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Ulrico Schmidl o Schmidel o Schmidt (1510 en Estraubingen-1581 Ratisbona) fue un soldado lansquenete, viajero y cronista alemán.
Parte hacia el río de la Plata integrando la expedición del adelantado Pedro de Mendoza. Junto a él vive los horrores de la primera fundación de Buenos Aires. Durante veinte años recorre lo que llama "Paraíso de las selvas del Paraguay y el Chaco". Sus relatos, testimonios de un conquistador no español, se convierten en las primeras crónicas de los territorios que luego serían Argentina y Paraguay.
En 1554 regresa a Estraubingen, donde hereda el patrimonio de su hermano y se convierte en concejal. Debe huir de la ciudad por profesar el luteranismo, dirigiéndose a Ratisbona en 1562, donde muere en 1579.

Product Details

ISBN-13: 9788499534848
Publisher: Linkgua
Publication date: 08/31/2010
Series: Historia-Viajes , #379
Sold by: Bookwire
Format: eBook
Pages: 328
File size: 3 MB
Age Range: 11 - 18 Years
Language: Spanish

About the Author

Ulrico Schmidl o Schmidel o Schmidt (1510 en Estraubingen-1581 Ratisbona) fue un soldado lansquenete, viajero y cronista alemán. Parte hacia el río de la Plata integrando la expedición del adelantado Pedro de Mendoza. Junto a él vive los horrores de la primera fundación de Buenos Aires. Durante veinte años recorre lo que llama "Paraíso de las selvas del Paraguay y el Chaco". Sus relatos, testimonios de un conquistador no español, se convierten en las primeras crónicas de los territorios que luego serían Argentina y Paraguay. En 1554 regresa a Estraubingen, donde hereda el patrimonio de su hermano y se convierte en concejal. Debe huir de la ciudad por profesar el luteranismo, dirigiéndose a Ratisbona en 1562, donde muere en 1579.

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Viaje al Río de la Plata


By Ulrich Schmídel de Straubing

Red Ediciones

Copyright © 2015 Red ediciones S.L.
All rights reserved.
ISBN: 978-84-9953-484-8


CHAPTER 1

PROEMIO


A saber de la ruta y del viaje que yo, Ulrico Schmidl, de Straubing, en el 1534 año A. D. partiendo el dos de agosto desde Amberes he arribado per mare hacia Hispania y más tarde a Las Indías con la voluntad de Dios. También de lo que ha ocurrido y sucedido a mí y a mis demás compañeros como sigue después.


1534

Cuando he partido desde Amberes y he venido a una ciudad en España llamada Cádiz, he visto echada sobre la costa ante la ciudad una ballena o walfisch que tenía un largo de treinta y cinco pasos y de ella se han sacado en grasa unos treinta barriles como los barriles arenqueros llenos de grasa.


1534

Primeramente habreís de saber que he venido en catorce días desde Amberes hacia España, a una ciudad que se llama Cádiz, pues se calcula que hay cuatrocientas leguas por mar desde Amberes hasta la susodicha ciudad de Cádiz, donde estaban aprestados y bien pertrechados con toda la munición y bastimentos necesarios catorce grandes barcos. Éstos estaban por navegar hacia Río de la Plata en Las Indias. También se hallaban allí dos mil quinientos españoles y ciento cincuenta entre alto-alemanes, neerlandeses y austríacos o sajones, y nuestro supremo capitán general de los alemanes y de los españoles se ha llamado don Pedro Mendoza. Entre estos catorce barcos, uno pertenecía al señor Sebastián Neithart y a Jacobo Welser en Nuremberg. Éstos han enviado a su factor Enrique Paime al Río de la Plata con mercaderías; con éstos, yo y otros alto-alemanes y neerlandeses, hasta ochenta hombres, bien pertrechados con nuestras armas de fuego y otras armas más, hemos navegado en el barco del susodicho señor Sebastián Neithart y de Jacobo Welser hacia el Río de la Plata. Así hemos partido con el susodicho señor y capitán general don Pedro Mendoza en catorce barcos desde Sevilla en el año 1534. En el día de San Bartolomé hemos llegado a una ciudad en España llamada San Lucas; a veinte leguas de camino desde Sevilla. Allí hemos quedado anclados por causa de la impetuosidad del viento hasta el primer día de septiembre del susodicho año.


Capítulo 2

Después hemos zarpado desde dicha ciudad de San Lucas y de ahí hemos venido a tres islas que están juntas las unas a las otras. La primera se llama Tenerife, la otra se llama Gomera, la tercera La Palma; y desde la ciudad de San Lucas hasta estas islas hay más o menos doscientas leguas. Allá los barcos se han repartido entre estas islas. Pertenecen estas islas a la Cesárea Majestad y los habitantes en ellas son puros españoles con sus mujeres e hijos y hacen azúcar. También hemos venido con tres barcos a La Palma y permanecido anclados allí cuatro semanas y de nuevo hemos abastecido y reparado los barcos.

Cuando nuestro general don Pedro Mendoza nos ha ordenado que nos pusiéramos en movimiento pues nos hallábamos distantes los unos de los otros por ocho o nueve leguas de camino, resultó que a bordo de nuestro barco venía un primo del general don Pedro Mendoza, que se llamaba don Jorge Mendoza, que era amado por la hija de un rico vecino en La Palma. Y cuando al día siguiente quisimos ponernos en movimiento, resultó que el susodicho don Jorge Mendoza esa misma noche había venido a tierra a media noche con doce de sus compañeros a la casa de un vecino en La Palma. Entonces se vinieron la hija y la doncella con sus joyas y vestidos y dinero junto con el susodicho don Jorge Mendoza y vinieron a nuestro barco, pero a escondidas de tal forma que ni nuestro capitán Enrique Paime ni nosotros supimos de esto, solo el que montaba la guardia, éste lo ha visto, pues fue a media noche.

Cuando partimos a la mañana siguiente y nos alejamos unas dos o tres leguas de camino, nos tomó un fuerte ventarrón y tuvimos que regresar al mismo puerto de donde habíamos partido. Allá bajamos al mar nuestras anclas. En esto nuestro capitán Enrique Paime quiso viajar a tierra en una pequeña barca que se denomina un bote o batel, y cuando quiso pisar tierra desde esta pequeña esquife hubo en el interín en la costa más de treinta hombres bien armados con sus arcabuces y alabardas y quisieron prender al capitán Enrique Paime. Así le dijo uno de sus marineros que no pasara la costa pues tenían intención de tomarlo preso. Así dio vuelta en seguida y quiso viajar hacia su barco, pero no pudo tan pronto venirse a él porque los mismos que habían estado en la costa, se le habían acercado en otras pequeñas barquillas que habían estado aprestadas desde antes. Y el susodicho capitán Enrique Paime escapó a otro barco que estaba más cerca de tierra que su propio barco, así que no pudieron prender a dicho capitán. En la ciudad de La Palma hicieron en seguida tocar y repicar las campanas a rebato y cargaron dos grandes piezas de artillería y dispararon cuatro tiros contra nuestro barco pues no estabamos lejos de la tierra.

Con el primer tiro que dispararon, hicieron pedazos el depósito de barro en la popa del barco, que siempre está lleno de agua fresca, caben en él cinco o seis cubos de agua. Con el otro tiro que dispararon, hicieron pedazos el palo de la mesana que es el último mástil que se halla en la popa del barco. Con el tercer tiro dieron en medio del barco y abrieron un gran agujero en el barco y mataron un hombre; con el cuarto no acertaron.

Había allí otro capitán con dos barcos que quería navegar hacia Nueva España en México cuyos barcos se hallaban a nuestro costado y de su gente había con él en tierra ciento cincuenta hombres que todos querían viajar hacia Nueva España en México.

Así ellos arreglaron las paces con los señores de la ciudad que ellos le entregaran don Jorge Mendoza y la hija del vecino y la doncella. Así vinieron a nuestro barco el regidor y el alcalde y nuestro capitán y el otro capitán que quería también navegar hacia Nueva España y quisieron prender a don Jorge Mendoza y su amante. Pero éste contestó al alcalde que ella era su corporal esposa y ella dijo lo mismo. Entonces se les casó de inmediato pero el padre estuvo muy triste, y nuestro barco esstaba muy maltrecho a causa d los tiros.


Capítulo 3

Después de esto dejamos en tierra a don Jorge Mendoza y su esposa; nuestro capitán no quiso dejarlos viajar más con él en su barco.

Reparamos nuestro barco y navegamos hacia una ínsula o isla que se llama San Jacobo o en su forma española Santiago y pertenece al rey de Portugal y es una ciudad. Estos portugueses la sostienen y a ellos están sometidos los negros africanos. Está situada a las trescientas leguas. Allí permanecimos cinco días y volvimos a cargar provisión fresca en carne, pan, agua y todo de lo que tuviéramos necesidad sobre el mar.


Capítulo 5

Allí se reunieron los catorce barcos de nuestra flota; entonces volvimos de nuevo hacia el océano o mar y navegamos durante dos meses y vinimos a una isla donde hay solamente aves a las cuales nosotros matamos a palos y permanecimos en la isla por tres días, y en esta isla no hay gentes, y la isla tiene de extensa y ancha seis leguas de camino y desde la susodicha isla de Santiago hasta esta isla hay mil quinientas leguas de camino.

En este mar se encuentran peces voladores y otros peces grandes como ballenas y que se llaman peces de sombrero de Sol los cuales tienen contra la cabeza un grande, fuertísimo disco. Con este disco pelea contra otros peces y es un pez grande, forzudo y bravío. Hay también otros peces que tienen sobre su lomo una cuchilla que es hecha de hueso de ballena, éste se llama en su forma española pez de espada. También hay otro pez más que tiene sobre su lomo una sierra, hecha de hueso de ballena y es un pez grande y bravío y se llama en su sentido español pez de sierra. Fuera de éstos hay en estos parajes muchos diversos peces que no puedo describir en esta ocasión.


Capítulo 5

Desde esta isla navegamos después a una isla que se llama Riogenna (Río de Janeiro) y pertenece al rey de Portugal y está situada a quinientas leguas de camino de la sobredicha isla; ésta es la isla Riogenna en Las Indias, y los indios se llaman Tupís. Allí estuvimos cerca de catorce días; entonces el don Pedro Mendoza hizo que su propio hermano jurado que se llamaba Juan Osorio nos gobernara en su lugar, pues él estaba siempre enfermo, descaecido y tullido. Entonces el susodicho Juan Osorio fue calumniado y delatado ante su hermano jurado don Pedro Mendoza como que él pensaba amotinarse junto con la gente contra él. Por esto ordenó don Pedro Mendoza a otros cuatro capitanes llamados Juan Ayolas, Juan Salazar, Jorge Luján y Lázaro Salvago que a susodicho Juan Osorio se le apuñalara o se le diere muerte y se le tendiere en medio de la plaza por traidor y que fuere pregonado y ordenado bajo pena de vida que nadie se moviere pero si ocurriera que alguien quisiere protestar a favor del susodicho capitán, entonces se le haría igual cosa. Se le ha dado la muerte injustamente, ello bien lo sabe Dios; éste le sea clemente y misericordioso; fue un recto y buen militar y siempre ha tratado muy bien a los peones.


Capítulo 6

Desde allí zarpamos hacia el Río de la Plata y hemos venido a un río dulce que se llama Paraná-Guazú y es extenso en la embocadura donde se deja el mar, y este río tiene una anchura de cuarenta y dos leguas de camino; desde Río de Janeiro hasta este río Paraná-Guazú son quinientas leguas. Allí dimos en un puerto que se llama San Gabriel; donde los catorce barcos, echaron anclas en este río Paraná. De inmediato ha ordenado y dispuesto nuestro general don Pedro Mendoza con los marineros que las pequeñas esquifes se condujeron a tierra la gente que se hallaba en los barcos grandes pues los barcos grandes solo podían llegar a una distancia de un tiro de arcabuz de la tierra, por eso se tienen las pequeñas esquifes; a éstas se les llama bateles o botes.

Hemos desembarcado en el día de Todos los Tres Reyes en 1535 en el Río de la Plata; allí hemos encontrado un lugar de indios que se llaman los indios Charrúas y son ellos allí y eran alrededor de dos mil hombres hechos; éstos no tienen otra cosa que comer que pescado y carne. Éstos han abandonado el lugar y han huído con sus mujeres e hijos de modo que no pudimos hallarlos. El puerto donde están los barcos se llama San Gabriel. Éstos indios andan desnudos, pero las mujeres tienen un pequeño trapo hecho de algodón, esto lo tienen delante de sus partes desde el ombligo hasta las rodillas. Ahora mandó el don Pedro Mendoza a sus capitanes que se reembarcara a la gente en los barcos y se la pusiera o condujera al otro lado del río Paraná pues en este lugar la anchura del Parara no es más ancha que ocho leguas de camino.


Capítulo 7

Allí hemos levantado un asiento, que llamamos Buenos Aires; esto, dicho en alemán, es: buen viento. También hemos traído desde España sobre los sobredichos catorce barcos setenta y dos caballos y yeguas y han llegado al susodicho asiento de Buenos Aires; ahí hemos encontrado un lugar de indios los cuales se han llamado Querandís; ellos han sido alrededor de tres mil hombres formados con sus mujeres e hijos y nos han traído pescados y carne para comer. También estas mujeres tienen un pequeño paño de algodón delante de sus partes. En cuanto a estos susodichos Querandís no tienen un paradero propio en el país; vagan por la tierra al igual que aquí en los países alemanes los gitanos. Cuando estos indios Querandís se van tierra adentro para el verano sucede que en muchas ocasiones hallan seco a todo el país por treinta leguas de camino y no se encuentra agua alguna para beber; y cuando acaso agarran o asaetan un venado u otra salvajina, juntan la sangre de éstas y la beben. También en casos buscan una raíz que se llama cardo y entonces la comen por la sed; cuando los susodichos Querandís no quieren morirse de sed y no hallan agua en el pago, beben esta sangre. Pero si acaso alguien piensa que la beben diariamente, esto no lo hacen y así lo dejo dicho en forma clara.

Los susodichos Querandís nos han traído diariamente al real durante catorce días su escasez en pescado y carne y solo fallaron un día en que no nos trajeron que comer. Entonces nuestro general don Pedro Mendoza envió en seguida un alcalde de nombre Juan Pavón y con él dos peones; pues estos susodichos indios estaban a cuatro leguas de nuestro real. Cuando él llegó donde aquéllos estaban, se condujo de un modo tal con los indios que ellos, el alcalde y los dos peones, fueron bien apaleados y después dejaron volver los cristianos a nuestro real. Cuando el dicho alcalde tornó al real, metió tanto alboroto que el capitán general don Pedro Mendoza envió a su hermano carnal don Jorge [Diego] Mendoza con trescientos lansquenetes y treinta caballos bien pertrechados; yo en esto he estado presente. Entonces dispuso y mandó nuestro capitán general don Pedro Mendoza a su hermano don Diego Mendoza, que él junto con nosotros diere muerte y cautivara o apresara a los nombrados Querandís y ocupara su lugar. Cuando llegamos allí sumaban los indios unos cuatro mil hombres pues habían convocado a sus amigos.


Capítulo 8

Y cuando nosotros quisimos atacarlos se defendieron ellos de tal manera que ese día tuvimos que hacer bastante con ellos; mataron ellos a nuestro capitán don Diego Mendoza y junto con él a seis hidalgos de a caballo, también mataron a tiros alrededor de veinte infantes nuestros y por el lado se los indios sucumbieron alrededor de 1000 hombres; más bien más que menos; y se han defendido muy valientemente contra nosotros, como bien lo hemos experimentado.

Dichos Querandís tienen para arma unos arcos de mano y dardos; éstos son hechos como medias lanzas y adelante en la punta tienen un filo hecho de pedernal. Y también tienen una bola de piedra y colocada en ella un largo cordel al igual como una bola de plomo en Alemania. Ellos tiran esta bola alrededor de las patas de un caballo o de un venado que tiene que caer; así con esta bola se ha dado muerte a nuestro sobredicho capitán y sus hidalgos pues yo mismo lo he visto; también a nuestros infantes se los ha muerto con los susodichos dardos.

Dios el Todopoderoso nos dio su gracia divina que nosotros vencimos a los sobredichos Querandís y ocupamos su lugar; pero de los indios no pudimos apresar ninguno. En la sobredicha localidad los Querandís habían hecho huir sus mujeres e hijos antes de que nosotros los atacamos. Y en la localidad no hallamos nada fuera de cuero curtido corambre sobado de nutrias u Otter, como se las llama y mucho pescado y harina de pescado, también manteca de pescado. Allí permanecimos tres días; después retornamos a nuestro real y dejamos unos cien hombres de nuestra gente; pues hay buenas aguas de pesca en ese mismo paraje, también hicimos pescar con las redes de ellos para que sacaran peces a fin de mantener la gente pues no se daba más de seis medias onzas de harina de grano todos los dias y tras el tercer dia se agregaba un pescado a su comida. Y la pesca duró dos meses y quien quería comer un pescado tenía que andar las cuatro leguas de camino en su busca.


Capítulo 9

Después que nosotros vinimos de nuevo a nuestro real, se repartió toda la gente; la que era para la guerra se empleó en la guerra; y la que era para el trabajo se empleó en el trabajo. Allí se levantó un asiento y una casa fuerte para nuestro capitán general don Pedro Mendoza y un muro de tierra en derredor de la ciudad de una altura hasta donde uno puede alcanzar con un florete. Este muro era de tres pies de ancho y lo que se levantaba hoy se venía mañana de nuevo al suelo; a más la gente no tenía qué comer y se moría de hambre y padecía gran escasez, al extremo de que los caballos no daban servicio. Fue tal la pena y el desastre del hambre que no bastaron ratones, ni ratas ni víboras ni otras sabandijas; también los zapatos y cueros, todo tuvo que ser comido.

Sucedió que tres españoles habían hurtado un caballo y se lo comieron a escondidas; y esto se supo; así se los prendió y se los dio tormento para que confesaran tal hecho. Entonces fue pronunciada la sentencia que a los tres susodichos españoles se los condenara y ajusticiara y se los colgara en una horca. Así se cumplió esto y se los colgó en una horca. Ni bien se los había ajusticiado y cada cual se fue a su casa y se hizo noche, aconteció en la misma noche por parte de otros españoles que ellos han cortado los muslos y los pedazos de carne del cuerpo y los han llevado a su alojamiento y comido. También ha ocurrido entonces que un español se ha comido su propio hermano que estaba muerto. Esto ha sucedido en el año de 1535 en nuestro día de Corpus Cristi en la sobredicha ciudad de Buenos Aires.


Capítulo 10

Como ahora nuestro capitán general don Pedro Mendoza juzgó que él no podía mantener su gente, ordenó y dispuso a sus capitanes que se hicieran cuatro bergantines; y pueden viajar cuarenta hombres en una tal barquilla y hay que moverlas a remo. Y cuando tales cuatro barcos que se llaman bergantines estuvieron aparejados y listos, junto con otras pequeñas barquillas a las cuales se las llama bateles o botes, de nanera que en total fueron siete barcos; cuando todos estos estuvieron aparejados, ordenó y mandó nuestro capitán general don Pedro Mendoza a sus capitanes que se convocara a la gente. Cuando esto ocurrió y la gente estuvo reunida, tomó nuestro capitán trescientos cincuenta hombres con sus arcabuces y ballestas y navegamos aguas arriba por el Paraná para buscar los indios para que nosotros pudiéramos lograr comida y bastimento. Pero cuando estos indios nos hubieron divisado, huyeron todos ante nosotros y no pudieron hacernos mayor bellaquería como la de quemar y destruir los alimentos; esto era su modo de guerra; así nosotros no tuvimos nada que comer ni mucho ni poco pues se le daba a cada uno tres medías onzas de pan en bizcocho en cada día. En este viaje murieron de hambre la mitad de nuestra gente. Así tuvimos que regresar, porque nada pudimos lograr en este viaje y estuvimos en andanzas por dos meses. Cuando vinimos de nuevo al lugar donde estaba nuestro capitán general el don Pedro Mendoza, hizo llamar él enseguida a nuestro capitán que había estado con nosotros en el viaje; éste se llamaba Jorge Luján. Entonces nuestro capitán general tomó relación del susodicho Jorge Luján de qué modo había ocurrido que se le hubiera muerto tanta gente. A esto él le respondió que él no había tenido comida alguna y que los indios habían huído todos, como vosotros lo habéis sabido muy bien más arriba.


(Continues...)

Excerpted from Viaje al Río de la Plata by Ulrich Schmídel de Straubing. Copyright © 2015 Red ediciones S.L.. Excerpted by permission of Red Ediciones.
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