Diario de Campaña

Diario de Campaña

by José Martí y Pérez
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Overview

Este libro es una sucesión de apuntes fugaces escritos en Cuba durante la Guerra de Independencia. Aquí se mezclan las reflexiones sobre el destino de una nación con las descripciones del paisaje, de las comidas o los personajes que rodean a su autor. Aunque parezca extraño, a veces las oraciones yuxtaponen los elementos de un modo casi cinematográfico y confieren a la prosa de Martí un tono cercano al de los escritores de vanguardia de principios del siglo XX. En ocasiones recuerda incluso a los diarios de Wittgenstein durante la Primera Guerra Mundial.

Product Details

ISBN-13: 9788498978728
Publisher: Linkgua
Publication date: 08/31/2010
Series: Historia , #228
Sold by: Bookwire
Format: eBook
Pages: 42
File size: 542 KB
Language: Spanish

About the Author

José Martí (La Habana, 1853-Dos Ríos, 1898), Cuba. Era hijo de Mariano Martí Navarro, valenciano, y Leonor Pérez Cabrera, de Santa Cruz de Tenerife. Martí empezó su formación en El Colegio de San Anacleto, y luego estudió en la Escuela Municipal de Varones. En 1868 empezó a colaborar en un periódico independentista, lo que provocó su ingreso en prisión y más tarde su destierro a España. Vivió en Madrid y en 1871 publicó El presidio político en Cuba, su primer libro en prosa. En 1873 se fue a Zaragoza y se licenció en derecho, y en filosofía y letras. Al año siguiente viajó a París, donde conoció a personajes como Víctor Hugo y Augusto Bacquerie. Tras su estancia en Europa vivió dos años en México. Por esa época se casó con Carmen Zayas Bazán, aunque estaba enamorado de María García Granados, fuente de inspiración en sus poemas. En 1878 regresó a La Habana y tuvo un hijo con Carmen. Un año después fue deportado otra vez a España (1879). Hacia 1880 vivió en Nueva York y organizó la Guerra de Independencia de su país. Fue cónsul de Argentina, Uruguay y Paraguay en esa ciudad norteamericana; dio discursos, escribió artículos y versos, conspiró, fundó el Partido Revolucionario Cubano y redactó sus Bases. En 1895, al iniciarse la Guerra de Independencia, se fue a Cuba y murió en combate.

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Diario de Campaña


By José Martí

Red Ediciones

Copyright © 2015 Red Ediciones S.L.
All rights reserved.
ISBN: 978-84-9897-872-8



CHAPTER 1

DIARIO


9. Abril. Lola, jolongo, llorando en el balcón. Nos embarcamos.

10. Salimos del Cabo. Amanecemos en Inagua. Izamos velas.

11. Bote. Salimos a las once. Pasamos rozando a Maisí, y vemos la farola. Ya en el puente. A las siete y media, oscuridad. Movimiento a bordo. Capitán conmovido. Bajan el bote. Llueve grueso al arrancar. Rumbamos mal. Ideas diversas y revueltas en el bote. Más chubasco. El timón se pierde. Fijamos rumbo. Llevo el remo de proa. Salas rema seguido. Paquito Borrero y el general ayudan de popa. Nos ceñimos los revólvers. Rumbo al abra. La Luna asoma, roja, bajo una nube. Arribamos a una playa de piedras (La Playita al pie de Cajobabo). Me quedo en el bote el último vaciándolo. Salto. Dicha grande. Viramos el bote, y el garrafón de agua. Bebemos málaga. Arriba por piedras, espinas y cenegal. Oímos ruido, y preparamos, cerca de una talanquera. Ladeando un sitio, llegamos a una casa. Dormimos cerca, por el suelo.

12. A las tres nos decidimos a llamar. Blas, Gonzalo, y la Niña. José Gabriel, vivo, va a llamar a Silvestre. Silvestre dispuesto. Por repechos, muy cargados, salimos a buscar a Mesón, al Tacre (Záguere). En el monte claro esperamos, desde las nueve, hasta las dos. Convenzo a Silvestre a que nos lleve a Imía. Seguimos por el cauce del Tacre. Decide el general escribir a Fernando Leyva, y va Silvestre. Nos metemos en la cueva, campamento antiguo, bajo un farallón, a la derecha del río. Dormimos: hojas secas: Marcos derriba: G me trae hojas.

13. Viene Abraham Leyva, con Silvestre cargado de carne de puerco, de cañas, de buniatos, del pollo que manda la Niña. Fernando ha ido a buscar el práctico. Abraham, rosario al cuello. Alarma; y preparamos, al venir Abraham, a trancos. Seguía Silvestre con la carga; a las once. De mañana nos habíamos mudado a la vera del río, crecido en la noche, con estruendo de piedras que parecía de tiros. Vendrá práctico. Almorzamos. Se va Silvestre. Viene José a la una con su yegua. Seguiremos con él. Silbidos y relinchos: saltamos: apuntamos: son Abraham. Y Blas. Por una conversación de Blas supo Ruen que habíamos llegado, y manda a ver, a unírsenos. Decidimos ir a encontrar a Ruen al Sao del Nejesial. Saldremos por la mañana. Cojo hojas secas, para mi cama. Asamos buniatos.

14. Día mambí. Salimos a las cinco. A la cintura cruzamos el río, y recruzamos por él: bagás altos a la orilla. Luego, a zapato nuevo, bien cargado, la altísima loma, de yaya de hoja fina, majagua de Cuba, y cupey de piña estrellada. Vemos, acurrucada en un lechero, la primera jutía. Se descalza Marcos, y sube. Del primer machetazo la degüella: Está aturdida; Está degollada. Comemos naranja agria, que José coge, retorciéndolas con una vara: «¡qué dulce!». Loma arriba. Subir lomas hermana hombres. Por las lomas llegamos al Sao del Nejesial: lindo rincón, claro en el monte, de palmas viejas, mangos y naranjas. Se va José. Marcos viene con el pañuelo lleno de cocos. Me dan la manzana. Guerra y Paquito de guardia. Descanso en el campamento. César me cose el tahalí. Lo primero fue coger yaguas, tenderlas por el suelo. Gómez con el machete corta y trae hojas, para él y para mí. Guerra hace su rancho; cuatro horquetas: ramas en colgadizo: yaguas encima. Todos ellos, unos raspan coco, Marcos, ayudado del general desuella la jutía. La bañan con naranja agria, y la salan. El puerco se lleva la naranja, y la piel de la jutía. Y ya está la jutía en la parrilla improvisada, sobre el fuego de leña. De pronto hombres: «¡Ah hermanos!». Salto a la guardia. La guerrilla de Ruen. Félix Ruen, Galano, Rubio, los diez. Ojos resplandecientes. Abrazos. Todos traen rifle, machete, revólver. Vinieron a gran loma. Los enfermos resucitaron. Cargamos. Envuelven la jutía en yagua. Nos disputan la carga. Sigo con mi rifle y mis cien cápsulas, loma abajo, Tibisial abajo. Una guardia. Otra. Ya estamos en el rancho de Tavera, donde acampa la guerrilla. En fila nos aguardan. Vestidos desiguales, de camiseta algunos, camisa y pantalón otros, otros chamarreta y calzón crudo: yareyes de pico: negros, pardos, dos españoles. Galano, blanco. Ruen nos presenta. Habla erguido el general. Hablo. Desfile, alegría, cocina, grupos. En la nueva avanzada: volvemos a hablar. Cae la noche, velas de cera, Lima cuece la jutía y asa plátanos, disputa sobre guardias, me cuelga el general mi hamaca bajo la entrada del rancho de yaguas de Tavera. Dormimos, envueltos en las capas de goma. ¡Ah! antes de dormir, viene, con una vela en la mano, José cargado de dos catauros, uno de carne fresca otro de miel. Y nos pusimos a la miel ansiosos. Rica miel, en panal. Y en todo el día, ¡qué luz, qué aire, qué lleno el pecho, qué ligero el cuerpo angustiado! Miro del rancho afuera, y veo, en lo alto de la cresta atrás, una paloma y una estrella. El lugar se llama Vega de la ...

15. Amanecemos entre órdenes. Una comisión se mandará a las Veguitas, a comprar en la tienda española. Otra al parque dejado en el camino. Otra a buscar práctico. Vuelve la comisión con sal, alpargatas, un cucurucho de dulce, tres botellas de licor, chocolate, ron y miel. José viene con puercos. La comida: puerco guisado con plátanos y malanga. De mañana frangollo, el dulce de plátano y queso, y agua de canela y anís, caliente. Viene a guiarnos chinito Columbié, montero, ojos malos: va hablando de su perro amarillo. Al caer la tarde, en fila la gente, sale a la cañada el general, con Paquito, Guerra y Ruenes. «¿Nos permite a los tres solos?» Me resigno mohíno. ¿Será algún peligro? Sube Ángel Guerra llamándome, y al capitán Cardoso. Gómez, al pie del monte, en la vereda sombreada de plátanos, con la cañada abajo, me dice, bello y enternecido, que aparte de reconocer en mí al delegado, el Ejército Libertador, por él su jefe, electo en consejo de jefes, me nombra mayor general. Lo abrazo. Me abrazan todos. A la noche, carne de puerco, con aceite de coco, y es buena.

16. Cada cual con su ofrenda: buniato, salchichón, licor de rosa, caldo de plátano. Al mediodía, marcha loma arriba, río al muslo, bello y ligero bosque de pomarrosas; naranjas y caimitos. Por abras tupidas y mangales sin frutas llegamos a un rincón de palmas, y al fondo de dos montes bellísimos. Allí es el campamento. La mujer, india cobriza de ojos ardientes, rodeada de siete hijos, en traje negro roto, con el pañuelo de toca atado a lo alto por las trenzas, pila café. La gente cuelga hamacas, se echa a la caña, junta candela, traen caña al trapiche para el guarapo del café. Ella mete la caña, descalza. Antes, en el primer paradero, en la casa de la madre e hijona espantada, el general me dio a beber miel, para que probara que luego de tomarla se calma la sed. Se hace ron de pomarrosa. Queda escrita la correspondencia de NY., y toda la de Baracoa.

17. La mañana en el campamento. Mataron res ayer y al salir el Sol, ya están los grupos a los calderos. Domitila, ágil y buena, con su pañuelo egipcio, salta al monte y trae un acopio de tomates, culantro y orégano. Uno me da un chopo de malanga. Otro, en taza caliente, guarapo y hojas. Muelen un mazo de cañas. Al fondo de la casa, la vertiente con sus sitieríos cargados de cocos y plátanos, de algodón y tabaco silvestre: al fondo, por el río, el cuajo de potreros: y por los claros, naranjos: alrededor los montes, redondos, apacibles: y el infinito azul arriba con sus nubes blancas, y una paloma se esconde en la nube. Vuelo en lo azul. Me entristece la impaciencia. Saldremos mañana. Me meto la Vida de Cicerón en el bolsillo en que llevo cincuenta cápsulas. Escribo cartas. Prepara el general dulce de raspa de coco con miel. Se arregla la salida para mañana. Compramos miel al ranchero de los ojos azorados y la barbija. Primero, 4 reales por el galón; luego, después del sermón, regala dos galones. Viene Jaragüita: Juan Telesforo Rodríguez, que ya no quiere llamarse Rodríguez, porque ese nombre llevaba de práctico de los españoles, y se va con nosotros. Ya tiene mujer. Al irse, se escurre. El Pájaro, bizambo y desorejado, juega al machete; pie formidable; le luce el ojo como marfil donde da el Sol en la mancha de ébano. Mañana salimos de la casa de José Pineda: Goya, la mujer. (Jojó Arriba.)

18. A las nueve y media salimos. Despedida en fila. G. lee las promociones. El sargento Pto. Rico dice: «Yo muero donde muera el G. Martí». Buen adiós a todos, a Ruenes y a Galano, al capitán Cardoso, a Rubio, a Dannery, a José Martínez, a Ricardo Rodríguez. Por altas lomas pasamos seis veces el río Jobo. Subimos la recia loma de Pavano, con el Panalito en lo alto, y en la cumbre la cresta de naranja de china. Por la cresta subimos, y a un lado y otro flotaba el aire leve, veteado de manaca. A lo alto, de mata a mata colgaba, como cortinaje tupido, una enredadera fina; de hoja menuda y lanceolada. Por las lomas, el café cimarrón. La pomarrosa bosque. En torno, la hoya, y más allá los montes azulados, y el penacho de nubes. En el camino a los Calderos, de Ángel Castro, decidimos dormir, en la pendiente. A machete abrimos claro. De tronco a tronco tendemos las hamacas: Guerra y Paquito por tierra. La noche bella no deja dormir. Silva el grillo; el lagartijo quiquiquea, y su coro le responde; aún se ve, entre la sombra, que el monte, es de cupey y de paguá, la palma corta y espinuda; vuelan despacio en torno las animitas; entre los ruidos estridentes, oigo la música de la selva, compuesta y suave, como de finísimos violines; la música ondea, se enlaza y desata, abre el ala y se posa, titila y se eleva, siempre sutil y mínima: es la miríada del son fluido: ¿qué alas rozan las hojas? ¿qué violín diminuto, y oleadas de violines, sacan son, y alma, a las hojas? ¿qué danza de almas de hojas? Se nos olvidó la comida: comimos salchichón y chocolate, y una lonja de chopo asado. La ropa se secó a la fogata.

19. Las dos de la madrugada. Viene Ramón Rodríguez, el práctico, con Ángel: traen hachos, y café. Salimos a las cinco, por loma áspera. A los Calderos, en alto. El rancho es nuevo, y de adentro se oye la voz de la mambisa: «Pasen sin pena, aquí no tienen que tener pena». El café enseguida, con miel por dulce: ella seria, en sus chancletas, cuenta, una mano a la cintura y por el aire la otra, su historia de la guerra grande: murió el marido, que de noche pelaba sus puercos para los insurrectos, cuando se le venían a prender: y ella rodaba por el monte con sus tres hijos a rastro, «hasta que este buen cristiano me recogió, que aunque le sirva de rodillas nunca le podré pagar». Va y viene ligera; le chispea la cara; de cada vuelta trae algo, más café, culantro de Castilla, para que «cuando tengan dolor al estómago por esos caminos, masquen un grano y tomen agua encima». Trae limón. Ella es Caridad Pérez y Piñó. Su hija Modesta, de dieciséis años, se puso zapatos y túnico nuevo para recibirnos, y se sienta con nosotros conversando sin zozobra, en los bancos de palma de la salita. De las flores de muerto, junto al cercado, le trae Ramón una, que se pone ella al pelo. Nos cose. El general cuenta «el machetazo de Caridad Estrada en el Camagüey». El marido mató al chino denunciante de su rancho, y a otro: a Caridad la hirieron por la espalda; el marido se rodó muerto: la guerrilla huyó: Caridad recoge a su hija al brazo, y chorreando sangre, se les va detrás: «si hubiera tenido un rifle». Vuelve, llama a su gente, entierran al marido, manda por Boza: «¡vean, lo que me han hecho!».

Salta la tropa: ¡queremos ir a encontrar a ese capitán! No podía estar sentado en el campamento. Caridad enseñaba su herida. Y siguió viviendo, predicando, entusiasmando en el campamento. Entra el vecino dudoso Pedro Gámez y trae de ofrenda café y una gallina. Vamos haciendo almas. Valentín, el español que se le ha puesto a Gómez de asistente, se afana en la cocina. Los seis hombres de Ruenes hacen su sancocho al aire libre. Viene Isidro, muchachón de ojos garzos, muy vestido, con sus zapatos orejones de vaqueta: ése fue el que se nos apareció donde Pineda, con un dedo recién cortado: no puede ir a la guerra: «tiene que mantener a tres primos hermanos». A las dos y media después del chubasco, por lomas y el río Guayabo, al mangal a una legua de Imía. Allí Felipe Dom el alcalde de P. Juan Rodríguez nos lleva, en marcha ruda de noche, costeando vecinos, a cerca del alto de la Yaya.

20. La marcha con velas, a las tres de la mañana. De allí Teodoro Delgado, al Palenque: monte pedregoso, palos amargos y naranja agria: alrededor casi es grandioso el paisaje; vamos cercados de montes, serrados, tetudos, picudos: monte plegado a todo el rededor: el mar al Sur. A lo alto, paramos bajo unas palmas. Viene llena de cañas la gente. Los vecinos: Estévez, Fromita, Antonio Pérez, de noble porte, sale a San Antonio. De una casa nos mandan café, y luego gallina con arroz. Se huye Jaragüita. ¿Lo azoraron? ¿Va a buscar a las tropas? Un montero trae de Imía la noticia de que han salido a perseguirnos por el Jobo. Aquí esperaremos, como lo teníamos pensado, el práctico para mañana. Jaraguá, cabeza cónica: un momento antes me decía que quería seguir ya con nosotros hasta el fin. Se fue a la centinela, y se escurrió. Descalzo, ladrón de monte, práctico español: la cara angustiada, el hablar ceceado y chillón, bigote ralo, labios secos, la piel en pliegues, los ojos vidriosos, la cabeza cónica. Caza sinsontes, pichones, con la liria del lechugo. Ahora tiene animales, y mujer. Se descolgó por el monte. No lo encuentran. Los vecinos le temen. En un grupo hablan de los remedios de la nube en los ojos: agua de sal, leche del ítamo, «que le volvió la vista a un gallo», la hoja espinuda de la romerilla bien majadas, «una gota de sangre del primero que vio la nube». Luego hablan de los remedios para las úlceras: la piedra amarilla del río Jojo, molida a polvo fino, el excremento blanco y peludo del perro, la miel de limón: el excremento, cernido, y malva. Dormimos por el monte, en yaguas. Jaraguá, palo-fuerte.

21. A las seis salimos con Antonio, camino de San Antonio. En el camino nos detenemos a ver derribar una palma, a machetazos al pie, para coger una colmena, que traen seca, y las celdas llenas de hijos blancos. Gómez hace traer miel, exprime en ella los pichones, y es leche muy rica. A poco, sale por la vereda el anciano negro y hermoso, Luis González, con sus hermanos, y su hijo Magdaleno, y el sobrino Eufemio. Ya él había enviado aviso a Perico Pérez, y con él, cerca de San Antonio, esperaremos la fuerza. Luis me levanta del abrazo. Pero ¡qué triste noticia! ¿Será verdad que ha muerto Flor? ¿el gallardo Flor?: que Maceo fue herido en traición de los indios de Garrido: que José Maceo rebanó a Garrido de un machetazo. Almorzábamos buniato y puerco asado cuando llegó Luis: ponen por tierra, en un mantel blanco, el casabe de su casa. Vamos lomeando a los charrascales otra vez, y de lo alto divisamos al ancho río de Sabanalamar, por sus piedras lo vadeamos, nos metemos por sus cañas, acampamos a la otra orilla. Bello, el abrazo de Luis, con sus ojos sonrientes, como su dentadura, su barba cana al rape, y su rostro espacioso y sereno de limpio color negro. Él es padre de todo el contorno, viste buena rusia, su casa libre es la más cercana al monte. De la paz del alma viene la total hermosura a su cuerpo ágil y majestuoso. De su tasajo de vaca y sus plátanos comimos mientras él fue al pueblo, y a la noche volvió por el monte sin luz, cargado de vianda nueva, con la hamaca al costado, y de la mano el caiauro de miel lleno de hijos.

Vi hoy la yaguama, la hoja fénica, que estanca la sangre, y con su mera sombra beneficia al herido: «machuque bien las hojas, y métalas en la herida, que la sangre se seca». Las aves buscan su sombra. Me dijo Luis el modo de que las velas de cera no se apagasen en el camino, y es empapar bien un lienzo, y envolverlo apretado alrededor, y con eso, la vela va encendida y se consume menos cera. El médico preso, en la traición a Maceo, ¿no será el pobre Frank? ¡Ah, Flor!

22. Día de espera impaciente. Baño en el río, de cascadas y hoyas, y grandes piedras, y golpes de cañas a la orilla. Me lavan mi ropa azul, mi chamarreta. A mediodía vienen los hermanos de Luis, orgullosos de la comida casera que nos traen: huevos fritos, puerco frito y una gran torta de pan de maíz. Comemos bajo el chubasco, y luego de un macheteo, izan una tienda, techada con las capas de goma. Toda la tarde es de noticias inquietas: viene desertado de las escuadras de Guantánamo un sobrino de Luis, que fue hacerse de arma, y dice que bajan fuerzas: otro dice que de Batiquiri, donde está de teniente el cojo Luis Bertot, traidor en Bayamo, han llegado a San Antonio dos exploradores, a registrar el monte. Las escuadras, de criollos pagados, con un ladrón feroz a la casa, hacen la pelea de España, la única pelea temible en estos contornos. A Luis, que vino al anochecer, le llegó carta de su mujer: que los exploradores, y su propio hermano es uno de ellos, van citados por Garrido, el teniente ladrón, a juntársele a la Caridad, y ojear a todo Cajuerí; que en Vega Grande y los Quemados y en muchos otros pasos nos tienen puestas emboscadas. Dormimos donde estábamos, divisando el camino. Hablamos hoy de Céspedes y cuenta Gómez la casa de portal en que lo halló en las Tunas cuando fue, en mala ropa, con quince rifleros a decirle cómo subía, peligrosa, la guerra desde Oriente. Ayudantes pulcros, con polainas. Céspedes: kepis y tenacillas de cigarro. La guerra abandonada a los jefes, que pedían en vano dirección, contrastaba con la festividad del cortejo tunero. A poco, el gobierno tuvo que acogerse a Oriente. «No había nada, Martí»: ni plan de campaña, ni rumbo tenaz y fijo. Que la sabina, olorosa como el cedro, da sabor, y eficacia medicinal, al aguardiente. Que el té de yagruma, de las hojas grandes de la yagruma, es bueno para el asma. Juan llegó, el de las escuadras: él vio muerto a Flor, muerto, con su bella cabeza fría, y su labio roto, y dos balazos en el pecho: el 10 lo mataron. Patricio Corona, errante once días de hambre, se presentó a los voluntarios. Maceo y dos más se juntaron con Moncada. Se vuelven a las casas los hijos y los sobrinos de Luis. Ramón, el hijo de Eufemio, con su suave tez achocolatada, como bronce carmíneo, y su fina y perfecta cabeza, y su ágil cuerpo púber, Magdaleno, de magnífico molde, pie firme, caña enjuta, pantorrilla volada, muslo largo, tórax pleno, brazos graciosos, en el cuello delgado la cabeza pura, de bozo y barba crespa: el machete al cinto, y el yarey alón y picudo. Luis duerme con nosotros.


(Continues...)

Excerpted from Diario de Campaña by José Martí. Copyright © 2015 Red Ediciones S.L.. Excerpted by permission of Red Ediciones.
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