Discurso sobre la I internacional

Discurso sobre la I internacional

by Emilio Castelar y Ripoll
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La Primera Internacional o Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT), fue la primera organización transnacional para unir a los trabajadores de los diferentes países. Fundada en Londres en 1864, agrupó inicialmente a los sindicalistas ingleses, anarquistas, socialistas franceses e italianos republicanos. Sus fines eran la organización política del proletariado en Europa y el resto del mundo, así como un foro para examinar problemas en común y proponer líneas de acción. Colaboraron en ella Karl Marx y Friedrich Engels.

Product Details

ISBN-13: 9788498976717
Publisher: Linkgua
Publication date: 08/31/2010
Series: Pensamiento , #22
Sold by: Bookwire
Format: eBook
Pages: 52
File size: 923 KB
Language: Spanish

About the Author

Emilio Castelar y Ripoll (1832-1899). España. Nació en Cádiz y estudió derecho y filosofía y letras en la universidad de Madrid (1852-1853). Actuó en la vida política defendiendo las ideas democráticas; fundó el periódico La Democracia, en 1863, y apoyó el republicanismo individualista. A causa de un artículo contrario a Isabel II, fue separado de su cátedra de historia de España de la universidad central, lo que provocó manifestaciones estudiantiles y la represión de la Noche de san Daniel (10 abril 1865). Castelar conspiró contra Isabel II y se exiló en Francia, donde permaneció hasta la revolución de septiembre (1868). A su regreso fue nombrado triunviro por el partido republicano junto a Pi y Margall y a Figueras. Diputado por Zaragoza a las cortes constituyentes de 1869, al proclamarse la I república ocupó la presidencia del poder ejecutivo. Gobernó con las cortes cerradas y combatió a carlistas y cantonales. Tras la reapertura de las cortes, su gobierno fue derrotado, lo que provocó el golpe de estado del general Pavía (3 enero 1874). Disuelta la república y restaurada la monarquía borbónica, representó a Barcelona en las primeras cortes de Alfonso XII. Defendió el sufragio universal, la libertad religiosa y un republicanismo conservador y evolucionista (el posibilismo). Emilio Castelar murió en 1899 en San Pedro del Pinatar.

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Discurso Sobre la I Internacional


By Emilio Castelar

Red Ediciones

Copyright © 2015 Red Ediciones S.L.
All rights reserved.
ISBN: 978-84-9897-671-7



CHAPTER 1

DISCURSO SOBRE LA I INTERNACIONAL


Confieso que me siento perplejo como nunca al combatir la política resumida en las importantísimas declaraciones del señor Ministro de la Gobernación. Sus dudas han sido tantas, y tanta su incertidumbre; ha afirmado y negado los mismos propósitos en tan breve espacio y por tan palmarias contradicciones, que es imposible deducir el sentido práctico de este debate, ni el fin concreto a que en este debate caminamos. Ya parecemos austero tribunal de justicia, ya erudita Academia de economía y de derecho, ya antiguo Consejo, un cuerpo consultivo, a cuyas luces acude el Gobierno para esclarecer su inteligencia y determinar su voluntad a decisivas resoluciones, todo lo parecemos, todo, menos una Asamblea Legislativa.

No se traen de esta suerte los más pavorosos problemas a las más altas Asambleas. Aquí no se discute, no se ponen frente a frente los principios para definirlos o esclarecerlos como en las universidades; aquí se delibera; es decir, se piensa, se reflexiona, se discute para ir inmediatamente a la acción y tomar las resoluciones que a una Asamblea legislativa cumplen. Y en esta sabia controversia presente, ni sé qué quiere el Gobierno de nosotros, ni sé tampoco lo que nosotros representamos, y valemos, y somos.

Hay asociaciones, y no pueden ser prohibidas; que su derecho constitucional a existir es tan sagrado como el derecho del Rey a reinar. Pero con motivo del ejercicio de un derecho pueden cometerse crímenes o delitos. El procedimiento para castigarlos, claro está en el Código fundamental. ¿Faltan los individuos de una asociación? Pues se castiga a los individuos y se deja en paz la colectividad. ¿Faltan por los medios que la asociación les da? Pues el único derecho legal de la autoridad política y administrativa es suspender la asociación y entregarla a los tribunales inmediatamente. Ellos deciden del tuyo y el mío, y ellos decidirán entre el poder y la libertad, entre el Gobierno y las asociaciones. ¿Son éstas inmorales, proponiéndose cometer un hecho o una serie de hechos penados? Pues que las persiga el ministerio fiscal. ¿Son tan poderosas que con ellas no puede coexistir el Estado? Pues se trae aquí una ley para abolirlas. Tales son los procedimientos legales. Pero lo que no tiene nombre, lo que no puede tener explicación, señores Diputados, es lo largo y lo inútil de este debate, en que el Gobierno pide y obtiene por todo resultado una especie de información parlamentaria, extraña, antilegal, sin formalidad, sin madurez, impropia de nuestros deberes y de los suyos; una información que lo esclarezca para proceder contra una sociedad que lo aterra. ¿Es inmoral, es amenazadora?, pregunta al Gobierno. Pues la destruiremos. ¿No parece al Congreso ni amenazadora ni inmortal? Pues la respetaremos. Yo la creo, añade el Gobierno, perturbadora e inmoral. Mas ilustradme, señores Diputados, ilustradme. Y he aquí una Cámara legislativa, soberana en su esfera, hoy reducida a cuerpo consultivo. Mas resignémonos; ya que el Gobierno quiere ser ilustrado, ilustremos de buena fe al Gobierno; que harto lo necesita.

Y no podemos hacer más, porque ningún Diputado sabe lo que el Gobierno exige del Congreso. Ninguno sabe si pide que el Congreso legisle, lo cual estaría en sus atribuciones; o en que el Congreso juzgue, lo cual sería tanto como usurpar su ministerio a los tribunales; o que el Congreso ejecute, lo cual sería tanto como despojar de sus atribuciones al Gobierno. El Ministro, señores, no tiene idea alguna de los poderes públicos, ni de las varias y concéntricas esferas en que esos poderes se mueven. Constreñido, asfixiado ayer por la lógica inflexible, contundente, de un antiguo y queridísimo amigo mío, el señor Ministro de la Gobernación materialmente no sabía qué contestar, y yo tengo grande afición a luchar con enemigos que de esta manera se retiran, que de esta manera se esquivan, que de esta manera huyen. Hay además otra razón gravísima todavía para hallarme perplejo en estos momentos supremos. Yo creo, yo tengo, no por mi persona, sino por esta Cámara, la satisfacción de creer que en crisis tan difícil, cuando resolvemos el problema por excelencia de este momento histórico, el problema de aliar el orden con la libertad. Europa entera nos atiende. ¿Qué digo, Europa? todo el mundo civilizado nos atiende. Por eso me levanto a esquivar todo ataque fuerte, como ataque personal; por eso ni enconaré los ánimos, ni moveré ninguna pasión, a fin de que permanezcamos en la serena región de los principios.

Señores Diputados, cuál fue mi asombro cuando ayer, dirigiéndonos al señor Ministro de la Gobernación un argumento ad terrorem, nos decía: «Aquel que me llame reaccionario es un calumniador». Y yo, que digo que su origen es reaccionario, que su política es reaccionaria, que sus sentimientos son reaccionarios, que es reaccionaria su actitud ante la Internacional, tengo tan empedernido mi corazón y tan encallecida mi conciencia, que no siento aquí (señalando al corazón) ningún dolor, ni aquí (señalando a la cabeza) ningún remordimiento.

Pues qué, señores Diputados, ¿un calificativo político puede ser de ninguna suerte calumnioso? Yo hago al señor Ministro de la Gobernación completa justicia respecto de sus intenciones respecto de sus móviles patrióticos; pero si el llamar a uno reaccionario fuera calumnia, ¿qué diría esa fracción católica, en la cual se sientan venerables sacerdotes, muy venerables, muy dignos de su alto ministerio, y que sin embargo son reaccionarios? ¿Pues qué es lo que queréis? ¿Se quiere derrocar sin causa ni motivo un Gobierno liberal, cohibir la manifestación del pensamiento humano, vulnerar asociaciones legales, coincidir con el criterio de los alfonsinos, merecer los plácemes y los aplausos de los absolutistas, y luego alcanzar, por añadidura, el dictado de liberales? No, señores; el ser liberal consiste en aceptar la libertad con todos los inconvenientes que tenga, con todos los obstáculos que oponga, con todos los errores que siembre; pues por muchos que sean, jamás sobrepujarán a sus innumerables beneficios.

Señores Diputados, he dicho que ese Gobierno es reaccionario por el sentido político que tiene, y aquí voy a hablar de alguna cuestión que se ha debatido muchas veces, y la cual me toca personalmente, porque el Congreso, si no ha olvidado mis pobres discursos, recordará que yo soy el autor de la palabra actitud benévola respecto de un Gobierno liberal; palabra que trazada una conducta, seguida sin pacto ninguno, ni anterior ni posterior, con lealtad y consecuencia de que hay pocos ejemplos en los fastos nuestra la historia parlamentaria.

Había, ya no lo hay, un Gobierno liberal sentado en ese banco. Este Gobierno tuvo tal fuerza dentro, que pudo dar una amnistía, prenda de gratitud para quien la recibe y prueba de vigor en quien la da; y tal crédito fuera, que pudo levantar un empréstito en el extranjero a condiciones muy favorables para nuestro Erario. La política española había resuelto el problema cuya solución tan solo está reservada a los pueblos más ilustres de la tierra, a los Estados Unidos, a la Confederación suiza; el problema de aliar el orden con la libertad. Y cuando ese Gobierno presentábase aquí a someteros su conducta y a discutir su política, sin escucharlo, cual si se tratase de enemigos de la Constitución y de la Patria, en una serie de confabulaciones, si parlamentarias, también oscuras, como las confabulaciones de 1843 y de 1856, llamándoos progresistas y obteniendo por vez primera el poder para vosotros solos, después de treinta años de proscripción o de impotencia, derribasteis ese Gobierno, que también se llamaba como vosotros, para que el mundo diga de los antiguos progresistas, gentes sin ningún salvador instinto de conservación, para que diga el mundo del antiguo partido progresista, que es, como parecen ser los chinos en La Habana, una raza suicida. (Risas y aplausos en la izquierda.)

Yo soy, señores Diputados, yo soy el autor y el principal responsable de la frase expectación benévola ante un Gobierno radical. Yo acepto la responsabilidad de esta frase y de la conducta que expresa ante las Cortes; yo la acepto ante el juicio de la Nación; yo la pido, la reclamo para mí ante la parte más ardorosa y entusiasta de nuestro partido, que midiendo por su generosísima impaciencia la eterna paciencia de los pueblos, cree poder engendrar con una palabra una revolución, y poder cambiar con una revolución las perezosas e inertes sociedades humanas, las cuales solo marchan hacia adelante cuando, tras el impulso de muchos y muy repetidos esfuerzos, reciben el vapor de muchas y muy poderosas ideas. Voy, señores Diputados, a revelar a la Cámara el fondo de mi corazón y de mi conciencia; a depositar en el seno de la Cámara el secreto de toda mi política. Yo creo que vencidos los antiguos poderes, transformadas las presentes generaciones; roto el cesarismo, que era la clave de la reacción europea; caída la autoridad temporal de los Papas, que era como la última sombra de la Edad Media en nuestros horizontes; disuelta la antigua Austria, núcleo de la Santa Alianza de los Reyes, y más vivo cada día el ideal de la joven América ante los ojos de los pueblos, nadie puede impedir, nadie, por fuerte que parezca, el próximo advenimiento a toda Europa de la idea y de la fórmula social porque nosotros suspiramos, el próximo advenimiento de la federación y de la república. (Grandes denegaciones en la derecha.)

Señores Diputados, cuestión es de tiempo, y el tiempo dará razón o a mis afirmaciones o a vuestra negativa. Mas la fe en el progreso humano y el estudio continuo de la historia me inspiran confianza inalterable en el próximo cumplimiento de mi aserto. Hay dos caminos para llegar a la república: el camino de la legalidad y el camino de las revoluciones. Por el camino de la legalidad, la república vendrá más tarde, pero vendrá mejor, para los que sobre toda interés y sobre toda satisfacción personal ponemos los intereses y las satisfacciones de la Patria. Pero el camino de las revoluciones, que necesariamente ha de abrir una política tan ciega como la política que ahora se inicia, la república vendrá más pronto pero vendrá peor, porque vendrá en pos de una de esas crisis violentas, que no pueden atravesar sin resentirse y quebrantarse para mucho tiempo las sociedades modernas. Y he aquí por qué yo preferiré siempre la política del Ministerio anterior a la política de ese Ministerio. Aquella política me aseguraba el ejercicio de los derechos individuales, y con el ejercicio de los derechos individuales, el advenimiento más tardío, pero también más pacífico, de la república. La política presente, al mermar los derechos individuales, nos acerca a una revolución y al acercarnos a una revolución, también nos acerca a la república, que vendrá, sí, mas entre catástrofes que solo puede conjurar la libertad. Y he aquí la razón del combate que estoy resuelto a dar a la política oscura, sin rumbo, sin norte, de ese débil y funestísimo Ministerio que tiene bajo sus plantas el peor de los abismos, el abismo de lo desconocido.

Y hechas estas declaraciones, entro resueltamente en el fondo de tan grave y trascedentalísimo debate. ¿Qué es la Internacional? Y dice el señor Ministro de la Gobernación: «es una sociedad inmoral». ¡Una sociedad inmoral! Pues entonces, ¿dónde están los tribunales españoles? ¿De qué sirven los fiscales en España? La Internacional coexiste con la revolución de Septiembre. La Internacional lleva ya tres años de vida. La Internacional ha querido comités y los ha fundado. La Internacional ha convocado reuniones y las ha tenido. La Internacional ha llamado congresos y los ha celebrado. La Internacional ha querido fundar periódicos y los publica todavía.

En una ocasión, llevada de sus ideas cosmopolitas, al celebrarse la fiesta cívica y patriótica del 2 de Mayo, realizó una manifestación contra las rivalidades de los pueblos; y como quisieran algunos cohibirla por medios violentos, levantáronse a su favor, a favor de su derecho, aquí en el Congreso y allá en el Senado, voces elocuentísimas. Dijo a los pocos días que no contaba con libertad bastante para celebrar sus reuniones, y las autoridades le aseguraron que tenía toda la amplia libertad contenida en nuestras leyes. La Internacional ha dado manifiestos, ha llamado la atención pública, ha discutido con elocuentísimos representantes de la Nación española. Y yo pregunto: pues qué, ¿en España no hay tribunales? ¿Se hubiera consentido que una sociedad cualquiera hubiese estado tres años a la luz del día diciendo que iba a batir moneda falsa, o acuñando esta moneda o repartiéndola? ¿No se hubiera sublevado la conciencia pública indignada, no se hubiera excitado el celo de los fiscales, y no hubiera llegado la voz de la opinión hasta el sereno asilo de la justicia? Esa asociación temerosa ha vivido, hablado, escrito, difundídose por doquier a la sombra de la Constitución. Luego no era contrario a su existencia el juicio de los tribunales.

Ha sido necesario que cayera un Ministerio radical; ha sido necesario que comenzase la interpretación de nuestro Código político en sentido restrictivo y reaccionario, para que apareciese inmoral esta sociedad. De suerte, señores Diputados, que aquí no se debate la Internacional, ni su historia, ni su objeto, ni sus tendencias, ni sus principios, ni su desarrollo, ni sus aspiraciones; aquí lo que se debate es la libertad de pensar y de asociarse. Pues precisa que nosotros las defendamos a toda costa.

Atendiendo a esto, en vista del absurdo que resulta de que una sociedad ilícita esté tres años ejerciendo todos sus derechos sin que los tribunales intervengan, el señor Ministro de la Gobernación, que se acoge a todo, a quien todo le sirve de arma, indica que tal vez presentará una ley para disolver esa sociedad. ¿En qué casos puede S.S. presentar una ley de tal naturaleza? En el caso de que la Internacional comprometa la seguridad del Estado; en ése, y no en otro caso.

Pero, ¿compromete verdaderamente la seguridad del Estado? Aquí, en esta Cámara, hay antiguos amigos míos, cuyas ideas yo conozco, cuya competencia administrativa todo el mundo reconoce; aquí hay gobernadores que pertenecen al partido conservador, entre ellos mi condiscípulo el señor Gallostra es un ejemplo de lo que estoy diciendo; gobernadores que no se han atrevido a perseguir a la Internacional. El señor Gallostra ha estado al frente de una provincia donde existe la Internacional. ¿Por qué no la prohibió? ¿Por qué no la persiguió un gobernador tan ilustrado, tan digno y tan competente como S.S. (El señor Gallostra pide la palabra para una alusión personal.) ¿Por qué? Porque no podía, porque no se pueden disolver sino por una ley ciertas sociedades, y no se pueden dar esa clase de leyes sino contra aquellas sociedades que atentan a la seguridad del Estado. Y ¿atenta la Internacional a la seguridad del Estado? ¿Dónde están, señores Diputados, sus sublevaciones? ¿Dónde están sus guerras? ¿Dónde está su actitud belicosa y revolucionaria? Hay aquí dos partidos extremos: el partido absolutista y el partido republicano. Estos dos partidos en varias ocasiones, provocadas o no, han dado al viento la bandera de la revolución. El partido absolutista ha recorrido en armas gran parte de las Provincias Vascongadas; el partido republicano ha recorrido en armas una gran parte de las provincias españolas. El partido republicano ha librado batallas en Cádiz, en Málaga, en Barcelona, en Zaragoza, y ha sostenido heroico sitio en Valencia. Esos partidos atacan más la seguridad del Estado que la ataca la Internacional. ¿Por qué no presenta el señor Ministro una ley de disolución para esos partidos, que se han alzado en armas contra el Gobierno? Porque son fuertes. ¿Por qué trata de presentarla contra una sociedad naciente? Porque es débil, humilde, de pobres trabajadores. No lo consentiremos. ¡Ah, señores! Esa sociedad, que hoy es una sociedad débil, que hoy es todavía una sociedad debilísima, sería fuerte, sería amenazadora, si comparamos sus fuerzas, cualesquiera que ellas sean, con las fuerzas de ese Gobierno incógnito. (Risas.)

Precisemos la cuestión que se debate, señores Diputados. La cuestión que se debate, considerada en su sentido lato, es una cuestión de derecho constituyente, o mejor dicho de derecho natural: considerada en su sentido estricto, es una cuestión de derecho constitucional. Todo el mundo sabe el comentario perpetuo que aquí se dio en elocuentísimos discursos a los artículos del titulo 1.º de la Constitución. Todo el mundo sabe que excepto algunos Diputados tradicionalistas, que entonces eran pocos en número, y excepto algunos empedernidos doctrinarios, que entonces eran pocos, y ahora también son pocos, todos los partidos que estaban representados en la Cámara, todos aceptaron los derechos individuales, creyéndolos inherentes a la personalidad humana, y todos los votaron, como en la noche del 4 de agosto de 1789 votaron los Diputados de la Asamblea Constituyente francesa los derechos fundamentales de la humanidad, casi por aclamación.

Y ¿qué creímos? Creímos sin autoridad a la ley para cohibir ni limitar el ejercicio de esos derechos que la naturaleza nos ha dado, y que la Constitución no hacía más que reconocernos. Por consiguiente, cuando el señor Ministro de la Gobernación quiere limitar el derecho de los derechos, aquél que es más inherente a la personalidad humana, el derecho de expresar el pensamiento, el señor Ministro de la Gobernación, y no la Internacional, es el rebelde, el que se subleva contra el Código fundamental del Estado. (El señor Alonso Martínez pide la palabra.)

Sí, lo repito, cuando quiere presentar su señoría una ley contra asociaciones que en nada conspiran contra la seguridad del Estado y que no cometen ninguno de los delitos definidos por el Código Penal, S.S. es quien verdaderamente se subleva contra el Código fundamental, quien verdaderamente lo desconoce y lo desacata.


(Continues...)

Excerpted from Discurso Sobre la I Internacional by Emilio Castelar. Copyright © 2015 Red Ediciones S.L.. Excerpted by permission of Red Ediciones.
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CRÉDITOS, 4,
PRESENTACIÓN, 7,
DISCURSO SOBRE LA I INTERNACIONAL, 9,
LIBROS A LA CARTA, 51,

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