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San Telémaco
Proclama la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, convence, reprende,
exhorta con toda paciencia y pedagogía.
—2 Timoteo 4:2
San Telémaco fue un santo asiático y eremita del siglo IV. Sin embargo, no estaba tranquilo en su soledad. Le preocupaban los problemas del mundo y sobre todo, le repugnaba la idea de los espectáculos sangrientos e inhumanos de gladiadores. Sentía, sobre todo, que algunos cristianos cedían a las presiones de su sociedad y llegaban a pensar que todo estaba bien.
Telémaco sintió la llamada a hacer algo. Salió de su soledad para ir a Roma y confrontar a los grandes poderes y exigir que se abolieran esos espectáculos en los que se atentaba contra la vida humana y contra la verdad y la voluntad de Dios. Habló, denunció, insistió, y eso le costó la vida.
Hoy día hay muchos espectáculos violentos o inmorales a los que poca gente se opone. Basta con encender el televisor para encontrarse con cosas que, en un tiempo pudieron parecer ofensivas y hoy se han vuelto casi normales. Más profundamente escondidas para algunas personas, están las imágenes y los mensajes que a menudo pueblan las páginas de internet y que quizá los más jóvenes absorban sin mucho pensamiento crítico. En la actualidad, es prácticamente imposible, e incluso desaconsejable, aislarse de todo y no entrar en contacto con imágenes, espectáculos o realidades ofensivas que desfiguran la imagen de Dios en las personas. Telémaco podría haberlo hecho. Pero no se quedó en su aislamiento, ni en su propia comodidad. A veces es necesario salir, hablar, denunciar.
¿Qué estamos dispuestos a arriesgar?