tragedia del padre Arenas. ​Una crónica de la historia mexicana de su tiempo donde relata la historia de Joaquín Arenas, un religioso castellano acusado de conspirar para la restitución del México independiente a los dominios del rey Fernando VII y condenado por ello a muerte.

1109424557
Antología: Obras de teatro

José Joaquín Fernández de Lizardi es el autor de El Periquillo Sarniento (1816), la que se considera, en rigor, la primera novela hispanoamericana. Sin embargo, también se acercó al teatro, ya sea para hacer crítica o escribiendo obras donde asume los principios neoclasicistas, previsibles en un ilustrado convencido.
La presente Antología de José Joaquín Fernández de Lizardi contiene las siguientes obras de teatro:

  • El grito de libertad en el pueblo de Dolores
  • Unipersonal del arcabuceado
  • La tragedia del padre Arenas

El grito de libertad en el pueblo de Dolores es una breve pieza de teatro escrita con un estilo exaltado y casi panfletario. José Joaquín Fernández de Lizardi hace una crónica de la historia mexicana de su tiempo. Se trata, tal vez, de un panfleto culterano, que de algún modo recuerda a Bertolt Brecht.
La trama presenta la precaria situación en la que se encuentra México bajo el yugo español, con el corazón acongojado por la miseria y la ignorancia. El personaje principal, el cura Hidalgo, no para de alentar a sus feligreses para que hagan valer sus derechos y derrotar la tiranía.
El «Grito de Dolores» es considerado el acto o discurso con que dio inicio la guerra de Independencia de México.
El 26 de octubre de 1822 Lizardi dio a conocer el Unipersonal del Arcabuceado. Se trata de una obra teatral «ejemplar», apartada de las urgentes consideraciones políticas, esta pieza teatral condena el sistema judicial que permitía a los criminales reincidir en sus delitos.
Poco antes de morir, Fernández de Lizardi, escribió la obra La tragedia del padre Arenas. ​Una crónica de la historia mexicana de su tiempo donde relata la historia de Joaquín Arenas, un religioso castellano acusado de conspirar para la restitución del México independiente a los dominios del rey Fernando VII y condenado por ello a muerte.

3.99 In Stock
Antología: Obras de teatro

Antología: Obras de teatro

by José Joaquín Fernández de Lizardi
Antología: Obras de teatro

Antología: Obras de teatro

by José Joaquín Fernández de Lizardi

eBook

$3.99 

Available on Compatible NOOK devices, the free NOOK App and in My Digital Library.
WANT A NOOK?  Explore Now

Related collections and offers

LEND ME® See Details

Overview

José Joaquín Fernández de Lizardi es el autor de El Periquillo Sarniento (1816), la que se considera, en rigor, la primera novela hispanoamericana. Sin embargo, también se acercó al teatro, ya sea para hacer crítica o escribiendo obras donde asume los principios neoclasicistas, previsibles en un ilustrado convencido.
La presente Antología de José Joaquín Fernández de Lizardi contiene las siguientes obras de teatro:

  • El grito de libertad en el pueblo de Dolores
  • Unipersonal del arcabuceado
  • La tragedia del padre Arenas

El grito de libertad en el pueblo de Dolores es una breve pieza de teatro escrita con un estilo exaltado y casi panfletario. José Joaquín Fernández de Lizardi hace una crónica de la historia mexicana de su tiempo. Se trata, tal vez, de un panfleto culterano, que de algún modo recuerda a Bertolt Brecht.
La trama presenta la precaria situación en la que se encuentra México bajo el yugo español, con el corazón acongojado por la miseria y la ignorancia. El personaje principal, el cura Hidalgo, no para de alentar a sus feligreses para que hagan valer sus derechos y derrotar la tiranía.
El «Grito de Dolores» es considerado el acto o discurso con que dio inicio la guerra de Independencia de México.
El 26 de octubre de 1822 Lizardi dio a conocer el Unipersonal del Arcabuceado. Se trata de una obra teatral «ejemplar», apartada de las urgentes consideraciones políticas, esta pieza teatral condena el sistema judicial que permitía a los criminales reincidir en sus delitos.
Poco antes de morir, Fernández de Lizardi, escribió la obra La tragedia del padre Arenas. ​Una crónica de la historia mexicana de su tiempo donde relata la historia de Joaquín Arenas, un religioso castellano acusado de conspirar para la restitución del México independiente a los dominios del rey Fernando VII y condenado por ello a muerte.


Product Details

ISBN-13: 9788498978575
Publisher: Linkgua
Publication date: 05/01/2013
Series: Historia , #144
Sold by: Bookwire
Format: eBook
Pages: 84
File size: 820 KB
Language: Spanish

About the Author

José Joaquín Fernández de Lizardi (1776-1827). México. Hijo de Manuel Fernández de Lizardi y Bárbara Gutiérrez. Nació en la Ciudad de México. En 1793 ingresó en el Colegio de San Ildefonso, fue bachiller y luego estudió teología, aunque interrumpió sus estudios tras la muerte de su padre. Hacia 1805 escribió en el periódico el Diario de México. En 1812, tras las reformas promulgadas por la Constitución de Cádiz, Fernández de Lizardi fundó el periódico El Pensador Mexicano, nombre que usó como seudónimo. Entre 1815 y 1816, publicó dos nuevos periódicos: Alacena de frioleras y el Cajoncito de la alacena. En mayo de 1820, se restableció en México el gobierno constitucional y, con la libertad de imprenta, fueron abolidas la Inquisición y la Junta de Censura. Entonces Fernández de Lizardi fundó el periódico El conductor eléctrico, a favor de los ideales constitucionales; y apenas unos años después, en 1823, editó otro periódico, El hermano del Perico. Su último proyecto periodístico fue el Correo Semanario de México. Murió de tuberculosis en 1827 y fue enterrado en el cementerio de la iglesia de San Lázaro.

Read an Excerpt

Antología


By José Joaquín Fernández Lizardi

Red Ediciones

Copyright © 2015 Red Ediciones S.L.
All rights reserved.
ISBN: 978-84-9897-857-5



CHAPTER 1

ACTO I


El Acto I se representa en una sala grande y decente del cura Hidalgo, con el adorno común. Hidalgo, Abasolo y Aldama.

Hidalgo Mucho tiempo hace, amigos míos, que lloro en el silencio la suerte desgraciada de nuestra patria. Oprimida trescientos años ha por el duro gobierno español, poseídas las benéficas órdenes que tal cual monarca ha dictado a su favor, solo hemos experimentado desprecios y maltrato general de los mandarines que envían a gobernarnos. Los empleos honoríficos y pingües son exclusivos para los españoles: el ser americano es un impedimento para obtenerlos. La contraseña de los pretendientes españoles es bien sabida; don Fulano de tal, dicen en sus solicitudes, natural de los reinos de Castilla y compañía: de esta manera hechos dueños del gobierno, se han hecho dueños del comercio, de las haciendas de labor, de las minas y de nuestras fortunas, dejándonos únicamente el trabajo material para comer, porque ni los auxilios que proporciona la industria se nos permite. Yo mismo he querido fomentar en este pobre pueblo el cultivo de las viñas.

Sí, yo he plantado algunas por mi mano, y no se ha permitido fabricar vinos porque se expendan los que nos traen de España. De este modo, habiendo nacido entre la riqueza y la abundancia, nos hallamos herederos de una subsistencia muy precaria, precursora infalible de la mayor miseria.

Si tal es la suerte de los criollos, esto es de los hijos del país que descienden de padres españoles, ¿cuál será la que sufren los infelices indios? Por fin, de aquéllos uno que otro obtiene algún empleo, aunque no de la primera jerarquía, y no faltan algunos descendientes de los conquistadores que poseen ricos mayorazgos; pero, ¡los indios!, los indios, los hijos naturales de este país, los descendientes de sus legítimos señores, yacen simados en la estupidez y la miseria. Trescientos años hace que pintó su vida miserable el señor Casas, y en tanto tiempo no han avanzado un paso a su favor. Siempre educados en la superstición y la ignorancia, y seguidos del abatimiento y la desdicha, ni tienen talento para conocer sus derechos usurpados, ni valor para poderlos reclamar.

Ellos, los infelices, son los que más han sufrido el rigor español en todos tiempos; y no solo de los españoles, sino de los criollos o de los hijos de ambas naciones. Si el gobierno español los abruma con tributos, los demás los oprimen con toda clase de gabelas y con un trato duro, altivo, inflexible. Los párrocos, que por su instituto debían ser los que les ministrasen el pasto espiritual con dulzura, con caridad y con desinterés, son, con excepción de pocos, los que les venden los sacramentos a un precio muy caro y muy prohibido. Los indios y las indias han de ser unos esclavos de los curas, los han de servir y los han de mantener, y si no los azotes y las bofetadas andan listos.

Mi corazón jamás ha podido soportar estas crueldades, ni el orgullo español ni la postergación de nuestro mérito por la colocación del paisanaje.

Por otra parte, siempre he advertido con dolor que separada la América de España por un inmenso océano, la naturaleza le avisa que ha sido criada independiente de la Europa. La vasta extensión de su terreno, cuyos límites no se conocen todavía, le han granjeado con razón el epíteto de Nuevo Mundo; pero un mundo lleno de riquezas y abundancia. Sí, la América no necesita nada de lo más precioso que producen las tres partes del globo; en sí misma lo tiene todo sobradamente. Las perlas y diamantes, el oro y platas, el fierro y el azogue, el algodón, la azúcar, el café, el cacao, la vainilla ... en fin, todos los frutos que produce la Europa los tenemos fin, todos los frutos que produce la Europa los tenemos con otros más preciosos, exclusivos solo de nuestros climas, como la grana, quina y otros muchos.

Ni los talentos faltan a los americanos para elevar la industria a la perfección, que las naciones extranjeras. La ambición e ignorancia de la España, contentándose con extraer nuestro oro, y nuestra plata, para derramarla en las demás potencias, se ha desentendido de las verdaderas riquezas de este suelo, y ha educado a sus hijos en los vicios, en la ociosidad y en la apatía; porque no solo no ha premiado los talentos americanos, sino que los ha procurado sofocar en cuanto ha estado de su parte.

Ésta es la causa de ese encogimiento, de esa pusilanimidad de los criollos, que parece que no saben ni hablar. Yo me lamento, amigos, yo suspiro a mis solas por nuestra triste esclavitud: conozco que ya no es tiempo de sufrirla: la América debe ser libre para que sea feliz: las circunstancias todas le convidan a romper los ominosos lazos conque la aprisiona su metrópoli: los acaecimientos de Bayona le proporcionaron una ocasión muy ventajosa; pero no supo aprovecharlos. No se encuentra entre nosotros un Washington que arrostre los peligros y haga la libertad de su nación.

Iturrigaray, ese virrey prudente que sabía conciliar la fidelidad al rey con nuestros intereses, ya estaba resuelto a crear una junta que sin reconocer a la de Sevilla, convocase a las Cortes del reino. Tal paso hubiera sido muy avanzado a nuestra independencia; pero una facción de oidores y acaudalados destruyeron sus planes una noche. ¡Pluguiese a Dios que se borrase su memoria en la cronología de nuestros tiempos!

Os acordáis, amigos: ahora dos años, el de 808, una turba de forajidos y tunantes se lanzaron al real palacio, sorprendieron a Iturrigaray, atropellaron a su esposa, lo arrastraron a la Inquisición con ignominia para hacer creer al pueblo que era hereje, y no contentos con reer al pueblo que era hereje, y no contentos con tantas tropelías, insultaron al pacífico pueblo mexicano, atribuyéndole por rotulones públicos una traición de que solo fueran capaces los Batallares y Aguirres, los Yermos y Lozanos y otros tales.

Desde entonces las cosas van de mal en peor. Estamos amenazados por los franceses orgullosos con sus victorias, y la nación yace abismada entre el temor y la más justa desconfianza. Yo, a pesar de mi edad, de mis enfermedades y mi estado, he resuelto libertar a mi patria o sacrificar la vida en la demanda.

Todos los planes están bien combinados; lo sabéis, y si os he hecho esta prolija relación, ha sido por recordaros vuestros derechos y los peligros de la patria. ¿Qué me decís?, ¿os halláis con la misma resolución que siempre para acompañarme en esta empresa?

Aldama Yo, señor cura, antes de decidirme titubeo; pero una vez decidido no retrocedo de mi resolución.

Abasolo Y yo lo mismo. Os ayudaremos impertérritos en la gloriosa empresa, y moriremos si necesario fuere, pues morir por la patria es inmortalizarse.

Hidalgo Amigos míos: no esperaba otra respuesta de vuestro honor y vuestro patriotismo. La causa que vamos a defender es la más justa, el Dios de las batallas esforzará vuestros valientes brazos y os conducirá a la victoria, así como ...

Aldama Señor, parece que a la puerta llega gente.

Hidalgo (Adentro.) Sale Anselmo viejo, sosteniéndose en el brazo de su nieto Jacinto, joven labrador.

Anselmo Señor cura, muy buenos días dé Dios a su merced.

Hidalgo Así se los dé Dios, tata Anselmo. ¿Qué anda usted hacien

Anselmo He recibido un recado de su merced, y vine a saber qué es lo que me manda.

Hidalgo Es verdad que lo mandé llamar. Espérese un poco.

Anselmo Sí, señor.

Hidalgo Siéntese usted. Vaya, en aquesta silla estará cómodo.

Anselmo Dios se lo pague, señor cura: ya los años me agobian, y no puedo salir a la calle sino teniéndome de este muchacho.

(Entra precipitada y llorando Inés, vestida de negro, con una joven y tres muchachillos pobremente vestidos.)

Inés Señor cura, soy la mujer más infeliz del mundo; pero lo seré mucho más si no hallo amparo en su presencia ...

Hidalgo Vamos, doña Inés, usted serénese y cuénteme sus cuitas.

Inés ¡Ay, señor cura!, mi pena es la mayor irremediable ... Ha muerto mi marido ...

Hidalgo ¿Qué, don Carlos murió?

Inés A media noche acabó de expirar ... ¡Ay infelice!, esta pobre doncella ... mis tres hijos ...

Hidalgo Serénese, señora, en este instante solamente la religión nos presta los consuelos necesarios. Advierta usted que todos los hombres nacemos sujetos a la muerte; que este tributo es forzoso pagarlo a la naturaleza, que la vida no es la cosa más grata, sino una cadena no interrumpida de pobrezas, enfermedades y miserias, de cuya carga insoportable nos liberta la muerte a un solo golpe. Su marido de usted era ya anciano, su enfermedad era crónica y demasiado dolorosa: él vivía en un tormento continuado, y con sus ayes afligía sin cesar el corazón de usted. Ha muerto; pero ya su cuerpo dejó de padecer y su espíritu descansa en su creador; ¿qué más consuelo puede usted apetecer? ¿Lo amaba usted con ternura?, pues consuélese también con la esperanza de que en el último día de los tiempos lo volverá usted a ver para no perderlo jamás.

Inés ¡Ay, señor cura!, esos consuelos son muy buenos; pero yo no tengo ni con qué pagarle a usted los derechos del entierro. Con su larga enfermedad he vendido mis animalitos; ni qué vender ni qué empeñar ...

Hidalgo Basta, doña Inés; ya sé el estado de pobreza a que se halla usted reducida. La compadezco y procuraré aliviarla en cuanto pueda. Dé usted un recado de mi parte al padre vicario, para que esta tarde le dé sepultura al cadáver, diciéndole que se entienda conmigo, que ya usted me satisfizo los derechos. Prosiga usted cuidando de la educación de estos niños, que ya veremos cómo se hacen útiles, y por ahora llévese ese socorrillo para que coman unos días.

(Le da unos pesos.)

Inés (Llorando.) Señor cura, usted es nuestro padre, nuestro benefActor ... Queridos míos: besad la mano a vuestro nuevo padre.

(Aquí arrodilla a sus hijos a los pies de Hidalgo: ellos le abrazan por las rodillas, la doncella con el pañuelo a los ojos le besa una mano; el cura los levanta y acaricia.)

Sí, besad esa mano liberal que derrama los consuelos en el seno de una familia desgraciada.

Hidalgo Basta, señora; basta, hijitos: levantaos. ¡Pobrecillos!, las inocentes lágrimas que lloran, son hijas de la más pura gratitud.

La joven ¡Ay padre!, yo no sé cómo dar a usted las gracias por la caridad que ha usado con nosotras.

Hidalgo Hija mía: nada he hecho que no debiera hacer en este caso, ni nada tenéis que agradecerme. Ahora se necesita ...

(Entra Casilda con su hija Rosa.)

Casilda Ave María Purísima. Muy buenos días dé Dios a su merced.

Hidalgo Téngalos usted muy buenos, tía Casilda; ¿cómo va?

Casilda Pasando, señor cura, pasando con estas piernas tan hinchadas que no puedo dar paso, que a no ser por el recado que recibí esta mañana de su merced para que viniera, no me hubiera levantado de la cama.

Hidalgo ¡Válgame Dios!, pues ¿qué estaba usted en cama?

Casilda Sí, señor cura: esta hidropesía y esta tos (tose) ya me van llevando a la sepultura.

Hidalgo No sabía yo la gravedad de usted, que a saberla, la hubiera ido a ver para excusarle esta incomodidad.

Casilda ¡Ay!, no lo permita Dios, señor cura; ¿cómo era eso capaz?

Hidalgo Vamos, siéntese usted, descanse.

Casilda Sea por amor de Dios.

(Siéntala junto al viejo.)

Hidalgo Pues he llamado a ustedes dos para esto. Jacinto me ha dicho que se quiere casar con Rosita ...

Los dos viejos No lo permita Dios: ni por pienso, ni por pienso.

Hidalgo (A sus amigos.) Es menester tolerarles a estos pobres sus necedades.

Aldama Solamente la paciencia de usted ...

Hidalgo No tengo mucha; pero si el pastor no sobrelleva a sus ovejas, ¿cómo las sufrirán los de la calle? Vaya, déjense de regañar a los muchachos. Usted tío Anselmo, dígame, ¿por qué no quiere que se case Jacinto con Rosita?

(Mientras el cura habla con los capitanes, los viejos están regañando a sus hijos.)

Anselmo Ni con Rosita, ni con nana Rosa, ni con mujer ninguna se ha de casar Jacinto, mientras viva.

Hidalgo ¿Pero por qué razón?, la muchacha no lo desmerece; yo sé que es muy mujercita y muy honrada.

Anselmo Ella será una santa, señor cura, pero yo no quiero que se case Jacinto con ella.

Casilda Ni yo quiero que se case Rosa con él; ¿qué, yo le ruego, o he mandado padres descalzos a que le pidan a su hijo? Había de ser mejor.

Anselmo Mejor o peor, él no se ha de casar con ella.

Casilda No, ni ella con él.

Hidalgo Eso ya es perderme el respeto. Cada uno de ustedes ha de hablar conmigo y nada más.

Casilda Sí, señor cura, usted me dispense; pero como señor Anselmo trata de despreciar a mi hija: si yo hubiera querido, días hace que se hubiera casado y muy bien.

Abasolo ¿Con quién, tía Casilda?

Casilda Con el sacristán de la parroquia. (Ríense todos.) No, no se rían ustedes. Pregúntenselo a él que no me dejará mentir.

Hidalgo Pues ahora yo le suplico que nos deje hablar. Vaya, tío Anselmo, ¿por qué no quiere usted que se case Jacinto?

Anselmo Porque no tiene la edad suficiente.

Hidalgo Eso no le hace, la ley lo puede habilitar dando usted su licencia.

Anselmo Pero, señor cura, no conviene.

Hidalgo ¿Por qué? ¿Sabe usted que tenga algún impedimento?

Anselmo No, señor.

Hidalgo Pues entonces es capricho de usted.

Anselmo No, señor, no es capricho, sino muchísima razón. Oiga usted; yo soy un pobre viejo, tengo ochenta y siete años, para servir a usted; estoy muy enfermo y ya no puedo trabajar. Mi mujer es otra pobre vieja, que está tullida en una cama. No tenemos quién nos socorra sino este muchacho, que es nuestro nieto, y apenas gana para que medio comamos. Si se casa, es fuerza que primero atienda a su mujer, y entonces también será fuerza que nos muramos de hambre. Nos moriremos, y entonces que se case con quien quisiere.

Hidalgo ¡Válgate Dios, y a lo que obliga la miseria! Y usted tía Casilda, ¿por qué no quiere que se case Rosita?

Casilda Porque no, señor, porque no.

Hidalgo Ésa no es razón: dígame usted la verdad como el tío Anselmo.

Casilda Pues, señor, no quiero porque Jacinto apenas gana con qué mantenerse con sus padres: si se casa, se aumenta la familia y es de esperar que mi hija ande en cueros y muerta de esperar que mi hija ande en cueros y muerta de hambre, y para eso, mejor está en su casa.

(El cura a Aldama y Abasolo.)

Hidalgo Vean ustedes uno de los mayores perjuicios que la pobreza trae a la sociedad; la falta de la población. Estos jóvenes se aman, y sus padres embarazan su enlace únicamente porque es pobre Jacinto. ¿No es esto?

(A los viejos.)

Los viejos Sí, señor, por eso.

Hidalgo Y si yo encontrase un arbitrio para que Jacinto pudiera mantener a su mujer, sin faltar a socorrer a sus padres, ¿lo dejará usted casar, tío Anselmo?

Anselmo ¡Oh, señor! entonces, ¿por qué se lo había de estorbar?

Hidalgo Lo mismo digo a usted señora: si yo salgo por fiador de Jacinto, de que siempre tratará bien a su niña y que no le faltará nada, según su clase, ¿consentirá usted en sus bodas?

Casilda De mil amores, señor cura, de mil amores. ¿Yo qué puedo querer sino darle gusto a la muchacha? Ella ya es grandecita, y el cuerpo le pide matrimonio. Sobre que a todos nos gusta casarnos. Yo también me casé, y con mi viejecito cuento cinco maridos, con bien lo diga.

Hidalgo Adiós, pues, todo está hecho. Voy a poner a Jacinto que administre mi fábrica de loza, y a Rosita la enseñaremos a criar los gusanos y que saque su seda, con cuyos auxilios no les faltará lo preciso.

Los jóvenes Señor, ¿con qué pagaremos tan grandes beneficios?

Hidalgo Con quererse mucho, con trabajar y con no olvidar a sus de socorrerlos, para que os colme Dios de bendiciones.

Anselmo La mía te alcance, hijo Jacinto.

(Bendícelo.)

Casilda Y las mías a los dos, aunque mala y pecadora.

(Bendice a los dos a dos manos.)

Inés Repito mis agradecimientos, señor cura, y con el permiso de usted me retiro; me he dilatado por saber lo que usted mandaba, pues cuando entró esa señora dijo a Tulitas, que era preciso no sé que cosa.

Hidalgo Ah, sí, le iba a decir que es preciso que esto no lo publiquen, pues no hay para qué.

Inés ¿Cómo no? ¿Cómo es posible que esté oculta tanta virtud? Cuando no se puede corresponder un beneficio, es un desahogo publicarlo.

Hidalgo Pues yo le encargo a usted que omita esos desahogos, pues cuando cumplo con los deberes que me impone la humanidad, me es repugnante que se cacareen mis acciones.


(Continues...)

Excerpted from Antología by José Joaquín Fernández Lizardi. Copyright © 2015 Red Ediciones S.L.. Excerpted by permission of Red Ediciones.
All rights reserved. No part of this excerpt may be reproduced or reprinted without permission in writing from the publisher.
Excerpts are provided by Dial-A-Book Inc. solely for the personal use of visitors to this web site.

Table of Contents

Contents

CRÉDITOS, 4,
PRESENTACIÓN, 7,
EL GRITO DE LIBERTAD, 9,
PERSONAJES, 10,
ACTO I, 11,
ACTO II, 25,
LA TRAGEDIA DEL PADRE ARENAS, 41,
PERSONAJES, 42,
ACTO I, 43,
ACTO II, 49,
ACTO III, 55,
ACTO IV, 65,
UNIPERSONAL DEL ARCABUCEADO, 77,
LIBROS A LA CARTA, 83,

From the B&N Reads Blog

Customer Reviews