Amado y aborrecido
Pedro Calderón de la Barca (Madrid, 1600-Madrid, 1681). España.
Su padre era noble y escribano en el consejo de hacienda del rey. Se educó en el colegio imperial de los jesuitas y más tarde entró en las universidades de Alcalá y Salamanca, aunque no se sabe si llegó a graduarse.
Tuvo una juventud turbulenta. Incluso se le acusa de la muerte de algunos de sus enemigos. En 1621 se negó a ser sacerdote, y poco después, en 1623, empezó a escribir y estrenar obras de teatro. Escribió más de ciento veinte, otra docena larga en colaboración y alrededor de setenta autos sacramentales. Sus primeros estrenos fueron en corrales.
Entre 1635 y 1637, Calderón de la Barca fue nombrado caballero de la Orden de Santiago. Por entonces publicó veinticuatro comedias en dos volúmenes y La vida es sueño (1636), su obra más célebre. En la década siguiente vivió en Cataluña y, entre 1640 y 1642, combatió con las tropas castellanas. Sin embargo, su salud se quebrantó y abandonó la vida militar. Entre 1647 y 1649 la muerte de la reina y después la del príncipe heredero provocaron el cierre de los teatros, por lo que Calderón tuvo que limitarse a escribir autos sacramentales.
Calderón murió mientras trabajaba en una comedia dedicada a la reina María Luisa, mujer de Carlos II el Hechizado. Su hermanó José, hombre pendenciero, fue uno de sus editores más fieles.
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Amado y aborrecido
Pedro Calderón de la Barca (Madrid, 1600-Madrid, 1681). España.
Su padre era noble y escribano en el consejo de hacienda del rey. Se educó en el colegio imperial de los jesuitas y más tarde entró en las universidades de Alcalá y Salamanca, aunque no se sabe si llegó a graduarse.
Tuvo una juventud turbulenta. Incluso se le acusa de la muerte de algunos de sus enemigos. En 1621 se negó a ser sacerdote, y poco después, en 1623, empezó a escribir y estrenar obras de teatro. Escribió más de ciento veinte, otra docena larga en colaboración y alrededor de setenta autos sacramentales. Sus primeros estrenos fueron en corrales.
Entre 1635 y 1637, Calderón de la Barca fue nombrado caballero de la Orden de Santiago. Por entonces publicó veinticuatro comedias en dos volúmenes y La vida es sueño (1636), su obra más célebre. En la década siguiente vivió en Cataluña y, entre 1640 y 1642, combatió con las tropas castellanas. Sin embargo, su salud se quebrantó y abandonó la vida militar. Entre 1647 y 1649 la muerte de la reina y después la del príncipe heredero provocaron el cierre de los teatros, por lo que Calderón tuvo que limitarse a escribir autos sacramentales.
Calderón murió mientras trabajaba en una comedia dedicada a la reina María Luisa, mujer de Carlos II el Hechizado. Su hermanó José, hombre pendenciero, fue uno de sus editores más fieles.
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by Pedro Calderón de la Barca
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Pedro Calderón de la Barca (Madrid, 1600-Madrid, 1681). España.
Su padre era noble y escribano en el consejo de hacienda del rey. Se educó en el colegio imperial de los jesuitas y más tarde entró en las universidades de Alcalá y Salamanca, aunque no se sabe si llegó a graduarse.
Tuvo una juventud turbulenta. Incluso se le acusa de la muerte de algunos de sus enemigos. En 1621 se negó a ser sacerdote, y poco después, en 1623, empezó a escribir y estrenar obras de teatro. Escribió más de ciento veinte, otra docena larga en colaboración y alrededor de setenta autos sacramentales. Sus primeros estrenos fueron en corrales.
Entre 1635 y 1637, Calderón de la Barca fue nombrado caballero de la Orden de Santiago. Por entonces publicó veinticuatro comedias en dos volúmenes y La vida es sueño (1636), su obra más célebre. En la década siguiente vivió en Cataluña y, entre 1640 y 1642, combatió con las tropas castellanas. Sin embargo, su salud se quebrantó y abandonó la vida militar. Entre 1647 y 1649 la muerte de la reina y después la del príncipe heredero provocaron el cierre de los teatros, por lo que Calderón tuvo que limitarse a escribir autos sacramentales.
Calderón murió mientras trabajaba en una comedia dedicada a la reina María Luisa, mujer de Carlos II el Hechizado. Su hermanó José, hombre pendenciero, fue uno de sus editores más fieles.

Product Details

ISBN-13: 9788498971040
Publisher: Linkgua
Publication date: 04/01/2019
Series: Teatro , #11
Sold by: Bookwire
Format: eBook
Pages: 170
File size: 370 KB
Language: Spanish

About the Author

Pedro Calderón de la Barca

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Amado y Aborrecido


By Pedro Calderón de la Barca

Red Ediciones

Copyright © 2015 Red Ediciones S.L.
All rights reserved.
ISBN: 978-84-9897-104-0



CHAPTER 1

JORNADA PRIMERA


Salen por una parte Dante, y por otra Aurelio


Aurelio

¿Dónde queda el rey?


Dante

Detrás de esos ribazos le dejo, en el alcance empeñado de un jabalí, cuyo riesgo veloz Aminta su hermana sigue también.


Aurelio

Según eso, ocasión será de que concluyamos nuestro duelo, con la novedad que está citado.


Dante

Para ese efecto esperando estaba a vista de este edificio soberbio.


Aurelio

Pues llegad; solos estamos.


Dante

¡Ah del soberano centro donde aprisionada vive toda la región del fuego!


Aurelio

¡Ah de la divina esfera del Sol más hermoso y bello que, a pesar de opuestas nubes, abrasa con sus reflejos!


Dante

¡Ah del alcázar de amor!


Aurelio

¡Ah del abismo de celos!


Dante

¡Patria de la ingratitud!


Aurelio

¡Monarquía del desprecio!


Aurelio y Dante

¡Ah de la torre!

(En lo alto salen Nise y Flora.) ¿Quién llama ... Flora y Nise


Nise

... tan sin temor ...


Flora

... tan sin miedo a estos umbrales?


Dante

Decid a vuestro divino dueño ...


Aurelio

Decid a la soberana deidad de ese humano templo ...


Dante

... que a ese mirador se ponga.


Aurelio

... que salga a esa almena.


Irene

¡Cielos!

¿Quién para tanta osadía ha tenido atrevimiento?

¿Quién aquí da voces?


Aurelio y Dante

Yo.


Irene

Ya con dos causas, no menos que antes extrañé el oíros, habré de extrañar el veros, no tanto porque del rey atropelléis los decretos, no tanto porque de mí aventuréis el respeto, rompiendo el coto a la línea de mi espíritu soberbio, cuanto porque acrisoléis la ingratitud de mi pecho, que a par de los dioses juzga lograr mármoles eternos. Si de por sí cada uno, aun en callados afectos que apenas a estos umbrales llegaron, cuando volvieron castigados y no oídos, examinó mis desprecios, ¿qué hará, unido de los dos, ahora el atrevimiento? ¿Qué pretendéis? ¿Qué intentáis? Y ¿con qué efecto, en efecto, llegáis aquí? ¿Para qué me dais voces?


Aurelio y Dante

Para esto.

(Sacan las espadas.)


Aurelio

Que si de ambos ofendida estás, ambos pretendemos, con librarte de una ofensa, ganar un merecimiento.


Dante

Y porque de su valor quede el otro satisfecho, queremos que seas testigo tú misma de nuestro esfuerzo.


Aurelio

Ya partido el Sol está, pues el Sol nos está viendo.


Dante

Yo, porque no esté partido, lidiaré por verle entero.

(Riñen.)


Irene

Tened, tened las espadas; templad los rayos de acero; mirad que aun el vencedor la esgrime contra sí mesmo, pues no es menor el peligro de vivir que quedar muerto.

(Siguen riñendo.)


Aurelio

¡Qué valor!


Dante

¡Qué bizarría!


Irene

Llamad quien de tanto empeño el riesgo excuse.


Nise

¡Ah del monte!


Flora

¡Cazadores y monteros del rey!

(Dentro.)


Voz

De la torre llaman.

Acudid, acudid presto.


Aurelio

¡Que no acabe con tu vida!


Dante

¡Que dures tanto!

(Salen el Rey y gente.)


Rey

¿Qué es esto?


Aurelio y Dante

Nada, señor.


Irene (Aparte.) (Las almenas dejaré. Y pues al rey tengo tan cerca de mí, han de hablarle claros hoy mis sentimientos.)

(Vase.)


Rey

¿Qué es esto?, digo otra vez; y no ya porque pretendo que afectado el disimulo desvelar quiera el intento, sino porque ya empeñado estoy en que he de saberlo. ¿Qué es esto, Dante?


Dante

Señor, no lo sé.


Rey

¿Qué es esto, Aurelio?


Aurelio

Tampoco sabré decirlo.


Rey

¡Oh, qué recato tan necio y tan fuera de que llegue a conseguirse! Y, supuesto que lo he de saber, mirad que casi toca el silencio en especie de traición.


Dante

A esa fuerza ...


Aurelio

A ese precepto ...


Dante

... la causa, señor ...


Aurelio

... la causa ...


Rey

Decid.


Dante

... es amor.


Aurelio

... son celos.


Rey

Aunque celos y amor sea respuesta bastante, puesto que ellos son de acciones tales culpa disculpada, quiero más por extenso informarme de la causa porque, siendo, como sois, en paz y en guerra los dos polos de mi imperio, con quien igual he partido la gravedad de su peso,

(A Dante.) valeroso tú en las armas,

(A Aurelio.) político tú al gobierno, no es justo, habiendo llegado yo, dejar pendiente el duelo para otra ocasión; y así he de informarme, primero que le ajuste, de la causa que tenéis.


Dante

Yo fío de Aurelio tanto, señor — porque al fin, sobre ser quien es, le tengo por competidor y mal, sin ser noble, podía serlo —, que lo que él diga será la verdad; y así te ruego la oigas dél, pues cuando no estuviera satisfecho de su valor y su sangre, por no decirla yo, pienso que me dejara vencer, aun en lo dudoso, a precio de que mi voz no rompiera las cárceles del silencio.


Aurelio

Cuando no me diera Dante licencia de hablar primero, la pidiera yo, porqué tan obediente al precepto de tu voz estoy que, al ver que tú gustas de saberlo, aunque es mi afecto tan noble como el suyo, hiciera menos en callarlo que en decirlo. Y es fácil el argumento, pues en materias de amor siempre calla un caballero y no siempre un rey pregunta.


Dante

Dices bien, y yo me alegro que en callar y hablar los dos tan de un parecer estemos que, hablando tú y yo callando, quedemos los dos bien puestos.


Aurelio

Un día, señor ...

(Salen Aminta y damas.)


Aminta

Hermano, ¿qué es la causa que te ha hecho dejar la caza y venir otra novedad siguiendo?


Rey

De Aurelio, Aminta, lo oirás, pues que llegas a buen tiempo.


Dante (Aparte.)(No llega sino a bien malo.)


Rey

Prosigue, pues.


Aurelio

Oye atento. Un día, señor, que a caza saliste a este sitio ameno, y yo contigo, llamado de la ladra de sabuesos y ventores, que lidiaban con un jabalí en lo espeso del monte, di de los pies a un veloz caballo, a tiempo que impacientes dos lebreles, por llegar a socorrerlos, antes que de la traílla les diese suelta el montero, le arrastraban por las breñas, de suerte libres y presos que, con cadena y sin tino, iban atados y sueltos. Pasaron por donde estaba y, enredándose ligeros entre los pies del caballo, desatentado y soberbio con ellos lidió, hasta que, mal desenlazado de ellos, el eslabón a un collar rompió, y la obediencia al freno, tal que de una en otra peña, sin darse a partido al tiento de la rienda, disparó, hasta que, chocando ciego con lo espeso de unas jaras, perdió, con el contratiempo, tierra tan dichosamente que, él embazado y yo atento, desamparamos iguales yo la silla y él el dueño. Aquí, al cobrarle la rienda, se enarboló en dos pies puesto y, llevándome tras sí, partimos los elementos, pues el mar de mi sudor y de su cólera el fuego, dejándome con la tierra, le vieron ir con el viento. Solo y a pie en la espesura, ni bien vivo ni bien muerto, sin saber dónde, quedé. Preguntarásme a qué efecto, hablándome tú en mi amor, te respondo yo en mi riesgo. Pues escucha; que no acaso te he contado todo esto; porque, hallándome, según dirá después el suceso, dentro del vedado coto que tienes, gran señor, puesto a la libertad de Irene, fue justo decir primero la disculpa con que yo romperle pude, supuesto que fue por culpa de un bruto; que no pudieran con menos violento acaso quebrar mis lealtades tus preceptos. Solo y a pie, como he dicho, sin norte, sin guía, sin tiento, me hallé en la inculta maleza, las vagas huellas siguiendo de las fieras que, perdidas tal vez, tal cobradas, dieron conmigo en la verde margen de un cristalino arroyuelo que, del monte despeñado, descansaba en un pequeño remanso, y para correr paraba a tomar esfuerzo. ¡Oh cómo sin elección del humano entendimiento sabe mostrarse el peligro, sabe sucederse el riesgo! Dígalo yo; pues llevado de mí sin mí, discurriendo al arbitrio del destino — que homicida de sí mesmo, sin saber dónde guía, sabe dónde está el peligro, haciendo de las señas del escollo seguridades del puerto —, me vi, cuando juzgué a vista de los descansos, oyendo de no sé qué humana voz los mal distintos acentos, y tan lejos del alivio que, áspid engañoso el eco, en las lisonjas del aire escondía su veneno. Estaba en la verde esfera del más intrincado seno, tejido coro de ninfas como guardándole el sueño a una deidad, recostada en el apacible lecho que de flores, yerba y rosa estaba el aura mullendo. No te quiero encarecer su perfección; solo quiero, para disculpa, que sepas que vi y amé tan a un tiempo que, entre dos cosas no pude distinguir cuál fue primero, pues juzgo que volví amando aun antes de llegar viendo. Apenas entre las ramas el templado ruido oyeron de las hojas que movía la inquietud de mi silencio cuando todas asustadas por las malezas huyeron del monte. Quise seguirlas, mas no pude; que, resuelto delante un guarda me puso el arcabuz en el pecho, diciéndome que me diese a prisión, por haber hecho contra las órdenes tuyas tan notable atrevimiento como haber roto la línea de aquese vedado cerco. Dije quién era y la causa, a cuya disculpa atento, disimulando conmigo, guió mis pasos, diciendo lo que yo le dije a Dante después, de cuyo secreto vino a originarse en ambos la ocasión de nuestro duelo, que fue que aquel bello asombro, aquel hermoso portento, era Irene.


Rey

Calla, calla, no prosigas; que no quiero saber que traidor tu engaño adora lo que aborrezco. Mujer, enemiga mía,

(Aparte.) sangre aleve de quien ... (Pero ¿a mí puede destemplarme tanto ningún sentimiento?) ¿Es ella, Dante, también la que tú adoras?


Dante

Supuesto que yo el secreto no he dicho, poco importa del secreto que diga la circunstancia. Sí, señor, pero advirtiendo ...


(Aparte.)

(Perdone Aminta.)


Aminta (Aparte.)

(¡Ay de mí! ¿Qué escucho?)


Dante

... que fue primero ...


Aminta (Aparte.)

(¡Ah, ingrato amante!)


Dante

... mi amor ...


Rey

¿Qué?


Dante

... que tu aborrecimiento.


Rey

¿Primero tu amor? Prosigue. ¿De qué suerte?


Dante

Escucha atento. Lo que por mayor supiste sabrás por menor; que temo, por obligar lo que adoro, enojar lo que aborrezco.


Aminta (Aparte.)

(¡Oh, quiera Amor que yo pueda reprimir mis sentimientos!)


Dante

Lidógenes, rey de Egnido, tributario del imperio de Chipre, que largos años te deje gozar el cielo, en campaña contra ti puso sus armas, diciendo que no había de pagarte aquel heredado feudo que a tu corona tributan los avasallados reinos que el Archipiélago baña, porque el de Egnido era esento a causa de no sé qué mal honestados pretextos, que no me toca argüirlos, aunque me tocó vencerlos. Tú indignado preveniste tus armadas huestes, siendo yo su general, a quien honraron con este puesto siempre, señor, tus favores más que mis merecimientos. Con ellas, pues, salí en busca de tu enemigo; y, supuesto que sabes que le vencí, solo en esta parte quiero, por lo que al suceso toca, eslabonar el suceso. Y así diré solamente que aquel día en que vi puesto de la fortuna al arbitrio todo el poder de tu imperio, fauto para mí e infausto fue, pues me vi a un mismo tiempo ser vencedor y vencido, cuando, en fuga el campo puesto de Lidógenes, que iba desbaratado y deshecho, entre el bélico aparato de tanto marcial estruendo, tanto militar asombro reconocí un caballero que a todos sobresalía por ser su arnés un espejo en quien se miraba el Sol, que, blandiendo herrado el fresno, la sobrevista calada, en un bruto tan ligero que pareció que volaba con las plumas de su dueño, de las desmandadas tropas que iban por el campo huyendo el desorden reducía, valiente, animoso y diestro, solicitando rehacerlas para empeñarlas de nuevo, por ver si así mejoraba de fortuna en el reencuentro. Puse en él los ojos y él, adivinando mi intento, que a veces el corazón habla de parte de adentro, saliéndome al paso, hizo elección de mejor puesto, ocupando de un ribazo la loma, cuyo terreno, algo pendiente, le hacía ventajoso, donde habiendo proporcionado a su juicio la distancia del encuentro, pasó de la cuja al ristre la lanza con tal denuedo que, hecho a la mano el caballo, sin esperar el acuerdo de la espuela, para mí partió tan galán, tan diestro que diera miedo a cualquiera que hubiera de tener miedo. Yo, que sobre el mismo aviso estaba, habiendo primero reparado mi caballo, por ganarle algún aliento, al verle partir, partí tan igual con él que entiendo que, a haber medio entre los dos, el choque dijera el medio. Entre baberol y gola el asta me rompió, a tiempo que yo de la gola arriba la mía rompí, subiendo en átomos, no en astillas, tal altos entrambos fresnos que, de la región del aire pasándose a la del fuego, por encenderse, tardaron en caer o no cayeron. Mal afirmado en la silla quedó un rato porque, haciendo en las grabazones presa el trozo último del cuento se llevó con el penacho, falseando el tornillo al yelmo, la sobrevista tras sí, de manera que, volviendo a recobrarse en el torno, empuñanado el blanco acero, a buscarme y a buscarle, le vi el rostro descubierto, en cuya rara hermosura, en cuyo semblante bello suspendido y admirado, juzgué que, Adonis con celos de Marte, pretendía dar satisfacciones a Venus de que lo hermoso no solo es en las cortes soberbio. Embistióme, pues, segunda vez, en cuyo trance creo que quedara victorioso, según yo estaba suspenso, si, tropezando el caballo — quizá fue en mi pensamiento, pues yo se le eché delante —, con él no diera en el suelo, de cuyo acaso gozando, me hallé vencedor en duelo tan dudoso que quedamos uno de otro prisionero, él de mi esfuerzo, mas yo de su hermosura y su esfuerzo. Retiráronle a mi tienda, y fui el alcance siguiendo hasta que, ya coronado de despojos y trofeos, canté la victoria, y más cuando, a mis reales volviendo, supe al entrar en mi tienda que el hermoso prisionero que en ella estaba era..


(Salen Irene, Clori y Laura.)


Irene

Yo, que llegar, señor, no temo a tus pies, gozando de esta ocasión que hoy me da el cielo, porque sé que en tus enojos nada aventuro, supuesto que no aventuro la vida, porque es la que yo no tengo. Y así, pues he de morir sepultada en mi silencio, muera anegada en mi llanto, y débate por lo menos, en albricias de mi muerte, el estarme un rato atento. Hija soy de Lidógenes de Egnido isla del Archipiélago que, ufana, como ésta a Venus consagrada ha sido, aquélla consagrada fue a Diana, de cuyo opuesto rito ha procedido entre las dos la enemistad tirana que las mantiene en iras y rencores, hija de olvidos una, otra de amores. A aquesta causa aborrecidos creo que siempre unos isleños de otros fuimos; y así no hay que buscarle nuevo empleo a nuestra enemistad, pues siempre vimos que, opuesto el culto, opuesto está el deseo; con que unos y otros al nacer hicimos callados homenajes en la cuna de aborrecer nuestra mejor fortuna. Este, pues, heredado horror, que vario el tiempo no borró de la memoria, engendró en nuestra gente el temerario pretexto de negarte aquella gloria de que su rey te fuese tributario; y aunque declare el cielo la victoria en tu favor, nos queda por consuelo creer que tuvo otro motivo el cielo. Pues no siempre sus orbes celestiales, no siempre sus luceros, sus estrellas, árbitros de los bienes y los males, lo mejor distribuyen que hay en ellas, porque importa tal vez que desiguales los dioses oigan mal nuestras querellas y, siendo su instrumento el enemigo, injusticia parezca el que es castigo. Y así, dejando aparte que tuviese otra razón mi padre, pues ninguna es mayor que pensar cuánto le pese ver mejorada en algo tu fortuna, voy — o ya fuese justa o no lo fuese la guerra — a si hay alguna ley, alguna razón para que, siendo prisionera, en una torre emparedada muera. Si yo en los ejercicios de Diana, por ser a su deidad más parecida, tan altiva nací, viví tan vana que, siendo de las fieras homicida, quise llegar con ambición ufana, quise pasar con fama esclarecida a serlo de los hombres, porque vieras cuánto son para mí los hombres fieras — a cuyo efecto vine gobernando del ejército el trozo que postrero se puso en fuga, ¡ay infelice!, cuando contra mí el hado articuló severo la infausta voz que el enemigo bando victoria apellidó, y por eso infiero que rigor a rigor añadir miras, crüeldad a crüeldad, iras a iras —, ¿de cuándo acá en los reyes ha durado desde un día rencor para otro día? ¿De cuándo acá la indignación del hado, fiera al vencer, no es en venciendo pía? Si mi valor te puso en tal cuidado, mi valor es también el que debía ponerte en el de honrarme, pues ha sido gloria del vencedor la del vencido. Y ya que esta razón en ti no alcanza piedad, por tantas causas merecida, acaba de una vez con tu venganza; de una vez, no de tantas se despida, porque de aquestos pies, sin esperanza de mi muerte, no digo de mi vida, no me he de levantar, donde en despojos las lágrimas consagro de mis ojos. Y porque afable esa deidad humana responda al sacrificio que la adora, no soy de armadas huestes capitana, no infanta soy de Egnido vencedora, no soy sacerdotisa de Diana, pues solo soy una mujer que llora, tan modesta en pedir que aun de esta suerte no pido más de que me des la muerte.


Rey

Levanta, Irene, del suelo; y pues en público acusas mi majestad de tirana, para que serlo no arguyan, ni tú, ni cuantos oyeron las hermosas quejas tuyas, aunque lo sienta, he de darte en público la disculpa. El día que tuve aviso de aquella batalla, en cuya victoria estribó el honor de mi majestad augusta, hice sacrificio a Venus, cuya hermosa deidad suma, tutelar de Chipre, siempre velando está en guarda suya. Ella, al tiempo que sus aras religioso fuego ahuma, a mi culto agradecida, por su oráculo articula que vencerían mis armas, pero tan a costa suya que el mejor despojo de ellas sería ...

(Dentro ruido grande.)


Lidoro

Asombros y furias nos combaten.


Uno

¡Iza!


Otro

¡Amaina!


Otro

¡Qué pena!


Otro

¡Qué ansia!


Otro

¡Qué angustia!


Lidoro

¡Piedad, dioses!


Todos

¡Piedad, cielos!


Rey

Cuanto iba a decir pronuncia por mí el aire, pues en quejas la voz a mis labios hurta.

Irene

No, señor, en los acasos el constante varón funda agüeros; lamentos son, cuantos hoy tu acento usurpan, de un derrotado bajel que, sin norte y sin aguja, antes de tomar el puerto, está corriendo fortuna.


Aminta

Es verdad, pues, contrastado de dos violentas injurias, con los vientos y las ondas a brazo partido lucha.


Nise

Ya de ambas sañas movido, no sabe a qué parte sulca.


(Continues...)

Excerpted from Amado y Aborrecido by Pedro Calderón de la Barca. Copyright © 2015 Red Ediciones S.L.. Excerpted by permission of Red Ediciones.
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Table of Contents

Contents

CRÉDITOS, 4,
PRESENTACIÓN, 7,
PERSONAJES, 8,
JORNADA PRIMERA, 9,
JORNADA SEGUNDA, 53,
JORNADA TERCERA, 109,
LIBROS A LA CARTA, 169,

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